17

Vladawen esperó a que Lilly comenzara su carrera y a que Sendrian levantara el vuelo tras ella. Entonces, con sigilo, se lanzó hacia el patio del santuario del mago.

—Espero que aún estés viva —dijo—, porque mi camarada posiblemente esté dando su vida para que yo pueda salvarte. —Entonces sacó una de las botellas del oscuro fluido que había ocultado entre sus ropajes.

—No llegamos a acordar ningún tipo de trato —dijo Athentia.

—Lo sé —respondió Vladawen mientras intentaba arrancar el sello de cera y cordel que fijaba el tapón de la botella—, pero aun así no puedo dejarte aquí a merced de Sendrian, para que te obligue a servirlo, ¿no? Te liberaré, y entonces, eterna Señora de los Misterios, podrás hacer lo que te dicte tu frío e indiferente corazón.

La Gran Esfinge se levantó y se aproximó al elfo. Tenía en su rostro unas enormes heridas y se movía con brusquedad, como si el peso de los siglos estuviera por fin abrumándola.

—¿Cómo vas a liberarme?

—Sospecho que el barón dibujó este impenetrable pentáculo con su propia sangre. He encontrado dicha sustancia embotellada y oculta, conservada líquida mediante alguna clase de extracto o encantamiento. Sin duda el brujo la guardaba para alguna emergencia. Yo voy a utilizarla para garabatear sobre la figura. Espero que, al ser la misma sustancia que él empleó originariamente, la magia del pentáculo aceptará los tachones como una parte válida de sí misma. Será como si el dibujo se hubiera emborronado, y eso arruinará su poder, o al menos lo debilitará.

Vladawen aún no había logrado quitar el sello que tapaba el frasco. Necesitaba uno de esos pequeños y delicados cuchillos que suelen llevar consigo los vinateros. Impaciente, acabó por romper el cuello de la botella, lo que liberó en el ambiente un intenso olor a cobre. Esa brusquedad le hizo despilfarrar algo de sangre, pero no demasiada.

El elfo miró a Athentia, vio que ésta no iba a prestarle su ayuda e, incapaz de comprender el significado de los símbolos arcanos y los complicados dibujos geométricos, sencillamente eligió uno de los más próximos y de mayor tamaño para dar inicio a su estropicio. Se arrodilló, vertió algo de sangre y la restregó sobre la figura con sus propias manos. Acabó y se desplazó hasta una segunda.

Vladawen vació la botella y se dispuso a sacar otra más. No tenía modo de saber si en realidad estaba provocando algún tipo de daño. Quizá no. El pentáculo era tan grande que esas pequeñas manchas podrían ser insignificantes.

Tampoco tenía modo de saber si Lillatu aún estaba con vida. No podía distinguir ningún indicio sobre el muro, ni tampoco escuchar nada a través del encantamiento de silencio que rodeaba al patio. Se preguntaba, tristemente, si incluso un dragón podría sobrevivir frente a toda la fuerza de la magia de Sendrian, de sus secuaces y sus mascotas.

Entonces acabó por terminar también la segunda botella. Sacudió las últimas gotas, solo para emborronar algo más el pentáculo. Tenía la esperanza de que hasta la última de ellas pudiera servir para hacerle perder algo más de poder. Entonces se giró hacia Athentia, con algo cercano al odio retorciéndole el corazón.

—¿Y bien? —dijo—. ¿Piensas quedarte ahí simplemente? ¿Es que ya sabías desde el principio que no funcionaría? ¿O vas a intentarlo?

La Gran Esfinge avanzó, y esta vez no necesitó hacer un gran esfuerzo, lo hizo de forma tan brusca que obligó a Vladawen a proferir un grito ahogado. No obstante, mientras la criatura se aproximaba al borde de la figura, comenzó a tambalearse como un animal que se hunde en un pozo de brea.

No funcionará, pensó Vladawen. He fallado a mi gente y a El Que Permanece. He enviado a la muerte en vano a Lillatu, a Nindom y a quién sabe más. ¿Te ríes ahora de mí, Belsamez?

La Gran Esfinge se giró.

—El pentáculo se ha debilitado —dijo casi a regañadientes—. ¿Tienes más de esa sangre de Sendrian?

—Sí. —Mientras corría de vuelta al interior de la torre, Vladawen pensaba que la verdadera pregunta era si tendría tiempo de cogerla y verterla antes que fuera demasiado tarde.