11

Lilly ya había estado en lugares realmente siniestros; una posada en llamas repleta de necrarios; la lúgubre torre, atestada de no muertos, de la última señora de Gasslander; o los campos de batalla, verdaderos mataderos, del conflicto en curso. Aún así, el patio de Sendrian, con aquel pentáculo de colores rojizos dibujado sobre las losas y el ardiente sol refulgiendo sin pausa, estaba resultando ser el peor de todos. Sin ninguna clase de aprovisionamiento de agua, comida o cualquier otra necesidad humana básica, la prisión mágica ya había sido bastante desapacible desde el principio, y se había convertido en una verdadera pesadilla cuando Sendrian apareció dispuesto a torturar a Athentia con un alfiler y una muñeca de trapos. Al principio, aún aturdida debido al encuentro de la noche anterior, solo podía alegrarse de que el mago de sangre la ignorase y centrara su atención en su compañera de celda. Pero los gritos desgarradores de la Gran Esfinge retumbaron por los muros colindantes hasta que la asesina no pudo soportarlo más. Entonces, saltó y embistió contra el mago.

Realmente se trataba de una acción estúpida e histérica. Ya había determinado que no podría salir del pentáculo ni borrar su figura y Sendrian, que no había tenido demasiados problemas para someter al dragón, podría subyugar también fácilmente al homólogo humano del reptil por su osadía. Chasqueó los dedos, y fue como si una clava gigante la golpease y la enviara volando en dirección contraria. Milagrosamente, no se rompió hueso alguno, pero sin lugar a dudas le dolió lo suficiente como para dejarla fuera de combate.

La caída sobre los adoquines fue dura, y Lilly quedó ahí hasta que el mago se hubo marchado. Entonces se hizo con el valor suficiente para acercarse a aquella enorme criatura arcana que era Athentia. Se sorprendió al ver un reguero de sangre surcar la comisura de la boca de la inmortal criatura.

—Mi señora —musitó—, ¿estáis bien?

—Márchate, princesa —contestó Athentia.

—Su sapiencia, soy inofensiva. Soy una prisionera como vos. Es posible que si cooperamos...

—¡Ya es suficiente, asesina! No me tientes. Todas las piezas están ya sobre el tablero. Sigue maquinando con tu juego de sombras y sangre sin mí.

—Pero, no entiendo.

—No, tú solo comprendes un puñal por la espalda, y eso de forma imperfecta. Pero has oído hablar de mis acertijos. La magia no saldrá fuera del pentáculo, pero sí te golpeará lo suficiente si continúas provocándome.

—Lo siento —dijo Lilly, y era cierto aunque no sabía por qué. Impelida por un vago sentimiento de lástima, mostraba aquella amabilidad de la que en otra época solía hacer gala en la corte de su padre, incluso cuando sabía que ahora, vistiendo una falda de tela a cuadros, podía parecer absurdo. Se retiró a la zona más lejana del patio, se sentó en la dura piedra y se abrazó las piernas apesadumbrada.

—Estás tocando fondo, tres veces maldita —dijo una suave voz de barítono.

Sobresaltada, Lilly miró desenfrenadamente a su alrededor, pero no vio a nadie. Observó que la esfinge no había reaccionado ante el sonido, pero eso podía significarlo todo o nada.

—¿Quién anda ahí? —preguntó ajustando su voz al mismo volumen de la que había escuchado.

—Mi maestro dice que eres una asesina bastante decente —continuó diciendo el interlocutor invisible—, suficientemente profesional como para cumplir tu acuerdo y acuchillar a Vladawen, incluso tras haber sido maldecida para amarlo. Él hoy vive solo por gracia de Belsamez. Pero, ¿crees realmente que podrás dirigir sus ejércitos?

No iba a permitir que aquel fantasma la sacará de sus casillas, pero realmente era una buena pregunta. Una cuestión que ella misma se había hecho cada vez que alguno de sus soldados había perecido. Alejando ese sentimiento de culpa, sutilmente trató de encontrar alguna señal de un lanzador de conjuros invisible que pudiera estar en sus alrededores, pero fue incapaz. Si lo había, su magia y su talento para el sigilo eran considerables, pues no lograba localizar su posición.

—Alguien tendrá que mandarlas —dijo—, y no es como cuando traté de dirigir a una compañía de caballeros. Sé de exploraciones y escaramuzas.

—Pero obviamente no lo suficiente como para cambiar el sentido de esta guerra.

Ella escupió, o al menos trató de hacerlo. Tenía la boca demasiado seca como para poder hacer que el gesto fuera lo suficientemente imponente.

—Podría ser un genio militar y no tener eso en mis manos. ¿Quién eres, un mago, un espíritu, o solo mi propia mente escapando desenfrenada del castigo que estoy sufriendo?

—Soy un amigo.

—Lo dudo. Los amigos no se esconden las caras unos a otros.

—No seas tonta. Estoy arriesgando mi vida para colarme hasta aquí y hablar contigo. No voy a exponerme aún más abandonando mi invisibilidad.

De haber estado en su lugar, Lilly hubiera pensado lo mismo, pero no estaba por la labor de admitirlo.

—En este momento, aquí no estamos más que tú, Athentia y yo, y estoy segura de que la esfinge ya se ha percatado de tu presencia.

—Es cierto, pero no soy yo a quien ella ha amenazado con maldecir.

Lilly pensó que el fantasma debía de estar a su derecha y a su espalda... luego se dio cuenta de que en realidad tampoco estaba allí.

—Entonces debes tener un alma más luminosa y pura que la mía. No es un gran logro, pero felicidades de todas formas. Ahora te pregunto de nuevo: ¿Quién eres y qué quieres?

—Estoy seguro de que estás en lo cierto respecto a lo del alma. Como seguramente recordarás, Belsamez la escudriñó y encontró más perversidad que bien. Profetizó que harías caer el sufrimiento sobre la cabeza de Vladawen.

—Y ya lo hice. —El sol hacía que el sudor le chorreara por la frente, se lo secó—. Lo traicioné y lo acuchillé, como me recuerdas con tanto entusiasmo. ¿Quién eres, y cómo estás al tanto de esas privacidades mías y del elfo?

—Mi maestro me lo contó. Es un gran hombre, y lo sabe todo sobre todo tipo de cosas.

—¿Es Sendrian? ¿Te envió a husmear para ver qué secretos podías sacarme?

—Creo que cuando llegue el momento, comprobarás que el barón no necesita de trucos para hacer que tu lengua empiece a moverse. Da gracias a que no lo haya hecho aún. Habría sido así, pero creo que Athentia lo tiene preocupado. Se supone que lo sabe todo, y es raro el archimago que no anhela arrancarla todos esos secretos.

Súbitamente, Lilly pestañeó.

—Tu acento. Suena como el mío, al menos más que la mayoría de las gentes de por aquí, ¿vienes de algún lugar de los territorios del este, verdad?

El fantasma pareció dudar por un instante.

—Considerando todo el abuso que has sufrido, es inteligente por tu parte haberlo notado. Quizá eso hará que confíes en mí.

Lilly rió. Eso hizo que su garganta reseca le doliera.

—No creo. Tengo muchos enemigos en mi hogar, muchos, desde príncipes cuyos padres reales asesiné a campesinos cuyos hijos el dragón devoró antes que yo aprendiese a controlarlo.

—Entonces confía en mi porque, como tú, o como Vladawen en cualquier caso, mi maestro quiere el alzamiento del dios muerto. Es por eso por lo que me envió hasta aquí para ayudarte.

—¿Cómo? ¿Puedes acaso liberarme del pentáculo?

—Sí.

Lilly, como hacía a menudo cuando estaba excitada, movió la cola. Tuvo que recordarse a sí misma que la charla era solo cháchara, especialmente cuando procedía de un emisor invisible.

—Hazlo, entonces.

—No es tan sencillo.

—Ah. Ya sabía yo. ¿Qué pago pides a cambio?

—Ninguno, pero tendrás que confiar en mí, porque necesito que entres en trance y hables directamente con lo más profundo de tu alma.

—Así que, como sospeché desde el principio, puedes hurgar en mi mente.

—¡No! ¿Qué sentido tendría? ¿No te he mostrado ya que mi maestro lo sabe todo sobre ti? Así es como están las cosas: Sendrian te colocó en una prisión construida para enormes criaturas increíblemente poderosas. Es por eso por que estás atrapada aquí, pero un ser menor como yo, un hombre corriente que solo conoce unos cuantos conjuros, puede entrar y salir libremente. En otras palabras, el pentáculo retiene tu naturaleza dracónica, no tu lado humano.

Lilly frunció el ceño impaciente.

—Ahora estoy en forma humana y no puedo salir. Ya lo he intentado.

—Tú y el dragón aún sois uno. De no ser así no tendrías esos cuernos. Es necesario que tus dos naturalezas se separen. Así, la mujer podrá salir caminando mientras, en cierto sentido, la simiente queda atrás.

Sería cumplir el sueño que ella había acariciado durante toda su vida como adulta, y eso la hacía desconfiar aún más de aquella voz tentadora.

—Sendrian quiere extirpar al dragón para aprovecharse de su poder.

—No seas estúpida. Sabes la clase de mago que es. Si decidiera apoderarse de la simiente la cogería consumiendo la sangre de tus venas. Entonces quedarías libre de esa maldición y de cualquier otra, pero no te haría ningún bien.

—Debo saber quién eres, y quién es tu maestro.

—Me prohibió pronunciar nuestros nombres en el interior de estas paredes. Y por una buena razón.

Lilly suspiró.

—Entonces no me atreveré a dejarte entrar en mi mente. Por la daga negra, nunca he dejado que nadie me conociera de esa forma.

—¿Acaso es tan pulcra tu alma de asesina? —preguntó el fantasma mientras su voz adquiría un tono de frialdad—. ¿Tan pura y preciosa? Entonces mantenla inmaculada. Olvida la libertad (cualquier clase de libertad) y conserva tu oscuridad. Muy pronto, Vladawen tratará de entrar en el castillo para hablar con Athentia y preguntarle por tu destino. ¿Crees que tiene alguna posibilidad de prevalecer ante el mago de sangre, allá donde la esfinge fracasó? Realmente, sin tu ayuda, no creo. Puedes permanecer a su lado o puedes abandonarlo y condenarlo, como también harás con la causa de Wexland. Entonces morirás como una destructora, justo como has vivido.

—¿Y por qué no ayudas tú a Vladawen? —preguntó ella con rencor.

—Se me tiene prohibido actuar abiertamente.

—Y estoy segura que es por una buena razón.

Lilly contempló a Athentia, un inmóvil montículo alado, y una pesadumbre en el estómago le dijo que incluso si le volvía a rogar, aquella enorme criatura se mantendría inquebrantable en su negativa a ayudarla. Sentía el calor del sol que caía sobre ella, la cruda y arenosa sed en su garganta, el dolor de sus magulladuras y la dura piedra bajo su cuerpo. No sabía si debía confiar en su visitante invisible, pero sí sabía que quería desesperadamente salir del patio y quizá, en el fondo, era algo tan simple como eso.

—De acuerdo —dijo—. Lo haré. Y que las fuerzas divinas te protejan si me estás engañando. —Sin duda eran unas amenazas vacías.