Newark, Nueva Jersey: 1 de abril de 1994
—El mayor enemigo al que se enfrenta el Sabbat —dijo Alicia Varney—, procede de su propio seno. Es su propia actitud hacia la humanidad. Por eso la secta nunca logrará el poder total.
—¿Eh? —dijo Roland Jackson, su ayudante, su guardaespaldas ocasional y su audiencia permanente—. ¿Le importaría explicarse más claramente? Por lo que he visto hasta ahora de esos personajes, parecen valerse perfectamente por sí mismos.
Se encontraban en la Autopista 7 de camino hacia el aeropuerto de Newark. Jackson conducía. Iba solo en la parte delantera, aunque en el asiento contiguo descansaba una pistola del .357 Mágnum, totalmente cargada y con el seguro quitado.
En el asiento tras el del pasajero se sentaba Alicia. Sostenía una escopeta de cañones recortados del 12 con alimentación automática que disparaba grandes cargas explosivas. Ni ella ni Jackson esperaban problemas, pero en caso de que surgieran estaban preparados para hacerles frente de inmediato.
Los tiroteos entre coches llenos de pandilleros rivales eran comunes en la zona de Newark. La mortandad en este tipo de enfrentamientos era tan alta que se había convertido en la principal causa de muerte en la autopista, superando a las colisiones múltiples. En inferioridad numérica y armamentística, la policía no solía patrullar las carreteras con sus vehículos. Cuando surgía una emergencia importante acudía con transportes blindados o helicópteros de la Guardia Nacional. Había una guerra en las calles, y las autoridades no podían hacer nada por detenerla.
Alicia reaccionaba frente a la desaparición de la ley y el orden del mismo modo que con cualquier otro problema. Aceptaba la situación tal y como se presentaba, asumía lo peor y se preparaba para ello. El coche que conducía Jackson era uno de los muchos propiedad de Industrias Varney, y estaba construido con un polímero ligero y casi indestructible empleado en las naves espaciales. Un proyectil de Bazooka apenas arañaría la pintura.
En el interior, el vehículo albergaba todo un arsenal y munición capaz de mantener en marcha una guerra en varias naciones de Centroamérica. Jackson prefería el revólver Mágnum, pero como ex-Boina Verde está entrenado en el uso de cualquier artefacto destructivo.
A Alicia le gustaba el tacto de la escopeta. Cuando disparaba a alguien lo hacía para que no se volviera a levantar. Con el cañón recortado la precisión no era muy alta, y para lograr resultados había que disparar a muy corta distancia, que era exactamente como a ella le gustaba pelear.
No parecía muy probable que una guerra de bandas estallara en la autopista a las once de la mañana, pero no dejaba nada al azar. Esperaba lo inesperado, por lo que nadie podía sorprenderla.
—A los miembros del Sabbat les gusta creerse los señores de la creación —declaró—. Ven a los humanos como a ganado, no como a seres inteligentes y racionales. El camino más rápido hacia el desastre es subestimar a tus adversarios.
—Qué me va a decir —dijo Jackson con una risa desagradable—. Serví con nuestras fuerzas en Vietnam, ¿recuerda?
—Muchos de los vampiros del Sabbat poseen poderes increíbles —dijo Alicia—, pero tienen muchas cosas en contra. La fuerza bruta es inútil cuando te enfrentas a alguien que te supera en diez mil a uno. Los humanos pueden ser muy peligrosos cuando se les provoca. La negativa de los Cainitas a aceptar la realidad les hace vulnerables. —Sonrió—. Hoy, por ejemplo, pienso explotar esa debilidad particular dejando el país.
—Me preguntaba sobre ello —respondió Jackson mientras tomaba la salida que indicaba Aeropuerto. La terminal se encontraba en el centro de dos círculos concéntricos diseñados sin pensar en la seguridad del tráfico. Para recorrerlos era necesario tener nervios de acero—. Considerando lo ansiosa que está Melinda por dar con usted, supongo que habrá situado agentes en todos los puntos principales de salida.
—Estoy convencida de que ha hecho exactamente eso —dijo Alicia—. Sin embargo, durante el día sus fuerzas menguan. Las tropas de la regente con el sol en el cielo son mínimas. ¿Recuerdas lo que te dije después de rescatarte de ellos? El Sabbat, al contrario que la Camarilla, no emplea muchos ghouls. Para ellos, eso sería como si lo mortales emplearan animales de granja como agentes. Siguiendo el mismo razonamiento, el culto tampoco se ha infiltrado en el gobierno, la policía o los medios de comunicación hasta el punto en el que lo han hecho sus rivales, de modo que Melinda no puede manipular a estas organizaciones tan poderosas en su caza. No hay duda de que en la terminal habrá varios de sus agentes, ya que hasta el Sabbat tiene recursos mortales. Utiliza camellos, bandas proscritas y policías corruptos cuando son necesarios, y estoy segura de que habrá ghouls en los tres principales aeropuertos metropolitanos. También vigilarán las estaciones de tren y de autobús, pero no será un problema encargarse de ellos.
—¿Las llamadas que hizo ayer por la tarde? —preguntó Jackson mientras entraba en un estacionamiento de larga duración en el exterior de la terminal internacional y aparcaba el coche.
Alicia asintió mientras abría la puerta.
—Digamos que me gusta emplear todos los recursos disponibles, Señor Jackson. Melinda sabe que controlo Empresas Varney, pero no conoce mis vinculaciones con el crimen organizado. Tampoco sabe hasta dónde llega mi influencia. Va a aprenderlo por las duras...
Se dirigieron hacia la planta de salidas con Jackson a la cabeza. Asumiendo que entre las manadas del Sabbat de la región circulaban fotos suyas, los dos habían hecho ligeros retoques en su aspecto. Siguiendo la teoría que decía que el mejor disfraz era llamar la atención, ella se había teñido con un brillante tono platino. Vestía un traje de color plateado y brillante y caminaba sobre tacones de doce centímetros, atrayendo las miradas de todos los ocupantes de la terminal. Sin embargo, nadie reparaba en su parecido con Alicia Varney, la magnate de los negocios desaparecida.
Jackson se había afeitado la cabeza y vestía unos amplios pantalones hip hop y una camisa a juego. Alrededor del cuello llevaba una cadena de plata con una gran cruz de Malta. Alicia le había pedido que vistiera de rosa y púrpura, pero tras ver la expresión de su cara lo había dejado pasar. Con unas gafas oscuras y un permanente gesto preocupado, Jackson recordaba a una madura estrella del rock.
—Nuestro vuelo parte en menos de una hora y veinte minutos —le dijo a Alicia tras comprobar el panel—. He facturado nuestro equipaje y he confirmado los asientos por teléfono. Es increíble cómo coopera el personal de las líneas aéreas cuando sabe que tienes montones de dinero.
—La riqueza es poder, Jackson —dijo Alicia con tranquilidad—. No dejes que nadie te haga pensar lo contrario. El dinero lo cambia todo. —Se detuvo unos instantes—. ¿Ya has visto alguna cara familiar?
Las arrugas del rostro de su ayudante se profundizaron.
—Creía que las gafas me emborronaban la vista. Por el tono de su voz asumo que veo perfectamente. Tengo la sensación de estar en una convención del Sindicato. Este lugar está hasta arriba de matones del Sur y del Medio Oeste.
—La magia de los transportes modernos —dijo Alicia aparentemente satisfecha—. Casi todos estos hombres y mujeres no saben nada sobre vampiros. Ignoran la guerra que se libra entre la Camarilla y el Sabbat. No son más que ganado, peones sin importancia en el gran esquema de las cosas.
Jackson rió entre dientes, comprendiendo al fin dónde quería ir Alicia.
—Son peones armados con todo un arsenal moderno.
—Una interesante observación —dijo Alicia—. Vayamos arriba, a la cafetería de la segunda planta. Dentro de unos minutos las cosas van a ponerse interesantes, y no quiero perderme nada.
Alicia insistió en pedir champaña, el mejor disponible. Pagó en efectivo. Jackson, de paladar menos refinado, prefirió una cerveza y unos aperitivos salados. Su mesa en el vestíbulo superior les permitía contemplar toda la terminal. Era una vista impresionante.
—He contado veintidós caballeros y seis damas que, creo, podríamos decir que sienten simpatías hacia Empresas Varney —dijo Jackson bebiendo su Michelob directamente de la botella—. A juzgar por el equipaje que llevan, parece que alguien bien informado les advirtió de que los ghouls pueden soportar un gran castigo antes de rendirse.
—Fui bastante clara en ese punto —dijo Alicia—. La expresión tierra quemada surgió varias veces a lo largo de mis conversaciones con los jefes del Sindicato. Probablemente todos crean que soy una loca sanguinaria —añadió sonriendo—. Me da igual. Nunca molesta que los subordinados consideren que su jefa es una puta loca, brutal y despiadada.
Dio un sorbo a su champaña.
»Fue mucho más fácil encargarse de la Sociedad de Leopoldo, ya que no hizo falta ser tan tímida. Ellos mismos se animaban. Se pusieron de lo más contentos cuando empecé a darles nombres y lugares.
Jackson sacudió la cabeza.
—¿Ha hecho un trato con la Inquisición? ¿Con la puta Inquisición?
—Les dije que se trataba de una pequeña ofrenda anónima de una creyente descarriada que había visto al fin la luz —respondió Alicia con expresión de angelical inocencia—. Les proporcioné los verdaderos nombres y refugios de unos cuantos vampiros menores que sirven a la regente en la zona de Wall Street. —Alicia dio otro sorbo a su bebida.
»Lo más complicado fue dar con gente que pudiera distinguir a un ghoul entre la multitud, pero lo conseguí. Reunir la potencia de fuego necesaria fue sencillo. Los negocios están algo flojos últimamente y todo el mundo necesita trabajo.
Un capa de hielo cubrió la visión de Alicia mientras su voz se hacía gélida.
»Hay que enseñarle a Melinda que Manhattan no es Méjico D.F. El Sabbat no tiene un control tan fuerte sobre los suburbios como a ella le gusta creer. Esta demostración será un pequeño golpe a su confianza.
—¿Cuándo se espera que comience la diversión? —preguntó Jackson.
Alicia miró su reloj.
—La guerra empieza... ya. Observa.
El rugido de los disparos casi ahogó la última palabra.
La guerra de bandas llegó hasta el aeropuerto de Newark de forma espectacular. Cuando el reloj sobre la terminal anunciaba el mediodía (Jackson suponía que se trataba de un toque de humor de Alicia), más de veinte asesinos del Sindicato sacaron de sus bolsas una increíble variedad de pistolas, subfusiles y escopetas. Inmediatamente rodearon a siete objetivos determinados repartidos por toda la terminal y abrieron fuego.
Las víctimas incluían a un mecánico, una encargada de facturación, dos vagabundos e incluso una monja con el hábito encima. Lo único que relacionaba a todas las víctimas era una cierta extrañeza en sus rasgos, una mirada poco natural, casi bestial, que se hacía más evidente cuando las ropas que llevaban eran destrozadas por la lluvia de balas.
Las alarmas y sirenas saltaron por todo el aeropuerto, pero los asesinos las ignoraban, poniendo toda su atención en sus objetivos. Sorprendentemente, aunque dos de las víctimas cayeron, aún había cinco que se mantenían en pie. Tres de ellos tenían armas propias y estaban devolviendo el fuego. La monja sujetaba a un hombretón del cuello y lo estaba estrangulando. El mecánico había dejado inconscientes a golpes a dos de sus atacantes, y empleándolos como escudo se dirigía hacia la salida.
—La sangre Cainita proporciona a los humanos una fuerza y una resistencia extraordinarias, Jackson —dijo Alicia con tono casual mientras terminaba la champaña—. Sin embargo, no concede la inmortalidad.
Como respuesta a estas palabras, media decena de hombres surgieron de detrás de las cabinas telefónicas junto a la entrada de la terminal. Los ojos de Jackson se abrieron atónitos cuando vio los depósitos de combustible que llevaban atados a la espalda y las boquillas que sostenían en las manos.
—Lanzallamas —declaró sacudiendo la cabeza asombrado mientras una muralla de fuego se tragaba al mecánico y a sus dos prisioneros. En operaciones como aquella no había tiempo para misiones de rescate... ni para la misericordia. El olor de la carne chamuscada inundó el lugar—. ¿Cuánto ha costado esta operación?
—Contando los equipos similares apostados en todos los aeropuertos y estaciones de tren y autobús, digamos que unos veinte millones de dólares —respondió Alicia mientras trataba de que le sirvieran más champaña. El camarero, como todos los demás clientes, parecía hipnotizado por el holocausto que se desarrollaba en el vestíbulo—. El servicio de este lugar es mediocre. Recuérdame que no deje propina.
—¿Veinte millones de dólares? —repitió Jackson mientras la monja se convertía en cenizas ante los inmisericordes lanzallamas. Fue el último de los ghouls en morir. Siete montones de huesos ennegrecidos marcaban el lugar donde había caído cada uno de ellos—. Ha sido una lección cara.
Reuniendo a los heridos y abandonando a los muertos, los asesinos del Sindicato desaparecieron por las puertas principales del aeropuerto. El reloj que colgaba del techo señalaba las doce y cinco. Los primeros policías llegaron al lugar diez minutos después.
—Ha valido cada penique —respondió Alicia—, aunque dudo que tenga mucho efecto en la jerarquía del Sabbat. Nunca aprenden. Sin embargo, Melinda recibirá el mensaje. Ella es la que importa. —Dio un cachete amable a Jackson en la mejilla—. Nuestro balance de resultados no se verá afectado. El mensaje circula por las calles. Mañana, las prostitutas de todo el país aumentarán en dos pavos sus tarifas, la protección será un dólar más cara y los préstamos aumentarán otro uno por ciento. Considéralo una tasa educativa —dijo riendo—. Lo mejor de las actividades ilegales es que se pueden ajustar todas las variables en cualquier momento. —Apartando su silla de la mesa, se puso en pie—. Más vale que nos movamos. No quiero llegar tarde a nuestro vuelo.
—¿Cree que las autoridades van a permitir despegar algún avión después de esta carnicería? —preguntó Jackson.
—Por supuesto —respondió Alicia con rostro sorprendido e inocente. Frunció el ceño, pero su mirada era divertida—. ¿Y por qué no iban a dejar? Evidentemente, lo que hemos presenciado no tiene nada que ver con las operaciones en este aeropuerto. Sospecho que se trataba del comienzo de una gran guerra de bandas entre familias rivales de la Costa Este. Probablemente tuviera algo que ver con el control del mercado de la droga. Según los periódicos, con esas cosas se gana una fortuna. De hecho, me inclino a pensar que escenas como ésta se habrán producido esta misma mañana por toda el área metropolitana.
Jackson contuvo el aliento.
—No me extrañaría que los pocos cuerpos que la policía pueda identificar resulten ser conocidos hampones.
Alicia asintió.
—Apostaría por ello, señor Jackson. Es terrible lo que estos jefes mafiosos pueden hacer por dinero. Son unos avariciosos hijos de puta.
—He oído una extraña teoría —dijo Jackson—, según la cual ciertos miembros del FBI creen que una sola mente criminal controla todas las grandes operaciones del Sindicato en el país. Esta nueva guerra de bandas debería acallar esos rumores durante un tiempo.
—Eso espero —dijo Alicia mientras salían del bar—. ¿Quién puede ser tan ingenuo como para creer que un solo hombre puede ser tan poderoso?
—¿Un hombre? —preguntó Jackson mientras bajaban por la rampa hacia las puertas de embarque—. ¿Quién ha hablado de un hombre? Casi todas estas teorías, basadas en informes sin confirmar de diferentes soplones, sospechan que es una mujer la que se encuentra detrás de este imperio criminal.
—Qué intrigante —dijo Alicia con una sonrisa—. Un señor del crimen con faldas...
—O un traje plateado —respondió Jackson tranquilamente.
Los dos rieron.
—Por cierto —señaló Jackson mientras se acercaban a su puerta—, ¿por qué volamos a Francia?
—La reunión se fijó hace una semana —dijo Alicia—. Tengo una cita con un amigo en un café cerca del Teatro de la Ópera. Es nuestro lugar favorito, y no quiero llegar tarde.