Capítulo 7
El oído: el instrumento más importante de todos
Ya he dedicado muchas páginas de este libro a recordarle que todo lo que usted entiende como aprender un idioma se compone de aspectos más bien secundarios ante la imperiosa prioridad de entender a la primera, de entender no sólo los significados, sino los constantes matices que salpican cada frase que se oye en un encuentro importante. Me podrá usted impresionar con su dominio del condicional, me podrá enseñar el premio nacional que ganó en el concurso de manejo de los verbos irregulares, podrá presumir delante de mí de la destilada claridad de su pronunciación de mi idioma, pero si a la hora de la verdad, si a la hora de reunirse con esos dos ingenieros de Liverpool y ese director técnico de Johannesburgo para cerrar una gigantesca operación de venta de componentes de su empresa de Manresa, si en ese momento crítico para el éxito de sus esfuerzos, usted no es capaz de entender bien los significados y matices de los tres ingenieros de acentos tan raros, entonces más vale que sus componentes sean buenísimos y sepan cantar coplas, ya que usted lo va a tener muy crudo si quiere llevar las negociaciones a buen puerto.
El oído, repito, lo es todo. Si uno no entiende bien y a la primera, da lo mismo cómo se exprese hablando.
Los capítulos 18, 22 y 23 le darán varios consejos y trucos para potenciar el oído. Mientras tanto, quiero que entienda por qué es tan difícil entender bien a nativos de habla inglesa e intentar despejar cualquier atisbo de desacuerdo que usted pueda tener conmigo con respecto a estas aseveraciones. Centrémonos en unos hechos:
- Usted entiende mal mucho más de lo que piensa. Cuando cree estar entendiendo bien, puede estar seguro de que está captando menos del 50%.
- Cuando usted no entiende, no suele ser porque sus interlocutores estén empleando vocabulario, giros o expresiones que desconoce. Es porque su oído simplemente no está discriminando sonidos.
- Yo tardé siete meses, viviendo en España, en sentirme seguro de mí mismo a la hora de entender a los españoles. Y tardé este tiempo habiendo llegado a España ya con un firme nivel intermedio hablado.
- Existen en el mundo anglosajón más de mil acentos claramente diferenciables, el 70% de ellos solamente en el Reino Unido.
- La inmensa mayoría de los profesionales de habla inglesa, ya sean abogados, banqueros, ingenieros, consultores, directivos de empresa o personas de otras profesiones o gremios, hablan un inglés muy diferente al inglés que usted está acostumbrado a oír en boca de sus profesores en clase.
- Usted, reunido con profesionales de habla inglesa, difícilmente podrá hacer buen uso de sus conocimientos o talento si no capta a la primera los significados y matices. Emplear su intuición para entender es peligroso y raramente funciona.
- El 95% de todo lo que dicen esos profesionales de habla inglesa que usted, creyéndolo o no, no entiende, proviene de las aproximadamente mil palabras enumeradas en el capítulo 5.
En la vida real, muy poca gente habla con claridad, o al menos con la claridad que busca un extranjero de otro idioma. Incluso entre nativos puede haber serios problemas de comprensión auditiva. A mí me cuesta trabajo a veces entender a la gente procedente de muchas comarcas de Gran Bretaña e Irlanda. Si hay ruido de fondo también me cuesta seguir el hilo con australianos y neozelandeses. Me imagino cómo sería si fuera un español de nivel medio alto.
Desde hace años, voy muchos domingos a abrir personalmente los programas de Vaughantown en diferentes lugares de encuentro en el centro de España. Cada semana se inicia un programa nuevo con 15 angloparlantes y 15 españoles deseosos de mejorar sus conocimientos. Los angloparlantes son voluntarios que vienen a España para conocer el país participando en una especie de microcosmos de habla inglesa, en el cual ambos grupos se desenvuelven de acuerdo con un plan riguroso de sesiones individuales y grupales. En plan jocoso lo llamamos el «maratón del parloteo».
Esos domingos, cuando abro un programa nuevo, siempre comienzo pasando lista, empezando por los angloparlantes. Voy preguntando, uno a uno, de dónde es, a qué se dedica, cómo nos encontró y si había estado alguna vez en España. Conforme paso de un angloparlante a otro, charlando tres minutos con cada uno, percibo cómo los españoles, esperando su turno, se van achicando. Algunos se asustan. No entienden casi nada. Piensan: «¿Están hablando en inglés o se trata de un dialecto de quechua?».
Empiezo con el grupo de angloparlantes a propósito, porque quiero demostrar a los participantes españoles el tremendo abismo que existe entre cómo habla la gente normal y cómo hablan los profesores de inglés en las aulas. Lo más curioso de todo es que si los españoles vieran por escrito lo que no están entendiendo, lo entenderían en un 80%.
Esto pasa también en las películas. Muchos españoles compran o alquilan DVDs, seleccionan la versión en inglés y dicen para sus adentros: «Voy a entender esta película aunque me muera en el empeño». Después, no captan ni el 10%, se desaniman, cambian la película a la versión doblada y se desesperan de su inglés. Sin embargo, si les entregásemos en papel el guión original de la misma película, lo entenderían al 80 ó 90%. Estamos otra vez ante el problema de la discriminación de sonidos. Esto me pasó a mí en español. Hace unos años pusieron en televisión una película antigua con William Holden y Jennifer Jones. Cuando pregunté a mi mujer qué película iban a echar, me dijo:
—La colina de la dios.
—¿Cómo? —le contesté.
—La colina de la dios.
—Querrás decir «de la diosa» ¿no?
—No, no, de la dios.
Al final, al ver el comienzo de la película, vi que se llamaba La colina del adiós. Claro, al verlo por escrito se me hizo la luz, pero hasta ese momento la forma más natural y nativa de enlazar palabras en español me despistaba.
Mi amigo José, ese gran alumno y artillero, pícaro profesional, quiso despistar a la gente deliberadamente. Heredó de su madre una explotación agrícola en Segovia y, en letras grandes encima de la entrada puso La Granja Mona. Puesto que siempre le gustaban las mujeres algo llenitas, el juego de sonidos le hacía mucha gracia.
Francisco de Quevedo, ingenioso como pocos, también empleó un truco parecido, el famoso truco para ganar una apuesta a expensas de la reina, la «reina coja». Era tabú en la villa y corte hacer alusión al hecho de que la reina tenía una cojera, ante lo cual Quevedo, tan gallito, retó a todos a que podía decírselo a la cara. Llegado el día, Quevedo compró un clavel y una rosa y al acercarse a la buena señora, le dijo:
Entre el clavel y la rosa, Su Majestad escoja.
«Ya lo sé, Quevedo, ya lo sé», dijo la reina, consciente del ingenio lingüístico del ya famoso escritor.
Entonces, si el español se presta tan fácilmente a liar incluso al oyente nativo más atento, imagínese lo que puede pasar cuando se trata de un segundo idioma que uno sólo domina a medias. Las posibilidades de entender mal por culpa de cómo se enlacen los vocablos son infinitas. Un ejemplo muy sencillo en inglés para ilustrar esto es la manera nativa para decir dos expresiones que los profesores de inglés jamás dirían en clase:
En español | Inglés de profesor | Inglés normal |
¿A qué te dedicas? | What do you do? | Uátaya dú? |
¿Qué haces esta noche? | What are you doing this evening? | Uátaya dúin this evening? |
En la tercera columna pongo una transcripción fonética de las dos preguntas en inglés. Si se fija bien, verá que el sonido fonético para what do you y what are you es idéntico. Ningún profesor de inglés, yo incluido, hacemos esto en clase. Sin embargo, le puedo asegurar que jamás en la historia del mundo un angloparlante ha dicho what do you do cuando quiere que le diga a qué se dedica. Siempre es whattaya (uátaya).
Otro hábito lingüístico que existe en todos los idiomas es la tendencia a «preambular», una palabra mía que significa «meter relleno al principio de una frase». Por ejemplo, la siguiente frase: «Bueno, pues, como te decía el otro día, es importante llamar a Pepe lo antes posible». La primera parte de la frase, antes de la tercera coma, es relleno y no aporta ninguna información. Sin embargo, se suele soltar de forma rápida y sin previo aviso. Ante tal frase, un extranjero cuyo dominio del idioma sea precario, no sabe, en principio, si se trata de algo relevante o no. Se queda tan atascado tratando de sacar sentido del «… bueno pues como te decía…», que no ha podido prestar atención a la idea principal, es decir, el que sea importante llamar a Pepe. En inglés hacemos lo mismo, «preambulamos» a nuestras anchas:
Well you know as I was saying the other day, you need to give Pepe a ring as soon as possible.
Le puedo garantizar que si usted no tiene un nivel auditivo muy desarrollado en inglés, las 10 primeras palabras de la citada frase le sonarán a alguien farfullando incoherencias y harán que pierda el sentido de la parte de la frase que sí importa.
Otros retos comunes para el español ante foros de comunicación en inglés son la gran cantidad de personas que no hablan en absoluto de forma clara:
- Muchos ingleses, sobre todo los altos directivos, susurran el inglés, no lo hablan. Da la impresión de que les gusta que los demás se inclinen hacia delante (nativos incluidos) para entender las perlas de sabiduría que se supone salen de sus bocas.
- Muchos americanos, sobre todos los ingenieros, ladran el inglés, no lo hablan. Su característica manera dominante y resolutiva de abordar los temas les conduce a hablar de forma atropellada y estruendosa. Otros americanos hablan como si tuvieran canicas en la boca.
- Muchos jóvenes y no tan jóvenes arrastran las palabras cuando hablan, ofreciendo frases ausentes de cualquier grado de nitidez.
- Los australianos y neozelandeses cambian radicalmente la pronunciación estándar de muchas de las palabras más comunes del idioma, empezando por la pronunciación de España. Para ellos, es «spáin» y no «spéin». Incluso un americano o inglés entiende «espina dorsal» en lugar de «España».
- Los ingleses del centro y norte de Inglaterra, así como los australianos de clase media, compensan sus momentos de inseguridad a través de rápidos destellos verbales, frases cortas pronunciadas tan deprisa que nos cuesta a otros nativos enterarnos de lo que han dicho. Cuando un inglés le dice de dónde es, si se trata de un pueblo poco conocido de la costa o del interior, no hay quien entienda el nombre del lugar hasta que la persona lo deletree. Me acuerdo de un neozelandés de Christchurch, la tercera ciudad del país en población. Me lo tuvo que decir tres veces seguidas hasta que entendí que se trataba de «Iglesia de Cristo». Juraría que el señor decía «króischuch».
- Los texanos y otra gente del sur de Estados Unidos hablan un inglés tan vago y aletargado como los cubanos y otros caribeños el español. Es gracioso oírlos, pero no hay quien los entienda si no se está acostumbrado.
- Por último, hay un segmento muy grande de angloparlantes, el más grande de todos, que no tiene la costumbre de hablar con extranjeros. Cuando le oyen a usted decir pleased to meet you, con su acento español, dan por sentado que usted es bilingüe y comienzan a hablarle como hablarían con sus vecinos, a metralleta limpia y sin vocalizar. Éstos son los más peligrosos de todos.
Podría seguir con muchos ejemplos más, pero lo importante aquí es recordar que el mundo anglosajón está lleno de importantes profesionales recorriendo el globo y hablando un inglés a años luz de como lo habla su profesor en clase.
Hace un mes asistí a una fiesta sorpresa de cumpleaños para un cargo importante del Ministerio de Hacienda. Durante la fiesta conocí al típico norteamericano, gordo y sano, que se ve en las calles de turista, con pantalón corto y cámara colgada del cuello. En este caso, mi compatriota estaba vestido un poco mejor, pero nada más conocerle pensé que estaba aquí en España de paso. Me sorprendió cuando me dijo que llevaba ocho años y que trabajaba como consultor en una empresa de alta tecnología y en unos proyectos tan críticos para el gobierno que no podía extenderse más sobre la naturaleza de su actividad. Decir más sería atentar contra la seguridad nacional.
Al cabo de unos minutos de conversación, le oí decir algo en español a uno de los camareros, bien expresado, pero con un fuerte acento americano. Por curiosidad le pregunté: «Con los directivos y técnicos en el trabajo ¿hablas en español o en inglés?».
Me respondió: «Al cabo de un mes me di cuenta de que o aprendía español o no podía seguir trabajando aquí. Mis colegas querían hablar inglés conmigo. Para ellos mi llegada fue una oportunidad para practicar el idioma. Pero no me entendían casi nada cuando había que hablar en serio y precisar las cosas. Mi trabajo requiere hasta estudiar la colocación de cada coma y tenía que estar seguro de que me estaban entendiendo».
El americano lo resumió de forma contundente. El adulto español no entiende el inglés hablado salvo el de su profesor, y el 90% de su falta de eficacia con el idioma se debe a este fallo. Mucho de lo que ya he dicho hasta ahora y de lo que voy a decir en las páginas que siguen volverá a incidir en este problema, y no lo hago por gusto, pero no me cansaré de repetir lo mismo hasta la saciedad. Lo haré porque el español medio se empeña en creer que entiende inglés mejor que lo habla y está muy, pero que muy equivocado.