Estrellas

I

Preso tras el acero de las rejas

de la ficción, mi voz a ti dirijo

con trágica retórica que riña a las estrellas…

Eras tú y no lo eras.

“¿Querrás tú entre mis brazos ser olvido

para hacer, como Goethe,

acerca de los astros un discurso?

¿Para decir que ellos encienden las hogueras

militares y asedian mientra duermo

el firmamento todo? No aún…

La columna me tiene fastidiado

y solamente puedo acostarme hacia abajo…

¡Si tú me permitieras continuar durmiendo,

qué gran bulto inocente de seducción, de habla,

de dolores sería el cuerpo mío!

¡Estoy tan atontado por los medicamentos

para hacer cualquier cosa,

para ayudarte a mirar hacia el cielo!

Las estrellas me son indiferentes…

En su naturaleza de ejército incontable

son muy dóciles ellas, matemáticas,

para ser reagrupadas,

si por algún motivo se dispersan;

como un rebaño son de ovejas comatosas…

No me interesan nada. ¿Dónde está la mujer

capaz de valorar las virtudes de un hombre,

si a un especimen tal le interesa tan sólo

seguir el viaje inútil de los astros

para hacerme olvidar que es el sol lo que falta?

Al no poder amar, el amor les resbala.”

II

¿Si tú oyeras decir que Dios ha muerto,

Dios, ese tacaño avaro,

que nos creó para despedazarnos,

desearías tú erguirte

pese a tus sufrimientos de columna?

“Duermo como una nuez que en ron macera

resbaladiza para que las estrellas,

con sus ruedas de vidrio,

idénticas y rígidas la casquen…

¿Cómo puedo creer, si Dios ha muerto,

que, de nuevo, otro viejo

pueda, a 60.000 brazos de distancia,

bajar de las estrellas

y hasta la cabecera llegue de mi cama,

inmóvil y de pésimos presagios?

Un nuevo amante viejo

es capaz de causar mil veces más dolor…

Mas mi amor es divino, seductor,

hecho a imagen de un hombre

que es todavía demasiado joven

para que las mujeres le intimiden…

Él suele, solamente, tomar forma en mis sueños.”