Capítulo 19
Truco 6: El pasajero y la pared
Yo: | ¿Qué hacías ayer con Beatriz cuando te vi? |
Braulio: | No hacía nada. Estábamos hablando de ti. |
Yo: | ¿De mí? ¿Desde cuándo soy yo tema de vuestras conversaciones? |
Braulio: | Hombre, desde que has conseguido ese nuevo contrato no hay quien te aguante. |
Yo: | ¿Cómo que no hay quien me aguante? No he cambiado ni un ápice. |
Braulio: | Beatriz piensa que sí. Está preocupada por ti. |
Yo: | ¿Por mí? ¿Por qué? |
Braulio: | Dice que ya no eres el mismo… que ya no escuchas a la gente. |
Éste es un extracto de una conversación que tuvo lugar probablemente en el año 1983, en mi coche. Transcurrió, con toda seguridad, durante un atasco y, posiblemente, entre los semáforos de la Plaza de Cuzco y la Plaza de Lima, en pleno centro financiero de Madrid. Es una de las mil conversaciones que Braulio y yo habremos mantenido en mis trayectos en coche por toda la ciudad y su extrarradio. Siempre hemos ido juntos, hasta hace muy poco tiempo. Últimamente hablamos menos y son cada vez más las veces que él no me acompaña, pero hubo una época en que nuestras conversaciones llegaban a ser realmente interesantes, llenas de momentos curiosos, desde citas filosóficas hasta insinuaciones incluso morbosas.
Yo conducía. Braulio se conformaba con ir de acompañante. Durante los años 80, me atrevería a decir que intercambiamos medio millón de frases en español, un promedio de 200 por día durante 2500 días. Lo bueno de mi amigo Braulio era que me dejaba hablar sin interrumpirme y no me corregía si cometía un error en mi español. Me dejaba hablar a mis anchas y así ganar soltura con el idioma. Otras personas me corregían a veces algún error y, cuando les hablaba de Braulio, se extrañaban de que él no hiciera lo mismo. «Es un poco vago», me decían: «Debería llamarte la atención sobre un error como ése». Pero a Braulio no le importaba esto cuando se lo contaba. «Tienes que ganar soltura y confianza», me decía. «Si te corrijo cada error, te quedarás parado la mitad de las veces ante la inseguridad de la imagen que desprendes cuando hablas español. ¡Tú sigue adelante! ¡Hablas muy bien!».
Hace tiempo que Braulio no me acompaña. Está triste, porque piensa que ya no le necesito para seguir mejorando mi dominio del español. Está equivocado. No es que no le necesite, Dios me libre, pero a estas alturas de mi vida, a una edad en la que empiezo a perder células cerebrales a 100 por hora y a quedarme sin memoria, en una época en la que me noto con una capacidad cada vez menos aguda e intensa para estar alerta ante la gramática y fonética del español, un idioma para mí, a pesar de mi dominio, todavía raro y extranjero, no puedo realmente aprovechar la dicharachera ayuda de mi amigo don Braulio. Él sigue tan joven y jovial como siempre, mientras que yo estoy iniciando la inexorable entrada en el otoño de mi vida, el «lobo plateado», como me llaman ya algunos. Es lógico pues que no busque con tanta asiduidad la compañía y conversación de mi amigo. En fin…
Sin embargo, el otro día estuve con él y le hablé sobre usted. Le dije que usted necesitaba practicar incesantemente su inglés con alguien acostumbrado a mantener largas conversaciones sin perder la paciencia y sin caer en la tentación de corregir. Verá. Mi amigo Braulio es perfectamente bilingüe. Habla inglés con la misma soltura que el español. Podrá, si usted quiere, subir a su coche y acompañarle durante la hora y media que dedica cada día a realizar sus desplazamientos. Es un compañero interesante y tiene tema para toda una década de trayectos en coche. Se lo presto.
DÉ RIENDA SUELTA A LA MENTE
En el año 1979 me robaron la radio de mi coche, un Simca 1200, delante de la casa de mi suegra. No la sustituí por otra y en 1982, cuando compré un coche nuevo, pedí que no se le instalase una radio, algo que les extrañó mucho en el concesionario. Ya conocía, a mis 30 años de edad, el increíble poder de pasar largos ratos solo, sin distracciones. Llevaba tres años, con mi Simca 1200, dedicando 90 minutos de cada día laborable a pensar, para mis adentros y en voz alta. Al no tener una radio que me absorbiera la atención mientras me movía en coche, no tenía más remedio que rellenar el tiempo muerto con el poder de mi mente. Pensaba… y pensaba… y pensaba. A veces hablaba a solas. Y un día, sin previo aviso, apareció Braulio y entablamos una larga conversación sobre la diferencia entre los verbos españoles «ser» y «estar». Recuerdo que Braulio me hizo reír, el primer día que nos conocimos, diciendo «hay un estar humano en el cuarto de ser». A partir de ese día, con mi íntimo amigo imaginario, hilé miles de pequeñas conversaciones en español, empujando el idioma hasta sus límites y más allá. Estoy convencido de que hoy en día el 90% de la inventiva con la que sé hablar en español existe gracias a mis largas conversaciones con mi amigo don Braulio.
Mañana, si va al trabajo en coche, no encienda la radio. Trate de llegar a su destino sin buscar la sedosa voz de un locutor profesional, sin escuchar el pesado tira y afloja de las tertulias o sin oír las noticias de siempre sobre bombas, escándalos o accidentes de autocar, todos fenómenos de la naturaleza física o humana que no han cambiado en su esencia desde los albores de la civilización. Mantenga apagada la radio y deje que su cerebro, ese órgano incluso más complejo que el mundo exterior físico, aprenda a llenar el espacio vacío con todo lo que tiene dentro. Tiene mucho por dentro, se lo advierto. Mucho. No haga con su mente lo que los patricios romanos hacían con la plebe: darle pan y circo. No haga con su mente lo que tantos políticos quieren darle hoy en día: fútbol y playa. Si usted no es capaz de estar una hora solo, sin distracción alguna, o si no le gusta; si su cerebro necesita en todo momento algún estímulo externo, entonces, al igual que los músculos de su cuerpo, los circuitos de su cerebro se le irán atrofiando con el paso del tiempo.
Si pasa mucho tiempo en su coche, aproveche el tiempo para liberar la potencia latente que reside en su cerebro y, de paso, use esa potencia para darle una oportunidad a Braulio de tener en usted un nuevo amigo. El pobre se siente solo. Apague la radio y hable inglés por los codos. Cometerá errores, pero da lo mismo. Ganará soltura y pondrá en práctica, con un tipo curioso a su lado, todo un abanico de formas y estructuras gramaticales en inglés. Acumule horas con Braulio y verá lo mucho que mejorará su inglés.
SORPRESAS EN LA PARED
¿Y si no tiene coche, si se desplaza en transporte público? En este caso, le recomiendo que lleve un MP3 o similar para oír inglés, tal y como le acabo de sugerir en el capítulo anterior y que, en vez de Braulio, trabe amistad con Carol, una joven realmente especial que, sin que usted lo sepa, vive en la pared de su casa. Si mañana se pone delante de la pared de su salón o dormitorio y se fija mucho durante cierto rato, no se asuste cuando empiece a divisar la leve silueta de una esbelta figura femenina. Se trata de Carol y es muy parlanchina. Le encanta hablar y no le dejará en paz hasta que usted también hable sin parar. Entable conversaciones con ella siempre que pueda.
Usted: | Hello, Carol. How are you doing today? You look a little tired. Is something wrong? |
Carol: | No. Everything’s fine. Well… to tell you the truth, I’m worried. |
Usted: | What are you worried about? Maybe I can help. |
Carol: | No, I don’t think so. It’s about Pedro. I saw him yesterday with Paula. |
Usted: | But that’s normal. They work in the same department. You shouldn’t worry about that. |
Carol: | Maybe not, but I saw them in a bar downstairs from the office. They seemed to be talking about something really serious. |
Usted: | Of course they were. They were probably talking about the new project they’re both involved in. I’ve heard there are a lot of problems with it, so its normal for them to have a coffee downstairs and talk about work. |
Carol: | I hope you’re right. |
Esta conversación requiere un nivel medio o medio alto de inglés, pero Carol también sabe mantener conversaciones más sencillas y rudimentarias si es preciso. Le gusta tanto hablar que hará lo que sea para no quedarse difuminada largo tiempo en el yeso o en el papel de la pared.
Hablar en voz alta, a solas, inventando historias sin preocuparse por los errores que cometa, es una forma muy eficaz de ganar soltura y de consolidar el dominio oral de muchos tiempos verbales y otras estructuras gramaticales. Al mismo tiempo, independientemente del beneficio que pueda representar para su inglés, es una actividad para entrenar la mente y fortalecer el cerebro, ejercitándolo mediante unas actividades que hasta ahora no se le han ocurrido jamás ¿Quiere hablar en su propio idioma con grandes dosis de espontaneidad e ingenio? No es tan difícil, pero primero debe ensayar estar solo durante muchas horas y después se sorprenderá de lo fácil que es mejorar su expresividad y eficacia comunicativas. Sólo hace falta que apague la radio, apague la televisión y destierre otras distracciones. Pronto aprenderá a ocupar la soledad con amigos imaginarios bien curiosos y a dotar a cada uno de ellos de una personalidad inteligente y llena de vida y efervescencia.