París: 5 de abril de 1994

Dire McCann sacó la pistola ametralladora y se la puso sobre el regazo. Con los ojos entrecerrados por la concentración, dejó que la punta de sus dedos tocara la superficie del lago subterráneo. Lanzó una maldición.

—Qué demonios...

—¡Cuidado! —gritó Alicia.

Dos gigantescas cabezas surgieron del agua a pocos metros del bote. Las criaturas recordaban a inmensos cables multicolores terminados en fauces llenas de colmillos de quince centímetros, afilados como cuchillas. Unos ojos negros situados justo sobre la boca estaban fijos sobre Dire McCann. Siseando como gigantescas locomotoras de vapor, se lanzaron hacia delante para atacar al sorprendido detective.

McCann se levantó instintivamente para repeler el ataque, olvidando por un instante la pistola sobre sus piernas. Con un golpe que resonó por toda la cámara, se golpeó la cabeza contra el techo de ladrillo. Gruñendo dolorido, se derrumbó sobre el bote mientras los dos horrores golpeaban el lugar donde había estado hacía un segundo. La barca zozobró cuando los monstruos golpearon sus costados. Con un chapoteo las criaturas se sumergieron de nuevo, igual que la ametralladora de McCann, que se perdió en la negrura del lago.

Como enormes cobras, los dos monstruos volvieron a sacar la cabeza del agua, Los colmillos brillaban como dagas contra la débil luz de la linterna. Criadas en el estanque de sangre del Nosferatu, aquellas rémoras poseían una inteligencia sobrenatural. Les dominaba un loco deseo de destruir a cualquiera que invadiera su guarida.

Gruñendo furiosa, Alicia soltó los remos. Señaló con sus manos directamente a las criaturas, concentrando su inmensa voluntad. Chispas brillantes surgieron de sus dedos, convirtiéndose en bolas de fuego a medida que avanzaban. Las llamas golpearon en la garganta a los monstruos, que siseando agónicos se sumergieron bajo la superficie del lago.

—Rémoras —escupió McCann iracundo desde el fondo del bote—. Hay decenas de ellas repartidas por todo el estanque. Son enormes.

—Imposible —dijo Alicia—. Son peces tropicales. Necesitan aguas templadas. Tuve algunas en una pecera hace unos años.

—Díselo a ellas —respondió McCann, sacudiendo la cabeza para aclarar sus pensamientos. Aferró los costados del bote y trató de arrodillarse.

¡Hostia! --gritó Alicia mientras una serpiente de color rojo y plateado se lanzaba contra ella desde la derecha. Se giró mientras el fuego infernal surgía de sus dedos. Las chispas alcanzaron la piel del monstruo, pero no tuvieron mayor efecto. La criatura seguía avanzando. Al mismo tiempo, un ser verdoso y dorado apareció a un metro de la popa. Las fauces abiertas eran más grandes que la cabeza de Alicia. No había modo de esquivar ambos ataques, pero tampoco fue necesario. Moviendo las manos a una velocidad cegadora, Dire McCann atrapó al animal rojo y plateado unos centímetros por debajo de la cabeza. Tirando con todas sus fuerzas logró cambiar la dirección de la acometida del monstruo, cuya velocidad e inercia le impidieron detenerse. La boca golpeó el cuello del segundo atacante. Involuntariamente, la criatura cerró las fauces, hundiendo sus inmensos colmillos en los músculos desprotegidos de su víctima. Agitándose salvajes, los dos leviatanes se hundieron bajo la superficie.

»Eso ha sido impresionante —dijo Alicia con la cara blanca.

—Eso creo yo también —dijo McCann doblando los dedos—. No cuentes con que pueda hacerlo una segunda vez. Fue mucho más una cuestión de suerte que de habilidad.

—Las rémoras tropicales no hacen esos ruidos —dijo Alicia.

—Tampoco miden diez metros —replicó el detective—. Es sorprendente cómo estos estanques de sangre afectan a las cosas. —McCann observaba el agua oscura, totalmente en calma. Entrecerró los ojos—. Están bajo nosotros —dijo preocupado—. Cuento más de diez. Eso son muchas. Un buen montón de colmillos.

—Están comenzando a emerger —dijo Alicia—. No podremos derrotar a tantos de esos monstruos al mismo tiempo.

—No te infravalores —dijo McCann—. ¿Qué tal va tu control sobre la disciplina Temporis?

—Como siempre —respondió Alicia—. Puedo emplearla durante breves intervalos. Detener o cambiar el flujo del tiempo no es fácil, especialmente en un sitio así.

—Unos segundos serán suficientes para lo que necesito —dijo el detective. El agua a su alrededor comenzaba a agitarse. El bote tembló cuando los gigantescos cuerpos golpearon la madera—. Cuanto antes mejor.

Alicia inspiró profundamente. Las cabezas brillantes y lisas de siete monstruos emergieron, rodeando completamente la barca. El resto de las criaturas seguía bajo la superficie, tratando de destrozar la embarcación. Las gigantescas fauces se abrieron y las rémoras sisearon triunfantes. Repentinamente, el sonido cesó. El tiempo estaba congelado.

—Buen sentido de la oportunidad —dijo McCann. Su mirada brillaba de forma extraña y en su voz había un tono demoníaco—. Muy melodramático.

—Todo por ti —dijo Alicia, con la voz contraída por el dolor. Se humedeció los labios mientras el esfuerzo le obligaba a cerrar los ojos. El sudor comenzaba a caerle de la frente. Sus manos eran puños blancos—. Estamos más allá del tiempo, en una cronoburbuja. No puedo mantener este estado mucho tiempo. Si tienes algún plan, utilízalo ahora mismo.

McCann puso una mano suavemente sobre el agua inmóvil mientras el aire que rodeaba al bote parecía crepitar con vastas energías psíquicas.

—Ya está —dijo—. He terminado.

Alicia lanzó un suspiro de alivio. La realidad tembló mientras la burbuja de tiempo que les rodeaba se disolvía. El siseo mortal de los monstruos llenó la oscuridad, pero repentinamente se convirtió en un chillido. Las criaturas emitían un horrible sonido que ya no era de triunfo, sino de dolor.

Dire McCann rió con un sonido que no tenía ni remotamente nada de humano.

Una ola de calor sofocante cruzó el rostro de Alicia, haciéndole parpadear. Nubes de vapor inundaron el sótano mientras el agua alrededor del bote comenzaba a hervir. El olor de la carne y el músculo quemado lo inundó todo. Alicia tosió por unos instantes antes de alejar mentalmente el hedor de sus fosas nasales. Miró asombrada a los atacantes. Los ojos negros y muertos se hundían poco a poco en las profundidades del lago subterráneo. De algún modo, con un toque de su mano, McCann había matado a todas las criaturas que rodeaban el bote.

—Los he cocido vivos —dijo el detective, respondiendo a la pregunta muda de Alicia. Sonrió—. La burbuja temporal me dio el tiempo necesario para enfocar mis pensamientos sobre las moléculas del agua. Cuando liberaste el campo, el líquido se calentó en cuestión de milésimas de segundo. Nada vivo podría haber sobrevivido en ese caldero. Generar calor no es difícil si ya estás acostumbrado a manipular el clima. Lo verdaderamente difícil fue conseguir que el bote no ardiera en llamas.

—Sopa de rémora —dijo Alicia—. Creía que había agotado mi capacidad de asombro, McCann, pero tú consigues sorprenderme sin esfuerzo.

—Eso intento —dijo el detective. Señaló hacia la derecha—. La corriente parece desaparecer en esa dirección. Ahí es donde sentí la ruptura en el muro del sótano. Más allá hay un túnel y una playa. Debe ser la entrada a las catacumbas.

—Se ha evaporado el agua suficiente como para que puedas sentarte —dijo Alicia—. ¿Te apetece intentarlo con los remos?

El detective sonrió.

—Lo has hecho tan bien que no quiero privarte del privilegio de seguir tú. Llegados a una cierta edad, el ejercicio es muy saludable. —Alicia le perforó con la mirada. El detective cogió rápidamente los remos, que sorprendentemente habían sobrevivido al ataque sin quedar convertidos en astillas—. Tú navegas, yo remo.

El rastro del vapor les llevó hasta una estrecha abertura en la cimentación de hormigón. El hueco era de un metro y medio y estaba a unos treinta centímetros por encima del nivel del agua. Con cuidado, el detective alzó los remos. Iba a ir muy justo.

—Agáchate —dijo reclinándose en la proa del bote. Extendió el brazo, asió el borde de la abertura y tiró hacia ella. La madera arañó el hormigón mientras la barca se deslizaba bajo la pared rota y se introducía en la oscuridad que había al otro lado—. No fue tan mal —dijo McCann incorporándose.

En aquel lugar el techo era más alto. Recorrió la zona con la linterna. Estaban en una pequeña caverna de unos seis metros de anchura por diez de longitud. El terreno ascendía poco a poco y el lago terminaba en un dedo de barro de pocos metros cuadrados. Al otro extremo de la cueva había una abertura oscura que solo podía ser la entrada a las catacumbas.

—Hay una argolla de hierro metida en el suelo —dijo Alicia—. Evidentemente, no somos los únicos que hemos venido por aquí. No es la primera vez que se emplea este lugar para entrar en los túneles.

—O puede que se trate de un punto por el que abandonarlos —dijo Dire McCann—. Mantener a esos monstruos vivos y salvajes requiere de una cantidad pequeña pero constante de la sangre de Phantomas. Debe venir con frecuencia al lago para alimentarlas. Después puede salir por el Teatro de la Ópera.

—Con sus poderes de Nosferatu, salir no sena mucho problema —dijo Alicia—. Su presencia en el lugar desde hace un siglo debe haber contribuido a las numerosas leyendas sobre el Fantasma de la Ópera. Piensa en ello. Phantomas de la Ópera. Suena melodramático. Parece casi una ópera en sí misma.

—Buen título para una novela de intriga —dijo McCann mientras dirigía el bote hacia la playa. Saltó a tierra y aseguró el cabo a la argolla metálica—. Ya estamos. Las catacumbas nos esperan. ¿Estás lista?

Alicia salió del bote y tomó la linterna.

—Es una pena que hayamos perdido tu arma. Un estanque de sangre aquí indica que a Phantomas no debe gustarle la vida social. Es probable que haya otros monstruos más adelante.

—Trabajando como un equipo podemos enfrentarnos a todo —dijo McCann.

A lo lejos, en la absoluta oscuridad de las catacumbas, algo aulló. Se trataba de un sonido agudo e inhumano de una absoluta locura que rebotó una y otra vez en las paredes de la caverna. Un minuto, dos minutos, cinco minutos siguieron con terrorífica intensidad, impidiendo que McCann y Alicia pudieran avanzar. El sonido era la demencia destilada, y tanto el detective como la mujer conocían su origen.

—¿Gorgo? —preguntó McCann con expresión perpleja—. ¿La Que Aúlla en la Oscuridad está aquí, en las catacumbas? Creía que ese monstruo estaba en Argentina.

—Se me olvidó comentártelo —dijo Alicia con un suspiro—. Es una larga historia, pero has acertado.

El detective sacudió la cabeza.

—No me sorprende demasiado —dijo—. Los Nictuku siguen las órdenes de Absimiliard que les obligan a destruir a los Nosferatu más poderosos del mundo. Desde luego, Phantomas pertenece a ese grupo. Es un objetivo natural, y Gorgo era la más determinada de todos ellos. Antes o después hubiera venido a por él. Ojalá hubiera decidido hacerlo una noche diferente.

—Más nos vale que demos con Phantomas de inmediato —dijo Alicia apuntando al túnel con la linterna—, antes de que lo haga Gorgo.

—Sí. —Dijo McCann—. En caso contrario, no quedará mucho que encontrar.