Capítulo 20

Truco 7: La traducción inversa

Yarza, ingeniero vasco, hermano de un conocido portero del Zaragoza, me miró un momento y dijo: «,Por qué no nos das más frases como éstas?».

Hablaba poco. Tremendamente inteligente pero parco en palabras, Yarza se limitaba a progresar en inglés a una velocidad sorprendente, sin apenas abrir la boca, pero fijándose, lánguidamente, en lo que yo decía y respondiendo, de la forma más escueta posible, a las preguntas que le formulaba. Eran cinco en clase y Yarza era el que menos participaba y el que menos interés parecía mostrar. Sin embargo, era con diferencia el que más avanzaba.

«¿Por qué no nos das más frases como éstas?»

Me sorprendió su pregunta por dos motivos, primero porque apenas decía ni esta boca es mía en clase y, segundo, porque era la primera vez en mi vida que un alumno me pedía más homework. Y lo más sorprendente de todo era que los otros cuatro alumnos se unieron a su petición.

Dos días antes, a los cinco ingenieros industriales les había pedido que trajeran a clase, al día siguiente, diez frases escritas en el presente perfecto inglés. Los cinco ingenieros industriales, de unos 42 años de media, curtidos veteranos de la metalurgia, con las manos medio manchadas de grasa, necesitaban mejorar mucho su inglés desde la adquisición de la fábrica por una empresa norteamericana con sede a orillas del río Mississippi, la América profunda. Para los cinco curtidos ingenieros, hacer deberes era algo de su pasado lejano, algo sobre lo que ni sus propios hijos se atrevían a preguntarles.

«¿Por qué no nos das más frases como éstas?»

Cuando dos días antes les había encargado escribir y traer las diez frases citadas, sólo Ochoa cumplió con la tarea. Típico. Ochoa siempre era el «cabeza cuadrada» del grupo, más cuadrada que incluso la de los alemanes que ahora visitaban la fábrica desde la Central Europea de la multinacional norteamericana. Le llamaban en clase Mr. Eight A, es decir, el Sr. Ocho-A (Ochoa). Menos Yarza, el serio, los tres restantes también tenían sus apodos en la clase de inglés: Felipón el bobón, Pelo Cabra y Osram (por su cabeza calva cual bombilla)…

Yo ya estaba harto de que sólo Ochoa fuera consecuente con su deseo de aprender inglés. Ya estaba bien de que estos ingenieros me tomaran el pelo. Me llevaban 14 años, eran inteligentes, ganaban cinco veces más que yo y, a pesar de ser unos brutos, yo sabía que estaban perfectamente capacitados para vencer el inglés sin apenas pestañear. «Ya está bien», dije yo en la clase siguiente. «Sacad una hoja cada uno y escribid las siguientes frases. Mañana me las traéis traducidas al inglés».

Haré lo que pueda.

Esto no es lo que yo pedí.

Tenemos que partir de cero otra vez.

Creo que ha habido un malentendido.

¿Me lo puedes confirmar por escrito?

A la clase siguiente, los cinco, incluso Felipe, trajeron las frases traducidas al inglés. Pacorrín, el denominado «Pelo Cabra», tuvo un fallo. Había escrito in writting con doble «t» en lugar de in writing con una sola t. Pero todos, tanto Pelo Cabra como los demás, habían desviado su atención de sus propias cosas para hacer algo con el inglés fuera de la clase. Yo estaba atónito. ¿Qué mosca les había picado?

«¿Por qué no nos das más frases como éstas?», decía Yarza.

Desde entonces, y como respuesta a Yarza y a otros, he escrito personalmente, de mi propio puño y letra, más de 25 000 frases, desde las más sencillas hasta las más complejas, desde las más banales hasta las más técnicas y especializadas, pero todas, absolutamente todas, muy relevantes para el inglés del día a día en el mundo profesional.

Descubrí, gracias a mis cinco ingenieros, hombres tan finos y encantadores como una cantera de piedra caliza, que el reto de la traducción inversa es poderosísimamente eficaz como acicate para inducir a los españoles a trabajar con el inglés. Tras la experiencia con mis ingenieros, dediqué cuatro meses a producir lo que desde entonces se llaman Translations Booklets 1, 2 y 3, tres libros de 1500 frases cada uno que han sido tan usados, abusados y manoseados por tantos profesores y tantos alumnos durante tantos años, que no tienen nada que envidiar ni a la pelota de rugby más reñida del Torneo de las Seis Naciones.

Los modernos «gurús» de la enseñanza dirán que para aprender un segundo idioma, uno no debe echar mano jamás al idioma propio… que el idioma propio nunca debe estar presente. Si estos gurús tienen razón, entonces también tienen razón aquellos que afirman que el Capitán Garfio aún vive y está casado en segundas nupcias con la hija ilegítima de Goofy. Los adultos no pueden aceptar nunca un segundo idioma sin tener como apoyo el idioma propio, al menos durante la fase 1 y durante cierto tramo de la fase 3 (véase capítulo 5). Después de la pubertad, el ser humano ya tiene el cerebro, la boca y el aparato motor diseñados alrededor de la lengua materna y, curiosamente, incluso los niños que se crían con dos idiomas acaban con la misma limitación, pero alrededor de dos idiomas en vez de uno solamente. Mis hijos hablaban dos idiomas perfectamente a los cinco años, pero después, a los 12 ó 13, cuando quisieron abordar el francés o el alemán, lo tenían tan crudo como sus compañeros de clase monolingües. Solamente aquellos que, como yo, consiguen un dominio total de un segundo idioma después de la pubertad tienen la mente adaptada y lista para absorber más velozmente un tercer, cuarto o incluso quinto idioma.

La persona adolescente o adulta de inteligencia media, independientemente de la mayor o menor intensidad de su bagaje emocional, ya tiene la mente preparada para el estudio y el análisis. Se trata de una mente que no acepta nada por su valor intrínseco en sí. Lo acepta porque decide que le conviene o porque las personas o las circunstancias le obligan a aprenderlo. Antes de la pubertad, los niños asimilan las cosas sin cuestionarlas. Después, no pueden. Nuestro creador o nuestra evolución nos ha hecho así y ningún gurú va a cambiar esto, por mucho dinero que gane publicando libros leídos por «grandes educadores» y sus embelesados discípulos de postgrado. Ellos viven en una torre de marfil lejísimos de la áspera angustia que yo he sentido en carne propia cuando un director general me ha encargado dotar de inglés, entre ahora y Navidades, a un Tancredo Salazar, fenómeno comercial de 47 años pero, como dice el poema:

… tan fino, tan fino como el peor aguardiente.

Cuando yo me veo en la tesitura de producir un milagro, de devolver a una empresa a un tipo, para el que todo el mundo vaticina el fracaso estrepitoso, hablando inglés, no tengo más remedio que ir directamente a la yugular y zarandearle hasta que, primero, se espabile y, después, corra conmigo como un maldito diablo hasta hacerse de una vez por todas con un nivel de orgullosa supervivencia con mi idioma. Por eso mi empresa, Vaughan Systems, desdeña a los candidatos a profesor que llegan a nuestra puerta con un título bajo el brazo en la enseñanza de inglés como segunda lengua. Con pocas excepciones, son demasiado teóricos, lo cual se queda en evidencia al segundo día de training. Los otros que sí buscamos, los ex pilotos de helicóptero, los retirados del rugby profesional, los pianistas de concierto del Conservatorio de Londres, las número 83 de la ATP mundial, las maestras de primaria prejubiladas, acostumbradas a mantener firmes a sus pequeños, los actores de Broadway que casi llegaron al estrellato y otros casos similares, son curiosos especímenes humanos que dan 127 000 vueltas a los novatos de uñas perfectas y limpias con sus títulos de postgrado, y lo hacen, repito, al segundo día de training. El éxito de mi empresa se debe a la calidad humana y profesional del profesor y, curiosamente, el mejor profesor es casi siempre alguien de fuera del gremio.

Por lo tanto, tengo muy poca o nula paciencia ante el aluvión de estudios teóricos o de grupo de control que afirman que el idioma propio del alumno no debe estar presente durante el proceso de aprendizaje. Esto es como decir que un muro de adobe ha de poder tener la misma función que los muros de contención de hormigón armado de las grandes presas y embalses de agua. Es simple y llanamente una propuesta propia de ilusos. Es imposible conseguirlo. Un adolescente o un adulto siempre van a penetrar en un segundo idioma comparándolo con el propio. Es inevitable. Pretender lo contrario es muy poco realista. Sólo en ciertas situaciones que existen en la fase 2 cuantitativa es recomendable y deseable que el idioma propio deje de existir (salvo en la cabeza del adolescente o adulto, donde no podemos ejercer ni control ni dominio).

Yo, y muchos de mis colegas, sabemos perfectamente enseñar inglés de forma eficaz sin apelar al idioma español. Sin embargo, cuando sabemos hacer punzantes incursiones interesantes en la lógica del idioma de nuestros alumnos para aclarar, en dos segundos, un concepto en inglés que llevan diez años entendiendo sólo a medias, se les ilumina la cara y, más que aclararles el concepto, conseguimos que se interesen aún más en el inglés y deseen hacerse con él. Esto lo veremos mucho más de cerca en el capítulo 28. Por ahora, y sin más preámbulo ni dilación, veamos un ejemplo de la traducción inversa, ese arma, en mi opinión, tan potente, tanto en su eficacia para aclarar conceptos como en su capacidad para retarle al alumno y, en última instancia, conseguir que se entregue, en cuerpo y alma, a mi idioma.

1. No seas tan pesimista. Don’t be so pessimistic.
2. Tráemelo en cuanto puedas. Bring it to me as soon as you can.
3. Esto no tiene sentido. This doesn’t make any sense.
4. Nadie sacó el tema. Nobody brought up the subject.
5. Llegas tarde. You’re late.
6. No lo puedo evitar. I can’t help it.
7. ¿Te puedo pedir un favor? Can I ask you a favour?
8. Ahora vuelvo. I’ll be right back.
9. ¿Nos vamos? Shall we go?
10. Trae tu agenda por si acaso. Bring your agenda just in case.

Estas diez frases están sacadas de las 10 750 que preparé en los años ochenta. Vamos a usarlas para practicar un poco. Le voy a sugerir un procedimiento que quiero que siga con todos los libros, desde el de nivel principiante hasta el reservado para los «súper».

  • Saque una hoja de papel en blanco y tape la columna derecha de la lista, es decir, la columna en inglés.
  • Traduzca al inglés la frase número 1 que ve en español. Cuando la haya traducido, baje un poco la hoja hasta descubrir la respuesta en inglés. Si tiene algún error escriba de nuevo la frase.
  • Ahora traduzca la frase número 2, repitiendo el procedimiento hasta terminar con todas las frases.
  • Saque una segunda hoja en blanco y repita toda la operación, intentando esta vez escribir correctamente todas las frases sin cometer ningún error. El objetivo de esta parte del proceso es consolidar un dominio teórico y gramatical de las frases.
  • Una vez conseguido este dominio, repita la operación completa, pero esta vez en voz alta. Escuche los CDs que acompañan las listas, si tiene dudas sobre la pronunciación o el ritmo de las frases.
  • Repita la práctica oral hasta ejecutarla con total acierto y con cierta velocidad.
  • Deshágase de la hoja en blanco que usaba para tapar la columna derecha y póngase a leer en voz alta todas las frases en inglés. Repita la operación hasta que las pueda leer con aplomo y soltura.
  • Finalmente, si está por la labor, trate de memorizar la columna derecha en inglés y recitarla en voz alta. Imagine que mil personas le están escuchando mientras recita cada frase.

Si puede seguir este procedimiento con dos listas por semana, al cabo de dos años, habrá cubierto 200 listas y entre 5000 y 10 000 frases, según los libros elegidos. Cuando la gente me pregunta si puede obviar ese 20% del aprendizaje de inglés que exige la presencia de un buen profesor, siempre le digo que no. Pero si sigue las pautas que describo en éste y otros capítulos de este libro, es más que posible evitar el alto coste personal que pueda suponer un buen profesor. (No obstante, el impacto que un excelente profesor puede tener sobre el alumno en encenderle la pasión por el idioma es insustituible).

La eficacia de la traducción inversa, escrita y oral, de frases de uso cotidiano es algo que descubrí gracias a la ayuda de cinco curtidos ingenieros, fumadores empedernidos de Ducados o Habanos. Dos años más tarde, el Sr. Lorduy, el directivo más fino y elegante de la misma empresa, apodado por muchos «el Lord Uí», me vaticinó: «Richard, con estas frases te vas a hacer rico». Su predicción no se hizo realidad, porque nunca he intentado publicarlas y promocionarlas para el gran público. Pero de haberlo hecho, de haberle hecho caso al refinado «Lord», ahora podría retirarme del mundanal ruido si quisiera. Nunca una pieza de material didáctico ha sido más aprovechada por mis alumnos que los libros de frases para la traducción inversa.