V

El problema al cual Eduardo y Rosa —el matrimonio Langdon-Miles— tenía que hallar una solución, era bastante complicado. Se trataba nada menos que de traspasar la fortuna de la familia de Langdon-Miles del bolsillo de Beatriz a los suyos.

Antes de salir de los Estados Unidos debieron de planear su crimen y optar por el asesinato. Las investigaciones que hice en las empresas navieras demostraban que "el señor y la señora de Carberry" habían llegado de Nueva York en noviembre de 1930. Huelga decir que no figuraban en las listas de pasajeros ningún señor y señora de Langdon-Miles. Me inclino a creer que el señor y la señora de Carberry no viajaron solos. En el año 1900, cuando dejaron Liverpool, Rosa estaba a punto de tener un niño... El chófer del Rolls amarillo es probablemente su hijo. Siendo el último de los beneficiarios del crimen, era la única persona en el mundo a quien pudieron confiar tan horrendo secreto.

Sin duda, Rosa debió de entretenerse durante el viaje preparando hasta los más pequeños detalles. Yo hubiera gozado viendo eso. Antes de salir de Nueva York ya debía de tener decidido, en líneas generales, lo que iba a hacer. Sin duda compró o hizo preparar las tabletas de aspirina en América. Como es natural, no se puede recorrer Inglaterra adquiriendo grandes cantidades de estricnina y de heroína como si fuera simples paquetes de té.

Rosa y Eduardo se encontraron desde un principio frente a una seria dificultad. No sabían y no podían, en modo alguno, conocer el verdadero contenido del testamento de Beatriz. Cuando llegaron de los Estados Unidos, Haroldo Warburton no había hecho aún su aparición en escena... Su presencia debía, más tarde, complicar las cosas enormemente. Pero, indudablemente, sabían que Beatriz dejaría la mayor parte de la fortuna de los Langdon-Miles a Felipa, su hermana menor. POR CONSIGUIENTE, ERA INDISCUTIBLE QUE FELIPA DEBÍA SER LA PRIMERA EN MORIR. No se conseguiría nada haciendo morir únicamente a Beatriz. Esto, en verdad, empeoraría las cosas. Muriendo Beatriz, el dinero iría a Felipa y a la muerte de ésta, pasaría a la Iglesia..., y quedaba para siempre fuera del alcance de los codiciosos Sproggs. Sí; Felipa debía morir primero. Esto era evidente.

Debo recordar que yo nada sospeché hasta después de la enfermedad que contrajo Sofía en Nether Fordington, durante la Pascua de 1931; mas, una vez que descubrí lo de las tabletas envenenadas y lo ineluctable que resultaba la muerte de la señorita Langdon-Miles, comencé a estudiar las cartas que me había escrito poco antes de Navidad, al terminar el curso de invierno, las cuales describían la visita de la señora de Carberry al Easton Knoyle y la extraña conducta del absurdo "señor Pym" en la capilla. La señorita Langdon-Miles tiene toda la culpa de su triste fin. Cualquiera otra directora de escuela más competente hubiera hecho que la policía siguiese al "señor Pym" en cuanto se vio cómo se mezclaba con las alumnas... en el café, en la escollera o donde fuere. Eduardo debió de desempeñar el papel del "señor Pym" con júbilo. Siempre le ha gustado todo cuanto se relaciona con jovencitas. Cuando volví a leer el informe que me hacía Sofía de los acontecimientos aquellos, quedé convencida de que la "muy querida señorita Langdon-Miles" estaba condenada y de lo dolorosa que tenía que ser su muerte. Claro que yo ignoraba quiénes eran la señora de Carberry y el "señor Pym". Téngase en cuenta que desde un principio tuve los ojos puestos en Eduardo como heredero agraviado, pero lo seguía considerando como hombre muy rico. Por aquel entonces Hallam no había cometido aún ninguna indiscreción.

Al releer las cartas de Sofía no tuve ya duda de que la señora de Carberry, fuera quien fuese, era la que había puesto las aspirinas venenosas en el botiquín. La cosa resultaba transparente y todo el mundo debió advertirlo. Pero, como ya he dicho antes, la mayor parte de la gente es estúpida. La hija, Jennifer, era, por supuesto, pura ficción, pero facilitaba muchísimo la intromisión de la señora de Carberry en el Easton Knoyle. Esta visita era, probablemente, para efectuar un reconocimiento y ver cuál podía ser la forma más conveniente de depositar las aspirinas. Aunque ya Eduardo, transformado en el "señor Pym", debía de haber adquirido un valioso caudal de informaciones sobre los hábitos del Easton Knoyle. A la verdad, la señora de Carberry tuvo la clara visión de la oportunidad que se le brindaba y la exploración le dio mucho mejor resultado de lo que esperaba. Al ver los dos aposentos, con un cuarto de baño común, lo demás fue cosa fácil. La tentación debió de ser irresistible. Un desmayo y después un malestar, requieren el lecho más cercano para descansar. Mientras las chicas y sus maestras almorzaban tranquilamente, la señora de Carberry, alias Rosa de Langdon-Miles, née Sproggs, por espacio de media hora fue dueña absoluta de la habitación de su víctima.

Existía un riesgo al emplear el botiquín —una probabilidad de dos— de que fuera Sofía, en vez de la señorita Langdon-Miles, quien tomara las tabletas de aspirina. Pero Rosa no era persona que se dejase amedrentar por un riesgo tal y allá fueron las tabletas... entre las cuales había ocho que tenían una fuerte dosis de estricnina. De estas ocho ya conocemos la historia. La primera fue tomada por Sofía en La Trilla, durante la Pascua; la segunda, por la pobre Josefina, mi jilguerito, y las seis restantes fueron analizadas por un químico de la calle Milsomme... Historia ésta que ni Eduardo ni Rosa, por muy listos que fueran, pudieron prever. Me imagino que la señora de Carberry debió de quedar muy satisfecha con la labor de aquella mañana. Pudo permitirse el lujo de ser muy amable con la pobre Sofía, mientras bajaba la escalera para reunirse con el chófer y el perrito faldero.

En cuanto a la petición de una vacante del curso siguiente para la imaginaria Jennifer, probablemente no se le daría curso; en caso contrario, nadie conocía a la señora de Carberry en el Hotel Sheldon.