JUICIO AL SIGLO XX

Testigo Ryszard Kapuściński:

Señorías del Alto Tribunal. Si nos imaginamos en forma de cruz la configuración de las fuerzas y tensiones que han tenido como escenario nuestro planeta, en la segunda mitad del siglo XX ha dominado (hasta hace muy poco) el brazo horizontal de tal cruz, es decir, las relaciones entre Este y Oeste. Era una competición entre dos grandes concepciones del mundo representadas por dos grandes bloques hostiles. A un lado se situaba el bloque de la democracia y al otro —simplificando mucho— el de la dictadura. Esta línea de confrontación se rompió hace una década. En cambio quedó más patente que nunca otra línea de enfrentamiento: entre Norte y Sur, entre ricos y pobres. Y es que vivimos en un planeta donde existen una al lado de otra dos civilizaciones: la del desarrollo y la de la supervivencia.

Cuando la humanidad entraba en el siglo XX la población del mundo alcanzaba la cifra de mil quinientos millones de habitantes. A lo largo de cien años, dicho número se ha cuadruplicado, alcanzando los seis mil millones de seres humanos, que se benefician de los bienes de este mundo de forma muy desigual.

El mundo es un lugar sumamente injusto. Y esta injusticia no para de aumentar. La paradoja del progreso del siglo XX consiste en que a medida que avanza el desarrollo del mundo, más desigual se vuelve el reparto de sus frutos. El propio desarrollo ahonda en la injusticia. En la década de los sesenta —más o menos a mediados de nuestro siglo—, la diferencia entre la renta del veinte por ciento de la población con los mayores ingresos y la del otro veinte por ciento, con los menores ingresos, se situaba en torno al múltiplo de treinta; hoy —a finales del siglo— alcanza el de ochenta y tres. En la esperanza de vida, entre la persona que ha nacido en un país desarrollado y rico y la nacida en uno pobre, hay una diferencia de veinticinco años. Todo aquel que ha nacido en un país rico tiene regalados de antemano veinticinco años de vida.

La desigualdad se manifiesta en todos los terrenos. Por ejemplo, las empresas farmacéuticas —que están en manos de grandes consorcios, principalmente norteamericanos— desde la década de los ochenta han introducido en el mercado mundial mil doscientos treinta medicamentos nuevos. Entre ellos hay tan solo catorce que previenen de las enfermedades tropicales, a pesar de que las padecen las tres cuartas partes de la humanidad.

No solo el hambre (mencionada por el fiscal en su discurso de acusación) es un grave problema del mundo contemporáneo. Hoy, paradójicamente, el mundo acusa un exceso de producción de alimentos. Hay tantos, que podrían dar sustento a un ciento veinte por ciento de la actual población de la Tierra. El problema radica en su reparto.

En el mundo de hoy viven mil millones de personas que no tienen trabajo o tienen unos empleos sumamente precarios. Mil millones de personas que no saben qué hacer con sus vidas. Dentro de siete años habrá setecientos millones de jóvenes —entre los quince y los veinticuatro años— sin futuro alguno porque han nacido en chabolas o en poblados donde no hay comida ni agua. ¿Qué hacer con setecientos millones de jóvenes dotados de energía y voluntad de vivir pero para los cuales no hay un lugar en el mundo? Nadie es capaz de dar una respuesta a esta pregunta.

La desigualdad empieza ya en el seno de la familia, donde la mujer y los niños son más explotados y viven peor que los hombres. También es muy desigual el desarrollo interno de cada país: unas regiones explotan a otras. El sur del Brasil explota sangrientamente al norte. Hay países que practican un colonialismo interior, explotando ya una nación, ya una comunidad, ya una tribu. Dichas desigualdades traspasan las fronteras de los Estados para abarcar el mundo entero. Esta es la lógica del capital. Los inversores buscan aquellos lugares donde puedan ganar más dinero en menos tiempo. Como resultado, el ochenta y dos por ciento de todo el capital existente en el planeta se concentra en manos del veinte por ciento de la población mundial.

Los pobres no tienen ninguna posibilidad de salir de esta situación. Nosotros, mientras, al no encontrar una solución, cada vez más a menudo evitamos el tema. Carecemos de instituciones internacionales capaces de aceptar el reto. Se ha producido una situación que supera nuestra imaginación y nuestra capacidad de respuesta.

La revolución electrónica nos ha fundido en una sola familia humana. A través de los medios de comunicación globales no parará de llegarnos el principal problema del mundo contemporáneo: los ricos son cada vez más ricos y los pobres, cada vez más pobres.

Portavoz de la acusación:

La fiscalía ha escuchado con atención e interés las declaraciones del testigo. Sin embargo, le gustaría que ahondase en algunas cuestiones que ha apuntado. Los conflictos a los que alude ¿son excepcionales —en su escala y cualidad—, propios solo del siglo XX?

Testigo Kapuściński:

Sí, son característicos del siglo XX, y en más de un sentido. Pero antes de entrar en materia, debo hablar —aunque soy testigo de la acusación— de un gran logro del acusado, cuya actividad está llena de paradojas. El logro más fabuloso del siglo XX es que ha acabado con la dependencia colonial. Si comparamos dos mapas del mundo, uno de principios del siglo y otro de finales, veremos que en el primero no figuran más que unos pocos países independientes. El resto corresponde a un mundo sometido y esclavizado. En el segundo mapa veremos un mundo, casi todo él, de países libres. Por supuesto que existen muchas formas de dependencia, pero formalmente, desde el punto de vista de la legalidad, la humanidad —considerada como un todo— por primera vez en su andadura histórica se ha convertido en el sujeto de la historia.

Portavoz de la acusación:

¿Se ha vuelto por eso más feliz?

Testigo Kapuściński:

No todo el mundo, pero ha aparecido una oportunidad hasta ahora desconocida. El error fundamental y el gran malentendido ha consistido en que, hasta ahora, se ha calculado el progreso según el producto interior bruto, es decir, solo se tomaban en cuenta los meros índices de crecimiento económico. Hoy iniciamos un nuevo procedimiento de medir el desarrollo del mundo. Por primera vez hemos introducido el factor humanista.

Portavoz de la acusación:

¿Quiere decir que, antes de esta introducción, el siglo XX era responsable de toda la situación?

Testigo Kapuściński:

Sí, por supuesto. Se creía que bastaba con construir un número equis de fábricas, carreteras y edificios para declarar que se había producido un desarrollo social a gran escala, un progreso en los valores de la vida humana. Y esto resultó mentira. Se puede construir fábricas sin que por eso la sociedad salga de la pobreza.

Portavoz de la acusación:

De sus palabras se deduce que se puede ampliar la acusación, pues el siglo XX no solo nos lega la terrible herencia de la miseria, sino también el despilfarro del capital humano. ¿Considera correcta esta afirmación?

Testigo Kapuściński:

Sí, en el sentido que, una vez liberada toda, la familia humana, también toda, quiere participar en el progreso. Hoy se ha extendido la llamada «revolución de expectativas», fomentada por los medios de comunicación, que, sin embargo, se limitan a mostrarnos modelos de consumismo. El problema de los medios consiste en que no los acompañan con modelos de trabajo. El consumismo a gran escala es mostrado en los medios en total desconexión con el taller de trabajo. Por eso unos individuos no comprenden por qué otros individuos lo tienen todo y ellos no.

Portavoz de la acusación:

¿Y ha sido el siglo XX el que ha creado estos mecanismos?

Testigo Kapuściński:

Los medios de comunicación de masas han aparecido en el siglo XX.

Portavoz de la acusación:

De modo que el siglo XX es responsable de las condiciones en las que la injusticia es posible, ¿no es cierto?

Testigo Kapuściński:

Es el resultado de un error en la manera de discurrir y la consecuencia de intereses encontrados. La humanidad ha sido pobre desde hace decenas de cientos de años. Siempre ha habido excepciones, pero como especie, la humanidad siempre ha sido pobre. Solo los últimos siglos han creado una capa tan numerosa de ricos. Ha alcanzado la cota de un veinte por ciento y allí se ha detenido.

Portavoz de la acusación:

¿Acabamos el siglo XX como una humanidad más injusta?

Testigo Kapuściński:

Como una humanidad injustamente dividida: este es su rasgo más característico.

Portavoz de la acusación:

Gracias, no tengo más preguntas.

Abogado defensor:

¿De verdad cree que el mundo fue en algún momento más justo que hoy?

Testigo Kapuściński:

La fundamental diferencia radica en la escala de los fenómenos. A principios del siglo XIX, la humanidad no superaba los quinientos millones de individuos. El mundo de entonces también era injusto pero la escala era muy diferente. Hoy nos aterra la inmensidad de todo, por ejemplo cómo vacunar a mil millones de personas —¡imposible!— contra las enfermedades de que pueden caer víctimas. No disponemos de medios técnicos suficientes. Nunca antes nos habíamos visto colocados ante una enormidad semejante, algo que no solo supera nuestra capacidad de un reparto justo, sino también nuestra imaginación.

No sabemos hacernos cargo de cómo vive la gente en los países pobres. Son otras civilizaciones que viven a un ritmo del todo diferente. Las personas no cuentan con medios propios que les permitan pasar al lado de las «civilizaciones de creación». Clavadas en la «de supervivencia», permanecen en las mismas condiciones que hace cientos de años. No hace mucho, en Uganda, viví en una choza cuya cocina estaba formada nada más que por tres piedras. Más tarde me pregunté por qué supe enseguida que aquello era una cocina. Por un manual de arqueología en el que aparecían objetos excavados que databan de hace cinco o incluso diez mil años. Hay que hacer el esfuerzo de imaginarse un mundo en el que no ha cambiado nada desde hace cinco o diez milenios. Sacar a esa gente de este estado es un gran reto para la humanidad, para todos nosotros.

Abogado defensor:

¿Acaso no pertenece a los grandes logros del siglo XX el hecho de que seamos conscientes de todas estas desgracias?

Testigo Kapuściński:

El XX ha sido un siglo de contradicciones. Es un ejemplo clásico de cómo el bien fomenta el mal y el mal, el bien. En esto consiste una de las experiencias más importantes del siglo XX: sabemos que no se puede separar el bien del mal.

Se han descubierto medicamentos que combaten enfermedades que tiempo atrás se cobraban vidas humanas a miles. Los antibióticos, las vacunas: contra la poliomielitis, contra el cólera, etc., también son logros del siglo XX. La gente vive, mejor o peor, pero vive.

Abogado defensor:

Los miembros de la familia humana ¿están más cerca que nunca unos de otros en el siglo XX?

Testigo Kapuściński:

Sí y no: aquí volvemos a toparnos con una contradicción típica del siglo XX. De un lado, la revolución en el ámbito de la comunicación ha hecho que —técnicamente— las colectividades humanas estén más próximas. No está de más recordar que a lo largo de milenios el género humano había vivido en comunidades pequeñas. Las excavaciones arqueológicas demuestran que hace veinte o treinta mil años la humanidad vivía en grupos de unas treinta personas, un número que podía mantenerse con vida en un determinado territorio. Dado que el planeta estaba cubierto por la espesura de unos bosques infranqueables, la mayoría de la gente nacía y moría convencida de que aquellas treinta personas encerraban el mundo entero. Así había empezado a formarse nuestra cosmovisión. La revolución electrónica que se ha producido en los últimos años no abarca al planeta entero, esto en primer lugar; y en el segundo, la aproximación que ha propiciado es bastante superficial. Una vez conectados gracias a la nueva técnica, descubrimos que tenemos poco que decirnos. No nos comunicamos desde —y con— nuestras respectivas culturas, cosa que constituye un gran problema pues, al mismo tiempo, estamos condenados a vivir en un mundo multicultural.

Con dos o más culturas en juego, el primer contacto suele despertar desconfianza. El primer reflejo humano al entrar en contacto con otro siempre es de hostilidad. Si las estructuras —por ejemplo— políticas consolidan esta actitud bajo la forma de nacionalismo, nos hallamos ante un estereotipo fijado de una vez para siempre.

Hace poco regresé de la India, cuya población ha superado los mil millones de habitantes. Mientras viajaba a lo largo y ancho de aquel país, que tiene una cultura tan inmensamente rica, no podía dejar de pensar: aquí nadie conoce la existencia de un Bach, un Mozart, un Dante; nadie conoce nuestra cultura. Nosotros también ignoramos la suya. Habitantes de un mundo multicultural, sabemos bien poco los unos de los otros.

Abogado defensor:

¿Y no disminuye esta distancia?

Testigo Kapuściński:

El craso error de los medios de comunicación consiste en confundir la noción «Europa» o «mundo desarrollado» con «el mundo». Nos parece que todo funciona como en los anuncios: «¡Todo el mundo esquía con los Olimp!». A la hora de la verdad, de los esquíes Olimp disfruta una fracción de una milésima de la humanidad. Decimos: «Todo el mundo navega por Internet». Solo un dos por ciento (a lo sumo cinco) de la población mundial tiene acceso a la Red. ¡Esta es la realidad!

Abogado defensor:

¿Acaso recuerda usted otra época en que existiese tanto esfuerzo por ayudar a los necesitados?

Testigo Kapuściński:

En lugar de aumentar, dicho esfuerzo más bien tiende a disminuir. Hoy solo queda en su forma testimonial. Cuando en la década de los sesenta estaba en pleno apogeo el proceso de liberación del yugo colonial, la ONU aprobó una resolución en virtud de la cual los países desarrollados debían destinar el uno por ciento de su producto interior bruto a la ayuda a los países del Tercer Mundo. Hoy, pasados cuarenta años, esa ayuda alcanza —en los Estados más generosos— el 0,17 por ciento.

Abogado defensor:

Somos conscientes del desequilibrio entre la pobreza y la riqueza, ente la saciedad y el hambre. No obstante, el gran progreso técnico y económico, aunque solo sea de un fragmento de la humanidad, ¿acaso no es un logro? Si no fuese por él, ¿acaso nos preguntaríamos hoy qué oportunidades tienen los pobres?

Testigo Kapuściński:

Faltan instituciones, faltan mecanismos capaces de hacer posible un reparto justo de los bienes de la tierra. La ONU no desempeña este papel. Existe mucha buena voluntad por parte de personas privadas: Médicos sin Fronteras y muchas otras organizaciones no gubernamentales y de ayuda humanitaria, pero el alcance de su actividad y de sus posibilidades se reduce a una fracción de lo que se necesita. Tampoco hay que olvidar que la ayuda es un bien de doble filo: de momento alivia pero al mismo tiempo fomenta el abandono del campo, pues la ayuda internacional solo llega a las ciudades. Los extrarradios se convierten en gigantescos campos de refugiados que no sabrían sobrevivir sin la ayuda. Nunca volverán a casa. Las aldeas que han abandonado ya no existen: todos los sistemas de canalización se han hundido, murió el ganado… Por añadidura, a menudo se trata de territorios escenarios de una guerra civil. La condición de refugiados se convierte para estos hombres y mujeres en la única manera de seguir con vida. En el momento en que se interrumpa la ayuda, esa gente morirá, cosa que, por cierto, no deja de producirse con bastante frecuencia.

Abogado defensor:

Aun así, ¿puede contribuir a solucionar el problema del sufrimiento todo lo que el siglo XX ha conseguido en la técnica y la economía?

Testigo Kapuściński:

Tendrá que hacerlo. Pero la actual estructura del reparto de las riquezas es tal que un cambio radical resulta muy difícil.

Abogado defensor:

Muchas gracias, no tengo más preguntas.

[«Juicio al siglo XX»]