París: 3 de abril de 1994
—¿Ha estado alguna vez en el interior del Palacio de la Ópera de París, señor Jackson? —preguntó Alicia mientras el maitre en el Café de la Paix les conducía hasta su mesa.
—No puedo decir que sí, señorita Varney —respondió el guardaespaldas, contemplando el enorme edificio al otro lado de la calle—. Nunca fui un gran aficionado a la ópera. He estado en París algunas veces en el transcurso de mis viajes, pero nunca había visitado esta zona. —Observó la carta y no pudo reprimir un escalofrío—. Demasiado caro para mí, debo admitir.
—El dinero no puede comprar la felicidad —sonrió Alicia—, pero ayuda a hacer soportable el sufrimiento. Creo que beberé champaña. ¿Le apetece un vaso de vino?
—Tomaré una cerveza —dijo Jackson—. ¿Tendrán galletitas saladas?
—Nos quedaremos con un aperitivo de pastel de trufa de paloma caliente y algo de pan —dijo Alicia con firmeza—. Es una especialidad del restaurante. Necesitas algo de cultura en tu vida, Jackson.
—Hasta ahora me ha ido bastante bien —dijo el guardaespaldas sonriendo—. Estoy seguro de que no me contrató por mi gusto refinado o por mi temperamento civilizado.
—Bienvenidos al Café de la Paix —interrumpió el camarero en inglés. Era evidente que los había considerado turistas por su vestuario. El hombre parecía cansado y aburrido—. ¿Ya saben lo que desean, madame?.
—Así es —respondió Alicia en un perfecto francés. Había pasado varias vidas en aquella ciudad. Tras decirle lo que deseaban, observó al camarero con los ojos entrecerrados—. Y no piense ni por un momento en servirme la basura barata que reservan para los turistas. Espero un Chateau Phelan Segur del 79, y me sentiré muy molesta si se le ocurre servirme otra cosa. —Se detuvo un instante y observó a Jackson—. Lo que es más importante, mi amigo también se sentirá muy insultado, y no se toma los deslices con muy buen humor.
Jackson mostró un rostro de muy pocos amigos. Cuando quería, podía tener un aspecto muy amenazador. El camarero se escabulló rápidamente, con la cara blanca.
—¿Era necesario? —preguntó Jackson—. Me dijo que éste era un restaurante de categoría.
—En París nunca está de más ser precavido —dijo Alicia—. La gente tiende a pensar que vivir aquí te hace superior al resto del mundo. Si no sacudes un poco el látigo se te suben a las barbas, incluso en el mejor establecimiento de toda la ciudad.
—¿Qué me decía sobre el Teatro de la Ópera?
—Es un lugar maravilloso —dijo Alicia—. He pasado muchas horas felices en días pasados oyendo a los mayores cantantes del mundo actuar aquí. Ahora se ha convertido en una atracción para turistas y en un museo, con algún ballet ocasional. Aún merece la pena verlo, aprecies o no el arte, El escenario principal es el mayor del mundo, y puede albergar a cientos de intérpretes al mismo tiempo. Además, el inmenso vestíbulo y la famosa escalera de mármol también son impresionantes.
Jackson se encogió de hombros.
—Se dice que hay un fantasma en el edificio.
—He oído historias similares —dijo Alicia—. Todos los que visitan París descubren antes o después la leyenda del Fantasma de la Ópera. Es una historia interesante. Lo más curioso es que existe una red de catacumbas que supuestamente recorre toda la ciudad. Nadie está seguro de quién la construyó, y los túneles nunca han llegado a ser explorados por completo. Los pocos que lo han intentado han desaparecido en circunstancias misteriosas. El director del Teatro de la Ópera se ha negado durante años a permitir que nadie entre en los pasadizos, temiendo por la mala publicidad. Sigue siendo uno de los mayores misterios de París.
—¿Por qué sospecho que me está contando todo esto por algún motivo? —preguntó Jackson.
La llegada de las bebidas y el pastel de trufa de paloma detuvo un instante la conversación. El champaña recibió la aprobación de Alicia, aunque Jackson estaba menos impresionado con el aperitivo y el pan.
—Un amigo cercano me dijo que en esas catacumbas vive un viejo vampiro —dijo Alicia—. Nadie conoce mucho sobre él, salvo que supuestamente sabe muchísimo sobre la historia de los Vástagos. Su nombre es Phantomas, y comparte su dominio con miles de ratas de alcantarilla.
—Qué agradable —comentó Jackson sarcástico.
—¿Recuerdas cuando fui a visitar a Madame Zorza, la gitana adivinadora? Me dijo que el hombre rata conocía la respuesta, pero que nadie le había hecho la pregunta. Necesito dar con él y descubrir qué secretos guarda sobre la Muerte Roja.
—¿Está pensando en que bajemos por esos túneles? —preguntó Jackson—. Odio arrastrarme por las alcantarillas.
—No te preocupes —respondió Alicia—. Esta misión es mía. Sin embargo, no voy a ir sola. Tenemos una cita con Dire McCann en este restaurante mañana o pasado. Quiero hablar con él antes de tomar una decisión precipitada. Vagar por los túneles tampoco es mi idea de una noche agradable, pero el señor McCann me hará compañía.
—Qué extraña coincidencia que se reúna con McCann justo frente al Teatro de la Ópera, donde supuestamente vive su presa —dijo Jackson—. Es sorprendente el modo en el que a veces funcionan las cosas.
Alicia sonrió.
—No creo en las coincidencias en un mundo lleno de manipuladores invisibles, Jackson. Sin embargo, debo admitir que parece que el destino ciego me ha arrastrado hasta aquí.
—No solo a usted, señorita Varney, por lo que veo. —dijo Jackson, señalando con una ceja enarcada a tres grandes figuras sentadas en una mesa cercana—. Esos tipos tienen el carné de la Mafia tatuado por todas partes. He visto a un número sorprendente de agentes de la Cosa Nostra en la ciudad. Normalmente suelen mantenerse ocultos. ¿Existe la posibilidad de que alguien les haya comentado su visita? Es usted una de las chicas favoritas de Don Caravelli, y le encantaría verla debajo de una lápida, o metida dentro de un bloque de hormigón.
—Tuve un cuidado exquisito de no comentar con nadie nuestro destino, salvo con mi amigo en Nueva York, y estoy segura de poder confiar en él.
—Bueno, igual que usted no cree en las coincidencias, yo tampoco lo hago cuando tiene que ver con gángsteres. Los matones de la mesa nos miraron antes y no reaccionaron, de modo que supongo que nuestros disfraces funcionan. Hay un teléfono en la parte trasera del restaurante. Voy a hacer unas cuantas llamadas para ver qué puedo descubrir.
—Me beberé mi champaña, comeré algo de pastel y me empaparé de París —dijo Alicia—. Tómate el tiempo que necesites.
Jackson regresó a la mesa diez minutos después. Por la expresión seria, Alicia supo que no traía buenas noticias.
—Nada demasiado claro —dijo el guardaespaldas—. Tampoco esperaba algo concreto. Con la Mafia, todos son rumores. Don Caravelli controla muy en corto a los suyos, y nadie se atreve a revelar sus secretos si tiene algún interés en seguir vivo.
—El Capo de Capi es un líder excepcional —dijo Alicia, sonriendo como si un pensamiento pasajero le pasara por la cabeza—. No está lastrado por algunos rasgos humanos como el perdón o la misericordia.
—Sí —dijo Jackson—. Es un maldito hijo de puta. Toda su organización le tiene un miedo mortal, y cuando miras quiénes son sus líderes eso significa mucho.
—¿Qué rumores hay?
—Hubo una gran reunión la otra noche en la fortaleza del Don en Sicilia a la que acudieron todos los jefes menores. Según lo que me han dicho, Don firmó la sentencia de muerte de dos personas.
—¿Dos? --repitió Alicia—. Estás subiendo posiciones, Jackson.
—No, yo no —dijo el guardaespaldas—. No he conseguido nombres, pero uno de ellos es una mujer que sonaba a usted. No me sorprende. El otro era un hombre, un detective americano con contactos entre los Vástagos.
—Dire McCann —comentó Alicia, torciendo el gesto—. ¿Qué motivos puede tener Don Caravelli para cazar a McCann?
—Por todo lo que me ha dicho en el pasado, me aventuraría a decir que el Capo ha unido sus fuerzas a las de su amigo, la Muerte Roja.
—Un pensamiento deprimente que probablemente sea correcto —dijo Alicia. Estaba realmente enfadada—. Primero Melinda Galbraith y ahora Don Caravelli. ¿A quién más piensa reclutar ese monstruo?
—Desde luego, ha movilizado una gran potencia de fuego para acabar con dos personas —dijo Jackson—. Pero claro, la Muerte Roja voló por los aires el Depósito de la Armada de Washington para destruirles a usted y a McCann, y no tuvo éxito.
—Somos difíciles de matar —respondió Alicia con una sonrisa.
—Oí otra historia interesante de nuestros contactos —dijo Jackson—. No estoy seguro de si tiene alguna relevancia para su situación, pero supongo que debería mencionarlo.
—Espera —dijo Alicia, levantando una mano para atraer la atención de un camarero—. Me he quedado sin champaña, y cuando pones esa voz es que voy a necesitar otra copa. ¿Quieres más cerveza?
—No estaría mal —respondió Jackson—. Y algo sólido para comer. Ese pastel de paloma estará muy bien para la nobleza, pero yo necesito comida de verdad.
Alicia pidió y volvió a recostarse en la silla con una mirada decidida.
—Muy bien, oigamos el resto.
—Algo muy extraño pasó en Marsella hace dos noches —dijo Jackson—. Once personas desaparecieron sin dejar rastro en el curso de unas pocas horas. Se desvanecieron de sus casas y trabajos. Nadie vio ningún secuestro, nadie oyó nada extraño, pero han desaparecido. Incluso en un infierno como Marsella, eso es un récord muy alto para una sola noche. Todas las víctimas tenían algo en común: era gente de hábitos nocturnos. Trabajaban de noche y nunca se les veía durante el día.
—¿Vampiros? —preguntó Alicia.
—Parece bastante probable —respondió Jackson—. Mis fuentes no especificaban nada al respecto. La policía está tratando de culpar de todo a las guerras de bandas, pero nadie se lo cree. Además, está lo del barco.
—¿El barco? —pregunto Alicia—. No me gusta tu melodramatismo, Jackson. ¿Qué barco?
—Unas pocas horas antes de las desapariciones, un barco de carga procedente de Sudamérica llegó al puerto. Fue una sorpresa para los operarios, ya que no se esperaba entrada alguna. Cuando la policía subió a bordo encontró al capitán y a tres marineros muertos en sus camarotes, y al resto de la tripulación aturdida y confusa. No fui capaz de conseguir detalles sobre las muertes, pero asumo que no se trató de causas naturales. Los demás marineros no tenían ni la menor idea de dónde estaban o de porqué estaban allí. No recordaban haber cruzado el Atlántico, y ninguno sabía cómo habían muerto el capitán y los otros. Es una historia extraña. Puede que no esté relacionada con las desapariciones, pero muchas veces usted ha dicho que no existen las coincidencias.
—El barco llegó de Sudamérica —dijo Alicia. Recordó una terrible declaración durante una charla hacía dos semanas en el Depósito de la Armada de Washington—. ¿Dijeron tus fuentes de qué zona?
—De Buenos aires —respondió Jackson—. ¿Importa?
—Importa —dijo Alicia sombría—. Vaya si importa. Un nuevo jugador acaba de entrar en liza. Espero que McCann llegue pronto. Necesitamos encontrar a ese vampiro llamado Phantomas cuanto antes, porque ya no somos los únicos que queremos dar con él.