París, Francia: 2 de abril de 1994

—Nunca atribuyas al azar —declaró solemne Phantomas a una rata cercana—, lo que puede ser achacado a una conspiración en marcha.

El roedor contemplaba con ojos de incomprensión al Nosferatu, espantosamente feo y de piel verdosa. Phantomas rió, un chillido salvaje que rebotó en los muros de la inmensa caverna subterránea que le servía como cuartel general—. Pareces confundida, pequeña amiga. No desesperes. Esta noche estás en buena compañía. Muy buena compañía, de hecho. Algunos de los Vástagos más poderosos del mundo comparten tu incredulidad.

Riendo para sí mismo, el vampiro se acercó a su mesa, situada en el centro de una vasta red de avanzados sistemas informáticos. Se derrumbó sobre la silla y sacó un grueso taco de papeles del bolsillo de su túnica. Extendió cuidadosamente las siete cartas superiores sobre el escritorio. Con los ojos brillando con evidente alegría, volvió a leer los mensajes.

—Pobre Etrius —dijo sin demasiado pesar—. Ninguno de sus compañeros en el Consejo le cree. Casi todos piensan que está loco. Qué lástima. Carecen de la paranoia necesaria para ser verdaderos jugadores de la Yihad.

Encontraba fascinantes aquellas siete hojas. La primera era de hacía más de una semana, y era un fax enviado por Etrius a los otros seis miembros del Consejo Interior. Las demás páginas estaban fechadas en la noche siguiente, y contenían las respuestas al primer mensaje. El tema de toda aquella correspondencia era el Conde St. Germain y su papel en la fundación del clan. Ninguna de las seis respuestas parecía congraciarse con las preocupaciones del mago.

La más leve de ellas, de Elaine de Calinot, declaraba que estaba demasiado ocupada con sus asuntos en África como para escuchar historias del pasado. El otro extremo lo representaba Meerlinda, líder del clan Tremere en América, que le recordaba a Etrius que ella había estado en los acontecimientos descritos y que estaba bastante segura (más allá de cualquier duda) de que St. Germain no había estado presente en la ceremonia de la transformación, ni había estado involucrado en modo alguno. Culpaba a Goratrix del desastre. A continuación sugería que Etrius había perdido el asidero con la realidad debido a su preocupación con la seguridad de Tremere, y que igual había llegado el momento de ceder su puesto a alguien más competente. No decía, aunque dejaba claramente implícito, que ella era la candidata más adecuada.

Aquella correspondencia era altamente secreta, y por supuesto no debía leerla nadie salvo los demás miembros del Consejo Interior. A Phantomas no le preocupaba. Había estado curioseando en los documentos confidenciales de todos los clanes Cainitas desde hacía siglos. Varios años atrás entrañaba muchos riesgos, ya que tenía que hipnotizar a escribas y espías para obtener la información. Recientemente, la era informática había hecho tales peligros innecesarios. Adoraba las líneas telefónicas de larga distancia, los faxes y el correo electrónico. Cada avance en la revolución de las comunicaciones hacía su trabajo más fácil y seguro.

Los mensajes que antaño se enviaban con mensajero y que tardaban días en llegar a su destino se enviaban ahora de modo rutinario por fax a través de la línea telefónica, o a través de una red informática. La intimidad estaba garantizada contra los lectores no autorizados, y los magos científicos que operaban los sistemas de comunicación estaban seguros de sus protecciones. Sin embargo, a los piratas informáticos no les preocupaban las garantías. Veían aquellos problemas como retos. Ningún secreto estaba a salvo de ellos y de sus avanzados ordenadores, y Phantomas era el rey de los bucaneros.

Un sistema informático increíblemente sofisticado de su invención monitorizaba las líneas telefónicas de los antiguos Cainitas por todo el mundo. Cada vez que un líder vampírico llamaba o enviaba un fax a otro número bajo su vigilancia, un programa de duplicado se ponía en marcha. El mensaje original era grabado como si se tratara de una conversación. Si se trataba de un fax, se copiaba electrónicamente para ser transferido más tarde a papel. Un sistema similar, capaz de romper la seguridad de cualquier red, se encargaba del correo electrónico.

Algunas noches solo había unos pocos mensajes entre los antiguos de los clanes. Otras la cosa estaba más animada. Phantomas había estado demasiado ocupado últimamente como para mantenerse al día con todas las comunicaciones. Aquella noche era la primera en más de dos semanas que se dedicaba a revisar conversaciones y faxes.

—Si Etrius no se ha vuelto loco —dijo a su audiencia roedora—, su denuncia de que esta figura clandestina, el Conde St. Germain, ha estado manipulando al clan Tremere levanta varios puntos interesantes. Alguien con una mente suspicaz, alguien acostumbrado a relacionar datos procedentes de decenas de fuentes distintas para alcanzar una conclusión, alguien que vea tramas y conspiraciones por todas partes, alguien como yo, podría considerar esta información como una importantísima revelación. —Rió y se frotó las manos grotescas terminadas en garras—. Sin embargo, antes de sacar demasiadas conclusiones, creo que se impone una breve consulta de mi enciclopedia de vampiros famosos. Veamos qué datos tenemos acerca del Conde en cuestión.

Tardó unos segundos en teclear el nombre en su sistema de búsqueda. Instantáneamente apareció un breve párrafo biográfico sobre la pantalla verdosa. Entrecerró los ojos enojado. La ausencia de puntos de referencia creíbles después del artículo saltó inmediatamente a la vista. La información estaba basada en numerosas historias sin confirmar obtenidas de fuentes secundarias. Aunque un insuperable deseo de lograr la máxima exhaustividad le obligaba a aceptar rumores, consideraba aquella información menos precisa que un mero boceto basado en referencias de primera mano.

Según aquella lista, St. Germain apareció por primera vez en Viena en 1740, donde reunió rápidamente a un culto de humanos que le consideraba un alquimista y un músico de prestigio. Muchos creían que poseía el secreto de la vida eterna, algo que él nunca negaba. A menudo, sus comentarios en público contenían crípticas referencias a figuras históricas, algunas de las cuales se remontaban al antiguo Egipto. Otros mortales, incluyendo figuras gubernamentales, consideraban al Conde un tramposo y un charlatán consumado.

Entre los Vástagos se creía que se trataba de un miembro del clan Tremere originario de Transilvania. Al menos un rumor en aquel archivo aseguraba que St. Germain era un miembro del Consejo Interior que se había cansado de los asuntos del clan y que había partido en busca de la Golconda. Sin embargo, ninguna de aquellas historias llegaba a describirle atendiendo a las reuniones de la Capilla en Viena, y en realidad no había pruebas que le relacionaran con Tremere o sus discípulos.

Tras algunos problemas en Austria, St. Germain apareció algunos años más tarde en Francia, donde se convirtió en favorito de la Reina. De nuevo surgieron rumores de que poseía un "elixir de la vida" que confería la inmortalidad. Aunque era importante en la sociedad de los humanos, no hay mención alguna a que visitara al príncipe de París, o que tuviera contacto con otros Cainitas notables en Francia.

Informes posteriores le situaban en Rusia, Alemania e Italia. Aparecía y desaparecía como un fuego fatuo. Algunos rumores decían que había visitado África, y había referencias a ciertas exploraciones y expediciones en Oriente Próximo.

En 1784 fue presuntamente destruido por un asesino desconocido mientras visitaba Venecia. Sin embargo, no hay pruebas de que aquello sucediera realmente, y Phantomas tenía serias dudas de que así hubiera sido. Evidentemente, St. Germain se había cansado de jugar con los humanos y deseaba marcharse con el mismo estilo con el que había entrado en la sociedad mortal. Su retirada, de un modo u otro, fue manejada con habilidad, pues no se hacía más mención de él entre los Vástagos.

—Una historia interesante —declaró, concentrando su atención en una gran rata gris sentada sobre su monitor—, pero no revela mucho. Sospecho que gran parte de la verdadera historia nunca será contada. Es más que probable que St. Germain no sea más que uno de los numerosos nombres empleados por este misterioso cerebro. Como muchos de nuestra raza, cambia su identidad para adaptarse a las circunstancias. Creo que la conexión con el clan Tremere es relevante, especialmente si se tiene en consideración el resto de estos documentos —dijo mientras revisaba todos los mensajes recogidos del fax.

La rata chilló y saltó del monitor. Phantomas se encogió de hombros.

—Bueno, yo creo que es interesante.

Había más de treinta cartas dirigidas a los más importantes antiguos de la Camarilla en Europa, incluyendo a notables como Lady Anne, Príncipe de Londres, François Villon, Príncipe de París, y Gustav Breidenstein, Príncipe de Berlín. Aparte del cambio de dirección y del título formal, el contenido de todas las cartas era el mismo. Karl Schrekt, Justicar Tremere, como era su derecho y su obligación, anunciaba un Cónclave de emergencia de los Vástagos para discutir sobre la amenaza de la Muerte Roja. Le reunión iba a celebrarse aproximadamente en una semana en el Castillo Schrekt, una inmensa fortaleza del siglo XV que pertenecía al Justicar y que estaba situada en la antigua ciudad de Linz, en Austria.

Aunque las respuestas llegaban lentamente, Phantomas estaba convencido de que prácticamente todos los invitados acudirían. Los líderes de los Vástagos estaban preocupados por la Muerte Roja, ya que era una amenaza que ponía en peligro su existencia. Lo que era más importante, temían incurrir en el enfado de Karl Schrekt. Cruzarse en el camino de un justicar era una invitación a conocer la Muerte Definitiva. De los siete, el Tremere se había ganado la reputación de ser el más inflexible y despiadado, y era conocido por no olvidar nunca un insulto.

Phantomas levantó la mano derecha con los dedos extendidos.

—Punto uno —dijo doblando el primero—. Etrius, un miembro del Consejo Interior de Tremere, sospecha que su clan ha estado siendo manipulado desde hace siglos por un misterioso vampiro conocido solo como Conde St. Germain. Además, parece probable que muchos de los miembros del clan, quizá incluyendo a los más poderosos entre ellos, están sin saberlo vinculados con sangre a este extraño. Como ninguno de los demás miembros del Consejo cree a Etrius, éste debe actuar por su cuenta.

»Dos —siguió, doblando un segundo dedo—. Karl Schrekt, Justicar y miembro del clan Tremere, convoca un Cónclave para discutir sobre otra figura enigmática, el Cainita que se llama a sí mismo la Muerte Roja. Aunque los Justicar actúan de forma independiente de su clan, no soy lo bastante ingenuo como para creer que Schrekt no está en comunicación permanente con el Consejo Interior. Está especialmente unido a Etrius. Por tanto, parece más que probable que en esta reunión no se hable solo de la Muerte Roja, sino también del misterioso St. Germain.

»Tres —recitó doblando otro dedo más—. La Muerte Roja sabía de algún modo el momento exacto en el que debía lanzar su primer ataque contra los Vástagos. Usando la disciplina Teleportación, el monstruo llegó en un lugar apropiadamente vacío donde la atención de todo el mundo se encontrara en otra parte. Parece como si la Muerte Roja pudiera ver de antemano lo que está sucediendo en un lugar. —Se detuvo—. Un vínculo de sangre del poder suficiente permite a un maestro ver a través de los ojos de su peón, algo bastante útil a la hora de preparar ataques sigilosos como éste. Por lo que sé, cada vez que se producía una visita de la Muerte Roja siempre había presente un miembro del clan Tremere. ¿Simple coincidencia o planificación avanzada? Sospecho que lo segundo.

El vampiro dobló el cuarto dedo, cerrando el puño.

»Cuarto y más importante. Sé que la Muerte Roja es un antiguo Cainita adorado en el antiguo Egipto como Seker, Señor del Inframundo. Es un miembro de la Cuarta Generación, pues solo un Matusalén posee el poder necesario para dominar la disciplina de Teleportación. Su linaje me es desconocido, aunque tengo mis sospechas. Si asumimos que Etrius tiene razón y que la Muerte Roja está conectada con el clan Tremere, está también relacionado de algún modo con la muerte de Saulot. Los vínculos son tenues, lo sé, pero están ahí.

Phantomas descargó el puño contra la mesa en la que se apoyaba el monitor.

»Combinando todos estos elementos y aplicando una estricta lógica, lo que era vago y misterioso se hace evidente. El velo de secretos construido a lo largo de los siglos por Seker ha sido hecho pedazos. Ya sé quién es en realidad la Muerte Roja. Y lo que es más importante, sé lo que planea hacer a continuación. El único problema —dijo con voz incierta y preocupada—, es que no sé cómo detenerle.