París: 4 de abril de 1994
—Nunca antes había visto París —dijo Elisha. Miraba con ojos asombrados a toda la gente que pasaba por delante del café—. Hay muchísimas personas para ser esta hora de la noche.
Madeleine sonrió.
—En realidad, las aceras parecen más vacías de lo habitual. Hace décadas, cuando el Teatro de la Ópera seguía en funcionamiento, después de los espectáculos era imposible caminar por la zona.
—¿Has estado aquí antes? —preguntó el mago.
—Muchas, muchas veces —respondió la vampira—. Los negocios familiares me trajeron a la Ciudad de las Luces muchas veces entre las dos guerras mundiales. Había tratos que hacer, contratos que negociar, enemigos que eliminar... París y yo somos viejos amigos.
Elisha tembló al pensar en las palabras de Madeleine. A veces casi olvidaba que no era tan joven como aparentaba... y que su profesión era matar a los enemigos de su clan.
La Giovanni abrió los ojos disgustada. Extendió el brazo y puso una mano fría sobre la de él.
—Por favor, Elisha, no me odies por lo que soy. El honor de mi familia es lo único que me importaba. Hasta que te conocí.
—¿Puedes leer mi mente? —preguntó sorprendido. No apartó las manos—. ¿O simplemente soy evidente?
—Eres muy evidente para alguien acostumbrado a leer los cambios más sutiles en la expresión —dijo Madeleine con una leve sonrisa—. La tuya no es difícil de comprender. Pocos mortales son tan honestos con sus sentimientos.
—Soy bastante ingenuo, ¿no? —dijo Elisha, sintiéndose estúpido—. Decididamente, ni romántico ni atractivo, especialmente comparado con los hombres sofisticados que habrás conocido a lo largo de los años.
Madeleine rió, aplaudiendo de alegría. El ruido atrajo miradas de algunos clientes del Café, que al ver de quién se trataba, apartaban rápidamente la mirada. Aquella mujer de negro exudaba una extraña sensación peligrosa. Prestarle atención no parecía una buena idea.
—Tu impresión sobre mí —dijo—, está alterada por tu afecto. Mi existencia como la Daga de los Giovanni no es ni romántica ni satisfactoria. Casi todos los mortales me temen, Elisha, ya que presienten mi verdadera naturaleza. Aquellos con los que me encuentro en el transcurso de mis misiones no suelen tener la oportunidad de deslumbrarme con su encanto. Suelen estar demasiado ocupados suplicando una misericordia que no les otorgo. Los clanes de la Camarilla, siempre en guerra, odian a los Giovanni, ya que temen todo aquello que no pueden comprender. Como nos relacionamos con la humanidad y tratamos a los mortales con respeto, el Sabbat nos considera traidores a la raza Cainita.
Se detuvo un momento.
»Dentro de mi propio clan soy una proscrita y una paria. Atados por tradiciones y creencias de hace muchos siglos, casi todos los miembros de la familia Giovanni consideran a las mujeres inferiores. Muy pocas somos Abrazadas, y son menos aún las que reciben posiciones de autoridad. Aunque nadie se atreve a mostrar abiertamente su descontento, temiendo la ira de mi abuelo, hay muchos a los que les gustaría verme destruida. Soy demasiado poderosa para sus gustos y sospechan que algún día sucederé a mi sire como maestra del Mausoleo. —Sonrió—. La idea es tentadora, aunque solo sea por ver sus caras horrorizadas antes de que los pase a cuchillo.
Elisha se humedeció nervioso los labios. Madeleine solía hablar de un modo que encontraba desconcertante.
»Lo siento —dijo la vampira, evidentemente reparando en su expresión—. No pretendía asustarte. No eran más que ideas pasajeras. Mi abuelo es una figura temible que disfruta del control que tiene sobre el clan. No hay muchas posibilidades de que llegue a entregarme algún día su posición, y es más difícil aún que yo aceptara.
—No me preocupaba —dijo Elisha, aunque tras unos segundos se encogió de hombros—. Bueno, puede que un poco.
Madeleine ladeó la cabeza y sonrió.
—Tu vaso está vacío —dijo, cambiando abruptamente de tema. Estaba claro que no tenía muchas ganas de hablar sobre la política interna de su clan—. ¿Quieres otra coca-cola?
—Sí, por favor —dijo Elisha—. Y algo para comer. Estoy harto de la comida del avión.
—Tenía un aspecto horrible —respondió Madeleine—. Hasta para mí. Te pediré algo de postre. El pastel de cacao y pasas con yogur helado y ralladura de naranja es muy famoso. Estoy segura de que te gustará.
Elisha asintió. Por suerte, Madeleine hablaba francés, así como otros once idiomas aparte de su italiano nativo. Sus propios estudios se limitaban al hebreo y al inglés, así como a un poco de latín. Mientras ella hablaba con el camarero se dedicó a observar el paseo atestado. Ahora parecía haber más gente aún que antes.
—Por si estás pensando en ello —dijo Madeleine suavemente para que solo él lo oyera—, hay cuatro vampiros a distancia de ataque. Dos están sentados en una mesa del café y la otra pareja no deja de andar de un lado para otro, pasando a unos cuatro metros por la acera. También hay once ghouls fuertemente armados en las cercanías, algunos en el restaurante y los demás caminando por la calle. Les apoya más de una decena de humanos normales que deben ser pistoleros de la Mafia.
La boca de Elisha se secó repentinamente.
—¿Estás segura de que nos buscan?
—Según lo que dijeron la señorita Varney y el señor Jackson, no puedo imaginar a quién más querrían. Su líder, Don Caravelli, suele verlo todo en términos de blanco y negro. Éxito o fracaso. Estoy segura de que sus secuaces no quieren defraudarle. Una vez confirmen la identidad de Dire McCann y Alicia Varney atacarán. No tardarán mucho.
—¿En una calle atestada como ésta? —preguntó Elisha.
—Las vidas inocentes no significan nada para esa escoria —dijo Madeleine—. Asegúrate de disfrutar de tu pastel de cacao con pasas. Es más que probable que esta comida sea la última que pruebes en algunas horas. Por eso creo que es mejor que comas ahora. Una vez comience la pelea, dudo que tengas tiempo para picar nada.
Elisha miró a Dire McCann y Alicia Varney. El detective y la dama parecían estar absortos en su conversación. Ninguno de los dos prestaba atención alguna a su entorno.
—Son conscientes de la presencia de sus enemigos —dijo Madeleine, siguiendo la mirada de Elisha—. No dejes que su aspecto despreocupado te engañe. Los dos están listos para el combate, igual que Flavia y el señor Jackson. Cuando comience el combate reaccionarán de inmediato.
—Lo que no comprendo es por qué se reúnen aquí, en espacio abierto, sabiendo que sus enemigos les están buscando.
—Dos motivos —respondió Madeleine—. Primero, es evidente que tienen asuntos importantes que discutir sin demora alguna. Vayan donde vayan, es más que probable que sean detectados y atacados. Es más fácil ocuparse del asunto ahora y preocuparse más tarde del peligro.
Elisha se encogió de hombros.
—Puede ser —dijo—. No estoy seguro de que tenga mucho sentido. ¿Cuál es el segundo motivo?
—Nunca debes olvidar que Dire McCann y Alicia Varney están actuando, de algún modo desconocido, como agentes de dos de los más poderosos vampiros que nunca hayan existido: Lameth, el Mesías Oscuro, y Anis, Reina de la Noche. Como Matusalenes, estos Cainitas poseen poderes casi divinos. Están muy cerca de la inmortalidad. Como jugadores de la Yihad, se consideran a sí mismos amos secretos del mundo. Ninguno de los dos está muy capacitado para el compromiso. —Madeleine sonrió y siguió.
»He visto ese mismo tipo de desorden de la personalidad en mi propio sire, mi abuelo Pietro Giovanni. Los seres tan poderosos se niegan a amedrentarse por las acciones de los demás. Cuando se les amenaza, en vez de proceder con cautela se vuelven desafiantes, y a menudo enojados. Los dos saben que están en el centro de una trampa de la Mafia, pero no les preocupa. A pesar de su sabiduría, son sorprendentemente arrogantes. Nada les asusta.
—Es difícil imaginar a Dire McCann desconcertado —dijo Elisha pensativo—. Siempre parece tan... preparado.
Madeleine asintió.
—Eso es exactamente lo que quería decir —dijo—. Su autoconfianza suprema no deja sitio para la negociación. Por eso la Muerte Roja es tan implacable en sus intentos por destruirlos a los dos. Entre los Matusalenes no hay lugar para la tregua. —La Daga de los Giovanni sonrió.
»Como no tenemos voz alguna en esta situación, es mejor aceptarla de buen grado. Aquí están tu pastel y tu coca-cola. Espero que no sea una combinación demasiado dulce. No soy precisamente experta en asuntos culinarios. —Madeleine observó atentamente a Elisha mientras éste se llevaba a la boca un trozo del pastel. Su mirada siguió cuidadosamente cada movimiento de la mandíbula. El joven parecía totalmente ignorante de su atención—. Come con tranquilidad —dijo.
Durante los siguientes cinco minutos, Elisha se concentró en su comida. El postre era extremadamente dulce, pero delicioso.
El pastel era todo un alivio después de la carne misteriosa que le habían servido en el vuelo desde Suiza. Mientras tanto, Madeleine mantuvo una charla continua, describiendo algunas de sus aventuras en París durante la ocupación Nazi. Cuando el mago terminó con su comida, ya se sabía toda la historia sobre la desaparición de tres obras maestras "perdidas" de los museos de París, y de cómo su recuperación puso fin a un intento secreto de los alemanes para invadir Inglaterra. Era una aventura emocionante, y estaba totalmente seguro de que era cierta.
—Entonces, ¿nunca devolviste los cuadros a las autoridades apropiadas? —preguntó, lamiendo de su cuchara los últimos restos de yogur helado y ralladuras de naranja.
—Las autoridades apropiadas, como tú las llamas, eran en aquel momento una banda degenerada de colaboracionistas y traidores —dijo Madeleine—. Darles las pinturas hubiera sido tan malo como entregárselas a los Nazis. Antes hubiera preferido quemarlas. —Sonrió—. Los tesoros decoran las paredes de mi habitación en el Mausoleo. Tres cuadros maravillosos a cambio de la seguridad de Inglaterra. Creo que fue un precio justo para la nobleza de Francia.
—No estoy seguro de que todos los franceses estén de acuerdo contigo en estos tiempos turbulentos —dijo Elisha—. Ahora casi todos parecen odiar a los ingleses. Y a los estadounidenses, ya puestos.
—Tratar de comprender los nacionalismos modernos —respondió Madeleine—, es como intentar entender las afiliaciones de los clanes Cainitas. Tiene sentido para los involucrados, pero para los demás no es más que una locura. Un ámbito de lealtades es más que suficiente para mí.
—Por cierto —comentó el mago de forma casual—. ¿De qué hablaste con Rambam y Judith la otra noche, antes de que te reunieras con nosotros en el restaurante?
Madeleine abrió los ojos sorprendida, pero no evitó la pregunta.
—Asuntos de vida o muerte —respondió sin titubeos—. ¿Cuándo comprendiste la verdad?
—Inmediatamente —dijo el joven sonriendo—. He pasado la mitad de mi vida en esa casa con Rambam. Cuando un extraño entra, siento su presencia, aunque me encuentre en otra parte. Supe que Judith y tú estabais allí. ¿Por qué no me lo dijiste directamente? ¿Era un secreto?
—Pensé que era mejor no hablar de esa conversación en particular hasta que no hayamos terminado con la Muerte Roja —dijo Madeleine—. Si ese monstruo vence, mi charla con Rambam no tendrá significado alguno. El mundo tendrá problemas mucho más urgentes de los que preocuparse. Si derrotamos al Matusalén te prometo que te revelaré todo lo que se dijo.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando —dijo Elisha confundido. Parecía a punto de reír y de llorar, como si no pudiera decidirse.
—Ya lo sé —respondió Madeleine nerviosa—. Por favor, Elisha, debes dejar ese asunto. —La vampira cerró sus dedos sobre los de él. Sus manos eran como el hielo—. Rambam y yo hablamos del futuro, Elisha. De un futuro que nunca hubiera creído posible. Eso es todo lo que puedo decirte. Si te importo, no me preguntes más.
—M-me importas —respondió el mago con voz temblorosa—. Pero no entiendo por qué no puedes revelarme lo demás.
—En este mundo —respondió Madeleine con una leve sonrisa—, no todas las conversaciones deben compartirse. A ver si entiendes esto. A veces los actos hablan más alto que las palabras.
Poniéndose en pie, Madeleine se inclinó sobre la mesa y besó a Elisha ligeramente en los labios. Su boca era fría, pero a él no le importó.
—No te mentiré jamás —dijo la vampira suavemente mientras volvía a echarse hacia atrás—. Si tienes que conocer la verdad te la dire, pero te ruego que no me lo pidas.
—Cuando me envió en busca de Dire McCann, Rambam me advirtió que nunca creyera en nadie, especialmente en los Vástagos. Me dijo que el mundo estaba lleno de mentiras, y que el engaño abundaba. —Miró fijamente a los ojos de Madeleine—. Sin embargo, a pesar de todos sus consejos, mi maestro también me dijo que cuando todo lo demás fallara confiara en mi corazón. —Sonrió—. Odio no saber todas las respuestas, pero sobreviviré. Guarda tus secretos, al menos hasta que derrotemos a la Muerte Roja.
Una lágrima de sangre negra cayó por la mejilla derecha de Madeleine. Se dio cuenta y se la limpió.
—No puedes imaginar cuánto...
Nunca terminó la frase. Moviéndose con una velocidad y una elegancia inhumanas, se puso en pie y voló hacia una mesa cercana. Dos hombres de mediana edad, vestidos con ropas de noche, llevaban allí sentados los últimos veinte minutos hablando de la temporada de ópera y compartiendo una botella de vino de la casa. Aún estaban tratando de sacar sus armas cuando Madeleine cayó sobre ellos. Un giró de la muñeca partió el cuello del primer asesino con un claro chasquido. Su compañero murió en silencio, con los huesos de la cara aplastados por los mismos dedos exquisitos que acababan de limpiarse con delicadeza una lágrima.
La batalla en las calles de París había comenzado.