EUROPA

Hasta ahora he evitado Europa pues me he ocupado principalmente del Tercer Mundo (y sigo en ello), pero a partir de 1989, a partir de los cambios que se han operado en el viejo continente, encuentro muy interesante su incorporación en esa gran transformación del mundo que observamos en todo el planeta. (…)

Berlín se me antoja un punto de observación apasionante. En estos momentos, es un lugar único en el mundo donde se manifiesta una confrontación entre dos culturas, dos actitudes, dos cosmovisiones: la oriental y la occidental. Ya no está el muro, tampoco la policía ni el ejército, pero los hábitos han permanecido intactos; permanecen las dos tradiciones y mentalidades, dos maneras diferentes de ver el mundo. (…)

Estas dos sociedades están divididas por algo más que un muro; su demolición no ha eliminado las diferencias. Mis contactos con la intelligentsia, tanto del Este como del Oeste, demuestran que estos grupos sociales —periodistas, escritores, etc.— viven por separado, sin ningún contacto. Un ejemplo característico: tuve un encuentro con los lectores en el teatro de Brecht, el Berliner Ensemble. En respuesta a mi invitación oí de mis conocidos del Oeste: «Perdona que no acudamos, pero nosotros nunca vamos allí». Es decir, a Berlín Este. Ese allí sonó una y otra vez como si se tratase de otro planeta, no de una misma ciudad. Ni siquiera lo tenían lejos: dos paradas de metro. Solo que es un mundo con el que los berlineses del Oeste no se quieren identificar. Por eso lo perciben como si fuera otro planeta, un mundo extraño.

Y lo que me ha dado que pensar es que ninguno de los dos lados muestre una iniciativa encaminada a acercarse; ellos no tienen ningún deseo de conocerse, de buscar puentes de entendimiento, una lengua común. El fenómeno me parece digno de atención porque afecta a la situación que se vive en toda la Europa del Este, también aquí en Polonia, la de todos. La cosa no solo estriba en que la occidental trata la Europa poscomunista como un mundo de segunda categoría, sino en que no se muestra muy dispuesta a aceptarla, no quiere tener nada que ver con ella.

El proceso de unificación europea creo que se tomará su tiempo. Natural, porque desde el punto de vista histórico siempre ha habido dos Europas. La división se produjo a partir de los descubrimientos geográficos, cuando se formó la Europa colonial, industrial, la de la revolución inglesa y luego francesa, mientras que la del Este, con otra historia, permanecía pendiente y bajo influencia de todo lo que ocurría en Rusia. Se suele decir que es efecto de Yalta. La conferencia de Yalta, sin embargo, no hizo otra cosa que agrandar aún más la brecha ya existente, le dio un carácter ideológico, pero desde el punto de vista cultural siempre fuimos otra Europa. Por eso el calificativo de Czesław Miłosz de la otra Europa no ha perdido actualidad. [49]

El movimiento migratorio hacia Europa se produce en un momento en el que el viejo continente más lo necesita. En primer lugar, porque la población europea (llamémosla histórica, tradicional, autóctona) constituye un porcentaje ínfimo de la población de la Tierra, y, además, la curva demográfica no para de descender. Si Europa pretende mantener su estatus de continente líder, tiene que competir con otras partes del mundo, que disponen de tecnologías punta, eficaces y altamente rentables. Y dentro de este panorama, tenemos una Europa que no solo «se encoge», por así decirlo, sino que también envejece a marchas forzadas. En vista de ello, si quiere mantenerse en su tradicional puesto de líder en el ámbito industrial, agrícola y de servicios, tiene que importar mano de obra. Una mano de obra joven y capaz. Esta es la condición de su supervivencia en el siglo XXI. Los movimientos derechistas xenófobos y neonazis no comprenden que, en su guerra contra la inmigración, «cortan la rama» (como se dice en polaco) sobre la que se sostiene su existencia. También ellos tendrán que comprender que sin esa inyección constante de mano de obra joven Europa no será capaz de competir con otras partes del mundo, tecnológica y demográficamente desarrolladas. De manera que asistimos aquí a una coincidencia de dos necesidades, ambas perentorias: la europea de importar mano de obra y la del Tercer Mundo, obligado a prescindir de su gente más audaz y dinámica, porque sus atrasadas economías son incapaces de emplearla. De modo que esos jóvenes no tienen más remedio que emigrar, y Europa, para satisfacer sus necesidades objetivas, no tiene más remedio que aceptarlos. Incluso debería recibirlos con los brazos abiertos. Así que todos esos movimientos que combaten encarnizadamente la inmigración solo demuestran que sus militantes y partidarios no tienen ni la menor idea del mundo en que viven. Su actitud (y actuación) va dirigida contra los intereses de las sociedades que dicen defender. Por más que griten, a la larga no tienen nada que hacer, porque es una situación irreversible. [47]

Europa puede resolver su envejecimiento solamente con la inmigración de nuevas generaciones que vengan a trabajar y a fortalecer nuestra economía. Lógicamente estos inmigrantes vendrán, como ya está ocurriendo, de África, de Oriente. Y cambiarán nuestra identidad. Europa siempre fue identificada como un continente cristiano, ese fue su rasgo característico. Pero debemos saber que nos estamos convirtiendo paulatinamente en una civilización cristiano-islámica. [50]

El cardenal de Bolonia exhorta a que se vete la entrada de musulmanes en Italia, incluso si son turistas. No es sorprendente: la Iglesia católica se siente particularmente amenazada al ver que a su lado ha crecido otra fe, dinámica, poderosa y entregada. Si añadimos a esto el debilitamiento del cristianismo en Europa, veremos que el dinamismo de las dos religiones dista mucho de ser equilibrado: las iglesias vacías por un lado y por el otro, un auténtico alud de fe ardiente. (…)

Diálogo o aniquilación. Tertium non datur. El mundo puede generar fuerzas que nadie será capaz de contener. Basta recordar que el islam, aunque muy poderoso, es una religión que carece de un centro de poder. Nadie puede ordenar o prohibir nada a sus fieles. Los únicos que sí lo tienen son los shiíes, pero estos no constituyen más que un diez por ciento del islam. No hablamos de un marco de organización de este diálogo, de un encuentro entre el papa y su homólogo islámico (que de todos modos no existe). Se trata de construir un clima de tolerancia, contacto, comprensión y conocimiento. Este mundo nuestro será multicultural o desaparecerá. (…)

Ese lugar del mundo tan privilegiado que es Europa no ha sido construido solo por manos europeas. Tenemos la obligación de ser sutiles y de aprender a escuchar a otros. (…)

Durante miles de años habíamos vivido en comunidades pequeñas. Y ahora se observa una especie de vuelta a los orígenes. De ahí el actual florecimiento de sectas y de organizaciones no gubernamentales. De ahí ese número incalculable de asociaciones que se fundan cada día. Porque solo en foros como estos el ego social puede encontrarse con el ego individual. Las estructuras de los Estados y de las iglesias monoteístas son demasiado grandes, y por lo tanto, están despersonalizadas. Careciendo de la imprescindible dimensión humana, no ofrecen espacio para contactos entre las personas. De modo que estamos ante esa vuelta a un tribalismo sui géneris, a ese mundo remoto que había sido habitado por grupos de alrededor de medio centenar de miembros. (…)

No hay vuelta a las sociedades culturalmente homogéneas. Con el actual desarrollo de los medios de comunicación, tal cosa sencillamente resulta imposible. Debemos aceptar el hecho de que mucha gente vivirá un shock cultural. Las barreras administrativas no pueden más que intentar limitar las migraciones del mundo de la pobreza al de la opulencia. Pero no las detendrán porque se trata de un movimiento social, y estos no saben de barreras. (…)

Profundamente apegada a sus costumbres y tradiciones, esta gente no llega a Europa porque desdeñe y reniegue de su cultura en tanto que sueña con la nuestra. Ni mucho menos. Estas personas vienen aquí porque no tienen otra salida. [7]

La semana pasada estuve en París. Después de diez años. Fue un auténtica conmoción ver cómo ha cambiado esta ciudad desde el punto de vista étnico y antropológico. Muchos lugares parecen sacados del Tercer Mundo: grandes comunidades de gente de tez oscura, procedentes del Magreb y del África subsahariana. Lo mismo pasa en otras metrópolis, en Londres, Roma, Madrid, Berlín… El Tercer Mundo ya está aquí, en Europa (también en Norteamérica: allí aún más).

Europa occidental intenta alejar este problema, apartarlo de su punto de mira, con el fin de retrasar los conflictos que de él se puedan derivar. Pero el Tercer Mundo, el mundo atrasado, penetra imparablemente en el desarrollado. [8]

La inmigración generará problemas, porque no hay que olvidar que los mil cuatrocientos años de relaciones entre el cristianismo y el islam han estado marcados por conflictos y tensiones. Ahora bien: la búsqueda —y, ojalá, hallazgo lo antes posible— de una fórmula de convivencia basada en la comprensión y la tolerancia entre estas dos religiones —de hecho, civilizaciones— es la condición sine qua non de la actual y futura existencia de Europa. Es un reto enorme. Pero Europa se encuentra ahora ante unos problemas que solo se pueden solucionar a escala global, es decir a escala del mundo, que en el siglo XXI será ex definitione un mundo multicultural, multirracial y multirreligioso. Y ese multi será la categoría definitoria del mundo del siglo XXI: no habrá otro. [47]

Cuando uno viaja a un lugar como Ruanda y luego, el mismo día de la partida aterriza en París o en Roma —cosa que me sucede a veces— empieza a preguntarse si se encuentra en el mismo planeta. La diferencia, enooorme, es una diferencia existencial. Esa otra gente —que constituye una inmensa mayoría—, ¿permitirá que este nivel de vida tan alto se mantenga? ¿Por cuánto tiempo? ¿Qué métodos utilizará para imponer un mundo más justo?

Surgen muchas preguntas a las que no hallamos respuestas. Occidente se defiende advirtiendo a sus ciudadanos en contra de todo lo no occidental. Si nos fijamos en cómo pintan el mundo los medios de comunicación, veremos que todo lo no occidental entraña amenazas. Del Este, la mafia. Del Sur, el fundamentalismo. De África, «esos africanos locos que no paran de matarse». De Asia, el tráfico de drogas. Todo se presenta como un peligro.

¿Pero durante cuánto tiempo deberemos vivir con estas incógnitas y con esta manera de ver el mundo? Creo que Europa me ha empezado a fascinar tanto porque se ha llenado de preguntas fundamentales, existenciales. Nosotros los europeos tenemos que buscar respuestas. Y creo que el fin de siglo marca el inicio de un gran debate en torno a la identidad de nuestro continente y su lugar en el mundo. [8]

Europa no había tenido rival en su dominio a lo largo de quinientos años: desde su condición de centro del mundo, imponía al planeta el ritmo y la dirección del desarrollo, y sus instituciones y su manera de pensar eran modelos para todos los pueblos de la Tierra. Pero en el siglo XX empezó su destronamiento. Demostró —como escribe George Steiner— que «su cultura también entraña instintos genocidas»: en los campos y las ciudades de nuestro continente murieron setenta millones de personas, fue aquí donde se produjo el apocalipsis del Holocausto. Ninguna otra civilización se ha distinguido por tamaño contraste entre el bien y el mal. (…)

Ahora es en otros continentes donde florecen y crecen en fuerza civilizaciones que ya se consideran como modelos para el futuro. El centro del mundo abandona Europa para, una vez atravesado el Atlántico, desplazarse en dirección al Pacífico. [VII]

Creo que la visión de Spengler del ocaso de Occidente empieza a cumplirse con cien años de retraso. Solo que no en todo Occidente, sino en la Europa occidental, con su mentalidad cerrada. Le Carré ha dicho no hace mucho que aún no ha empezado en Europa occidental la perestroika que tuvo lugar en la Unión Soviética y que la condujo a su caída. Yo lo expresaría así: la Europa central y del Este sí sabe que nunca más será como ha sido hasta ahora; pero tampoco lo será la occidental, que, sin embargo, todavía no quiere darse por enterada. [16]