31
Vladawen aún mantenía abiertos sus ojos grises y negros, pero Lilly era incapaz de decir si había entrado ya en trance. No parecía que nada más fuera a ocurrir, y Lilly estuvo a punto de volverse hacia Ópalo para hacer algún comentario mordaz, pero el instinto le hizo frenarse. Puede que fuera que se percataba del sentimiento de tristeza que embargaba a su compañera, que parecía estar tan enraizado como el suyo propio.
La asesina sencillamente optó por girarse, dando la espalda tanto al mago como al sol naciente, y observar las maniobras del ejército. Desde allí arriba, la tropa de Wexland, aquella que había presentado un aspecto impresionante abajo en el campamento, parecía ahora disciplinada pero condenada al fracaso. Al esparcirse, se disolvía en un esfuerzo por evitar que la fuerza del Emperador Klum, muy superior en número, rodease sus flancos. El verdadero combate aún debía comenzar, pero ya, por aquí y por allá, volaban algunas flechas y se escuchaban disputas, o se libraban ya, mano a mano, algunas escaramuzas. Lilly admitía para sí misma que en esa ocasión estaba agradecida porque Vladawen no la hubiera empujado al fragor del combate.
Y justo entonces, como si se tratase de alguna broma intencionada, decenas de enemigos se alzaron bajo ella brotando de sus escondrijos en medio de la hierba, alta y seca del verano, que vestía las pendientes.
El terror la inundó junto con un sentimiento de incredulidad casi demencial. La colina se alzaba bastante por detrás del campamento de Gasslander, lejos del campo de batalla. Supuestamente, el enemigo no tenía forma de saber que Vladawen iba a estar allí para obrar su magia. Aun así, la noche pasada ella misma había rodeado la cima con estacas, y había enviado a uno de sus mejores exploradores a asegurarse de que la zona era segura. Ahora nada de eso importaba. De algún modo, el enemigo había descubierto exactamente cuáles eran las intenciones del elfo, y eso burlaba cualquiera de sus preocupaciones. Por respeto a la reputación del matatitanes, quizá, habían esperado a que entrara en trance para alzarse y acabar con él, y solo porque ese estúpido no había aceptado aliados en abundancia por temor a que pudiera perjudicar su concentración. Ahora solo disponía de Ópalo y Lilly para que lo protegieran.
La maga lanzó un penacho de llamas, prendiendo a hombres y hierba por igual. Desgraciadamente, la llamarada se extinguió antes de que Ópalo pudiera enviarla hacia abajo, arrasando toda la superficie de la colina. Lilly agarró a Vladawen por el brazo que éste mantenía alzado asiendo la espada. Lo bamboleó, mientras le gritaba en plena cara.
—Despierta, están aquí, ¡te matarán! —Era inútil. El elfo siguió en la misma posición, casi como una estatua.
La hierba crujió a su espalda y se giró. Su primer enemigo había trepado hasta la cima de aquella loma. Se trataba de un villano al que le faltaba una oreja y que a Lilly le recordaba a los miembros de sus propias patrullas de escaramuzas; claro, que también a cualquier otro salteador que hubiera podido conocer.
¡Lobo! ¡Lobo! Chillaba en el interior de su cabeza. Ese silencioso grito de batalla se había convertido en un hábito desesperado, incluso cuando, hasta el momento, no había servido para sofocar su insistente temor.
Lilly desenvainó su espada, bloqueó el ataque que su enemigo dirigía hacia su pecho, y le respondió con un tajo a la altura del vientre que lo hizo tambalearse de un lado a otro hasta resbalar y caer rodando por la colina. Eso sirvió para complicar el ascenso a un segundo bribón, pero no a un tercero, que alcanzó la cima un instante más tarde. Aquel tipo ondeó una larga cadena tintineante apuntando a los tobillos de Lilly, que saltó sobre ella. Mientras caía, apenas se percató de que Ópalo estaba recitando unas palabras de poder y desatando una oleada de fuerza mística a través de sus manos, que mantenía extendidas. Aquel ataque no estaba dirigido hacia el hombre que tratada de matar a Lilly. La maga apenas parecía estar formando parte del altercado. Con Vladawen inerte, la asesina sentía como si estuviese combatiendo sola. Apretaba la cara esforzándose por no romper a llorar, y en ese momento hubiera dado cualquier cosa por volver a tener el poder de convertirse en un dragón.
Sin embargo apartó esos pensamientos, y al hacerlo, cuando sus pies hubieron alcanzado el suelo de nuevo, usó su mano libre para agarrar uno de sus puñales y lanzarlo hacia el soldado imperial que blandía la cadena. La hoja surcó el aire y entonces, gracias a alguna clase de espejismo, la empuñadura pareció estallar en pleno pecho de su adversario. Éste, con aspecto sorprendido, se derrumbó.
Lilly giró y acabó con otro individuo, y con otro más después de éste. Era un esfuerzo desesperado pero, incluso así, a ella le parecía que el enemigo no estaba azuzando con tanta fuerza como podría haber esperado. Era posible que, dispuestas más o menos espalda contra espalda, ella y Ópalo estuvieran después de todo combatiendo en la misma refriega.
Dos escaramuzadores más alcanzaron la cima de la colina al mismo tiempo. Lilly tardó un instante en cortar la garganta del primero, y cuando se giró el otro estaba ya en posición para hundir su espada en el pecho de Vladawen. Si el imperial no hubiera retrasado el arma, marcando ese movimiento preparatorio inconsciente tan propio de los espadachines carentes de adiestramiento, ella nunca habría tenido tiempo de lanzarse y repeler aquel golpe en defensa del elfo. Apartó la espada enemiga de su trayectoria, giró, y golpeó a su contrario en la cabeza. El individuo se tambaleó hacia atrás, agarrándose la herida.
Lilly acabó con uno más, y uno de los conjuros de Ópalo generó una nube zumbante de insectos que acabó por sellar otra de las vías de ascensión hasta la loma. Los hombres atrapados en su interior comenzaron a dar vueltas mientras sacudían sus armas.
La asesina pensaba que entre el enjambre y el fuego abrasador que se extendía por la loma, su camarada había acabado prácticamente por sellar la cresta de la colina. En cualquier caso, al menos por el momento, ambas habían dado parte de la mayor parte de sus enemigos. El emperador no podía haber mantenido a tantos hombres escondidos en la hierba. Era posible que, a pesar de su bochornosa cobardía, Lilly hubiera logrado superar una nueva crisis.
Quizá con un leve recuerdo de su antiguo brío, se apresuró a interceptar a un nuevo rufián que irrumpió en la cima. Éste en particular era bastante desgarbado, con zarcillos de acero engarzados en las mejillas y las orejas, y con el pelo largo y castaño, recogido en una cola de caballo. El tipo sonrió, ya fuera a modo de bravuconada o debido a los nervios, mientras adoptaba la posición de combate. Tenía una daga en una mano, lista para esquivar cualquier golpe, y una espada larga colocada por encima de su cabeza y preparada para atacar.
Lilly hizo algunas pequeñas fintas con su espada, tratando de distraerlo mientras alcanzaba otro puñal. Lanzó la hoja, que rebotó en la coraza de cuero de su adversario. Puede que la armadura estuviera encantada. Aun así, el impacto debería haberlo sobresaltado, y ella trató de utilizar eso en su ventaja de forma instantánea, lanzándose hacia delante y desencadenando la correspondiente reacción en él.
En verdad se trataba de una respuesta adiestrada, y lo suficientemente letal como para desconcertar a la mayoría de los contrarios. Su enemigo retrocedió, ondeó su daga lateralmente para rechazar el golpe, y entonces lanzó la espada en un arco horizontal en dirección al cuello de Lilly, empujando el envite con todo su cuerpo, de caderas arriba, para impulsarlo cuanto pudiera.
Afortunadamente, tras haberlo inferido de su postura y de las casi imperceptibles reacciones a sus primeras fintas, Lilly ya había sabido que ese iba a ser su siguiente movimiento. Permitió que la daga esquivase su espada, creando la ilusión de una defensa efectiva que incitara el contraataque, y entonces, al mismo tiempo, liberó su acero y lo soltó, bajando lo suficiente para mantener la cabeza agachada a la altura de sus hombros. Mientras la espada larga pasaba ondeando sobre su cabeza, su enemigo quedó completamente al descubierto y ella aprovechó para asestarle un golpe mortal.
En ese momento unas manos la cogieron por detrás y la detuvieron.
Su primer pensamiento fue que aquello era imposible. La idea del campo de batalla que mantenía en su cabeza le decía que nadie podía haberla sorprendido de aquella manera sin tener que trepar por las llamas. Entonces se percató de que, efectivamente, la presa de su captor era realmente abrasadora, y más prieta que la de la carne común. Giró la cabeza y se encontró de bruces frente a Sendrian. Alguien había logrado reconstruirlo por completo, exceptuando un pequeño hueco en su ojo izquierdo.
Lilly empujó y acuchilló hacia atrás furiosamente, pero eso no alteró en absoluto la presa que el acertijo mantenía sobre ella. Tampoco parecía molestarle mucho más de lo que lo había hecho el fuego por el que había cruzado. ¿Qué podría dañar a un hombre hecho de piedra? Quizá el cetro de guerra de Thain y la maza de Umar, pero ellos ahora estaban en la otra punta de Ghelspad.
Lilly recordaba la tortura que había sufrido mientras había estado bajo la custodia de Sendrian, lo indefensa que el brujo le había hecho sentir con su tranquilo y casi arrepentido ejercicio de poder. Entonces el mago sangriento cambió la presa y la agarró por la barbilla. Lilly sabía que trataba de romperle el cuello, y eso destrozó lo que se suponía era su valor en ese momento. Aullando, luchó ciega, estúpidamente, casi sin propósito. Por un instante, una parte de ella insistía en que no moriría de un modo tan patético, y entonces el pánico absorbió esa última manifestación de su orgullo.
Ópalo acudió tardíamente, y el hombre de la cola de caballo saltó hacia ella, sin duda con intención de impedirle que llegara a formular algún conjuro. Entonces, de repente, la cima se cubrió de una luz blanquecina y Vladawen entró en escena. Lilly ya se había percatado antes de como, en la oscuridad, aquel estoque plateado parecía brillar vagamente. Ahora refulgía. Era evidente que Vladawen había logrado despertar su magia.
Aquel éxito hizo que Lilly sintiera una chispa de odio, porque ahora sabía que el elfo no despilfarraría el poder de su arma tratando de salvarla. Lo reservaría para disponerlo al servicio de El Que Permanece.
Aun así, por el momento, Vladawen estaba apuntando con su estoque a sus enemigos, pues después de todo no podía simplemente ignorarlos. Su repentino despertar detuvo al hombre de la espada y la daga apenas un paso o dos antes de caer sobre Ópalo.
El rufián sonrió.
—Buenos días, matatitanes. Me preguntaba si llegaríamos a tener la oportunidad de charlar. Todos decían, bueno el barón no, él ya no dice nada, pero los demás decían que era mejor que no esperase eso, pero debo admitir que tenía curiosidad. Eres tan alborotador, y yo mismo soy tan pendenciero...
—Sugiero que tú y Sendrian os deis la vuelta y os marchéis sin más —contestó Vladawen—. No albergo ningún deseo especial de acabar con vosotros.
—Me temo que la cosa es algo más compleja que eso —dijo el villano—. El buen barón sujeta a tu amada con una presa mortífera. El más ligero movimiento de su mano y ella habrá desparecido.
—Si lo sabes todo... —contestó el elfo—. Bueno, entonces digamos que si cumplieras esa amenaza me liberarías de una pesada carga.
El escaramuzador parpadeó.
—Bueno, entonces supongo que no importaría que Sendrian o yo tratásemos de chantajearte, ya que siempre vas a ser tú el que tenga la última palabra. Pero eso aún nos deja con un problema. ¿Qué te parece lo siguiente? Entrega el estoque y todos nos marcharemos, antes de que el fuego alcance esta loma y queme a aquellos de nosotros a los que puedan preocupar tales cosas.
—No —dijo Vladawen—. Eso es inconcebible. Además, debes comprender que, incluso sin el estoque, no te temería en absoluto, no estando en pleno uso de mis facultades. Pero ansío rescatar a Lillatu y garantizar la seguridad de Ópalo, y lo haré con este objeto. —El elfo sacó el ojo desaparecido de Sendrian de una bolsa de cuero que guardaba en su cinto.
—Naturalmente —dijo el hombre—. A nosotros también nos complacería tener eso en nuestras manos pero, por desgracia, no es suficiente. Entréganos el ojo y la espada, y entonces tendremos un acuerdo.
—Esto es una pérdida de tiempo —dijo Vladawen—. Antes que nada, usaré el estoque para destruir la piedra, y estoy seguro de que tanto tú como Sendrian disfrutaréis con la visión de su pérdida. Entonces, quizá, pondré fin a tu sufrimiento. Sea como fuere, de algún modo lograré neutralizaros tanto a ti como a tu camarada, y daré comienzo a mi verdadera tarea de esta mañana. ¿Estas listo? —Vladawen acercó la pieza de piedra marrón a la brillante plata de su arma.
Sendrian alzó una mano y gesticuló frenético. Ya apenas le preocupaba el estado de Lillatu. Tal era la fuerza y la resistencia a ser dañado de aquel acertijo, que incluso apresada con una sola mano Lilly seguía sin poder liberarse de su letal presa. La visión del peligro obligó a pronunciarse al escaramuzados.
—Aguarda.
—¿Por qué debería hacerlo? —preguntó Vladawen.
—Te propongo un trato. Entréganos el ojo y te devolveremos a Lillatu. Entonces Sendrian y yo nos iremos. Supongo que es mejor que nada.
El elfo echó una mirada a Ópalo.
—¿Podrías hacer los honores? No quiero comprometer mi posición de ataque, y supongo que nuestro nuevo amigo pensará lo mismo. Imagino que el fragmento encajará perfectamente.
La maga tomó el ojo de piedra, y se dirigió hacia Sendrian y Lilly, que seguía forcejeando. Entonces la maga se frenó y dijo:
—No. El mago sangriento fue el que comandaba a las alas huesudas que acabaron con Nindom ¿Y ahora va a recobrar la vida? Antes morir. Yo misma destruiré la piedra, o la arrojaré tan lejos que estos bastardos no tendrán tiempo de encontrarla antes que aparezcan los hombres de Gasslander para acabar con ellos.
El villano comenzó a avanzar para atacarla. Con el estoque dispuesto en posición, Vladawen se desplazó mínimamente con la intención de interceptarlo, y Ópalo hizo ondear el ojo a través de alguna clase de maniobra mística. Uno de esos gestos, o la combinación de todos, frenaron al espadachín.
—Ópalo —dijo Vladawen—. Necesito que confíes en mí y hagas lo que te pido.
—¿Cómo Nindom confió en ti? —espetó la maga—. De acuerdo, no es demasiado justo, ¿pero es que no puedes ver que este hijo de puta te está tomando por estúpido? ¡Ni siquiera piensa cumplir su palabra! ¡Le devolveremos el ojo, pero Sendrian mantendrá agarrada a Lilly y la situación no habrá mejorado en absoluto!
Asustada y desesperada, a pesar de tener cierta esperanza de ser liberada, Lilly consideró que la maga tenía toda la razón. Quizá Vladawen también fuera capaz de entenderlo de haber tratado en más ocasiones con humanos de la inmunda estirpe de los rufianes.
—Amiga mía —dijo el elfo—. Por favor, confía en mí. Te lo pido en nombre de El Que Permanece.
Ópalo observó a Vladawen durante un instante. Entonces marchó penosamente hacia Sendrian y colocó la pieza del ojo en su sitio. El elfo había tenido razón en una cosa. La piedra encajó a la perfección.
—Bailo —enunció el acertijo—. Hacia el frente y hacia atrás.
Vladawen se lanzó inmediatamente hacia Sendrian a toda velocidad y con el estoque en posición. De haber estado lo suficientemente cerca de él como para colocarle el ojo con sus propias manos no hubiera podido ejecutar ese ataque tan poderoso, pero desde la posición que ocupaba, el afilado extremo de la espada atravesó todo el cuerpo del barón, y el acertijo se deshizo en pedazos. Ilesa, pero desequilibrada, Lilly cayó sobre la pila de afiladas piedras, y se quedó allí despatarrada, consciente de que en los momentos siguientes a los que Sendrian se hubo completado, el brujo había dejado de poseer el poder para romperle el cuello. Afligido por la maldición de Athentia, no pudo hacer otra cosa que quedarse en pie y recitar el acertijo que guardaba la llave que le devolvería su humanidad.
El escaramuzador se lanzó tras Vladawen, con sus hojas apuntando hacia su cuerpo para asestarle un golpe de abajo arriba. En ese momento, Ópalo arrojó unos dardos de luz que surgieron de sus dedos. Éstos impactaron en el torso del rufián con suficiente fuerza como para detener el ímpetu de su avance. Cayó a cuatro patas, y entonces se derrumbó de bruces.
Vladawen se arrodilló junto a Lilly. La hoja plateada refulgía tanto como siempre lo había hecho, y eso era prueba de que no había utilizado ni un ápice del poder que atesoraba para salvarla. Sencillamente había empleado las virtudes menores que poseía. Aun así, había salvado su pellejo, y puede que algún día pudiera aclarar cómo se sentía al respecto.
—¿Estás bien? —preguntó Vladawen.
No lo estaba. Temía que la parte agrietada de sí misma que había conseguido contener una y otra vez fuera a despedazarse finalmente, y era por eso por lo que trataba de zafarse de su interés.
—Muy bien —dijo Lilly—. Obra tu magia.
—Estás segura de que...
—¡Hazlo! ¡Tu ejército está ya muriendo en estos momentos!
—Está bien. —Para alivio de Lilly, Vladawen se alzó y se giró. Entonces descubrió que también había sido para su pesar.