Capítulo 14
Truco 1: La lectura de bestsellers
Una novela media contiene 150 000 palabras y una persona normal puede leer, en su propia lengua, aproximadamente 12 000 palabras por hora si no sufre distracciones o interrupciones. Esto quiere decir que en español, usted seguramente podría leer una novela, sin prisas pero sin pausa, en unas 12 horas y media, o visto de otra manera, una media hora de dedicación a lo largo de 25 días o noches.
Si la novela es en inglés, pongamos 30 días… un mes completo de media hora de lectura por día. Tal vez me vaya a decir: «Pero hombre, ¿sólo voy a tardar un 20% de tiempo más en leer una novela en inglés que en español? Mi nivel no da para tanto».
Se equivoca. A no ser que tenga un nivel preintermedio o menor, hay muchas novelas en inglés que usted puede leer en un solo mes y con poco tiempo de dedicación cada día. El secreto está en no echar mano al diccionario en ningún momento. Ante esto, claro, me va a decir: «Entonces ¿cómo me voy a enterar de lo que pasa en el libro si no busco las palabras que desconozco?». Y le responderé: «Pues ya verá como sí. Ya verá que podrá seguir la historia sin grandes dificultades». Veamos un extracto de The Fourth Estate, un best seller publicado en 1997 por el famoso novelista inglés Lord Jeffrey Archer, también famoso por su pasada carrera política dentro del Partido Conservador británico y sus numerosos escándalos sexuales y financieros:
1 There are many advantages and some disadvantages in being born a second—
2 generation Australian. It was not long before Keith Townsend discovered some of
3 the disadvantages.
4 Keith was born at 2:37 p. m. on 9 February 1928 in a large colonial mansion in
5 Toorak. His mother’s first telephone call from her bed was to the headmaster of St.
6 Andrew’s Grammar School to register her first-born son for entry in 1941. His fa-
7 ther’s, from his office, was to the secretary of the Melbourne Cricket Club to put
8 his name down for membership, as there was a fifteen-year waiting list.
9 Keith’s father, Sir Graham Townsend, was originally from Dundee in Scotland,
10 but at the turn of the century, he and his parents had arrived in Australia on a
11 cattle boat. Despite Sir Graham’s position as the proprietor of the Melbourne
12 Courier and the Adelaide Gazette, crowned by a knighthood the previous year,
13 Melbourne society — some members of which had been around for nearly a century,
14 and never tired of reminding you that they were not the descendants of convicts—
15 either ignored him or simply referred to him in the third person.
El primer párrafo no presenta problema alguno de comprensión para un lector español de nivel medio bajo de inglés, a pesar de la presencia de algunas palabras posiblemente desconocidas. En la línea 5 vemos la palabra headmaster, pero podemos intuir que se trata de alguien de cierto rango dentro de un colegio privado. Al final de la línea siete vemos el verbo compuesto to put his name down. Es posible que el lector no entienda el motivo de la preposición down, pero entenderá perfectamente el sentido de la lectura sin la preposición (y por cierto, volverá a ver put down o write down —apuntarse— probablemente 50 veces más en la novela). En la línea 10, el lector no tendrá problema alguno con la expresión at the turn of the century pero en la siguiente línea tropezará de frente con el adjetivo cattle.
«¿Qué significará? Entiendo que llegaron a Australia en un barco… ¿pero qué tipo de barco? ¿Tengo que saberlo? ¿Voy a perder el hilo de la historia si no me paro para dedicar 20 ó 30 segundos a buscar la palabra en el diccionario? Bueno, qué más da. No será importante seguramente».
La disquisición del lector es acertada. En el texto, cattle es un adjetivo que significa «de ganado vacuno». Si usted está leyendo una historia interesante, le fastidiará darse cuenta de que ha parado el ritmo de su interés y disfrute simplemente para saber que se trataba de un barco para el ganado en vez de un barco normal.
En la línea 11, es posible que no entienda la palabra despite. No obstante, de seguir leyendo, tampoco perderá el hilo de la historia. Después, volverá a ver despite 40 veces más, con lo que irá dándose cuenta, desde la primera novela que esté leyendo, del probable significado de la palabra. En la línea 12, no sabrá lo que es knighthood pero al saber que fue «coronado», puede intuir que se trata seguramente de algún premio o reconocimiento.
A través de las 150 000 palabras que puede haber en una novela normal de tipo best seller, usted tropezará con 5000 que desconoce y se encontrará con sólo unas 100 frases cuya estructura gramatical le costará un poco de trabajo descifrar. Sin embargo, esto no le impedirá seguir la trama y disfrutar de la historia. Si, después del primer mes de lectura, continúa leyendo novelas de este tipo, serán cada vez menos las palabras desconocidas y cada vez más su propia convicción de que puede leer en inglés sin grandes dificultades.
En el pasaje anterior sobre la familia australiana, hay 187 palabras, de las cuales solamente diez podrían despistar al lector, es decir, un 5%. Y prácticamente todas las palabras desconocidas son poco relevantes para el lenguaje normal y, es más, no suelen constituir tampoco obstáculo alguno para el buen seguimiento de la trama de la novela.
LO CUANTITATIVO FRENTE A LO CUALITATIVO
Todo mi intento anterior por hacerle ver que está perfectamente capacitado para leer un best seller obedece a lo de siempre… al hilo conductor de prácticamente todo este libro: para aprender bien un segundo idioma después de la pubertad, es esencial realizar dos fuertes incursiones desde flancos opuestos, el cuantitativo y el cualitativo.
La incursión cuantitativa significa empaparse del inglés, tragar agua, exponerse a una riada de sonidos y embadurnar el cuerpo entero de tanto idioma que éste acaba penetrándole por los poros. Aquí no se para uno a analizar nada. No se cuestiona nada. Uno se deja bañar en el idioma al igual que se disfruta del calor del sol en un raro día templado de pleno invierno.
La incursión cualitativa implica mirar cada palabra, expresión y estructura del idioma, tratando de asimilarlas en su pura esencia, posándose en cada una de ellas en un intento de registrarlas en el cerebro de una forma tan sólida y permanente que lleguen a formar parte de su inglés activo. Aquí lo que se intenta es asir cada rayo de sol de tal forma que no se le escape ninguno de ellos de entre los dedos.
La parte cuantitativa es el elemento fundamental de la fase segunda que ya vimos en el capítulo 5, mientras que la fase primera y, sobre todo, la fase tercera, están compuestas de aspectos cualitativos. En este capítulo, así como en los capítulos 18, 22 y 23, vamos a rendir culto a la parte cuantitativa, la antítesis de la analítica, la cara opuesta del concepto tradicional del «estudio». Y empezamos, aquí mismo en este capítulo, con el aspecto de la «lectura».
LEER, LEER Y LEER… Y DESPUÉS, LEER.
Vaya a cualquier librería que venda libros de bolsillo en inglés, compre un best seller de suspense, acción o amor, y devórelo. Si tropieza con palabras que no conoce, pase por encima de ellas como una potente apisonadora. No pare en ningún momento excepto cuando esté seguro de que una palabra o una expresión no le permite entender la continuidad de la trama o argumento de la novela. Esto no le debe pasar más de 50 veces en todo el libro, por lo que no debería dedicar, en su totalidad, más de veinticinco minutos a la búsqueda de palabras con el diccionario abierto. También podría optar por quemar el diccionario, algo a lo que no me voy a oponer.
Si usted, en un mes, lee una novela de 150 000 palabras, su mente absorberá un promedio de 16 000 frases en inglés, todas correctamente construidas. Si al cabo de un año logra leer 10 novelas, entonces habrá absorbido, pasivamente, 160 000 frases y millón y medio de palabras. Estas cifras se las expliqué al director de Recursos Humanos de la filial española de unos grandes laboratorios norteamericanos en el año 2006. Después, me olvidé del asunto. Hace dos semanas, en una comida concurrida, la misma persona me cogió por banda: «Richard, hice lo que me dijiste y es increíble. Llevo 22 novelas leídas y me noto tres veces mejor con el inglés. Sólo quería que lo supieras».
Lo que me sorprendió de sus palabras no fue el avance que había experimentado gracias a las lecturas, sino el hecho de que me hiciera caso y de que fuera consecuente con la proposición de leer religiosamente tantas novelas. Para mí eran lógicos su progreso y su euforia. Lo había visto en otros alumnos y lo había experimentado yo mismo.
Cuando tenía unos 35 años, alquilé una casa, enorme y preciosa, en una zona tranquila del extrarradio de Madrid, con el fin de realizar cursos intensivos residenciales de inglés. En una de las estanterías del dormitorio principal, de cincuenta metros cuadrados, encontré la traducción al francés de la famosa novela norteamericana de Jacqueline Susann La Vallée des poupées (The Valley of the Dolls). Es una crónica de la vida, entre bastidores, de los famosos y de los aspirantes a famoso en el Hollywood de los años cincuenta y sesenta. De pie, delante de la estantería, me puse, por curiosidad, a leer la primera página, después la segunda y después la tercera. No caí en la cuenta de que era mejor leer sentado hasta llegar a la página ocho. Yo, que llevaba 20 años leyendo, en inglés o en español, novelas de Flaubert, relatos de Borges, obras de Shakespeare, poemas de Bécquer, epopeyas de Virgilio, ensayos de Unamuno y westerns de Zane Grey, no podía creer que estuve, primero de pie y después sentado, tres horas seguidas leyendo una novela en francés, un idioma con el que apenas sabía mantener el tipo en las calles de París.
En tres días terminé las más de 500 páginas de lo que los críticos llaman una «novela basura». En la misma estantería de la casa alquilada había más libros del mismo género, historias de suspense y acción con incesantes pinceladas eróticas y generosas dosis de humor. Al cabo de un mes había leído cuatro de esas «novelas basura», todas en francés, y me sentía casi amo y señor del idioma galo. Para mí, leer de un tirón un capítulo entero de un best seller en francés llegó a ser como andar a la farmacia a comprar aspirinas. Un alumno mío, director financiero de la filial española de una gran empresa francesa de distribución, conocía esta nueva afición mía y, recordando mi admiración por el ruso Fiódor Dostoyevski, me trajo como regalo desde París los dos tomos de Los hermanos Karamázov, 1300 páginas de pura esencia literaria, todas traducidas al francés. Cuando quise abrirme paso a través del primer capítulo, tuve que desistir por imposible. La densidad léxica y estilística de Dostoyevski entorpecía a cada paso mi comprensión y disfrute. Experimentaba la misma desazón que sienten los no angloparlantes cuando intentan leer en inglés a Joseph Conrad o a otros escritores de densa expresión literaria.
Por lo tanto, a diferencia de lo que le recomiendo en el capítulo 12, tiene usted mi permiso, y hasta mi ferviente aplauso, para adentrarse en la lectura de best sellers, novelas «basura» o cualquier tipo de exposición escrita capaz de agarrarle y engancharle.
Recuerdo, a mediados de los años ochenta, varios casos de sublevación «positiva» por parte de mis alumnos. Hacían dos semanas de deberes en una sola noche sin que se lo pidiese. Me dejaban perplejo ante la necesidad de generar más deberes para ellos. Fue una época en la que ensayaba por primera vez la lectura de best sellers como actividad a realizar en casa con objeto de potenciar el inglés de mis alumnos. A unas 20 personas diferentes les entregué Trial and Error, un relato corto, de unas ochenta páginas, de Jeffrey Archer, el mismo autor que hemos visto al principio de este capítulo. Asimismo, les entregué a cada uno un cuestionario de verdadero o falso que había elaborado a base de leer el relato. El primer día del ensayo, la tarea de mis alumnos consistía en contestar a las primeras quince preguntas del cuestionario para la clase siguiente, lo cual implicaba la lectura de unas diez páginas solamente. De los veinte alumnos que tenía, al menos 10 volvieron a clase dos días después con las 120 preguntas contestadas y el largo relato leído en su totalidad. Ante mi estupor, todos me dijeron lo mismo: «Me quedé enganchado y no pude parar. Lo siento».
Ellos experimentaron lo mismo que yo con las aparentemente frívolas y alocadas novelas que devoraba en tiempo récord en francés. Se quedaban enganchados con la trama, tan enganchados que olvidaban en qué idioma estaban leyendo. Si usted puede encontrar libros u otras fuentes de lectura con un contenido capaz de cautivarle y ganarle, sin que se dé cuenta, importantes «cuotas de mercado» de su tiempo, entonces se sorprenderá del increíble avance que puede conseguir con el inglés. Devorar, durante un año o dos, la literatura tipo best seller es la forma más eficaz, a la vez que divertida, de experimentar una total transformación en su nivel de inglés.
EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS
Blázquez, el irascible jefe de compras de la empresa americana con fábrica recién instalada en España, era el único directivo de la casa que sabía lidiar con los jefes de la sede central europea en Hannover. También era el único de su departamento capaz de negociar con los proveedores extranjeros y le fastidiaba no poder delegar esta función en uno de los ocho compradores directos. Tenía un gran sentido del humor, pero la presión de su trabajo le agriaba el carácter con frecuencia, y fue en esa época, en esa fábrica y con esa persona donde aprendí la expresión española «el horno no está para bollos».
Blázquez no era un alumno del programa de inglés que yo dirigía en las oficinas de la empresa, pero coincidí con él en el comedor y en la máquina de café. Un día le pregunté cómo había llegado a tener tan buen dominio de mi idioma. Sonrió un poco y me llevó a su despacho. Puesto que ya había cierta confianza entre nosotros, sacó del cajón de abajo de su mesa de trabajo un libro de bolsillo con el título en inglés The Star Trek Star Fleet Technical Manual (El manual técnico para la flota estelar de Star Trek). Cuando me vio encogerme de hombros y decir «y qué», abrió el libro por la página interior del título, sonrió con picardía y me dijo: «He leído más de 100 libros como éste». Cuando me fijé bien, pude constatar que el título real del libro era Sex Chronicles of a Traveling Salesman. Resulta que el curtido responsable de compras de la gran empresa americana había conseguido su objetivo lingüístico leyendo una ingente cantidad de novelas del género erótico. No quise ponerle a prueba con un examen sobre el vocabulario más bien técnico de sus libros, pero estaba claro que había leído más de un millón de frases en inglés, algunas no de las más típicas ni recomendables tal vez, pero todas construidas dentro de una gramática correcta. Al final Blázquez hablaba inglés mejor que nadie en la casa. Era lógico. Su mente había absorbido más de un millón de frases.
¿Quiere usted hablar inglés tan bien como Blázquez? ¿Quiere emular su hazaña y leer ese millón de frases también? Si su respuesta es afirmativa, entonces busque temas de lectura capaces de fascinarle y cautivarle y devore todo lo que encuentre a su paso, ya sea en soporte libro o a través de Internet, donde tiene acceso a mil millones de páginas sobre todos los temas concebidos por el hombre. Después, venga a verme en doce meses para impresionarme con la transformación que ha efectuado en su inglés. Good luck!