13

Lilly siempre había pensado que no iba a ser capaz de lograrlo. Sobre todo dado su carácter activo y nada contemplativo. Probablemente, después que su familia la echara de casa, de no haberlo conseguido debería haberse retirado a la naturaleza para convertirse en una eremita o una mística. Pero no fue así, y finalmente aprendió a controlar al dragón casi por completo. Así pudo utilizarlo, junto a un recién descubierto talento para abrirse hueco con absoluta frialdad en el mundo civilizado. Sin duda eso habría horrorizado a sus padres, y quizá eso fuera lo que le impulsara a seguir ese camino.

Ignorando los recelos y lo incómoda que le hacía sentirse todo aquello, siguió intentándolo (aunque de forma casi inconsciente). La voz del fantasma seguía persuadiéndola. Paulatinamente, su conciencia abandonó su cuerpo, o al menos así fue como ella lo sintió. Fijada a una nueva forma, una carente de peso y compuesta de luz plateada, se vio empujada por un vacío oscuro bastante más agradable que el asfixiante patio que acababa de abandonar.

La sombra de un gato se urdió a sí misma cubriendo un espacio vacío. Lilly sabía que, incluso allí, el fantasma no le revelaría su identidad. Eso afirmaba su desconfianza hacia él, aunque en aquel estado de calma, esas sospechas no parecían ser sino un simple cálculo, libres ahora de cualquier ansiedad o resentimiento.

—Bien —dijo su supuesto benefactor—. Por un momento temí que nunca ibas a lograrlo.

Lilly no vio necesidad de responder a eso, así que no lo hizo. Era más tranquilizador.

—Pero tienes que seguir moviéndote —dijo—. Vladawen ya se ha introducido en el castillo. Sendrian lo ha capturado.

Su calma se vio barrida por una punzada de ansiedad. Como de costumbre, la emoción no era pura. Sabiendo lo que Belsamez le había hecho, se sentía obligada a mostrar desgana hacia cualquier cariño o preocupación por Vladawen, dudaba de esos sentimientos y se permitía inducir un cierto odio por sí misma.

Pero evidentemente carecía de tiempo para eso ahora.

—¿Estás seguro?

—Sí. Vino hasta aquí, te encontró, pero entonces ya estabas perdida dentro de ti misma.

—¿Por qué no me despertaste?

—¿Y echar a perder todo lo que habías avanzado? No habría servido de nada. Mi maestro dice que esta meditación es lo único que puede ayudarte, o a Vladawen, en realidad.

Lilly tuvo que reprimir un fuerte sentimiento de enojo. Estaba harta de escucharlo hablar servilmente de su maestro; claro que, en cierto modo, era tranquilizador. Con todo lo poderoso que era Sendrian, sus sirvientes no lo trataban con tanto respeto reverencial, no al menos en lo que había podido observar. A pesar de su magia de sangre, él se presentaba ante ellos más como un patriarca campechano.

El gato-sombra hizo un gesto con su cabeza, plana y carente de ojos.

—Mira ahí. Trata de ver lo que oculta la oscuridad.

Lilly entrecerró los ojos y obedeció. Al poco tiempo, ángulos, salientes y huecos comenzaron a distinguirse de la penumbra. A primera vista, aquellas enormes formas no sugerían otra cosa que colinas, montañas y masas de nubes. Entonces, de repente, su mente pudo discernir entre todas ellas una imagen colosal de sí misma, durmiendo de espaldas. Desde esa perspectiva, aquella cola que siempre le había avergonzado era más prominente. Su boca se tornó en repugnancia.

—Encuentra la entrada —dijo el fantasma.

Se preguntó si se refería a alguna clase de vulgar orificio, y entonces vio la marca de una pústula sobre el corazón de su enorme figura. Parecía la entrada a una cueva.

—Tienes que entrar ahí —dijo el gato-sombra—. Y sola, me temo. Según mi maestro, solo así funcionará.

Dubitativa, palpó el espacio que la rodeaba, como nadando. Sin embargo, no fue el movimiento de sus manos lo que la hizo avanzar. Propulsada simplemente por su voluntad, se lanzó hacia el vacío como una flecha y en un instante aterrizó en la boca del túnel, con el impulso justo para haber llegado hasta allí. Sin duda aquí el movimiento estaba menos restringido que en el mundo material. Aún así no sabía a qué atenerse, y su propio intento reflexivo de aterrizar le hizo perder el equilibrio.

Después de todo no se había hecho daño. Miró de vuelta atrás, hacia el vacío, para descubrir que a esa distancia el fantasma era completamente invisible en medio de la oscuridad. Entonces se volvió y comenzó a descender por el pasadizo. En cierto modo, y para su alivio, la cueva resultó ser más un túnel labrado en la piedra que una punción que agujereara la carne.

Sin embargo, tras algunos pasos, dejó de ser un pasillo. Durante un instante de alterada percepción, le pareció sentir que las paredes se alejaban de ella para, sencillamente, desaparecer. El techo se disparó hacia arriba y se disolvió en un cielo cruzado por ramas. Las dos lunas colgaban en el cielo, sobre los árboles, como una pareja de largos y blancos arcos. El aire era cálido y olía a verdor. Una corriente de agua murmuraba a su derecha. Entonces avanzó un paso, y bajo su pie tomaron forma unos guijarros. Se dio cuenta de que había aparecido en una ribera parcialmente seca, aunque por su parte central aún circulaba algo de agua.

La escena parecía completamente real, y se recordó a sí misma que no lo era, al menos no en el sentido al que estaba acostumbrada. No sabía demasiado de metafísica, pero de acuerdo con el fantasma, había entrado en un mundo de sueños en el que una persona podría encontrar las esencias de toda clase de cosas, incluyendo la de las máscaras del propio yo. Fuera lo que fuera lo que significaba eso.

No se le ocurría otra cosa que seguir avanzando en la dirección que ya había elegido, que resultó ser corriente arriba. Mientras caminaba, descubrió que su carne no brillaba como lo había hecho en el vacío, y que su acostumbrada cola no se sacudía y enroscaba alrededor de sus piernas y por dentro de sus vestiduras. Tampoco los cuernos salían de su cabeza. Aquel descubrimiento le produjo un cierto placer que sofocó de inmediato. En realidad, nada más entrar en ese mundo había empezado a sentirse algo ajena en el interior del cuerpo que ocupaba.

Aunque su instinto le permitía señalar la dirección correcta a seguir en cada momento, no era una exploradora de los bosques. De haberlo sido, en los días en que aún era una princesa mimada podría haber evitado cruzar al galope, tan irresponsablemente, aquel círculo sagrado feérico. Aun así, percibía que cuanto más avanzaba, más calmada se tornaba la noche, y el aire se cubría más y más del olor a almizcle propio de un reptil. Se dijo que no había nada que temer. No obstante, cuando dobló el recodo y contempló el nacimiento del río, ya andaba sigilosamente como la asesina que era. En aquel lugar, un pequeño chorro de agua brotaba de una formación rocosa, se vertía al suelo y formaba el estanque a partir del cual fluía la corriente. La negra superficie de ese pequeño lago estaba lo suficientemente lisa y calmada como para reflejar las lunas como un espejo.

Por alguna insondable razón, la vista le hizo tambalearse y casi perder el aliento. Sin embargo, nada extraño pareció ocurrir. Lilly suspiró y justo entonces un dragón se alzó desde detrás del círculo de piedras que rodeaba el enlodado borde del estanque. La asesina sabía, sin preguntarse cómo, que había molestado al reptil en su propia guarida, que no dudaría en proteger.

La sierpe la había avistado, y era por eso por que se había alzado. Aún así, no se molestó ni en desplegar sus alas. Simplemente avanzaba ella, como un caballo galopando, con sus pies arañando y apartando las piedras de la ribera. Lilly permaneció inmóvil.

Parecía absurdo decirlo pero, ella nunca había visto a un dragón. Al menos no desde el exterior, no mirando sus ojos fosforescentes, sus largos colmillos, sus oscuras escamas meciéndose bajo la luz de la luna, su enorme cuerpo, veloz y serpenteante a pesar de su inmensidad.

El reptil era terrorífico, tanto que Lilly casi temió que su sola visión le parara el corazón.

Sin embargo, su temor era absurdo, ya que se estaba mirando a sí misma, de forma que luchó por mantener la calma. Entretanto, la criatura completó su aproximación y la miró. Su comportamiento era aún más insondable que el de la propia Gran Esfinge.

—Hola hermana mía —dijo Lilly elevando su voz solo algo más de lo que acostumbraba.

—Eres la humana —replicó la sierpe como si ella fuera la única de su especie. Quizá así fuera en ese lugar—. Sé para qué has venido.

—Para romper nuestra unión. Vengo a pedirte que me liberes.

El dragón lanzó finas volutas de vapor desde sus orificios nasales. Temerosa de ser quemada o envenenada, Lilly se estremeció, pero los hediondos gases no la alcanzaron por poco.

—¿En realidad puedes ser tan estúpida? —replicó el enorme reptil.

—Si no nos separamos, no podré escapar de la prisión de un mago, y si él acaba conmigo, ambos moriremos. ¿No te parece sensato?.

—Una criatura debe morir si la alternativa es sobrevivir como un lisiado. Las bestias de los bosques lo saben, aunque los hombres que habitan las casas lo hayan olvidado.

Lilly frunció el ceño.

—Me las arreglaba bien sin ti, dragón. Estaba mejor sola.

—¿Realmente crees que alguna vez estuviste sola?

—Claro que sí, durante toda mi niñez, hasta que las hadas me maldijeron.

—¿Crees de verás que ellas capturaron a una sierpe de algún otro lugar y la colocaron en el interior de tu delicada piel para que estuviera siempre contigo? ¿O que me hicieron brotar simplemente de palabras mágicas y maldad? Créeme, ese milagro supera con mucho sus posibilidades.

Lilly dudó.

—Nunca lo he considerado. Creo que simplemente fue una maldición.

—Incluso después de haber llegado hasta aquí sigues sin entender nada. Todo humano lleva un mundo en el interior de su corazón, y en ese reino moran bestias y aves de todo tipo. Las hadas no te infectaron con una enfermedad. Sencillamente encontraron una fuerza que siempre había sido parte de tu esencia y le otorgaron un mayor acceso al universo exterior, al igual que unos obreros pueden expandir un cauce para que transporte más agua.

—Sí, pero ¿qué puede importar eso? Hace unos años tuve una muela picada. El diente era parte de mí, pero fui más feliz después de que el barbero me la extirpara.

La escamosa piel que ocupaba la parte superior de la comisura de la boca del dragón se levantó por un momento, mostrando aún más los terribles colmillos de aquella criatura.

—Estás ciega, pequeña hermana, si es que haces esa comparación.

Ella observó al reptil.

—¿Y por qué iba a ser inválida? Me has provocado más dolor que cien muelas picadas.

—¿Te quejas de treinta y dos piezas dentales? ¡Yo tengo cientos!

—No te burles de mí y ayúdame a separarnos. Te lo pido como familiar.

—Como estúpida, más bien. solo quieres hacerlo por que tu visitante invisible te lo ha aconsejado, y ni siquiera confías en él.

—Siempre he querido hacerlo y ahora es una obligación. Es por el bien de Vladawen.

El dragón resopló.

—Sería mejor para ti que ese desecho de elfo muriera. Quizá entonces te librarías de tus verdaderas maldiciones.

Lilly se encolerizó.

—Soy su compañera y he prometido ayudarlo.

—¿Incluso si eso acaba contigo? Yo formo parte de ti, Lilly, y no puedes librarte de mí sin sufrir complicaciones. Perderás facultades que equivocadamente has atribuido a partes de tu yo humano.

—¿La furia? ¿la frialdad? ¿la falta de remordimientos? ¿el mal que Belsamez vio en mí?

—¿Y qué serías sin ellos? Desde luego no Lillatu Estlemeer. solo una criatura raquítica e insulsa.

Lilly trató de mantener la mirada del reptil tanto tiempo como pudo, y entonces apartó la vista.

—Está bien. Quizá no sea eso lo que quiera, pero debo hacer algo. Así que al menos dime el modo de adormecerte, como claramente así ocurre con los dragones que otras gentes tienen en sus corazones. Quizá eso baste para sacarme del pentáculo. ¿A las sierpes les gusta hibernar no?

—Sí, pero cuando les corresponde. Y no es mi turno ahora.

—Entonces...

—No. Ya no soy un íncubo, y no puedes volver a meterme en el cascarón. Tendrás que arreglártelas conmigo, ahora y siempre. ¿Realmente es tan terrible? Me has utilizado a menudo. Siempre que tuviste la necesidad.

—Supongo —dijo a regañadientes.

—Entonces vete a buscar otra respuesta para tu problema. Y da gracias por que no me dé por engullirte y tomar posesión de tu vida al completo. —Entonces el dragón bajó súbitamente su cabeza. Una gota de baba colgaba de dos de sus colmillos, y sus ojos brillaban con más fuerza que antes.

—Está bien, ya me voy. —Lilly se giró velozmente y recorrió el camino que le había conducido hasta allí, teniendo cuidado de escuchar si la sierpe la venía siguiendo. No parecía que fuera así y cuando giró por el primer recodo del cauce del arroyo, escapando por fin de la vista del dragón, se desplomó en la orilla arenosa. Aturdida, respiró jadeante.

Transcurridos unos instantes, se sintió ansiosa por tomar de nuevo la iniciativa. Parecía volver a ser ella misma. Deseando que fuera la última vez que iba a tener que enfrentarse a una mágica criatura alada, enorme y condescendiente, trató de averiguar la dirección de la que procedía la débil brisa que soplaba en ese instante. Entonces marchó de vuelta por el cauce del arroyo.

Se abrió camino entre los árboles, mientras un manto de resbaladizas hojas marchitas silenciaba las pisadas de sus botas.

La angustia le hacía querer contener el aliento, y tuvo que obligarse a tomar y expulsar aire de forma consciente.

De nuevo pudo distinguir las piedras blancas y el agua oscura que contenían, aunque no logró divisar la lóbrega inmensidad del dragón. Echó un vistazo entre los árboles para comprobar si la criatura, sigilosa como un gato a pesar de su enormidad, la acechaba o aguardaba a la espera para saltar sobre ella. De ser así, estaba tan escondida entre las sombras y la oscura maraña de troncos que era invisible. Lilly, preocupada y con el ceño fruncido, avanzó hasta poder divisar todo el estanque. Podía sentir el pulso en su cuello.

No parecía que el dragón la estuviera esperando, aunque la situación era igualmente incómoda. La criatura había volado hasta alcanzar un promontorio rocoso, situado justo en el centro del estanque, y allí se había posado como una reina en su trono.

Aún puedo lograrlo, pensó Lilly, he nadado hasta botes anclados para matar a capitanes que reposaban en sus camarotes. En verdad había llegado a hacerlo incluso en puertos del Mar Sangriento, donde pocos son los que osan siquiera sumergirse en sus contaminadas aguas. Nunca había habido un dragón de por medio, pero eso no significaba que no pudiera hacerlo.

No estaba segura de que antes, en aquella especie de ensoñación, hubiera poseído un arma, pero lo cierto era que ahora sí tenía una. Cuando la sacó de su funda y la examinó, descubrió que se trataba de una daga de doble filo forjada de un metal negro como la muerte. El descubrimiento despertó en ella emociones enfrentadas a las que, tristemente, ya estaba empezando a acostumbrarse. Por un lado, la daga de ébano era el emblema de su arte, y eso podía tomarse como un buen presagio. Sin embargo, también era el símbolo de Belsamez, y eso podía significar que la caprichosa deidad estaba, desafortunadamente, implicada de algún modo en su situación actual.

Al diablo, pensó Lilly, no puedo hacer nada al respecto, así que mejor que no le dé importancia. Tomó aliento, como para calmarse, y entonces se lanzó hacia la zona del estanque. El olor a almizcle del reptil se mezclaba con la acidez de su veneno, y eso hacía que le escocieran los ojos. Se había preocupado en aproximarse con el viento en contra de modo que, al menos en teoría, el dragón no la olería. No obstante, todo lo que la criatura tenía que hacer para estropear sus planes era girar su cara angulosa y cornuda para verla, y todo lo que ella debía hacer era resbalar y hacer algún ruido mientras se abría paso por las rocas, húmedas e imperfectas. Estuvo a punto de hacerlo, y se tambaleó furiosamente como un funambulista hasta que recuperó el equilibrio. Sin embargo, finalmente logró alcanzar el borde del estanque.

En un lago de agua helada debía avanzar cuidadosamente sin chapotear ni una sola vez. Aun así, con la daga entre los dientes, una vez más lo logró. Trató de no pensar en el hecho de que en esos instantes era aún más vulnerable que cuando tenía los pies sobre el suelo. Como su propia experiencia le había enseñado, todo lo que la sierpe necesitaría hacer para acabar con ella sería escupir una pequeña dosis de su veneno en el agua, en algún punto próximo a su cuerpo.

Alcanzó la base de las rocas y trepó por ellas, esforzándose una vez más por no hacer ni un solo ruido. Era consciente de que, si el dragón la escuchaba, iba a tener que ascender a toda prisa y lograr acercarse al reptil antes de que éste pudiera hacer nada para evitar su ataque. Al menos esa era la teoría. El corazón le latía con tanta fuerza que le parecía que la bestia debía haberla escuchado hacía ya mucho, y que simplemente estaba disimulando. De ser así, el dragón seguía con el engaño incluso después de que ella hubiera asomado su cabeza por encima de aquel pedestal natural de rocas.

Entonces Lilly se esforzó por centrarse en un posible punto débil en el flanco del dragón, bajo la base de una de sus alas. Su propia experiencia vistiendo el cuerpo de aquella criatura le sugería que era algo más vulnerable en esa zona. Debía avanzar hasta estar a la distancia necesaria para lanzar su ataque. El reptil agitaba inconscientemente la cola, que giró obstruyéndole el paso en dos ocasiones. La segunda vez que saltaba sobre ella, volvió a cambiar de posición, con las escamas susurrando sobre la piedra, y Lilly hubo de moverse con velocidad para evitar que el miembro chocara contra su pierna.

Estuvo a punto de aprovechar ese impulso para hacer la carga que planeaba, pero el instinto le advirtió correctamente que no lo hiciera. El dragón no estaba atacando. Simplemente cambiaba de posición para estar más cómodo.

Lilly avanzó sigilosamente hasta la parte media del dragón, tomó un profundo, silencioso y tranquilizador aliento, y atacó, deslizando el puñal bajo una escama. Generalmente habría considerado una locura atacar a una sierpe con una hoja tan diminuta, pero se animaba pensando que la daga, a pesar de su tamaño, provocaría un gran daño.

Nunca antes había hablado mientras asesinaba a nadie. Hacía parecer al objetivo una persona real, y era la marca de un principiante. Aún así, en ese momento, gritó. Y las palabras parecieron brotar de su boca con voluntad propia.

—¡Muere estúpido ser! ¡Muere, te odio, muere!

Mientras expulsaba convulsivamente un vapor corrosivo, el dragón profirió un espantoso y ensordecedor alarido. Lilly le volvió a clavar la hoja, y entonces, con un giro de su enorme cuello, la bestia balanceó su cabeza cornuda. Tenía los ojos inyectados en fuego y los colmillos listos para lanzarle veneno o partirla en dos.

Sin embargo, aquella oscura daga le había arrebatado un ápice de su agilidad y, al girar la cabeza, sacudió sin querer una de las alas. La extremidad lanzó a Lilly fuera de la roca.

Cogida por sorpresa, cayó de forma violenta, estampándose contra el agua de forma dolorosa y sumergiéndose en las profundidades del estanque. Se percató de que debía aprovechar la oportunidad para maniobrar y tratar de evitar a su contrario, pero no tenía aire suficiente en sus pulmones. Salió a flote hasta la superficie y escupió agua, jadeando y tosiendo.

Lilly vio a la sierpe tendida, sin fuerzas, sobre su pedestal. Como un disfraz de un dragón después de un desfile, sin la estructura interna y los operadores humanos. La luz de sus ojos parecía desvanecerse, pero una chispa se iluminó cuando vio a Lilly aparecer en la superficie del estanque.

—Traidora —dijo—. Traidora al elfo y a ti misma. —Entonces vomitó al lago un chorro de su veneno.