París: 5 de abril de 1994

Las puertas del Teatro de la Ópera estaban cerradas.

—No hay tiempo para sutilezas —dijo McCann, aferrando el pomo de uno de los elaborados portones. Giró la muñeca y el mecanismo saltó con un crujido—. Detrás de ti —dijo abriendo la puerta—. He neutralizado las alarmas, por supuesto.

—No esperaba menos —dijo pasando junto a él para entrar en el edificio—. Mientras tanto, yo me he encargado de que los diversos guardias apostados por el edificio estén dormidos. No despertarán hasta la mañana, así que podemos explorar sin interrupciones inesperadas.

McCann rió entre dientes.

—Formamos un excelente equipo de ladrones. Piensa en toda la diversión que nos hemos estado perdiendo estos años.

—Los allanamientos son una pérdida de tiempo —dijo Alicia mientras recorrían el paseo que conducía a la Gran Escalera—. El crimen organizado es mucho más rentable.

—Manipular los tipos de cambio en los mercados internacionales es aún mejor —replicó McCann.

Alicia sacudió la cabeza disgustada.

—A lo largo de los siglos has perdido el sentido de la aventura, McCann. ¿Qué emoción tiene intercambiar dinero?

—La emoción de la victoria —respondió el detective, volviendo a reír—. Algún día, el mundo será mío.

—Eso ya lo veremos —respondió Alicia, imitando su risa—. Mis planes... —Su voz comenzó a fallarle y se detuvo cuando llegaron al esplendor de mármol blanco de la Gran Escalera—. Había olvidado lo magnífico que es este lugar —dijo, con un claro brillo en los ojos—. Han pasado muchos años desde nuestra última visita.

—Recuerdo que una vez mencionaste haber estado en la noche de la apertura —dijo el detective—. Invitada por algún rey, ¿no?

—Por Alfonso XII de España —respondió Alicia observando las estatuas de las Musas que protegían la entrada a la planta principal—. Éramos amigos íntimos. —Lanzó una mirada al detective, retándole a hacer algún comentario. Sabiamente, McCann mantuvo la boca cerrada—. Aquélla sí que fue una noche —dijo apasionada—. Las escaleras estaban llenas con los ricos y famosos de todo París. El Presidente de la República, el Mariscal McMahon, estaba allí, así como el Lord Mayor de Londres, junto con sus alguaciles, espadachines y alabarderos. El Príncipe vampírico de París, François Villon, también asistió, rodeado como siempre por su séquito y varios miembros del clan Toreador. Entre la Vástagos se comentó que gran parte de los extravagantes diseños arquitectónicos de Garnier debían mucho al príncipe. Conociendo el gusto de Villon para los excesos, sospechaba que las historias eran ciertas. Viendo esta opulencia un siglo después, estoy convencida de ello.

El estruendo del fuego de ametralladoras terminó con los recuerdos de Alicia.

—Parece que la Mafia ha regresado con ganas de marcha —dijo McCann—. Más nos vale que nos movamos. No creo que puedan con Flavia y Madeleine, pero es mejor no dejar nada al azar. Tú conoces este lugar. Yo solo venía a París para verte, y no perdía el tiempo haciendo turismo. ¿Dónde vamos a encontrar la entrada de esas famosas catacumbas?

—En el sótano —dijo Alicia—. Muy, muy abajo.

—Eso no será difícil —dijo McCann mientras seguía a Alicia por el pasillo bajo la Gran Escalera.

—No estés tan seguro —respondió ella—. Hay siete plantas bajo el nivel de la calle. Las salas del sótano son tan inmensas y los techos tan altos que podían guardarse allí escenarios enteros. Durante la época de la Comuna de París, el sótano de la Ópera sirvió como prisión militar. Nadie sabe con seguridad cuántos hombres murieron durante el asedio de la ciudad, pero la tradición dice que sus espectros aún moran en los niveles inferiores.

—Qué idea más agradable —dijo McCann mientras atravesaban una puerta marcada Prohibido el Paso--. ¿Hay algo más que deba saber?

—Los disparos han cesado —dijo Alicia—. Eso son buenas noticias. El ataque ha terminado. —Se detuvo al encontrar una escalera de piedra que bajaba hacia la penumbra—. Sin embargo, parece que en el segundo sótano no hay luz.

—Es probable que hayan cortado la electricidad para ahorrar dinero —dijo McCann sombrío—. Típico de los franceses. Puedo ver en la oscuridad. ¿Y tú?

—Razonablemente bien. El problema lo tendremos cuando lleguemos al lago.

—¿Lago? —repitió el detective mientras descendían. No parecía muy contento—. ¿Has dicho lago?

—Se encuentra en los niveles más bajos —respondió Alicia—. Antiguamente pasaba por aquí una corriente subterránea. Garnier usó bombas de vapor durante ocho meses para secar el suelo y bajar el nivel freático. Cuando terminó construyó una cimentación de hormigón en dos capas. A pesar de sus esfuerzos, terminó formándose un lago muchos metros bajo el escenario principal. Ése es nuestro destino. Supuestamente, la entrada a las catacumbas está oculta por el agua.

—¿Y nadie ha intentado nunca explorar ese lago tan especial? —preguntó McCann.

—No recientemente. Unos años después de la apertura de la Ópera, algunos valientes anunciaron su intención de localizar la entrada de agua. Los dos primeros intentos fallaron, y los tres siguientes grupos desaparecieron sin dejar rastro. Nadie lo ha intentado desde entonces. La investigación parece encontrarse con algunos problemas insalvables. Espera. Lo verás por ti mismo cuando encontremos la entrada del lago.

—¿Y el gobierno? —preguntó McCann—. ¿Nadie se preocupa por la seguridad del edificio con una corriente en el sótano?

—A los funcionarios no les preocupa en absoluto —dijo Alicia—. ¿Por qué gastar dinero si nos lo podemos ahorrar?, pensarán. La Ópera se ha mantenido en pie durante más de un siglo y los cimientos siguen en buen estado. Como casi todos los políticos, están demasiado preocupados por los asuntos importantes, como los sobornos y la corrupción.

—La naturaleza humana nunca cambia —dijo McCann—. A menudo me pregunto si Caín se enfrentó a problemas similares cuando construyó Enoch. Dicen que la prostitución es la profesión más antigua del mundo, pero, ¿qué hay de la política?

Alicia rió.

—¿Qué diferencia hay entre las dos?

Pasaron veinte minutos buscando la puerta adecuada por el sótano. Alicia solo había visitado el lago una vez con anterioridad, y había sido hacía un siglo. Había cientos de cuartos que investigar. Al final, justo cuando los nervios de McCann empezaban a alterarse, dieron con el lugar. Un pasillo largo y estrecho terminaba en una puerta de acero con un cartel con enormes letras rojas: "Peligro: Prohibido el Paso". La cerradura estaba echada.

—Ahora lo recuerdo —dijo Alicia—. El lago se encuentra bajo nuestros pies. Al otro lado del portal hay una trampilla que conduce al nivel inferior.

—¿Una trampilla? —preguntó McCann—. ¿No hay siquiera un embarcadero? No me digas que tenemos que nadar para llegar a las catacumbas.

—Debería haber un bote anclado al techo cercano a la trampilla —respondió Alicia—. Al menos, hace un siglo lo había.

El detective parecía disgustado.

—Si lo hubiera sabido me hubiera traído una barca hinchable. Espero que la memoria no te falle.

Alicia se puso en cuclillas frente a la cerradura.

—Déjame intentarlo. Parece sencilla.

Flexionó los dedos sobre el metal, y con un chasquido casi inaudible la puerta se abrió.

—Presumida —dijo McCann, empujando.

Alicia sonrió.

—La fuerza bruta tiene un lugar en este mundo, pero la delicadeza funciona en la mayoría de las situaciones.

En el centro de la cámara oculta se encontraba una gran trampilla con una argolla metálica en el centro. Descansando contra la pared había cuatro grandes remos de madera, y junto a ellos había varias linternas. McCann tomó una y la encendió. Una luz blanca inundó la estancia.

—Pilas nuevas —dijo—. Alguien ha estado aquí hace poco. Los remos parecen en buen estado. Puede que la cosa no esté tan mal como esperaba.

El detective se agachó y abrió la trampilla, revelando una oscuridad absoluta. Alicia apuntó su linterna hacia el hueco, mostrando una masa de agua en calma a un metro y medio bajo el techo. McCann gruñó. Un pequeño bote en el que apenas cabían dos personas esperaba sobre la superficie, atado con un grueso cabo a un gancho en el techo.

—No hay precisamente mucho espacio entre el techo y la superficie —señaló McCann—. Me parece que va a ser un viaje bastante claustrofóbico.

—Nunca pasé de aquí —dijo Alicia—. Las historias aseguran que varios túneles surgen desde el extremo del lago hacia las catacumbas. El problema es que, con esta altura del agua, los pasadizos apenas son visibles.

—Genial —dijo McCann—. Encontrarlos va a ser divertidísimo. No parece que tengamos más elección. ¿Quieres subir primero? Te pasaré los remos. Llévate una linterna. Con visión nocturna o sin ella, prefiero remar con las luces encendidas.

Alicia bajó cuidadosamente hacia el bote. Con sus largas piernas estiradas apenas podía sentarse sin que su cabeza tocara los ladrillos rojos del techo.

—Pásame los remos —dijo—. Ten mucho, mucho cuidado cuando subas a bordo. No vas a poder sentarte estirado. Creo que si te arrodillas tendrás sitio suficiente. Vas a ir bastante apretado.

McCann le dio los remos y se descolgó desde la trampilla. Apoyó cuidadosamente los pies en el fondo del bote y dejó sentir su peso poco a poco. Si volcaban, alcanzar la trampilla sería difícil.

—Ésta no es mi idea de la comodidad —dijo el detective unos minutos después, con los brazos recostados en el borde del bote. Tenía la barbilla apoyada sobre los dedos y escudriñaba la oscuridad, tratando de dar con un hueco en las paredes de la gigantesca cámara—. ¿Quieres probar primero en alguna dirección particular?

—Dime tú —respondió Alicia, introduciendo los remos en el agua. McCann apenas cabía en el bote, por lo que tenía que remar ella. No parecía muy contenta—. Tú eres el detective, ¿recuerdas? Venga. No tenemos toda la noche para localizar esas malditas catacumbas.

McCann frunció el ceño concentrado.

—Por ahí —dijo tras unos segundos señalando a la derecha—. Siento una interrupción en la pared. Más allá hay una cueva con una playa. Debe ser la entrada de los túneles.

—Hay un olor extraño —dijo Alicia mientras giraba el bote en la dirección indicada.

—¿También lo has notado? —respondió el detective mientras mojaba los dedos en la superficie gélida del lago. Se llevó la mano a los labios y lamió—. Mierda. Justo lo que temía, aunque tiene sentido. Hay restos de vitae Cainita mezclada en el agua. Este lago es un gigantesco estanque de sangre.

—¿Un estanque? —repitió Alicia—. Eso podría explicar lo sucedido con los exploradores. A los Nosferatu les gusta este tipo de trampas. Si Phantomas es un Matusalén, su sangre será extremadamente poderosa. —Sintió un escalofrío—. ¿Qué tipo de monstruos subacuáticos vivirán bajo el Teatro de la Ópera?

Casi como respuesta, el agua frente al bote se agitó. Algo se estaba moviendo bajo la superficie, dirigiéndose hacia ellos.

—Tengo la molesta sensación —dijo sombrío Dire McCann—, de que estamos a punto de descubrirlo.