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Me fui a Victor’s con la idea de beber un gimlet y quedarme allí hasta que pusieran a la venta la edición vespertina de los periódicos de la mañana. Pero el bar estaba hasta la bandera y no resultaba nada divertido. Cuando el barman que yo conocía se dispuso por fin a atenderme me llamó por mi nombre.

—Le gusta con una gota de angostura, ¿verdad?

—De ordinario, no. Pero esta noche, sí: dos gotas de angostura.

—No he visto a su amiga últimamente. La de las esmeraldas.

—Yo tampoco.

Se marchó y regresó con el gimlet. Me lo fui bebiendo a sorbitos para que durase, porque no tenía ganas de achisparme. O me emborrachaba en serio o practicaba la sobriedad. Después de algún tiempo pedí otro de lo mismo. Acababan de dar las seis cuando el chico de los periódicos entró en el bar. Uno de los camareros le gritó que se largara, pero antes de que le echara mano y lo pusiera de patitas en la calle, consiguió hacer un recorrido rápido entre los clientes y yo fui uno de ellos. Abrí el Journal y eché una ojeada a la primera página. Lo habían publicado. Estaba todo allí. Mediante una inversión de la fotocopia, el texto aparecía en negro sobre blanco y reducido de tamaño, de manera que cabía en la mitad superior de la página. Lo acompañaba un editorial breve y directo en otra página. Y, en una tercera, media columna firmada por Lonnie Morgan.

Terminé mi segundo gimlet, me fui a cenar a otro sitio y luego regresé a casa.

El artículo de Lonnie Morgan era una sencilla recapitulación objetiva de los hechos y sucesos relacionados con el caso Lennox y el «suicidio» de Roger Wade; de los hechos tal como se habían publicado. No añadía nada, no deducía nada, no hacía ninguna imputación. Información clara, concisa, eficaz. El editorial ya era otra cosa. Hacía preguntas, las que hace un periódico a los funcionarios públicos cuando se los sorprende con las manos en la masa.

A eso de las nueve y media sonó el teléfono y Bernie Ohls dijo que se iba a pasar por mi casa de paso hacia la suya.

—¿Has visto el Journal? —preguntó como sin darle importancia, colgando a continuación sin esperar una respuesta.

Cuando apareció, se quejó de los escalones y dijo que tomaría una taza de café si había. Dije que lo haría. Mientras tanto se paseó por la casa como si fuera suya.

—Vives muy solo para ser un tipo que podría no caerle bien a algunas personas —dijo. ¿Qué hay en lo alto de la pendiente, por detrás de tu casa?

—Otra calle, ¿por qué?

—Una simple pregunta. Los arbustos de tu jardín necesitan que alguien los pode.

Llevé el café al cuarto de estar y Bernie se sentó y procedió a bebérselo. Encendió uno de mis cigarrillos, le dio chupadas durante un minuto o dos y luego lo apagó.

—Estoy llegando a un punto en el que el tabaco ya no me interesa —dijo—. Quizá sean los anuncios de la televisión. Consiguen que aborrezcas todo lo que tratan de vender. Cielos, deben de pensar que todos los espectadores son retrasados mentales. Cada vez que un cretino con chaqueta blanca y un fonendoscopio colgándole del cuello enseña un tubo de pasta de dientes o un paquete de cigarrillos o una botella de cerveza o un elixir bucal o un frasco de champú o una cajita de algo para que un luchador gordo huela como una montaña de lilas siempre tomo nota para no comprarlos. Demonios, no compraría lo que anuncian aunque me gustara. Has leído el Journal, ¿eh?

—Me ha avisado un amigo. Periodista.

—¿Tienes amigos? —preguntó admirado—. No te explicó cómo habían conseguido el material, ¿verdad?

—No. Y en este estado no hay obligación de hacerlo.

—Springer está más cabreado que una mona. Lawford, el ayudante del fiscal que se quedó con la carta esta mañana, asegura que la llevó directamente a su jefe, pero no sabe uno qué pensar. Lo que el Journal ha publicado parece una reproducción directa del original.

Bebí de mi café y no dije nada.

—Le está bien empleado —siguió Ohls—. Springer debería de haberse ocupado del asunto personalmente. Por mi parte no creo que la filtración proceda de Lawford. También pertenece a la clase política.

Me miró con gesto inexpresivo.

—¿A qué has venido, Bernie? No te caigo bien. Éramos amigos…, todo lo que se puede ser amigo de un policía duro. Pero la cosa se ha estropeado un poco. Se inclinó hacia delante y sonrió, de manera un tanto lobuna.

—A ningún policía le gusta que un particular haga su trabajo a espaldas suyas. Si me hubieras hablado de la relación de Wade con la mujer de Lennox cuando Wade apareció muerto, habría entendido. Si hubieras conectado a la señora Wade y al tal Terry Lennox habría tenido a esa prójima en la palma de la mano, viva. Si te hubieras sincerado desde el primer momento, quizá Wade siguiera vivo. Por no decir nada de Lennox. Te crees todo un genio, ¿no es eso?

—¿Qué quieres que te diga?

—Nada. Es demasiado tarde. Ya te expliqué que un tío listo sólo se engaña él. Te lo dije con toda claridad y en voz muy alta. Pero no te diste por enterado. Ahora mismo puede que sea una buena idea que te vayas de la ciudad. No le caes bien a nadie y hay un par de tipos que cuando alguien no les cae bien no se cruzan de brazos. Me ha llegado la información por un soplón.

—No soy tan importante, Bernie. Vamos a dejar de enseñarnos los dientes el uno al otro. Hasta después de la muerte de Wade ni siquiera tenías que ver con el caso. Después de eso no parecía interesaros ni a ti, ni al juez de instrucción, ni al fiscal del distrito ni a nadie. Quizá haya hecho mal algunas cosas. Pero al final se ha sabido la verdad. Podrías haber detenido a Eileen Wade ayer por la tarde…, ¿con qué pruebas?

—Con lo que tú tenías que decirnos sobre ella.

—¿Yo? ¿Con el trabajo policial que hice a espaldas vuestras?

Se puso en pie bruscamente, el rostro encendido.

—De acuerdo, tío listo. Aún estaría viva. Podríamos haberla detenido como sospechosa. La querías muerta, y no lo niegues porque es la verdad.

—Quería que tuviera ocasión de mirarse un buen rato con detenimiento. Las consecuencias que sacara eran asunto suyo. Quería limpiar el nombre de un inocente. Me tenía sin cuidado cómo y tampoco me importa ahora. Sabrás dónde encontrarme cuando sepas lo que quieres hacer conmigo.

—Esos tipos duros se encargarán de ti, fanfarrón. No hará falta que yo me moleste. Piensas que no tienes suficiente importancia para incomodarlos. Como investigador privado llamado Marlowe, de acuerdo. No la tienes. Pero como persona a quien se le dijo dónde tenía que apearse y les hizo públicamente un corte de mangas en un periódico, eso ya es distinto. Eso les ha herido en su orgullo.

—Me dan mucha pena —dije—. Sólo de pensar en ello noto que sangro internamente, por usar tu propia expresión.

Ohls fue hasta la puerta principal y la abrió. Se quedó un momento mirando los escalones de secuoya y los árboles al otro lado de la calle y pendiente arriba, al final de la calle.

—Muy bonito y tranquilo aquí —dijo—. Exactamente la tranquilidad necesaria.

Bajó los escalones, subió a su coche y se marchó. Los policías nunca dicen adiós. Siempre tienen la esperanza de volverte a ver en la rueda de sospechosos.