París: 5 de abril de 1994

Con las manos retorcidas temblando de miedo, Phantomas aferraba desesperado los papeles de fax que acababa de sacar de su centro de mensajes hacía cinco minutos

—Esto no me gusta —declaró, aumentando el volumen y el tono con cada palabra—. ¡No me gusta nada este giro de los acontecimientos!

A su alrededor, las enormes ratas de alcantarilla que compartían con él su reino empezaron a chillar como respuesta. Phantomas estaba conectado a miles de ratas de forma sutil mediante la disciplina vampírica conocida como Animalismo. Podía sentir sus emociones y obligarles a obedecer órdenes sencillas. Sin embargo, aquel vínculo funcionaba en muchas capas. Cuando él estaba enfadado o molesto, las ratas lo sentían. Aquella noche corrían enloquecidas por el suelo mientras su amo agitaba en el aire un puñado de papeles y gritaba impotente.

—¡Mirad esto! —chilló—. Mirad estos informes. Hace tres noches, once ciudadanos desaparecen en Marsella sin dejar rastro. ¡Once! ¡Desaparecidos sin dejar rastro! Nada de cuerpos. He cruzado sus nombres en los informes oficiales de la policía con los de mi enciclopedia. Todas las víctimas eran Vástagos, seis de ellos del clan Nosferatu,

»Un barco había atracado horas antes en el muelle procedente de Argentina. Parte de la tripulación estaba muerta y el resto no tenía recuerdos del viaje. Algo terrible viajaba a bordo. Trajeron un monstruo a nuestras costas, una criatura que amenaza la existencia de todos los vampiros de Europa, un horror que se acerca a París a toda prisa.

»La noche siguiente, seis vampiros se desvanecieron en Lyon. De nuevo, la mayoría eran Nosferatu. Uno de los desaparecidos era Rocholone, un Vástago de la Sexta Generación de gran poder. Según los informes policiales, el único acontecimiento extraño de la noche se produjo cerca de la medianoche, cuando cuarenta y siete ventanas se rompieron en el barrio en el que se produjeron las desapariciones. Nadie pudo explicárselo, aunque varias personas se quejaron de haber oído un chillido extremadamente agudo un instante antes del desastre.

Phantomas juntó las manos, aplastando los papeles.

»Un buen chillido es ése, vaya que sí —dijo, derrumbándose como una piedra sobre la silla frente a su monitor. Sus rasgos estaban retorcidos por el miedo—. Un aullido, más bien. Ese monstruo siempre aúlla en su momento de triunfo. Por eso se ha ganado su título: Gorgo, La Que Aúlla en la Oscuridad.

Miraba con ojos aterrorizados las paredes de bloques de cemento de su guarida subterránea.

»Anoche cayó sobre Fontainebleau. Según mis informes, solo dos Vástagos vivían en esa ciudad. Eran Toreador, por supuesto, artistas inmersos en sus recuerdos de la corte de Enrique II. Aún no se ha informado de su desaparición, pero las doscientas treinta ventanas destrozadas en el palacio aparecieron en las noticias de esta mañana. La voz de Gorgo es única en la Tierra. —Tiró los faxes al suelo y descansó su cabeza calva sobre las manos, apoyadas en la mesa.

»Fontainebleau está a solo cuarenta y cinco kilómetros de París. Es posible que la Que Aúlla en la Oscuridad ya esté aquí. No soy ningún estúpido. Absimiliard ordenó a los Nictuku que localizaran y destruyeran a los más poderosos antiguos del clan Nosferatu. Dos mil años de existencia me incluyen en esa categoría. Gorgo ha venido en mi busca. —Sacudiendo la cabeza desesperado, dio un puñetazo al teclado de su ordenador.

»Primero, la Muerte Roja trata de destruirme. Después envía a tres locos a mi guarida. Ahora me veo acosado por uno de los Nictuku. ¡No es justo! Lo único que quería era sentarme tranquilamente y trabajar en mi gran enciclopedia. No quería verme involucrado en modo alguno en la Yihad.

Las ratas chillaron dando su aprobación. Abatido, Phantomas se quedó inmóvil frente al monitor parpadeante. Las ratas eran las únicas que hacían sonido alguno. Pasó un minuto. Otro. Lentamente, el vampiro se enderezó.

—Es evidente —dijo el Nosferatu hablando a la enorme rata gris que se encontraba sobre la pantalla—, que mis deseos no significan nada para la Muerte Roja o los Nictuku. Es hora de que aprendan que no soy fácil de eliminar. Un soldado romano nunca se rinde. Mis enemigos podrán poseer grandes poderes, pero para destruirme tienen que entrar en mi guarida, y aquí, bajo las calles, reino supremo. —Comenzó a escribir febrilmente en el teclado con asombrosa velocidad.

»Se impone un rápido diagnóstico del sistema de seguridad —dijo, cobrando fuerza con cada palabra. Asintió satisfecho al ver aparecer en la pantalla las largas cadenas de símbolos. El Nosferatu comprendía aquel lenguaje informático con la misma facilidad con la que escribía.

»Todos los sistemas están operativos y funcionan a la perfección —declaró tras unos segundos—. Los sensores y unidades de sonido funcionan a la máxima eficiencia. Los sistemas suplementarios están listos. Los puentes están preparados. —Pulsó tres teclas—. Los muros están cambiando, adoptando el esquema catorce, el ciclo sin fin. Se han cerrado catorce salidas y han quedado seis abiertas. Las trampas disparadas por los Tres Impíos vuelven a estar operativas. Los muros destruidos han sido cambiados. No queda rastro alguno de su paso. —Tecleó cinco líneas de órdenes y asintió satisfecho al comprobar la respuesta inmediata.

»Es un plan digno del mismísimo Julio. Audaz, descarado y lleno de engaño. —El vampiro rió—. ¡Algunas lecciones no se olvidan nunca! ¡Ave, César!

Se puso en pie como si se hubieran activado unos muelles. Tres pasos le llevaron hasta una pared de la cámara. Extendiendo sus dedos alcanzando una extensión que ningún mortal o vampiro podía abarcar, presionó simultáneamente cuatro interruptores ocultos. Sin un solo sonido, la losa de ladrillo se deslizó hacia un lado, revelando un panel brillante lleno de luces electrónicas. Pulsó cinco interruptores, sonrió y devolvió a su sitio la sección del muro, asegurándose de que se había cerrado. Su segunda línea de defensa estaba preparada.

—Ahora debo descargar toda la enciclopedia en las copias de seguridad —confió a las ratas que le seguían—. No importa lo que me suceda a mí o a mi guarida, la información estará a salvo en otros doce puntos repartidos por el mundo.

Quince minutos después, el trabajo estaba concluido. Phantomas se sentía satisfecho. Se volvió hacia sus pequeñas compañeras.

—Un estúpido que sepa que es objeto de la atención de Gorgo huye, tratando de correr más rápido que su furia. Una elección errónea, ya que nadie puede escapar de lo inevitable. Un hombre sabio se enfrenta a su enemigo. Solo encarándonos con nuestras peores pesadillas podemos derrotarlas.

Las ratas asintieron con un chillido. El vampiro volvió a sentarse en la silla frente al monitor principal. Cualquiera que intentara entrar en las catacumbas pondría en marcha su plan maestro.

No quedaba más que esperar.

Estaba seguro de que Gorgo llegaría aquella noche. Sin embargo, la recepción iba a ser diferente a todo lo que hubiera conocido con anterioridad. La Que Aúlla en la Oscuridad iba a recibir una sorpresa... o eso esperaba Phantomas.