16

Lilly sabía que iba a ser imposible escapar a nado del ácido, que se dispersaba cubriendo todo el estanque. Aún así trató de hacerlo; justo entonces, el mundo del dragón empezó a girar en su cabeza y se desvaneció. Cuando todo a su alrededor tomó forma de nuevo, descubrió que estaba de vuelta en el pentáculo, junto a Athentia. Era de noche y hacía frío, y se encontraba más sedienta e incómoda que nunca.

Ocupaba de nuevo su cuerpo físico, y podía sentir los cambios que éste había sufrido. Con las manos temblorosas, se palpó la frente y la base de su columna vertebral. Sus cuernos y su cola habían desaparecido, dejando como rastro únicamente unas pequeñas cicatrices circulares.

Por un instante, eso la llenó de júbilo. Entonces observó de nuevo el patio, la esfinge y las murallas que se alzaban rodeando el espacio. Un estremecimiento de terror barrió su felicidad. Estaba encerrada con una de las más temibles criaturas de todo el mundo, un ser cuyo nombre claman los padres para asustar a sus hijos: ¡no preguntes tanto, no vaya a ser que la Gran Esfinge te transforme en un acertijo! Lilly había conocido antes el miedo, pero de esa clase que le hacía correr más rápido o golpear con más fuerza. Éste era distinto, y le hacía congelarse como el ojo de una serpiente paraliza a un conejo.

Cerró los ojos y tomó profundos alientos entrecortados. Al menos servían para hacer que su mente comenzase a trabajar de un modo frenético y aullante.

—¿Gato-sombra? —musitó.

El fantasma no contestó. Evidentemente, tras haber cumplido su propósito, la había abandonado y, aunque ella no había llegado a confiar en él lo mínimo, eso le hizo desear llorar.

En lugar de ello, se deshizo de sus prendas exteriores y las dejó en el suelo. Cualquier observador que no se aproximase demasiado a las ropas podría pensar que ella aún estaba en el suelo, tumbada en la oscuridad. Entonces se levantó y caminó de puntillas hasta el borde del pentáculo. Calzaba sus botas, y vestía ropa interior y un corpiño viejo y harapiento. Su cuerpo se estremeció dos veces antes de que Lilly se obligara a cruzar la línea. Estaba segura de que le dolería.

Sin embargo, no fue así. La atravesó con tanta facilidad como, de niña, lo había hecho al pasar por encima del tejo que pintaba con tiza sobre los adoquines.

Consideró que el siguiente paso era escalar el muro. De nuevo sentía que la sola idea le hacia temblar. Lo había hecho miles de veces pero, aun así, ¿y si se caía?

Trató de alentar en sí la misma repugnancia que hubiera sentido si un camarada hubiera mostrado esa misma cobardía irracional. Quizá pudiera sacar algo de valor, o al menos podría fingirlo. Comenzó a trepar hacia arriba, buscando a tientas huecos en los que colocar las manos. A pesar de sus temores, en realidad no era mucho más complicado de lo que podía ser escalar un muro normal y corriente. Sus extremidades no lo habían olvidado, solo lo había hecho su corazón.

Cerca de la cima, recordó mirar por si veía a centinelas caminando por las almenas. No vio a ninguno, al menos no en ese momento. Claro que ¿y si había alguno pero no alcanzaba a verlo? Además, en caso de que hubiera alguna trampa mágica aguardando a apresarla para arrebatarle toda su fuerza, ella sería incapaz de detectarla.

Se dijo que no debía ser tan estúpida. Estaba a punto de ascender hasta las almenas. Los soldados debían atravesar las murallas por el estrecho pasillo que estaba inmediatamente por encima de ella, y eso cuando el castillo estuviera en peligro y Sendrian decidía sacrificar la intimidad de este patio interior. No era probable que allí hubiera ninguna trampa, éstas ocuparían la estructura exterior del castillo, los techos inclinados u otras superficies elevadas no ideadas para el tránsito, como aquella en la que había sido capturada la primera vez.

Lilly se empujó hasta el pasillo. Allí, en cuclillas, miró cuidadosamente a su alrededor, justo a tiempo para ver a Sendrian salir del pequeño pasillo cubierto que procedía del siguiente patio interior. Parecía que era turno de volver a torturar a Athentia.

La vieja Lilly probablemente hubiera escapado a hurtadillas mientras el obsesionado mago estaba ocupado. Pero la nueva permaneció agazapada donde estaba, petrificada, con el corazón latiéndole a toda velocidad.

La parálisis no pudo sino agudizarse cuando Athentia comenzó a gritar. El retumbar de cada aullido de aquella criatura se clavaba en el corazón de Lilly como un puñal y le hacía estremecerse y cerrar con fuerza los ojos.

Afortunadamente, los aullidos cesaban de vez en cuando; en aquellos momentos en que Sendrian dejaba de meter y sacar el alfiler en su muñeca de trapo para convencer a la Gran Esfinge de que capitulara. En esos instantes era algo más sencillo echar un vistazo hacia el patio, y fue en uno de esos momentos cuando Lilly pudo ver abrirse la puerta pesada de la vieja torre, y a Vladawen asomarse por ella. A pesar de la terrible experiencia que estaba sufriendo, Athentia debía haberse percatado también, pero no parecía reaccionar al respecto.

Cojeando ligeramente, con el estoque en la mano, el elfo se deslizó por la puerta y comenzó a descender los escalones. Su intención era inconfundible, e impulsó a Lilly a ponerse en movimiento: se alzó y agitó las manos. Ya no había duda de que alguien la descubriría, ya fuera Sendrian o Vladawen; aquel que mirase primero.

Y fue el elfo. Ella le hizo señas. El dudó, y repitió el gesto aún más ostensiblemente. Vladawen extendió las manos en señal de aceptación, y entonces se giró y se dirigió hacia el pasillo que conectaba ese patio con el siguiente. Ella se arrastró entre las almenas y sobre el tejado de un edificio más pequeño, una capilla o un almacén posiblemente, hasta poder deslizarse hasta un pequeño y oscuro pasaje en la que, con algo de suerte, podría pasar desapercibida junto al elfo durante unos instantes.

Lilly vio en su compañero la acostumbrada mezcla de emociones; su deseo de alargar la mano para alcanzarla y su enojo. Entonces sus ojos negros y plata se ensancharon, él alzó su mano y ella se encogió.

—Sólo quiero comprobar una cosa. —Vladawen tocó su frente de un modo más suave al que ella estaba acostumbrada—. Los cuernos. Ya no los tienes.

—Ya hablaremos de ello más tarde.

Él frunció el ceño como si ella le hubiese reñido.

—Sí, por supuesto. ¿Por qué me hacías señas? Estaba a punto de abalanzarme sobre Sendrian.

—No creo que eso hubiese funcionado, no aquí, donde se asienta su poder. Te habría presentido, o tu espada no habría acabado con él. —¡Y ella no hubiera tenido a nadie que le ayudara a salir de aquí!

—Lo más probable es que hubiera sido así. Desde luego preferiría no tener que enfrentarme a él. Pero estaba listo para salir de la torre y...

—No tienes por qué luchar contra él. solo vayámonos.

—No podemos. Creo que sé un modo de liberar a la esfinge.

—Pero ella no querrá pagarte a cambio.

—Es cierto, ella me dijo lo mismo, pero no creo que sea necesario. Además, no me gusta verla así.

—A mí tampoco. En verdad creo que Sendrian acabará matándola, ya sea porque no se le ocurra nada mejor o porque no se atreva a dejarla libre. No obstante no hay nada que podamos hacer. —La brisa de la noche era suave, pero ella empezó a temblar.

—Te digo que podemos hacerlo. solo es necesario que uno de nosotros tenga otra oportunidad para forzar el pentáculo. Lillatu, ¿qué te pasa? Nunca te había visto así.

La perplejidad, quizá la pena, en su voz, despertaba la misma vergüenza y desprecio que ella deliberadamente había tratado de suscitar anteriormente.

—Estoy bien —dijo con brusquedad—. Háblame de tu plan.

Sin estar aún seguro del estado de Lillatu, él contó lo que tramaba, y cuando hubo acabado, ella dijo:

—Está bien. Es estúpido, pero no más que cualquier cosa que tú o yo hayamos intentado recientemente. Yo lo atraeré, tú ocúpate del resto. solo préstame ese ridículo puñal. Quiero alguna clase de arma.

—Puedo ser yo el que le aleje.

—No. Soy mejor que tú trepando y esquivando, y más aún si estás cojo. —Alzó su pie y le golpeó levemente en la que pensaba era su rodilla mala. Su rostro se tensó de dolor.

No obstante, esa no era la razón principal por la que Lilly insistía en ocuparse de la parte más complicada del plan. Era porque se daba cuenta de que el dragón le había dicho la verdad. Al renunciar a él, había perdido una parte clave de sí misma, y debía encontrar un modo de hacerla volver. No podía continuar en ese estado.

—Muy bien —dijo Vladawen—. No me gusta, pero quizá así tendremos más probabilidades. Sabes que Sendrian puede volar a voluntad. Asegúrate de que no arroje sobre ti ninguno de sus escupitajos de sangre, ni tampoco permitas que se haga con alguna gota de la tuya.

—Si se acerca lo suficiente como para hacerlo, estaré perdida igualmente. Dame el puñal y acabemos con esto —dijo antes de que le inundase el miedo y ahogara su resolución.

Vladawen le entregó su arma y le dio un rápido y torpe abrazo. Entonces ella trepó de nuevo hacia arriba.

Puedes hacerlo, se dijo a sí misma. Simplemente no pienses en ello. Deja que tu cuerpo decida.

Lilly volvió a atravesar la barrera invisible que evitaba que los aullidos de Athentia alcanzaran el resto de la fortaleza. La Gran Esfinge continuaba gimiendo y aquel sonido hacía que se le agarrotaran los músculos del cuello y de los hombros.

Cuando se hubo tranquilizado, Lilly se arrastró por entre las almenas y trató de buscar algo que poder arrojar. Alguien había olvidado un pequeño cajón de madera, que debía llevar ya bastante tiempo ahí, pues mostraba rastros del paso del tiempo. Sin embargo, tenía aspecto de ser aún bastante sólido.

Lo levantó con dos manos, se pinchó con una astilla y se tambaleó. Por un instante cerró los ojos, y solo entonces estuvo preparada para arrojarlo.

Lilly siguió con la vista la caja, horrorizada por lo que se había atrevido a hacer. En cierto modo, a pesar de que lo había lanzado a ciegas, el improvisado proyectil parecía volar de forma certera hacia la cabeza, redonda y calva, de Sendrian.

La caja chocó con estruendo y se partió en pedazos. El mago dio un traspié, y por un momento Lilly se preguntó si había logrado sacarle los sesos. En ese momento, Sendrian recuperó el equilibrio, y vio que estaba ileso. Eso probablemente supondría que ella había estado en lo cierto: se habría librado del estoque de Vladawen con la misma facilidad.

Sin embargo, realmente había conseguido sobresaltarlo, y eso le permitía mantener una chispa de satisfacción en medio del terror que la inundaba. El brujo miró de un lado a otro violentamente, y cuando ella le hizo señas para que lo viera, él la miró con ojos desorbitados. Sendrian dirigió entonces su vista hacia las ropas abandonadas que Lilly había dejado como señuelo, y de nuevo volvió a mirarla.

—Bien —dijo Lilly forzando las palabras y tratando de no balbucir y tragar tras cada una—. No eres ni la mitad de listo o poderoso de lo que crees. He abandonado el pentáculo y ni siquiera te has dado cuenta.

—Bueno, eso es cierto —dijo el barón con una sombra de enojo en su habitual afabilidad—. No puedo negarlo. Pero, de todas formas, ¿qué cambia eso? Ya hemos comprobado que puedo volver a capturarte, incluso si asumes tu forma de dragón. —Quizá, en la penumbra, no se había percatado de que había perdido sus cuernos—. De modo que sé razonable. Depón el desafío. No te va a llevar a ningún lado, es una simple pataleta indigna de una guerrera tan notable como tú.

—¿Y por qué debería rendirme? ¿Por el placer de pasar otro placentero día en el pentáculo?

—Te pido disculpas por eso. No disfruto con tales prácticas, pero a veces un noble necesita imponer disciplina en la gente, aunque solo sea para ayudar a hacerles comprender qué es lo mejor para ellos. No habría permitido que sufrieras el menor daño.

Lilly respondió con aire despectivo:

—Has cuidado bien de mí, tanto como lo estás haciendo de Athentia.

Sendrian suspiró.

—La Sabia sabe lo que debe hacer para poner fin a su angustia. En cualquier caso, todas mis acciones van encaminadas a proteger al Imperio del implacable conflicto religioso y a asegurar su correcto gobierno.

Lilly respondió con un insultó y logró que el noble, criado en el campo, se crispará ante tal obscenidad.

—Eso es lo que pienso de tu Imperio y de ti. Creí que un dragón podría acabar contigo. Ese fue mi error. Sin embargo, tu poder no es infinito. Donde uno fracasó, muchos pueden tener éxito. Resulta que conozco la ubicación de una docena de guaridas de dragones en las Agujas de Gaurak. Ellos me aceptan como uno de los suyos, y me seguirán hasta Trumland para acabar contigo. Estarías mejor muerto, solo he venido a advertírtelo.

Tras haber proferido sus provocaciones y sus vanas amenazas, Lilly se giró, echó a correr y saltó al otro lado del parapeto que separaba las almenas del patio interior del castillo. Pudo sentir a su espalda un calor abrasador, vio como las almenas y los torreones que tenía enfrente se teñían de luz amarilla y se percató de que Sendrian le había lanzado una bocanada de llamas. Gritó, y estuvo a punto de quedarse congelada. Le faltó poco para dejar que las llamaradas la abrasaran y quedar incinerada, pero aún estaba cayendo al otro lado de las almenas. Entonces dio una voltereta sobre un tejado inclinado, y sus reflejos se hicieron cargo de la situación. Giró, absorbiendo lo peor del impacto, y se incorporó antes de caer por el borde de la techumbre.

Lilly se alzó, rompió a correr, saltó, se agarró a la zarpa delantera de la talla de un león rampante grabado en un bajorrelieve, y se impulsó hasta otro punto de agarre, donde se puso en cuclillas, jadeando.

Puedes hacerlo, se insistía a sí misma. Puede que no seas muy hábil con las cerraduras y las trampas, pero puedes saltar y correr como el mejor de tus enemigos. De nuevo, salió disparada.

El enorme castillo, visto desde arriba, con sus patios amurallados y su mezcla de torres, torreones y estructuras menores cobijadas por éstos, constituía una extraña vista en medio de la pintoresca ciudad comercial y granjera que era Piedrarroja. La Guerra Divina había golpeado con especial crudeza aquella zona, y puede que ello crease la necesidad de edificar enormes fortificaciones o guarniciones de ese tipo. O puede que, simplemente, los antepasados de Sendrian hubieran sido imbuidos por un sentimiento de ambiciosa grandiosidad. De ser así, benditos fueran por ello. Lilly necesitaba de toda esa complejidad estructural para ocultarse si quería tener la menor probabilidad de eludir al brujo sangriento.

Sorteó una plataforma a medio camino de una torre y se impulsó en ella para alcanzar una pequeña torreta. Su instinto le alertó de que debía esconderse y se coló por una de sus ventanas, agazapándose en su interior. Un instante más tarde, con sus vestimentas agitándose al aire, pudo ver a Sendrian volando, tal y como Vladawen le había advertido. El mago tenía profundos cortes en la frente, en las mejillas y en las manos, y en todos ellos ardía una llama plateada.

Miró a su alrededor, y por un momento pareció fijar la vista en el lugar en el que ella se agazapaba. Lilly estuvo a punto de soltar un gemido de absoluta desesperación. Sin embargo, la mirada de Sendrian pasó por encima del lugar en que se ocultaba. Entonces, agitando las manos dibujando un símbolo místico, el mago gritó. Su voz bramó con un volumen prodigiosamente alto, como la explosión de un trueno de una violenta tormenta que estuviera estallando justo encima su cabeza.

—¡LA CHICA DE LOS CUERNOS HA ESCAPADO! ¡QUE TODO EL MUNDO SALGA A BUSCARLA!

Aquel repentino aullido sobresaltó a los guardias que caminaban por entre las almenas. Todos saltaron y trataron torpemente de agarrar sus armas de un modo que, en otras circunstancias, podría haber resultado cómico. No obstante, solo tardaron un instante en recomponerse y comenzar la búsqueda.

Imbuida de algo que no se alejaba demasiado de la histeria, Lilly no obstante recordó cuál era la primera regla de una situación semejante: Dirígete allí donde tus perseguidores nunca te buscarían. Quizá, en ese instante, eso significaba hacia el interior del torreón.

Se giró y encontró una puerta. No estaba cerrada. Tras ella había unas estrechas escaleras. Lilly se lanzó disparada hacia abajo y entró en una estancia poco iluminada. Apenas pudo distinguir que parecía tratarse de una sala bastante espaciosa. Esquivó una forma opaca que debía ser una mesa y entonces apareció en su camino la forma de un hombre. Recién despertado, quizá aún estuviera confundido. Puede que ni siquiera se hubiera percatado de que ella estaba ahí, justo frente a él. Claro que también podría haberla visto. No tuvo la oportunidad de averiguarlo y, asustada como estaba, no pudo pensar en otra forma de enfrentarse a la situación que no fuera embistiendo para atacar. El estúpido puñal de Vladawen, con su empuñadura ovalada rodeando sus nudillos, era más dado a clavarse con un puñetazo que con un mandoble, y le resultaba incómodo e inútil. Aún así, logró lanzar el golpe y la hoja acertó en el cuerpo del hombre, que se derrumbó.

Sollozó y se dio la vuelta sobre él para levantarse, casi yendo a parar contra una pared antes de poder darse cuenta de su presencia en medio de la oscuridad. Anduvo a tientas hasta una puerta que daba paso a otro espacio abierto, y entonces hasta una ventana. Tenía las hojas abiertas, pero alguien había colocado sobre ella una muselina finamente tejida, quizá con la idea de impedir el paso de la luz y, al mismo tiempo, dejar entrar una refrescante brisa. Esa malla rectangular flotaba como un sombrío fantasma en medio de la oscuridad.

Lilly apartó la tela; una polilla, con sus alas envueltas en colores iridiscentes, revoloteó hasta salir por la ventana. Ella parpadeó ante la delicada belleza de la criatura. En aquellas circunstancias, aquello casi le parecía irreal. Desgraciadamente, no tuvo tiempo para quedarse a admirarla o tratar de convencerla para que se posara sobre ella adornándola... otro pasatiempo que había ocupado sus horas de niñez. Los sirvientes de Sendrian le pisaban los talones, y podía escuchar sus alaridos. Tras buscar dónde apoyar manos y pies, se colocó en el alféizar de la ventana y comenzó a trepar. Estaba de suerte; nadie la había visto salir. Bueno, nadie excepto la polilla, que parecía acompañarla, siguiendo su ascenso en escalada por la pared.

Lilly trepaba con facilidad en dirección al techo. Ya estaba a punto de alcanzar otra superficie plana amurallada, ideada probablemente también para el combate. Entonces se dio cuenta de que ya no era únicamente una polilla la que la seguía. Eran tres o quizá más.

De repente, una de las criaturas se posó sobre su frente, justo como había imaginado, brevemente, unos momentos antes. Le hacía cosquillas, pero un instante después sintió un feroz picotazo.

Aturdida, estuvo a punto de caer antes de poder agarrarse de nuevo al muro. Cuando estuvo segura de tener la situación controlada, soltó una mano para matar a la criatura, que seguía posada sobre su frente.

Frágil como cualquier otra polilla, reventó en un estallido de su propia sangre. Justo en ese instante, dos criaturas más, moviendo sus alas con lascivos rostros demoníacos, se posaron en la mano que Lilly utilizaba para fijar su posición. Un par de mordiscos, tan dolorosos como el anterior, y sus dedos se retorcieron en medio de un espasmo, soltando su presa en la pared.

Frenéticamente, Lilly se agarró de nuevo con la que ahora era su mano buena, y apenas logró evitar la caída. Lanzó contra la pared la mano a la que se le habían pegado las dos nuevas polillas, magullándose los nudillos para machacar a aquella diminuta y letal simiente de los titanes.

Sollozando, continuó la escalada. Otro insecto, o quizá ya eran varios, revoloteaban a su alrededor. Ella batía una u otra mano para mantenerlos a raya, arriesgándose a caer a cada momento.

Por fin pudo alcanzar la plataforma. Las polillas ondeaban frente a ella como pétalos de flor empujados por el viento. Tras ellas apareció Sendrian, flotando en el aire. El fuego de su cara y sus manos, rajadas y sangrando, casi parecía haberse consumido por un instante, pero eso no aparentaba haber disminuido su capacidad para obrar maravillas. Lilly estaba aterrorizada. Jadeando, con los restos de los insectos aún adheridos a su piel, sintió un impulso casi sobrecogedor de desmayarse frente al brujo.

—Es la tercera vez que amenazas a mis criados y perturbas mi hogar —dijo el mago. Sonaba como un profesor que riñera a una niña traviesa—. Creo que ya es suficiente. —Entonces arrojó unas gotas de sangre hacia la plataforma, y éstas se inflaron para engendrar unas nuevas criaturas.