9

Ópalo ya llevaba corriendo un buen rato. Había dejado caer sobre los guerreros una colección de conjuros menores y trucos: una estela de hedor capaz de revolverles el estómago; una cuerda que, deslizándose como una serpiente, se enroscaba alrededor de sus tobillos y los hacía tropezar; un adhesivo que pegaba sus botas al suelo; un encantamiento que entorpecía cada uno de sus movimientos, obligándolos casi a gatear; otro que les desabrochaba todas las correas que fijaban sus armaduras a sus cuerpos. Aun así, a pesar de sus poderes, había sido complicado mantenerse fuera del alcance de los soldados, bastante más difícil que si no le hubiera preocupado matarlos y librarse de ellos de una vez por todas. Hubo un momento en que una pareja de soldados estuvo a solo un paso de apresarla. Pudo volverse invisible por unos instantes, el tiempo suficiente para que éstos titubearan y ella pudiera salir disparada hacia un callejón.

Entretanto, Nindom había tratado de ser igual de molesto con su honda y todo lo que había tenido a mano. Periódicamente, como habían planeado, los caminos repletos de bromas se habían cruzado. En dichos momentos, el pequeño espadachín debía desaparecer en medio de la nada y entorpecer a sus perseguidores, o era ella la que debía hacer lo propio, según las circunstancias lo exigieran. Más adelante ella observó que Nindom tenía una herida en la frente. Aunque le dolía, el pequeño rasguño no frenaba su marcha.

Ópalo, finalmente, se separó de sus perseguidores con un muro de niebla, cruzó un sendero y entonces, agotada, se reclinó, apoyó los brazos sobre las rodillas y resolló. Estaba bañada en sudor y apestaba a su característico olor agrio. Momentos más tarde pudo ver a Nindom, con la honda colgando de la mano que tenía cubierta de cal. Parecía bastante menos asfixiado que ella, aunque había distanciado también a sus perseguidores. A Ópalo le divirtió haber hecho el mismo movimiento en el mismo preciso instante, y es que su cariño les permitía conversar con la mente.

—¿Lista? —preguntó él—. ¿O prefieres quedarte aquí resollando como un caballo reventado?

—No entiendo cómo es que no soy capaz de correr tan rápido como tú, teniendo en cuenta que no tengo eso dando coletazos y molestándome entre los muslos —replicó—. Sí, estoy lista. Apenas me queda un hechizo en la cabeza. —Tampoco los tendría hasta que descansara. Entonces podría preparar los encantamientos de nuevo.

—Si es así sugiero que abandonemos este camino. Con suerte no nos encontraremos con ningún guardia más. —Saludó con una reverencia y una fioritura a cualquiera que pudiera estar observándolos desde los edificios próximos y entonces condujo a Ópalo por un callejón repleto de basura y que, relativamente, pasaba bastante inadvertido.

Entonces fue cuando aquellas mortíferas criaturas descendieron desde el cielo batiendo sus alas.