Tel Aviv, Israel: 2 de abril de 1994
—¿Que vamos dónde? --preguntó Flavia—. ¿Por qué?
—A Berna, Suiza —dijo McCann sosteniendo un grueso sobre en la mano—. Aquí están los billetes de avión. Nos vamos mañana poco después del anochecer. El vuelo nos dejará en tierra con tiempo de sobra para que tú y Madeleine encontréis refugio antes del amanecer.
Elisha, McCann y el Ángel Oscuro estaban sentados en una mesa en una pequeña terraza a menos de un kilómetro y medio de casa de Rambam. El detective había dejado instrucciones para que sus dos compañeros se reunieran con él allí después del anochecer. Les había dicho que Madeleine llegaría más tarde. Tras varios días sin contacto, necesitaba llamar a Venecia para informar de sus progresos.
Elisha estaba vestido de modo informal, con unos vaqueros azules y una sudadera de Notre Dame. Flavia, a la que McCann había pedido un vestuario discreto, llevaba tacones bajos, una falda azul oscuro y una blusa de color azul pastel. A pesar del esfuerzo, atraía la atención de todos los hombres del restaurante.
Elisha llamó al camarero.
—Café —pidió—. Y vino de la casa para mis dos amigos.
El joven sonrió mientras el camarero se alejaba.
—Un color adecuado. Además, el vino de aquí es tan malo que si alguien os ve tirarlo al suelo no se extrañará.
—No necesito nada más —dijo Flavia. Su cara tenía un color sonrosado y mostraba una sonrisa feroz, con dos filas de dientes blancos y perfectos—. Los ciudadanos de esta ciudad me deben un favor, ya que las calles están más seguras esta noche: hay algunos maníacos menos acechando en la oscuridad. Han pagado el precio definitivo por sus crímenes. —Volvió a mirar a McCann.
»Repito mi pregunta inicial. ¿Por qué Suiza? Tenemos que encontrar a la Muerte Roja y a su progenie. Los vampiros odiamos los Alpes y su nieve eterna. No hay Vástagos en el hielo.
—Hay algunos —respondió McCann—. Allá donde viven los mortales hay vampiros entre ellos. Sin embargo, es cierto que no son muchos. Da igual. Voy a ver a un viejo amigo íntimo. No es un vampiro.
—McCann, ¿cómo es que cada vez que utilizas la palabra "viejo" tiendo a pensar en milenios? —preguntó Flavia.
El detective rió.
—¿Puede ser la entonación? ¿O será mi hábito de alargar la palabra? No importa. Tus sospechas son correctas. Este amigo en particular es extremadamente viejo, y notablemente sabio. Espero que sea capaz de proporcionarme una pista sobre el paradero actual de la Muerte Roja.
Elisha sacudió la cabeza asombrado.
—¿No es un vampiro y tiene miles de años? ¿Quién es ese amigo suyo, señor McCann? ¿O debería decir, qué es?
—El mundo está lleno de misterios, Elisha —dijo el detective—. No importa lo mucho que sepas, siempre hay sorpresas inesperadas aguardando en las tinieblas. Mi amigo no es ni vampiro ni mago, pero ha vivido desde hace mucho tiempo.
—Odio las sorpresas —dijo Flavia—. Siempre conducen a problemas, especialmente cuando tú estás involucrado.
El camarero regresó con las bebidas y Elisha tomó su café sediento. Flavia miraba sospechosamente el vino, como si esperara que fuera a saltar hacia ella. McCann se llevó el vaso a los labios, pero no bebió.
—Hay un pequeño problema con esta visita —declaró el detective, tratando a duras penas de no reír—. Mi amigo de las montañas tiene una fuerte aversión a los vampiros. Elisha y yo le visitaremos, ya que ha expresado su interés en conocer a nuestro joven aliado, pues ha oído hablar de él y de Rambam. Madeleine y tú os quedaréis en Berna mientras nosotros viajamos a las montañas. Solo será una noche.
Flavia entrecerró los ojos.
—¿No será otra de tus aventuras independientes, no McCann? —dijo con un tono amenazador. Elisha, que la estaba mirando, sintió un escalofrío. Con las manos apretadas contra la superficie de la mesa, Flavia tenía el aspecto de un gran felino dispuesto a saltar sobre su presa—. Ya te advertí contra dejarme atrás una segunda vez. Mi paciencia tiene límites.
El detective dejó su vaso vacío y se limpió los labios.
—No exagerabas sobre la calidad del vino —le dijo a Elisha ignorando a la vampira—. Sabe a vinagre. A vinagre del malo. —Se volvió y observó al Ángel Oscuro—. Te aseguro que en esta expedición no hay truco alguno. Mi amigo es el primero que me avisó de que Baba Yaga había despertado de su letargo. Mantiene una vasta red de informantes y espías a lo largo del mundo que rivaliza con los esfuerzos de los Nosferatu o los Giovanni, y todos sus agentes le informan directamente. Muy poco escapa a su atención. Si alguien sabe cómo localizar a la Muerte Roja, es él. Por desgracia, mi camarada está involucrado en un conflicto con un vampiro extremadamente malévolo. Esta fase de la Yihad ha durado cinco mil años, y no muestra señales de ir a terminar. Mi amigo valora su intimidad y se niega a asumir riesgos. Ha aceptado reunirse conmigo con la condición de que ningún Cainita entre en su fortaleza.
—Sin embargo, este enigmático personaje está dispuesto a admitirte a ti... —dijo Flavia, dejando en el aire el resto de la frase.
—Compartimos intereses comunes en la alquimia —dijo McCann—. Además, a lo largo de los años me he ganado su confianza. Muchos de nuestros objetivos son comunes.
—Qué conveniente —respondió Flavia sarcástica—. ¿Tiene nombre este ser que no es ni vampiro ni mago? ¿Quizá un título?
—Tiene ambos —dijo McCann—, y no te voy a decir ninguno de los dos. Es mejor no saber ciertas cosas. —La mirada del detective recorrió la calle, se levantó y alzó la mano a modo de saludo—. Ahí esta Madeleine.
—Salvado por la campana —comentó Flavia mientras la Giovanni esquivaba las mesas para unirse a ellos.
Con una sonrisa siniestra, el Ángel Oscuro observó a Elisha por encima de su vaso intacto. Le habló con voz muy baja, para que nadie mas le oyera.
—Vas a ir con McCann a esa fortaleza. Puede que después de vuestro viaje podamos hablar sobre esa visita. Tengo muchas ganas de saber quién vive ahí. —Se pasó la lengua por los labios rojos—. Soy maestra de placeres que tu novia Giovanni apenas podría comenzar a imaginar.
Elisha mantuvo la boca cerrada. El Ángel Oscuro le asustaba. Era la mujer más voluptuosa y sensual que había conocido nunca, pero sabía más allá de toda duda que su alma era de hielo.
—¿Has podido contactar con Pietro? —preguntó McCann mientras Madeleine se sentaba en una silla vacía junto a Elisha, dedicándole una rápida sonrisa. Tenía una expresión extraña. El mago se preguntó qué habría hablado con su abuelo.
—Hablé con él largo y tendido —dijo Madeleine—. Le sorprendió saber que estábamos en Oriente Medio. Como la línea no era segura hablamos de generalidades, recurriendo a recuerdos comunes que sorprendieran a cualquier posible espía. Llevó tiempo, pero fui capaz de advertirle contra la Muerte Roja. Me prometió alertar a los miembros de nuestro clan para que estén vigilantes ante cualquier posible aparición del monstruo. Le prometí que volvería a llamar mañana.
—Te has perdido la última sorpresita —dijo Flavia—. McCann nos va a llevar de excursión a las montañas, pero nosotras nos quedaremos en la tienda de campaña.
—¿Cómo? —preguntó Madeleine—. ¿Montañas? No comprendo.
—Ni yo —respondió Flavia—, aunque eso no ha detenido a McCann en el pasado.
El detective giró la cabeza fingiendo consternación.
—Pobrecita, apiadémonos de la triste Assamita maltratada. Luchar contra un monstruo legendario no ha sido suficiente para ella. Ya ansia nuevas emociones.
En frases concisas, McCann resumió a Madeleine los planes para los días siguientes. Mientras hablaban, pequeñas líneas de malestar comenzaron a formarse en la frente de la vampira. Cuando el detective terminó, parecía tan enfadada como Flavia.
—¿Cómo vamos a servirle de guardaespaldas si se niega a que le acompañemos en una misión tan peligrosa? —preguntó iracunda—. Además, no solo está poniendo su vida en peligro, sino también la de Elisha. Dice que este ser valora la intimidad. ¿Qué ocurriría si de repente decidiera que ha revelado demasiado sobre sí mismo a Elisha? ¿Qué ocurriría? —Se detuvo, pero solo por un instante. Sus ojos prometían tormenta—. El clan Giovanni ha estado activo en Suiza en las últimas décadas, trabajando con la industria bancaria. A lo largo de los años se han repetido historias inquietantes sobre un místico sobrehumano que vive en las cercanías de Berna. Estas informaciones aseguran que cualquiera que ve su rostro muere. ¿Puede garantizar que Elisha no sufrirá ese destino? ¿Qué regresará indemne de esa estúpida expedición?
—Mi conocido extiende esas mentiras para asegurarse que nadie le moleste —dijo McCann—. Aunque puede ser bastante insoportable y arrogante por naturaleza, no es cruel. Nunca mataría a nadie sin una buena razón. Acerca de los pocos montañistas que se topan con su escondrijo, borra sus recuerdos sobre el lugar y los libera. Un rastro de cadáveres es mucho más difícil de explicar que un viajero ocasional con amnesia.
—¿Dire McCann llamando a alguien arrogante? --dijo Flavia con una risotada—. Es una auténtica pena que no vaya a conocer a esa persona tan notable.
Bajo sus párpados medio cerrados, observó fijamente a Elisha con dos carbones encendidos.
—¿Qué ocurrirá si su amigo no tiene ninguna información útil que darnos, señor McCann? —preguntó el joven mago evitando los ojos de la Assamita. Tratar con ella iba a ser un problema—. ¿Dónde iríamos a continuación?
—París —dijo el detective—. Tengo una cita con Alicia Varney. Espero que sepa algo que nosotros desconocemos. Le gusta estar informada.
—Tengo muchas ganas de conocer a la famosa señorita Varney —dijo Madeleine—. Pietro maldice su nombre con frecuencia. No conozco los detalles de su desagrado, pero sospecho que se trata de asuntos financieros. A mi abuelo no le gusta nadie que controle una gran fortuna. Debe ser una mujer muy interesante.
—Es única en su especie —respondió McCann—. Estamos muy unidos.
Flavia rió sin humor. Elisha, como ya era frecuente, se sorprendió de las muchas cosas que desconocía.
—Es hora de visitar a Rambam —dijo el detective levantándose de la silla—. Hay algunos detalles que cerrar sobre la Muerte Roja antes de despedirnos.
Se marcharon juntos del café, mientras los clientes varones observaban el contoneo sensual de las caderas de Flavia. A la Assamita le gustaba ser el centro de atención.
La anchura de la calle les obligaba a caminar en parejas, McCann con Flavia y Elisha con Madeleine.
—Pareces contenta con la llamada telefónica —dijo el mago—. Debes haber recibido buenas noticias.
—Fue bastante satisfactoria —dijo Madeleine. Tomándole totalmente por sorpresa, pasó su brazo por debajo del de él. Aunque su piel era fría al tacto, a Elisha no le importaba—. No olvidaré la conversación de esta noche durante mucho, mucho tiempo.
Aunque el mago le preguntó una y otra vez de qué habían hablado, ella se negó a responder.