Fuera de Central Park

Para E. H.

Aquí seguramente, aquí por un momento,

aquí, al fin, al final… ¿Acaso es esto nuevo?

Algo nuevo sí es (tu dado de madera,

de un metro de alto y a cuadrículas

como las de un tablero de ajedrez),

parado ante el umbral, riéndose de todos.

Nuestra ligera intimidad referencial se rompe.

Se detienen las viejas cosas móviles

que aceptan confiadas estar fuera del tiempo,

en su declive lento y rutinario.

Puedo indicar las fechas del momento

en el que ellas tomaron nuestras vidas.

El medio-sofá de prima Bell

pesa veinte años menos,

sofá desde el que ella mostraba, apetecible,

la zanahoria de su herencia

a sus desazonados herederos.

El mínimo retrato de nuestra prima Cassie,

encorsetada ella, como la emperatriz

Eugenia de Montijo, lo heredó mi padre

cuando yo había cumplido siete años…

Ella es ahora demasiado joven

para que yo le hable.

En el estante, mi Teología Católica

está aún muy alta para poder tentarme…

Incluso aquellas mismas revistas radicales

en las que publicamos por primera vez

nos siguen pareciendo muy nuevas todavía.

Tu carita dorada de ángel pícaro

cuelga como lo hacen las estrellas,

en el espacio mínimo que hay bajo la escalera

de la sala de baño y de tal sitio

ven cuanto allí sucede.

¡Con cuánta rapidez, New York,

has decaído y has venido a menos!

Tal si estuviese en casa me dirijo

al armario a buscar camisas limpias;

tienen estos cajones la misma solidez

que los reyes de España, observadores

de sucesivas cimas decadentes,

metidos ataúdes en sus nichos

como los contrabajos en su estuche…

Nada más que un aliento, el tuyo, lo mantiene

a todo reunido, ánima antes superflua

y sobrenatural en este instante,

el hilo y el discurso de la vida

que hemos ya recosido más de cincuenta veces.

Nuestro cascado mundo…

(el decimonoveno e invisible)

en el que recreamos lo que fuimos

antes de conocernos…

Y, fuera, paso

por el lugar del parque donde Harriet

jugó de adolescente (ahora modernizado),

interrumpido entonces por algo parecido

a una violenta ráfaga de senilidad.

El sol que nos conforta brilla sobre el artista,

sobre el mismo académico que hizo nuestro edificio…

(Él sigue repitiendo su Mont-Saint-Victoire)

¿Por qué un paisajista no puede alguna vez

salir de Central Park?

¿Ha de tener el tema de su obra, su cárcel,

delante siempre de su nariz misma?

“Tras de tanto sufrir (tú así dijiste),

caigo en la cuenta ahora de que apenas podríamos,

así, de cualquier modo,

haber sobrevivido más que uno o dos años.”