Linz, Austria: 10 de abril de 1994
—¿Llevas mucho esperándome? —dijo una voz a la espalda de Elisha. Cogido por sorpresa, el joven mago estuvo a punto de caer de la silla. Dire McCann se movía en absoluto silencio—. Siento retrasarme.
—No pasa nada —dijo Flavia con una expresión divertida. Estaba vestida con un traje de cuero blanco que se ajustaba a su esbelta figura como una segunda piel. Madeleine Giovanni, como siempre, llevaba un vestido negro también ajustado y un collar de plata. Elisha se había puesto unos vaqueros azules y una camiseta descolorida—. Necesitábamos más tiempo para ponernos nuestros trajes de fiesta.
—Bajamos hace solo unos minutos —dijo Elisha—. Nos hemos despertado con la luna. El sol se puso hace apenas una hora.
—¿Tiene hambre, señor McCann? —preguntó Madeleine educadamente—. Elisha acaba de pedir el desayuno, y aún podríamos pedirle algo. ¿Quiere que llamemos al servicio?
McCann negó con la cabeza.
—No, gracias. Ya comí algo en la carretera. Además, Karl Schrekt tiene un gran número de ghouls atendiendo su castillo, así que en las cocinas hay mucha comida humana. Si necesito un sándwich ya cogeré algo.
—¿Esperas que haya tiempo para comer? —preguntó Flavia—. Madeleine y yo hemos estado toda la noche discutiendo la situación. Estamos seguras de que cualquier plan que pueda tener la Muerte Roja se desarrollará al principio del Cónclave. Cuanto más espere menos posibilidades tendrá de coger a todo el mundo por sorpresa.
—Sospecho que tenéis razón —dijo el detective mientras se sentaba junto a Elisha—. Las horas que he pasado con el historiador Nosferatu han demostrado ser de lo más productivas. He llegado a comprender en su totalidad la Mascarada de la Muerte Roja. Tanto el Matusalén como toda su línea de sangre poseen una disciplina única llamada Engaño o Arcanorum con la que pueden asumir el aspecto de cualquier vampiro con el que traben contacto. Empleando este poder se convierten en sosias exactos del Cainita original.
Elisha se mordió el labio inferior, tratando de extrapolar lo que eso significaba en relación al Cónclave. No tenía que haberse molestado. Madeleine ya estaba maldiciendo en su italiano nativo.
—Un engaño brillante —dijo la vampira tras unos segundos—. Los Vástagos más importantes del mundo estarán invitados al Cónclave en el castillo de Karl Schrekt. Allí serán sorprendidos y destruidos por la Muerte Roja, que usará su imparable poder de Cuerpo de Fuego. Sin embargo, sus muertes nunca serán advertidas, ya que todos los desaparecidos serán reemplazados por duplicados exactos. La Muerte Roja logrará el control total de la Camarilla cambiando a los líderes del culto por miembros de su propia línea de sangre.
—Me gusta —dijo Flavia con una nota de admiración en su voz—. Simple pero eficaz. Es un plan excelente.
El Ángel Oscuro miró a McCann.
—Ahora que por fin comprendemos la estrategia de la Muerte Roja, ¿cómo piensas detenerle?
El detective sonrió y señaló a Madeleine.
—Sencillo. Combatimos un poder único con otro. Madeleine tiene la habilidad de sentir la línea de sangre de cualquier vampiro poderoso en las cercanías. Recuerda que lo utilizó en Washington para localizarme en mi encuentro con la Muerte Roja.
La Daga de los Giovanni asintió.
—Sentí que estabas con otros antiguos, señaló—. Sin embargo, solo reconocí el clan de Makish. Los otros eran un misterio.
—La Muerte Roja es chiquillo de Saulot, el Antediluviano diabolizado por Tremere hace un milenio —dijo McCann—. Su progenie, los Hijos de la Noche del Terror, pertenece por tanto a una línea de sangre única y extinta. Los chiquillos de ese monstruo pueden adoptar el aspecto de vampiros Tremere, Ventrue, Brujah e incluso Gangrel. No importa su apariencia externa. Lo único que no pueden ocultar es la identidad distintiva de su clan. Madeleine es nuestra arma secreta. Podrá atravesar sin esfuerzo los engaños más convincentes. Una vez sepamos qué vampiros son los enemigos, los destruiremos.
—A pesar de su elaborada mascarada —dijo Flavia—, los maquinadores no pueden escapar a su herencia. —Rió—. Son los Condenados con mucho más derecho que todos los demás.
Todos callaron cuando la camarera puso una bandeja con gofres y una taza de café frente a Elisha. Era una comida extraña para las nueve de la noche, pero después de dormir todo el día aquél era el único menú que se adaptaba a su humor. En cuanto la mujer se fue, el mago levantó el tenedor para llamar la atención.
—Disculpadme —dijo—, ¿pero soy el único que ve un pequeño problema en este plan? Estamos confiando en que Madeleine identifique a los monstruos, y sabemos que lo puede hacer. Eso me lleva a sospechar que nuestros enemigos también pueden ser conscientes de su capacidad. En cuanto entre en el castillo se va a convertir en objetivo de todas las Muertes Rojas. El éxito de su golpe depende de eliminarla lo antes posible. Si tienen éxito, estamos acabados.
—Estoy preparada para cualquier problema —dijo la vampira con tranquilidad. Sus ojos eran gélidos hornos de fuego helado—. De hecho, ansió que se dé el caso.
—El problema —señaló Flavia—, es que nunca se enfrentarán a ti directamente. Ya he visitado el sanctum de Schrekt con anterioridad. Ese castillo está cuajado de pasadizos secretos. Los sosias permanecerán en las sombras y tratarán de apuñalarte por la espalda.
—Igual que mi familia —contestó Madeleine con una leve sonrisa—. Estaré en guardia.
—Y también está Don Caravelli —dijo Elisha entre bocado y bocado de gofre—. Dijiste que el jefe de la Mafia iba a asistir al Cónclave. Es tu enemigo jurado, y hará cualquier cosa por destruirte. Además, por el ataque de París sabemos que está alineado de algún modo con la Muerte Roja.
La sonrisa de Madeleine se hizo más amplia.
—No me preocupa la asistencia de Don Caravelli a la conferencia, Elisha. Estoy contenta de que vaya. Muy contenta.
—Bien —dijo McCann poniéndose en pie—. Pronto lo veremos. Termina de comer, Elisha. Esta noche es la gran fiesta, y creo que nuestra limosina acaba de llegar a la puerta. Es hora de que hagamos nuestra gran entrada en el castillo Schrekt.
—¿Una limo? —preguntó Elisha, tragando los últimos trozos—. El castillo está cerca. Creía que iríamos andando.
Flavia rió.
—Apariencias, mi joven e ingenuo mago, apariencias. Las figuras importantes como príncipes y antiguos nunca llegan andando. Que te lleven de un lado a otro es una muestra de riqueza y poder. Nunca lo olvides. Es válido tanto para los humanos como para los Vástagos.
Tras pagar la cuenta, los cuatro subieron a la alargada limusina blanca. Había menos de un kilómetro y medio hasta el castillo y Elisha hubiera preferido pasear con Madeleine, pero no tenía voz en aquel asunto. Dire McCann estaba al mando y sabía exactamente lo que quería.
Como un foso moderno, una valla de acero de cuatro metros de altura coronada con siniestras lanzas de casi medio metro rodeaba el enorme castillo. La puerta única se encontraba directamente frente a la entrada principal de la fortaleza. Más de una decena de guardias de seguridad, vestidos completamente de negro, guardaban el lugar. La mitad de ellos eran ghouls y los demás vampiros. Ninguno sonreía.
—¿Sí? —dijo su jefe, un hombre alto y delgado con una perilla bien arreglada, gafas de alambre y rasgos pálidos como la muerte mientras salían del coche. Se encontraba frente a ellos y les miraba con ojos grises y hostiles—. ¿Quiénes sois y qué queréis?
—Hemos venido al Cónclave —dijo Dire McCann disfrutando con los modales arrogantes del jefe de seguridad—. Creo que nos esperan. Mi nombre es Dire McCann. Mis amigos y yo hemos sido invitados por Karl Schrekt.
Ante la mención de aquel nombre, los ojos del guardia se abrieron como platos, y la referencia a Karl Schrekt le hizo ponerse firmes.
—M-mis disculpas, Herr McCann. No pretendía ser maleducado. Soy Dietrich Grill, encargado del perímetro de seguridad. Mi maestro dejó instrucciones para que le condujéramos inmediatamente a sus habitaciones.
—Está disculpado —dijo McCann mientras los cuatro se acercaban a la puerta exterior—. Estaba usted cumpliendo con su obligación.
—Gracias, mein Herr --respondió Dietrich Grill con voz aterrada. El mal temperamento de Schrekt era famoso, y era tan iracundo como implacable—. Gracias. —La mirada del jefe de seguridad pasó rápidamente de McCann a Madeleine Giovanni y después a Flavia—. ¿La Daga de los Giovanni? —preguntó—. ¿El famoso Ángel Oscuro? Me honran con su presencia.
Madeleine se limitó a asentir. No le gustaba presumir de sus proezas. Cuanta menos gente supiera de ella, mucho mejor. Flavia, que empleaba su fama como un arma, se pasó la lengua por el labio superior y guiñó un ojo. Considerando las circunstancias de aquella noche, estaba siendo más reservada de lo normal.
Grill llamó a uno de los guardias.
—Herr McCann y su grupo se alojan en la suite C del nivel tres en el ala oeste. Escóltales de inmediato hacia allí. ¡Mach schnell!
Elisha estaba asombrado. Estaba empezando a preguntarse si había alguien a quien el detective no conociera.
—De nuevo, Herr Grill —dijo McCann mientras su escolta les guiaba hacia el castillo—, agradezco su colaboración.
—Ha sido un placer —respondió el jefe de seguridad—. El Cónclave comenzará a medianoche en el gran salón.
—Allí estaremos —dijo—. No me quiero perder ni un detalle.
Su alojamiento consistía en dos inmensas habitaciones conectadas por una puerta de roble en la planta superior del castillo. Cada cámara contenía dos camas grandes y dos ataúdes. Los muros de piedra, antiguos y fríos, estaban cubiertos por una variedad de caros tapices que mostraban escenas de la Crucifixión. Había incluso un pequeño baño con ducha. No encontraron espejos en ninguno de los dos apartamentos.
—Muy bonito —dijo Flavia recorriendo las habitaciones—. Solo lo mejor para Dire McCann —dijo mirándole—. ¿Cómo conoces a Karl Schrekt, detective? No tiene muchos amigos humanos.
—Le hice un favor hace algunos años —respondió McCann—. Schrekt necesitaba ayuda en la investigación de un grupo de ghouls renegados que tramaban planes contra los Tremere. Le proporcioné la asistencia necesaria. Al contrario que muchos Vástagos, no es de los que olvida una deuda, aunque la tenga con un mortal.
—Qué conveniente —respondió Flavia con evidente sarcasmo—. No dejo de sorprenderme por la gran cantidad de vampiros que te deben favores.
—Soy un hombre ocupado —dijo McCann sonriendo. Parecía disfrutar provocando al Ángel Oscuro. Elisha compendió que probablemente fuera el único hombre capaz de hacerlo y seguir con vida.
—Sea cual sea el motivo de su hospitalidad —interrumpió Madeleine—, la ayuda de Schrekt esta noche puede resultar importante. Estudié con cuidado su informe confidencial durante mi visita al Mausoleo. Aunque pertenece al clan Tremere, el Justicar es obsesivo en su lealtad a la Camarilla. Considera su misión sagrada hacer cumplir las Tradiciones de Caín. No hay duda alguna de que no está aliado con la Muerte Roja.
—Asumiendo, por supuesto —dijo Flavia—, que se trata del verdadero Karl Schrekt, y que no ha sido reemplazado por un miembro de los Hijos de la Noche del Terror.
—Si hay una sosía en su lugar —intervino McCann—, no me hubiera permitido entrar en el castillo. El aspecto de estos impostores será correcto, pero no poseen los recuerdos de sus dobles. Creo que podemos asumir que Schrekt es real. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de ningún otro. —El detective se giró hacia Madeleine—. Ahora es buen momento para revisar el castillo en busca de cualquier vampiro que no esté asociado con ninguna de las líneas de sangre normales. Deberíamos saber cuántos Hijos de la Noche del Terror hay presentes en la fortaleza.
Madeleine asintió. Cerró lo ojos y su rostro se convirtió en una máscara de concentración. Tras unos segundos hizo un gesto de angustia. En una extraña demostración emocional, mostró sus dientes apretados.
—Hay aproximadamente setenta vampiros en el castillo —dijo abriendo los ojos—. De ésos, siento más de treinta de la misma línea de sangre que los enemigos del señor McCann en Washington. Con tantos, identificar la generación de cada uno es imposible. Sin embargo, todos ellos son bastante poderosos.
—Por supuesto —dijo McCann—. Para hacerse pasar por antiguos de otros clanes, necesitarán ser de su misma generación. De otro modo, no serían capaces de duplicar sus poderes y disciplinas.
—Qué noticias tan maravillosas —dijo Flavia sarcástica—. En vez de preocuparnos solo por la Muerte Roja y sus tres chiquillos, tenemos que encargarnos también de más de treinta de sus descendientes. McCann, aun con la ayuda de Schrekt estamos en franca desventaja.
—En el estudio de Rambam dijiste que estas situaciones son un reto —respondió Dire McCann, aparentemente tranquilo a pesar de las revelaciones de Madeleine—. No me digas ahora que has cambiado de opinión. Creía que los Assamitas nunca se preocupaban por la inferioridad numérica.
—No me estoy quejando —respondió Flavia—. No hago más que comentar la situación. Ha pasado mucho desde San Luis. Tenía esperanzas de enfrentarme a la Muerte Roja para hacerle pagar. El fantasma de mi hermana clama pidiendo venganza.
Una extraña expresión cruzó el rostro de McCann.
—Podrás hacerlo —dijo—. No me preguntes cómo lo sé, pero es así. La Muerte Roja te teme, Flavia, y con buen motivo. Te encontrarás con ella una vez más. Lo que no sé es el resultado.
—Eso me basta —dijo el Ángel Oscuro cerrando los puños—. He aprendido a no discutir contigo, McCann. Si dices que ocurrirá, te creo.
—Ya es casi medianoche —dijo Madeleine—. Dietrich Grill mencionó que el Cónclave comenzaría a esa hora en el gran salón. Deberíamos acudir.
Elisha, que había estado sentado en una de las camas atendiendo a la conversación, se puso en pie. Se mordió el labio inferior pensando en la reunión. Pensar en setenta vampiros juntos en el mismo sitio le ponía nervioso.
—Siéntate, Elisha —dijo McCann con expresión inescrutable—. Tú y yo no atenderemos al Cónclave. Es para vampiros, no para mortales. Flavia y Madeleine asistirán, pero nosotros esperaremos aquí.
—¿Cómo? —dijo Flavia atónita—. ¿De qué estás hablando, McCann? No podemos acudir a esa reunión por nuestra cuenta. La Muerte Roja está planeando una carnicería masiva, ¿recuerdas? Te necesitamos allí para exponer sus planes.
—Yo también encuentro muy inquietante su comentario, señor McCann —dijo Madeleine—. Pietro me ha encargado que le proteja, y en este momento el castillo está lleno de enemigos. Creo sinceramente que separarnos pondría su vida en peligro. —Se detuvo un instante—. Además, estoy totalmente de acuerdo con Flavia. Necesitamos su guía en el Cónclave. Sin usted, nosotras dos no sabremos qué hacer.
—Observad y escuchad —dijo el detective—. Os aseguro que con eso será suficiente. La Muerte Roja es consciente de vuestras identidades y de vuestra relación conmigo. Sean cuales sean sus planes, estaréis entre los primeros objetivos. Debo admitir que no estoy seguro de lo que hará. Seguid vuestros instintos. Las dos os contáis entre los principales asesinos del mundo. Esta noche es posible que tengáis la oportunidad de demostrarlo.
—¿Y qué pasa con vosotros dos? —preguntó Flavia disgustada—. Supongo que no pensaréis quedaros aquí a jugar a las cartas.
—No tenemos esa suerte —contestó McCann—. Los líderes de los Hijos de la Noche del Terror, los chiquillos originales de la Muerte Roja, sentirán rápidamente que Elisha y yo estamos aquí solos. Saben que ningún vampiro ordinario puede acabar conmigo, de modo que vendrán en persona. No estoy seguro de cuántos de los tres estarán presentes, pero lo descubriremos dentro de poco. Por desgracia, sospecho que ninguno de ellos será la verdadera Muerte Roja. Hemos determinado que prefiere permanecer detrás del telón, manipulando a la línea de sangre.
—Es el método más seguro —dijo Flavia—. Sin embargo, debo recordarte que, según los comentarios que has hecho a lo largo de las últimas semanas, parece casi imposible que dos humanos, aunque sean magos poderosos, derroten a dos vampiros antiguos, especialmente si estos últimos dominan Cuerpo de Fuego.
—Las posibilidades de que eso ocurra —intervino Madeleine—, son tantas como las que tenemos tú y yo de derrotar a un salón lleno de asesinos disfrazados.
—No os rindáis —dijo el detective—. La Muerte Roja cree que la situación está bajo control. Como antes, está confiado en su éxito. Ese error lo pagará muy caro.
—¿Confiado? —dijo Flavia mientras se dirigía hacia la puerta acompañada por Madeleine—. Tengo la impresión de que la Muerte Roja no tiene muchos motivos para preocuparse. No hay duda de que tú piensas diferente.
—La Muerte Roja ha olvidado que no trata solo con Dire McCann —dijo éste con una voz más profunda y autoritaria—, sino también con Lameth. Y la ira del Mesías Oscuro es devoradora...