24

—Bueno —dijo Arbomad cuando ya había transcurrido una hora desde el fin de la batalla con los gorgones—. Hemos recorrido el terreno una y otra vez y no hemos encontrado nada.

—Pensaba que te considerabas un explorador —bufó Lilly.

Lo mismo pensaba yo de ti, replicó él, pero solo en su mente, porque estaba entristecido por ella. A primera vista aparentaba ser tan dura como el hierro, pero ahora, tan desesperada, parecía como si estuviera dejando entrever alguna clase de pequeño espacio en el que toda su cubierta de metal estuviera agrietada y destrozada por la herrumbre.

—Lo siento —dijo el vigilante—. Si el combate con los gorgones no hubiera dejado el terreno apisonado y equivocado las pistas... pero así fue y no sé qué más hacer sino seguir caminando. Prestaremos atención durante todo el camino.

Lilly lo fulminó con la mirada.

—No puedes hacer eso. No puedes irte sin más.

Arbomad suspiró.

—Es que no hay nada más que pueda hacer. Prometí al rey Thain que avanzaría hasta enfrentarme al grueso de la manada de los gorgones, sin importar qué desgracias ocurrieran en el camino. Además, no puedo permitir que mi compañía pase otra arriesgada noche de preparativos, no cuando lo más probable es que si nos esforzamos, podamos alcanzar el Valle Caprino al anochecer.

—Te quedarías para buscar a uno de tus hombres.

El vigilante tensó su boca en señal de impaciencia.

—Te equivocas. Y de todas formas eso sería una argumentación discutible, puesto que Vladawen no era, perdón, no es uno de mis hombres. ¡Ni siquiera estoy seguro de si está en problemas! Puede que haya escapado por voluntad propia, ya fuera porque no tenía estómago para combatir o por cualquier otra razón.

—¡Sabes que eso no es cierto! ¡Debiste verlo, embistió a los gorgones para enfrentarse a ellos cuerpo a cuerpo! ¡Estaba justo ahí, ante nosotros, y un momento después había desaparecido!

—¡Está bien... de acuerdo! —concedió Arbomad—. Eso no fui del todo justo. La verdad es que no sé qué pensar de él, y tampoco de ti, pero nadie puede decir honestamente que alguno de vosotros dos eludierais el combate. Aún diré más: tú, señora mía, probablemente me salvaste la vida, y te lo agradezco.

—No soy la señora de nadie —replicó amargamente la esbelta chica—. Y ya veo para lo que vale tu gratitud. —Entonces bajó su voz—. ¿Qué pasaría si amenazo con hablarles a todos de ese amuleto que tan celosamente escondes?

El vigilante se sintió consternado, por no decir sorprendido. En verdad era extraño. Cuando no estaba utilizando, protegiendo o, para ser honesto, casi deleitándose ante la vista de su medallón del escorpión, tenía tendencia a olvidar incluso que lo poseía.

—No sé a qué te refieres —respondió secamente Arbomad—. El único amuleto que llevo conmigo es la insignia de mi orden.

—¿No será que tienes dos?

Había encontrado el segundo colgante ambarino en el cuerpo de un vigilante muerto, y en cierto modo aún debía informar a sus superiores.

—Quizá preferirías que no hubiera usado esa magia para sanar tu brazo —dijo él—. ¿Realmente quieres insistir sobre ese tema? Estas personas son mis soldados y compañeros, no los tuyos. ¿De qué lado crees que se pondrán?

Lilly mantuvo su mirada por un momento, y entonces bajó los ojos.

—No. Tenía razón tu amiga la cantante. Todo el mundo tiene sus secretos. Y para mí son demasiados como para averiguar en manos de quién he dejado mi estúpida e insignificante vida. Continuad la marcha, yo me sumaré a vosotros o no según me plazca.

El vigilante, al verla darse por vencida, no pudo evitar sentirse algo culpable.

—Si quieres honrar al matatitanes, quizá el mejor modo sea completando su misión. ¿Por qué no recuperas las hojas perdidas y las llevas a esos amigos tuyos de Wexland?

—Claro. ¿Cómo no lo habría pensado antes? —Lilly se dio la vuelta y se alejó.

A Arbomad aún le dolía algo el pecho y la cabeza, a pesar de los cuidados que había recibido de Tambor. Además, el hecho de no tener la prenda adecuada para acolchar su cota era una molestia añadida. No obstante, tenía ya a su banda lista para avanzar sin rechistar. Le alivió que Lilly decidiera, apenada, seguir en la expedición. Durante las horas que siguieron a aquellos momentos, Meerlah trató de apoyarla y consolarla discretamente, cuidando siempre de vigilarla, e incluso a veces tarareando una tranquilizadora melodía en sus proximidades. En bastantes ocasiones, la bardo aparentaba no preocuparse demasiado por nadie, pero él había aprendido que su actitud era engañosa. Había pensado mucho sobre todo eso. Aún no estaba seguro de si sus encuentros ocasionales significaban para ella tanto como, secretamente, lo hacían para él.

Por supuesto, aquel no era el momento más adecuado para pensar en eso. Debía mantener la mente fija en la marcha y en los peligros que podían acechar en cada esquina. En cierto momento, llegó a divisar una fila de trasgos marchando como hormigas sobre una colina, a lo lejos, y en otras dos ocasiones, tanto él como sus camaradas tuvieron que salvar zonas que parecían ser ideales para sufrir emboscadas, y hubieron de explorar antes de poder atravesarlas. No obstante, nadie más intentó atacarlos, y según había previsto, alcanzaron el Valle Caprino cuando aún brillaba en occidente una brizna de sol.

Aquel asentamiento enano ocupaba la cuenca de un valle y estaba rodeado de montañas. De esas lomas bajaban unos manantiales que alimentaban un río, sin duda de agua helada, que desarrollaba su flujo por el espacio situado entre dos colinas. Parecía que el tiempo había hecho brotar la aldea en el fondo de aquel valle, como una población de musgo que creciera en pequeñas manchas. Diminutos campos, pastos y chozas salpicaban el escarpado paisaje aquí y allá, en cualquier lugar en el que alguien hubiera encontrado una pizca de terreno lo suficientemente nivelado como para contenerlos. En las cercanías de esos asentamientos, unas toscas murallas, en realidad apenas montículos de piedras apiladas, protegían todo el perímetro de la colonia. A esa hora del día, mientras todos cocinaban la cena, una bruma de humo aromático cubría el lugar.

De esta forma, el Valle Caprino, a primera vista, parecía bastante próspero, aunque la primera impresión no siempre era la más certera. Los centinelas que vigilaban las improvisadas fortificaciones tenían el rígido aspecto de hombres que se preguntaban si sobrevivirían a su guardia, y recibieron las explicaciones que Arbomad les dio a su llegada con un entusiasmo reservado. El vigilante no podía culparlos por eso. Thain había enviado antes a otros guerreros en su ayuda, en realidad en número bastante más elevado que el de su compañía, y ninguno de ellos había tenido éxito.

Durante el trayecto que descendía hasta el interior del valle, Arbomad pudo ver más indicios de los problemas que aquejaban al pueblo. Se encontró con parcelas abandonadas de campos de cultivo que estaban siendo colonizadas por malas hierbas y rastrojos porque nadie osaba cultivarlas (o no vivía para hacerlo). Incluso llegó a pararse para examinar las marcas de las garras de un gorgón sobre el terreno. Pudo comprobar el lugar en que aquella bestia se había ocultado, a un lado del sendero, cómo había atacado, e incluso encontró viejos rastros de sangre de la víctima.

Las cosas apenas se animaron algo cuando los vigilantes finalmente alcanzaron el grueso de las casas, cabañas y graneros que ocupaban el fondo del valle. Parecía que las incursiones de los gorgones debían llegar incluso hasta ese lugar. Sin duda la gente había estado apresurándose en fortificarse para la noche, hasta que la visita de los recién llegados cambió sus planes. Entonces, en su favor, los aldeanos se las apañaron para reunir una especie de festín de bienvenida, tal y como debía hacer un pueblo que se consideraba hospitalario. Eso sí, los nativos no pudieron evitar alguna que otra mirada recelosa a la oscuridad que acechaba al valle. Meerlah cantó para ellos, y eso animó algo su espíritu. Finalmente, cuando todos quedaron satisfechos, Arbomad trató de obtener información de los aldeanos acerca de cómo se presentaban los gorgones, de dónde procedían, y por qué los enanos, en su caza, no habían encontrado sino muerte y frustración. No le sorprendió descubrir que varios de los nativos mostraban teorías inventadas, muchas de ellas bastante discutibles en el mejor de los casos.

Entonces, y ya que los lugareños, aun desesperados como estaban, tenían el suficiente sentido común como para no esperar que los vigilantes comenzaran a cazar a los engendros de los titanes esa misma noche, todos se fueron a la cama. La lejana aldea no poseía nada que se pareciese a una posada o a una casa de huéspedes, pero a Arbomad, como líder de la compañía, le fue asignada una pequeña habitación a cobijo. Aquel refugio pertenecía a un tipo algo maloliente que hacía las funciones de curtidor del pueblo y que se encargaba de cualquier tipo de trabajo con cuero. La estancia había pertenecido a uno de los hijos de aquel hombre, antes de que un gorgón lo masacrara. El vigilante se preguntó si eso sería alguna especie de mensaje subliminal. Lo que es más, deseaba, una vez que su anfitrión lo hubo dejado solo, que pudiera sencillamente desvestirse, apagar la humeante lámpara de sebo y arrastrarse hasta la estrecha cama como cualquier otro cansado viajero.

Pero la desaparición de Vladawen y el pánico que Lilly apenas lograba contener habían dejado en él un poso de inquietud que no podía disolver la simple fatiga física. Sea como fuera, iba a ser incapaz de sentirse bien limitándose a no hacer nada durante la noche, y despertar al día siguiente solo para descubrir que los gorgones ya se habían cobrado otra víctima. Arbomad tenía otra idea mejor, una que le había estado rondando la cabeza desde el primer momento en que había estado departiendo con Thain allá en Burok Torn. Estaba dispuesto a ponerla en práctica sin demora alguna.

El vigilante se escabulló entonces de su habitación y caminó de puntillas hasta la puerta principal. Sintiéndose culpable por saber que debería dejar el cerrojo abierto, la abrió y echó un vistazo fuera. En su rostro pudo sentir la suave brisa nocturna, realmente fría a aquella altitud, incluso en verano. La encantadora voz de Meerlah, acompañada por las sonoras notas de su laúd, hacía que la noche fuera menos áspera para cualquier que estuviera aún despierto, escuchándolas. La oscuridad lo había cubierto todo, como si se tratase de un líquido que algún dios hubiera vertido en aquel espacio que, como un cuenco, quedaba definido por las colinas adyacentes. Cualquier criatura podría estar acechando bajo su manto, absolutamente cualquiera.

Arbomad aspiró profundamente y se adentró en la penumbra, al tiempo que contenía el impulso de mantener una mano rondando su medallón del escorpión. En realidad no necesitaba sostenerlo para emplear sus poderes sobre sí mismo, pero hacerlo, incluso toscamente a través de la cota de malla, le hacía sentirse algo mejor.

Durante las siguientes dos horas, el vigilante merodeó de un lugar donde cobijarse a otro, andando a tientas entre casas, corrales de cabras, gallineros y huertos. Sin duda hubiera sido mucho más seguro haberse colocado en algún tipo de escondrijo y esperar acontecimientos, pero con su visión nocturna tan limitada, y siéndole el terreno desconocido, fue incapaz de encontrar algún lugar que le garantizase una buena vista. Eso, por supuesto, suponiendo que aquella noche llegara a suceder algo. Quizá se había equivocado, o puede que simplemente los acontecimientos que sospechaba iban a ocurrir no tuvieran lugar aquella noche. Aun así, decidió continuar la ronda con la paciencia de un cazador.

Finalmente algo ocurrió: un movimiento, un sutil y rápido movimiento en medio de la penumbra. Rezando porque su cota de mallas no tintineara y que su guarnición de cuero no crujiera, Arbomad caminó silenciosamente hacia el lugar del que pareció proceder aquel sonido.

Entonces Belsamez pareció sonreírle, aunque eso fuera difícil de creer, cuando su luna empujó a un lado el velo de brumas que la cubría, lo suficiente para conferirle un destello de luz plateada a la noche. La iluminación descubrió a uno de los aldeanos a los que Arbomad había conocido durante la celebración del festín. Era un tipo de mediana edad, esquelético y con una enmarañada melena de cabellos y barbas que le hacían parecer un loco eremita. Aquel tipo se escabullía furtivamente en medio la noche.

Si Arbomad hubiera tenido un talante diferente, podría haber clavado una flecha en aquel desdichado sin haberlo dudado por un instante. En realidad deseaba hacerlo. Pero bien podría ser que el aldeano estuviera deambulando solo, en medio de la amenazadora oscuridad, por alguna razón inofensiva. Quizá fuera algo retrasado o tonto. O puede que fuera a acudir a una cita con una mujer que no fuera su esposa. Todo eso no era demasiado probable, pero el vigilante debía cerciorarse.

El aldeano se deslizó tras el bloque de edificaciones que constituía el corazón del asentamiento. Momentos despues, una oscura figura salió tras la cubierta que le proporcionaba un pequeño árbol, retorcido y nudoso, para encontrarse con él. A primera vista, el recién llegado, aunque semidesnudo, parecía apenas menos humano que el aldeano que se arrastraba en la noche, pero eso aún debía comprobarse. Arbomad continuó aproximándose sigilosamente, hasta poder distinguir la reveladora forma de una cabeza calva como un huevo, y la arruga vertical que discurría justo desde debajo del esternón de aquella criatura hasta el resto de su torso. El vigilante no pudo percibir el tono grisáceo de la piel, no bajo aquella luz, pero había visto lo suficiente para estar seguro de qué clase de ser se trataba.

Era un alto gorgón. Y a Arbomad le quedaban pocas dudas de que el aldeano era también uno de esos seres, disfrazado mágica y psíquicamente para aparentar ser el verdadero humano a quién sin duda ya habría asesinado. ¿Cuánto tiempo, pensó, llevaría habitando libre de sospecha entre los demás aldeanos? Claramente el suficiente para revelar a su camarada en las afueras cualquier plan de defensa que pudieran establecer, así como cada una de las posibles estrategias de los enanos que la habitaban.

Mientras el vigilante sacaba sigilosamente una flecha de su carcaj, se preguntaba si serían éstos los únicos altos gorgones que merodeaban en la zona representando a aquella bestial especie. Puede que así fuera, y en ese caso, dos veloces disparos acertados podrían bastar para reducir considerablemente su amenaza. ¡No estaría nada mal para ser su primera noche en la ciudad! Estiró el arco y se acercó un paso más, consiguiendo una probable trayectoria franca directa al corazón de uno de los engendros.

Sin embargo, eso hizo que un perro, que debía estar oculto en la oscuridad, comenzase a ladrar frenéticamente.

O puede que no fuera un perro común, y que en realidad no hubiera visto a ese animal porque no existía. Puede que fuera un hechizo de activación. Lo cierto fue que aquellos ladridos hicieron que los gorgones comenzasen a mirar enloquecidos de un lado a otro.

Arbomad estiró la cuerda de su arco hasta la altura de su oreja, y entonces soltó una flecha. El proyectil se clavó en el pecho desnudo y sin pelo de su objetivo, y el engendro de los titanes cayó de bruces. Antes siquiera que la primera criatura se derrumbarse, el vigilante cogió una segunda flecha, la colocó y, justo entonces, el otro gorgón empezó a aullar.

Aquel gemido espantoso retorció los nervios de Arbomad. Le temblaron las manos y la flecha se le disparó. Mientras se disponía a recoger otro proyectil, su contrincante, con su disfraz de barbudo descuidado y harapiento, se dio media vuelta y corrió a esconderse en la oscuridad.

Arbomad resopló para calmarse, y sintió cómo se liberaba de la ansiedad que le había producido aquel aullido (que suponía debía haber sido alguna clase de maligno conjuro). Se paró un momento a pensar qué debía hacer a continuación. Si alguno de los hombres que estaban a sus órdenes hubiera tenido que tomar la misma decisión, él le hubiera aconsejado retirarse. El gorgón era peligroso, especialmente desenvolviéndose en un terreno que conocía. Pero Arbomad poseía algo que sus hombres no tenían, un talismán que le permitiría librarse del dolor si las cosas se ponían realmente mal. Además, le alentaba la posibilidad de que aquella criatura disfrazada fuera el único alto gorgón que quedaba en el Valle Caprino. Puede que, sencillamente, se sintiera embravecido. Fuera como fuese, finalmente decidió marchar tras su enemigo.

Los sonidos de ladridos continuaban resonando en medio de la noche. Arbomad creía saber el lugar aproximado en que se originaba aquella estridencia, y dio un rodeo para evitar esa franja de terreno, que aparentemente estaba vacía. Estaba poniendo en riesgo su vida, y no quería llevarse un tonto mordisco en el culo de un chucho invisible.

El cortante sonido le molestaba enormemente, y apenas le dejaba oír nada más mientras avanzaba, buscando a un lado y a otro a su enemigo. El vigilante se dio cuenta de que, de quererlo el gorgón, podría haber huido ya más allá de su alcance. Sin embargo, tenía el presentimiento de que no había sido así. Después de todo, él era el único humano que sabía quién era realmente aquella criatura, y si acababa con él podría continuar con su mascarada. De ese modo, si su ataque furtivo no hubiera minado su valor, aquella criatura lo estaría buscando tanto como él a ella.

La brisa nocturna le acariciaba la cara, la luz de la Luna de Belsamez iba y venía al tiempo que un velo de nubes se balanceaba frente a su rostro. Quizá, en esos momentos, la diosa de la sigilosa muerte jugaba con él. Volvió la cabeza, tratando de avistar al gorgón empleando toda su visión periférica. Tenía los nervios a flor de piel y sabía que, en medio de esa oscuridad, únicamente su adiestramiento y su experiencia podrían permitirle diferenciar cuál de todas aquellas sombras era realmente su enemigo.

En ese instante, una enorme figura con aspecto de felino, con una maraña de ondulantes zarcillos que le conferían un aspecto aún más ambiguo, surgió en medio de la penumbra, saltando, bufando y embistiéndolo. Sin duda era un bajo gorgón, y claramente debía acompañar a su superior en sus andanzas a lo largo del valle.

Arbomad lanzó una flecha, y otra, y otra más, y entonces la criatura, que seguía aproximándosele enfurecida, estuvo ya demasiado cerca como para poder seguir utilizando el arco. El vigilante se dispuso entonces a desenvainar su espada, pero antes de que pudiera empezar a hacerlo, el gorgón se tambaleó y se desplomó sobre un costado.

Arbomad pensó que aquella bestia debía seguir las órdenes de un maestro, y que éste habría estado obrando alguna clase de conjuro mientras su secuaz lo mantenía ocupado. Colocó una nueva flecha en el arco y se giró, escudriñando, esperando poder interrumpir cualquier magia antes de que su enemigo pudiera finalizarla. En ese momento atisbo unas manos alzadas, con los dedos dibujando signos en el aire, y dejó volar su flecha.

El gorgón disfrazado de aldeano trató de esquivar el proyectil. Aun así, la flecha le alcanzó el flanco, dejándolo congelado en la posición que ocupaba y arruinando la magia que obraba en ese momento. Riendo entre dientes, Arbomad se apresuró a alcanzar una nueva flecha, se atrevía a esperar que la última que iba a necesitar esa noche, pero en ese instante vio una figura moverse por el rabillo del ojo. Se giró a tiempo para encontrarse frente a otro gorgón que, alzado sobre sus cuartos traseros, se lanzaba hacia él dispuesto a derribarlo. El vigilante consiguió dispararle en plena cara, retrocedió un paso de un salto y se dispuso a desenvainar su espada larga. Eludiendo y esquivando los ataques de la criatura, evadió una y otra vez los ataques de sus garras, las embestidas de sus colmillos bañados en babas ácidas, y los latigazos de su ganchuda cola prensil. Entretanto, se esforzaba por lanzar tajos a la bestia hasta que ésta acabó por derrumbarse.

Cuando eso hubo ocurrido, el gorgón ataviado de aldeano ya había vuelto a desaparecer, y nuevas figuras parecían surgir de la oscuridad. Jadeando, Arbomad pensaba irónicamente que bien podía ser temerario, pero que de ningún modo era un insensato. Él solo no podría acabar con todos aquellos engendros de los titanes. Era tiempo de retirarse junto a sus camaradas y contarles todo lo que había descubierto. Afortunadamente, el medallón del escorpión que poseía iba a facilitarle bastante las cosas. De no haberlo perdido esa misma mañana, no habría necesitado de la ayuda de Lilly para sobrevivir a la primera refriega de aquel día. Esta vez lo tenía en sus manos.

El vigilante se concentró y entonces su carne se transformó en sombras, que avanzaron llevando consigo su equipamiento. Su experiencia le hacía saber que de esa guisa era casi completamente inmune a ataques de tipo físico, o al menos eso le decía su instinto. Además, podía deslizarse a través de la oscuridad siendo prácticamente invisible. Su transformación no duraba demasiado tiempo, pero debería bastar para llevarlo hasta un sitio seguro, de vuelta al centro de la aldea. Allí, con un mínimo de cuidado, podría deslizarse en medio de su compañía sin ser visto. Nadie nunca había llegado a verlo, y consideraba que era bastante importante seguir manteniendo su secreto.

Antes de correr de vuelta al pueblo decidió darse la vuelta para echar un último vistazo, y en ese momento pudo descubrir a otro alto gorgón que se encontraba a pocos pasos a su espalda. Por un instante pensó que iba a poder pasar desapercibido, pero entonces aquella criatura alzó la mano apuntándole.

En su extremidad refulgió una luz blanquecina. La magia alcanzó a Arbomad de pleno, envolviéndolo en chispas y llamas, y disolviendo el aura protectora de su amuleto. Su cuerpo se volvió sólido de nuevo y eso le hizo tambalearse. Algo le impactó en la nuca (la cabeza aún le dolía del golpe que se había dado esa misma mañana contra la roca) y lo arrojó contra el suelo.

Trató de incorporarse, pero fue incapaz. Entonces se vio apresado por un sentimiento de pasividad y desgana, que incluso apagó el temor y el pánico que había sentido. Ya no le preocupaba seguir forcejeando. Le pareció percibir que sus enemigos estaban lanzando sobre él otro nuevo encantamiento, pero no se sintió con ganas de hacer nada al respecto.

Una manos lo agarraron por los hombros y lo obligaron a tenderse de espaldas. Dos gorgones, uno de ellos el que le había arrojado aquella luz y el otro el que estaba disfrazado de aldeano, bajaron la vista sobre él. La última de las criaturas tenía una mancha de sangre en su camisa, justo en el lugar en el que se le debía haber clavado la flecha que él le había lanzado. Aquella herida habría dejado inútil a cualquier humano de forma inmediata y habría acabado matándolo transcurridas apenas unas horas; obviamente, la gravedad no era tal para un gorgón. Lejanamente, Arbomad parecía apenarse por ello.

—¡Miserable serpiente! —dijo el falso aldeano. Entonces alzó un grueso y curvado puñal, con el filo bañado en alguna sustancia que sin duda debía ser venenosa. Las criaturas comenzaron a aullar en la lengua que Mormo, la Madre de las Serpientes, les había enseñado años atrás, siendo niños. Arbomad, aun con todos sus años de experiencia como vigilante, era incapaz de sacar sentido alguno a todas aquellas palabras.

—Tranquilízate —dijo el segundo gorgón en un lenguaje de siseos y chillidos—. Tampoco ha sido para tanto.

—Para ti es fácil decirlo —siseó el otro—. ¿Podrás tomar su lugar?

—¿Esta misma noche? Eso es, como mínimo, cuestionable. El papel de un capitán de la Patrulla es bastante más difícil de interpretar que el de un estúpido aldeano, ¿no crees? Antes debo estudiarlo, y obtener las respuestas a algunas preguntas.

—Entonces mátalo y acabemos con esto. Puede que su pérdida haga que sus compañeros se acobarden.

El gorgón que no tenía pelo sonrió.

—La verdad es que yo también estoy hambriento, pero sabes que no sería demasiado sensato. No nos hemos hecho con esta deliciosa despensa de aldeanos tomando decisiones aceleradas, así que no nos desviemos de nuestro plan.

—Bueno, de acuerdo. Pero tú serás el que se entienda con nuestros cuadrúpedos compañeros cuando vengan buscando su parte del botín.

—De acuerdo.

La criatura carente de pelo sonrió a Arbomad y, repentinamente, comenzó a hablar en común con el más delicado acento de un noble calastiano.

—Amigo mío, tengo un trabajito para ti.