Milgate[7]

Casi rozando el cielo,

una pareja anida, cada año,

de golondrinas en la misma boca

del canalón, lo obstruyen.

Se trata del impulso natural de la vida:

así son los instintos de la naturaleza.

Las ortigas invaden el lecho en que crecían

las violetas frágiles, una hilera de cardos,

ponen coto al camino y los niños se mueven

como peces de cebo. Ellos se balancean

sobre el tibio y juncoso arroyo de las truchas.

¡Qué pena desde tanto, lo poco que se obtiene!

En mi espejismo se convierte el prado

en una tabla de cuidado césped,

y en la poza excavada donde abrevan las vacas,

la suciedad en suspensión parece

un agua cristalina y al panorama más hermoso hace

la medio desnudez de los muchachos,

que espantan a los patos asustados

con sus luchas continuas…

Desde unas vacaciones a las otras,

los chicos a las chicas en su horizonte incluyen:

una vida nocturna en dos teléfonos.

Se hace champán la flor de los endrinos.

Se percibe la edad con mayor pausa

en la vida sencilla, y los cedros del Líbano

mecen sin mucho esfuerzo

a un tocón milenario y deshojado.

Las hileras de tejos que, con fulgor y fe,

fueron plantados en la edad de Cromwell,

resisten en sus líneas impenetrablemente

jóvenes, relajados e impasibles.

Sobre las encendidas aceras, arde agosto,

una gallina enana los pollos ha incubado

de un salvaje faisán, el perro lame

helado de un cornete… Pero lo más notable

son las verdes praderas, segadas y vendidas,

que hacen bella a la casa y al parque de Milgate;

ya su nombre indicaba sus funciones

para los naturales de Bearsted,

hasta que el abandono la hizo suya,

la segregó del mundo, a su esplendor,

hasta ser ofrecida, improvisadamente

en pública subasta, ladrillo por ladrillo…

Pero por un momento, tú has salvado ese predio,

manteniéndolo a salvo una década más

por tu amor caprichoso y el confort asentado

de tu innata elegancia, emulsión en que cuaja

tu voluntad obstinada de irlandés ulsteriano…

Milgate, con sus patios soleados

y sus espacios propios para el fresco,

horadada pared por cincuenta ventanas,

sublime y confortable, despojada de hiedras,

su austeridad luciente de color salmón rosa,

su largo año alterado por el nuestro tan corto…

Fácil de manejar, como las cosas,

que han sido hechas para ser manejadas.