Capítulo 18

Truco 5: La escucha indirecta

«Voy a entender esta película aunque me muera en el intento».

Esta frase me la dijo mi alumno Emilio nada más comenzar nuestra clase del lunes. Estaba asqueado con el inglés y dispuesto a tirar la toalla.

—No tengo ni pajolera idea de tu idioma. Es tremendo. Me puse a ver la película y no cacé ni el 10% de lo que decían. Ya no sé qué hacer.

—Tranquilo, Emilio. No pasa nada. ¿Acaso te he dicho alguna vez que intentes ver películas en inglés?

Emilio ha cometido un error grave. Ha intentado ver una película en versión original. Eso está terminantemente prohibido. Ningún alumno mío tiene mi autorización para ver ni cinco minutos de una película en inglés. Puede ver, si quiere, un documental o un programa de noticias, pero ni cine ni series de televisión. Son mis enemigos, porque destruyen la moral de mis alumnos y les exponen a «ficciones» que superan las realidades. Me explico.

No sé si por la forma en que los guionistas inyectan «máximo impacto» en sus guiones o porque deseen salpicarlos con una gama completa de matices, juegos de palabras, gracias o argot, o porque el sonido no llega nítidamente a través de los altavoces, no lo sé, pero está claro que el entender películas y series de televisión supera tres veces el factor habitual de dificultad en la vida real. En otras palabras, aunque pueda ser todo un reto entender a la primera todo lo que transcurre en una reunión en inglés, es tres veces más difícil entender a la primera lo que se dice en las películas o series. Para usted, ver películas en inglés sólo le servirá para desmotivarse. Es contraproducente en casi el 100% de los casos. De hecho, a no ser que yo mismo preste atención o ponga bien alto el volumen de mi televisión, a mí también me puede costar captar los significados de todas las frases que dicen los De Niro o Pacino de turno, sin hablar de los Gary Cooper o Spencer Tracy de antaño, cuando los sistemas de sonido eran peores que hoy en día.

No mida su nivel de dominio auditivo de acuerdo con su capacidad para entender las películas. Es una medición incorrecta y alejada de la realidad. Cuando vine a España, ya poseía un buen nivel intermedio hablado, pero un nivel auditivo todavía frágil y modesto. Tardé en torno a siete meses en sentirme totalmente cómodo en el plano auditivo, pero ¡ojo!, tardé más de tres años en entender a la primera una película. Recuerdo que fui, en el año 1974, con una amiga española a ver la famosa película de Bob Fosse, Cabaret, en la versión doblada al español, con Michael York y Liza Minnelli. Gracias a que el 30% o más de la película fue en tono musical, fui capaz de apreciar su calidad. Sin embargo, no pude en absoluto seguir la trama de la historia. Tuve que rellenar los espacios en blanco con mi imaginación. Recuerdo una escena en particular en la que Liza Minnelli, mientras se encontraba en una gran biblioteca silenciosa en el centro de Berlín, le grita a Michael York, su amante informal: «¡¡Estoy embarazada!!'». Todo el público de la sala de cine dio un grito de sorpresa y de risa. Yo, como un tonto, tuve que preguntar a mi compañera, «¿qué ha dicho, qué ha dicho?». Ya llevaba año y medio viviendo en España y todavía no era capaz de entender en el cine. El que usted lo intente en inglés, sin haber vivido jamás en el extranjero, es simple y llanamente un ejercicio de lo más inútil. Es incluso contraproducente, porque le recuerda, con la fuerza de una bofetada en plena cara, lo realmente poco que domina mi idioma.

OÍR VS. ESCUCHAR

Sin embargo, y lo que es peor, el intentar entender una película o una serie de televisión le conduce a adquirir hábitos incorrectos y contraproducentes de escucha. Una pregunta: sin mirar la frase anterior… la frase que acabo de escribir al iniciar este párrafo (¡no la mire!), ¿puede repetírmela textualmente…? ¡Sin mirarla, por favor! Pues no, ni soñando. No me la puede repetir textualmente porque su mente no se fija en las palabras; se fija en los significados. Cuando alguien le habla en español, su mente absorbe el sentido general de las oraciones. No emplea una táctica de captura y registro de palabras. Sin embargo, cuando usted trata de entender inglés, suele adoptar esta postura de captura y registro, una postura antinatural que sólo le conduce, aún más, por el camino equivocado. Si yo le regalo cien películas e insisto en que intente entenderlas todas a lo largo de los próximos seis meses, estaré, mientras tanto, leyendo las esquelas cada día en espera de conocer el lugar y día de su entierro.

Es más eficaz oír que escuchar. ¿Sabe la diferencia? Los españoles a veces usan de forma indistinta estos dos verbos cuando hablan y es un error de concepto. «Escuchar» significa prestar atención con el sistema auditivo y «oír» significa simplemente captar sonidos sin prestarles atención. Es como «ver» y «mirar». Ahora mismo estoy mirando estas palabras en la pantalla de mi ordenador mientras las estoy escribiendo. Sin embargo, puedo «ver» un teléfono y una pared dentro de mi campo visual. No los estoy mirando pero sé que están ahí porque los veo. De la misma manera, en este instante estoy «escuchando» mi propia voz interna repitiendo las palabras de esta frase que estoy escribiendo, pero al mismo tiempo puedo «oír» el ruido de fondo del aparato del aire acondicionado de la habitación en la que estoy en este momento.

En lo que se refiere al idioma inglés, quiero que usted, durante los próximos 12 meses, deje de «escuchar» inglés y se limite a «oírlo». ¿De acuerdo? Quiero que el próximo domingo por la mañana salga al quiosco, compre el periódico español de su preferencia, vuelva a casa, ponga un CD de audio en inglés, de cualquier tema, y lea el periódico en español con «ruido de fondo» en inglés. No quiero que preste la más mínima atención al inglés que, desde lejos o a través de auriculares, esté acariciando sus oídos. Céntrese en las noticias que está leyendo en su propio idioma. Si usted dedica una media hora diaria a dejar el inglés como música de fondo, al cabo de un año notará una mejora del 100% en su nivel auditivo. Hacer esto es muy importante, puesto que como ya sabe a estas alturas del libro, el aspecto prioritario del dominio de un segundo idioma es siempre, con diferencia, la comprensión auditiva.

En el verano de 1973, con 21 años de edad, pasé tres semanas como huésped en una casa de campo en las afueras de Lyon, en Francia. Tenía, en aquel entonces, un nivel medio bajo de francés y me costaba horrores entender a la gente. Sin embargo, mi objetivo durante esas tres semanas no era mejorar mi francés, sino encontrar un lugar tranquilo y apartado donde realizar un curso a distancia que había contratado con la Universidad de Texas, a donde pensaba volver dos meses después, en septiembre, para cursar mi último año de carrera. Había elegido la casa cerca de Lyon porque pertenecía a la familia de un amigo inglés que había conocido en Madrid. Su padre era inglés y su madre francesa.

Durante las tres semanas de estancia, viví casi como un monje de clausura, trabajando por las mañanas en la materia de la asignatura y recorriendo un poco, en bicicleta, la zona rural. Por las tardes me sentaba en un precioso jardín que tenían detrás de la casa, lugar donde leía novelas o ensayos, en inglés o en español, de Unamuno, Faulkner, Juan Rulfo y otros. Todas las tardes, a la misma hora más o menos, la señora de la casa se sentaba en otra parte del jardín con varias amigas para tomar el té y charlar durante una hora o dos. Hablaban en francés y la verdad es que no sé de qué hablaban ni las entendía. No prestaba la más mínima atención a sus conversaciones. Para mí era un ronroneo de ruido en francés que me llegaba a los oídos con cierta claridad, pero que no me interesaba.

Hacia el final de mi estancia, recuerdo que un día paré por un instante mis lecturas para escuchar a las señoras y me sorprendí sobremanera al constatar que las entendía casi a la perfección. En mis primeras tardes en el jardín, era incapaz de entender casi nada y, tres semanas después, sin haber escuchado ni una palabra de lo que decían, las entendía bastante bien. Con esta experiencia me di cuenta de algo que, desde entonces, he podido comprobar en un sinnúmero de ocasiones: cuando uno no entiende en otro idioma, no suele ser por culpa de las palabras o expresiones desconocidas, sino porque el oído no está discriminando los sonidos. Me di cuenta, en Francia y después durante años aquí en España, de que si uno ve por escrito lo que no ha entendido lo entiende casi todo.

En Vaughantown hemos hecho pruebas de esto. Un angloparlante aprendía de memoria un párrafo en inglés y lo soltaba a su velocidad normal y en su acento propio. La inmensa mayoría de los españoles que escuchaban apenas entendía lo que el inglés, americano o surafricano decía. Sin embargo, al entregarles en papel lo que no habían entendido, pensaban que les estábamos tomando el pelo.

La empresa que dirijo tiene editados dos libros llamados 198 Paragraphs for Varied Use. Se trata de unos libros curiosos en los cuales cada párrafo corto está escrito dentro de un inglés hablado que se oye a diario en cualquier país de habla inglesa. Cada párrafo es distinto al anterior y al siguiente, con objeto de obligar al alumno oyente a no habituar el oído a un hilo conductor temático. Cuando éste escucha —a pelo— uno de los párrafos en el CD, no entiende nada la primera vez y muy poco la segunda. A la quinta vez que lo escucha, llega a entender en torno al 40%. Después, al leerlo en vez de escucharlo, lo entiende todo al instante. Estos libros siempre sorprenden a los alumnos y les hacen ver que, en efecto, la falta de comprensión auditiva es mucho más una cuestión de discriminar sonidos que una falta de conocimientos de vocabulario y expresiones.

Se gana oído oyendo, no escuchando. Se trata de ir desarrollando una postura de relajada absorción, una actitud ante el segundo idioma opuesta radicalmente a la actitud instintiva de aguda captura y registro de palabras. Cuando no estamos seguros de poder entender ante la presencia de otro idioma que no dominamos al 100%, tendemos a apretar las tuercas en lo auditivo y a «hacer un esfuerzo» por entender, tratando de captar y registrar, individualmente, las palabras del otro conforme éstas salen de su boca. Cuando ya hemos aclarado la palabra número ocho, nuestro interlocutor ya va tranquilamente camino de la número 25. Cuando esto ocurre en una reunión de alto nivel, donde es crítico entender a la primera para poder participar adecuadamente, es angustioso. Recordemos durante unos momentos la angustia de nuestro amigo Vicente.

Vicente está triste, asustado y tenso,

su aplomo de siempre va en claro descenso,

su costumbre de mandar en sus fueros internos,

se ha hecho añicos en estos lares externos.

El motivo de su mal, de su angustia vital,

es algo de importancia, para él, capital.

Representar a España en un encuentro tan clave

y no cazar onda es de verdad muy grave.

La reunión duró dos días y Vicente los pasó sentado y sin saber, en muchos momentos, por dónde iba la discusión. Captaba menos del 30% de todo lo que se debatía. Después, cuando recibió el acta de la reunión y la copia del informe final que fue redactado para enviar a una de las comisiones de Bruselas, las leyó y las entendió casi a la perfección. «¿Cómo es posible,» se decía, «que entienda todo sobre el papel y nada cuando hablan?».

LA DISCRIMINACIÓN DE SONIDOS

El 90% o más de todo lo que se dice en inglés, incluso en reuniones técnicas, son verbos, términos léxicos o estructuras que usted conoce de sobra. El capítulo 5 de este libro le da en bandeja ese 90%. Sin embargo, usted se queda desconcertado, creyendo que necesita más vocabulario, cuando no es capaz de entender la frase siguiente:

Uádaya gana dú uéni cams?

What are you going to do when he comes?

¿Qué vas a hacer cuando él venga?

Nadie en el mundo anglosajón habla inglés como su profesor lo habla en clase. Todo angloparlante se come letras y palabras enteras y se preocupa poco por expresarse con precisión fonética y nitidez. Ustedes, los españoles, hacen lo mismo:

Tira palante

Vente pacá

Báom pallá

El dealáo

Mé quemáo

Tira para delante

Vente para acá

Vamos para allá

El de al lado

Me he quemado

Recuerdo que la primera vez que oí a un español decir «me he quemado», pensé que había dicho el nombre del famoso personaje de Disney, Mickey Mouse.

Es imposible aprender a entender en otro idioma. El verbo «aprender» no es aplicable aquí. Debemos pensar siempre en términos de desarrollar una capacidad para la discriminación de sonidos, y esto requiere tiempo, mucho tiempo, pero curiosamente no requiere esfuerzo. De hecho, cuanto menos «esfuerzo» realice usted para mejorar su nivel auditivo, más progreso notará. Con esto volvemos a la cita del inicio de este capítulo. Nuestro amigo se propone entender la película aunque muera en el empeño. Su primer error fue plantear el reto en términos de «empeño» o esfuerzo. Cuanto más se esfuerza usted en intentar entender, más adopta la postura de «captura y registro» y más se aleja de la necesaria postura de relajada absorción.

En la foto de la izquierda de la página siguiente tiene usted a Gustavo, incansable estudiante del inglés, que piensa que para aprenderlo tiene que leer, releer y hasta memorizar las reglas gramaticales, desde el verbo to be, en todos sus tiempos y personas, hasta el pluscuamperfecto y el pasado del condicional. No siente mucho cariño por mi idioma, ya que muchas de las estructuras que estudia son ajenas a la lógica latina o castellana. Le suenan a chino cuando las ve sobre el papel y, al decirlas para sus adentros, no se cuida de pronunciar bien, incrustando vicios fonéticos que después me cuesta horrores a mí, su profesor, erradicar.

A la derecha tenemos a José Ramón. Tiene el mismo nivel, de momento, que Gustavo, pero prefiere leer libros, periódicos y revistas, en español, mientras sus oídos reciben un suave masaje lingüístico de vocablos ingleses pronunciados por nativos. Está absorto en su lectura, sin prestar la más mínima atención al inglés. De hecho, si dejase de leer y prestase total atención a lo que oye, entendería menos del 50% del contenido. Sin embargo, no lo hace. Se dedica a leer en español una hora al día y dos horas en sábado y domingo. Sus oídos absorben la música del idioma inglés y, gradualmente, van discriminando sonidos.

José Ramón sabe que si viera por escrito ese 50% que no está entendiendo auditivamente, lo entendería casi todo. Dada la situación, está siguiendo mi consejo de no angustiarse y de entrenar el oído a medio y largo plazo. En seis meses, cuando vuelva a dejar la lectura para prestar total atención al inglés que oye, entenderá el 80%.

El inglés, amigo lector, no es una ciencia exacta, estructurada a base de compartimentos estáticos y estancos. Es un vehículo de comunicación rico y dinámico, tan lógico y expresivo como cualquier otro idioma importante del mundo. Usted nunca va a llegar a dominarlo de forma oral, al igual que no domina ni su propio idioma en cuestiones de impacto, elocuencia o expresividad. Pero es imperativo que lo domine en su aspecto auditivo. ¿Cómo? Exponiendo el oído durante miles de horas. No es posible llegar a un buen nivel sin antes poseer un excelente nivel auditivo. Y… ¡ojo!, entender bien a su profesor de inglés no significa nada. El profesor no le dará ni un 10% de lo que oirá en el mundo real. Habla con demasiada nitidez y escoge, sin darse cuenta, un vocabulario a su alcance.

Por lo tanto, y para finalizar este capítulo, oiga (no escuche) todo el inglés que pueda, a través de CDs de audio, MP3, Vaughan Radio, la BBC y, con ciertas reglas, la televisión. Mantenga el inglés como música de fondo todo el tiempo que pueda. Aprenda a realizar sus habituales tareas con mi idioma acariciándole el oído sin que usted se dé cuenta.

Es preciso que deje de angustiarse cuando necesita entender. Es esencial que deje de apretar los puños y agudizar el oído cuando un angloparlante le habla sobre algo importante. Debe huir de cualquier escenario, personal o público, en el que «intente» entender, esforzándose por capturar y registrar cada palabra. Es importantísimo que desarrolle una capacidad para absorber el sentido general de lo que se dice en inglés, ya que cualquier «esfuerzo» que haga por entender sólo le alejará más del camino correcto.

Recuerde que el 90% de lo que se dice en inglés son palabras, expresiones y estructuras que usted conoce de sobra. Por ello, debe, a partir de ahora, ayudar a que su oído se vaya acostumbrando a los sonidos y a cómo estos se enlazan dentro del habitual «fluido hidráulico» que es el idioma inglés.