7. La devolución «más difícil de soportar»
El giri, según el refrán japonés, «es lo más difícil de soportar». Todo el mundo está obligado a devolver el giri, igual que ocurre con el gimu, pero aquél implica una serie de deberes distintos. No hay en inglés ningún equivalente; y de todas las extrañas categorías de obligaciones morales que han encontrado los antropólogos en las diversas culturas del mundo, ésta es una de las más curiosas. Es específicamente japonesa. El chu y el ko son comunes al Japón y a la China; y a pesar de los cambios que el Japón ha realizado en estos conceptos, tienen cierto parecido con los imperativos morales de otras naciones orientales. Pero el giri no procede ni del confucionismo chino ni del budismo oriental. Es una categoría japonesa, y no es posible comprender la línea de conducta por la que se decide un japonés sin tenerlo en cuenta. Ningún japonés puede hablar de motivaciones personales, de la buena reputación, de los dilemas con que se enfrentan los hombres y las mujeres de su país sin referirse continuamente al giri.
Para el occidental, el giri incluye una lista muy heterogénea de obligaciones (véase el cuadro del capítulo 6), que oscilan desde el agradecimiento por un acto bondadoso ocurrido en el pasado hasta el deber de tomar venganza. No es sorprendente que los japoneses no hayan intentado explicar el giri a los occidentales; sus propios diccionarios apenas pueden definirlo. Uno de ellos lo explica así —traduzco—: «el camino recto; el camino que los seres humanos deben seguir; algo que uno hace involuntariamente para evitar tener que disculparse ante el mundo». Esto no aclara mucho el concepto para un occidental, pero la palabra «involuntariamente» señala un contraste con el gimu. Éste puede exigir cosas muy difíciles de una persona, pero por lo menos representa un grupo de obligaciones limitado al círculo familiar íntimo y al emperador, símbolo del país, de su modo de entender la vida y de su patriotismo. Se les debe a personas con las que se está estrechamente ligado desde el mismo instante de nacer. Por muy involuntarios que sean los actos específicos de obediencia, el gimu nunca es definido como «involuntario». En cambio, «devolver el giri» es algo que produce desazón. El ser deudor en el «círculo del giri» encierra las mayores dificultades.
El giri supone dos tipos de obligaciones bastante diferentes. Lo que yo llamaré «giri hacia el mundo» —literalmente, «devolver el giri»—; es la obligación de devolver on a los iguales, y lo que llamaré «giri al propio nombre» es el deber de mantener el nombre y la reputación propios limpios de cualquier mancha, algo parecido a la idea alemana del honor. El giri hacia el mundo se puede describir toscamente como el cumplimiento de relaciones contractuales, en contraste con el gimu, que es considerado como el cumplimiento de unas obligaciones íntimas con las cuales uno nace. Así, el giri incluye todos los deberes hacia la familia política, el gimu hacia la familia natural. El término para suegro(11) es padre-en-giri; para suegra es madre-en-giri, y para designar a los cuñados se dice hermano o hermana-en-giri. Esta terminología se usa tanto para los parientes del cónyuge como para el cónyuge de un pariente. El matrimonio en el Japón es, por supuesto, un contrato entre familias; «trabajar por el giri» significa cargar con estas obligaciones contractuales hacia la familia política durante toda la vida. Es una deuda especialmente pesada para la generación que estipuló el contrato —los padres—, pero la peor parte la lleva la joven esposa, a causa de la suegra, porque, como dicen los japoneses, la novia se ha ido a vivir a una casa en donde no nació. Las obligaciones del marido hacia sus suegros son diferentes, pero también son de temer, porque quizá se vea obligado a prestarles dinero si tienen problemas y, además, ha de cumplir otros deberes contractuales. Como dijo un japonés: «Si un hijo ya mayor hace algo por su madre, es porque la quiere, y, por tanto, eso no se puede llamar giri. Cuando algo se hace con el corazón, no se trabaja por el giri». Sin embargo, uno cumplirá cuidadosamente los deberes hacia sus suegros porque debe evitar a toda costa que le apliquen la temida censura de ser «un hombre que no sabe lo que es el giri».
En el caso del «marido adoptado», el hombre que se casa a la manera de una mujer, se puede apreciar vívidamente la fuerza moral de este deber hacia la familia política. Cuando una familia no tiene hijos varones, los padres eligen un marido para una de las hijas con el fin de mantener vivo el apellido familiar. El marido pierde su apellido, que es borrado del registro de su familia, y toma el de su suegro. Al incorporarse al hogar de su mujer está sujeto «en giri» a su padre y madre políticos, y cuando muere es enterrado en el cementerio de la familia política. En todo esto se sigue el mismo patrón estipulado para la mujer en el matrimonio corriente. Las razones para adoptar al marido de una hija pueden no deberse simplemente a la ausencia de un hijo; a menudo es un convenio del cual esperan sacar ventaja las dos partes. Estos matrimonios reciben el nombre de «matrimonios políticos». La familia de la muchacha quizá sea pobre, pero de buena estirpe, y el joven tal vez aporte un capital importante y, en compensación, se vea ascendido en la escala social. Puede ocurrir que la familia de la muchacha sea rica y esté dispuesta a costear la educación del marido, quien, a cambio de este beneficio, se desliga de su propia familia. O tal vez el padre de la muchacha pueda de esta manera conseguir un socio para su negocio. En cualquier caso, el giri de un marido adoptado como hijo es especialmente pesado, y es lógico, porque cambiar de apellido e inscribirse en otra familia es algo muy duro de aceptar. En el Japón feudal, el marido adoptado tenía que demostrar su lealtad a su nueva familia combatiendo al lado del padre adoptivo, aunque ello significara matar a su verdadero padre. En el Japón moderno, «los matrimonios políticos» que llevan consigo la adopción del marido implican un giri fortísimo que liga al joven a los negocios de su suegro o a la fortuna de la familia con la cadena más pesada que los japoneses hayan podido concebir. En la época Meiji, a veces resultaba ventajoso para ambas partes, pero, generalmente, el marido adoptado se resiente mucho, y como dice un conocido refrán japonés: «Si tienes tres go de arroz (alrededor de una pinta), nunca te conviertas en un marido adoptado». Los japoneses dicen que ese resentimiento «es debido al giri». No dicen, como probablemente diríamos los norteamericanos si tuviéramos una costumbre semejante, que es «porque no lleva él los pantalones». El giri es bastante difícil y, de cualquier manera, bastante «involuntario»; así que decir «debido al giri» expresa para el japonés unas relaciones muy incómodas.
No sólo los deberes hacia los suegros son giri, sino también los deberes hacia tíos y tías, sobrinos y sobrinas carnales. El hecho de que en el Japón las obligaciones hacia parientes tan relativamente cercanos no entren en la categoría de la piedad filial (ko) es una de las grandes diferencias en las relaciones familiares entre el Japón y China. En China, estos parientes, así como otros muchos más lejanos, compartirían los recursos comunes, pero en el Japón son parientes giri o «contractuales». Si uno de ellos, afirman los japoneses, pide un favor a un familiar que no está en deuda con él, lo cual ocurre con frecuencia, al ayudarle se está devolviendo el on a los antepasados comunes. Esta idea se aplica también al cuidado de los propios hijos —que es, por supuesto, gimu—, pero, aunque la idea es la misma, se diferencia de la obligación de ayudar a los parientes distantes en que esta última entra en la categoría de giri. Cuando uno tiene que ayudar a los suegros, dice: «Estoy enredado en el giri».
Tradicionalmente, la relación giri más común, la que primero viene a la mente del japonés, es la del guerrero con el señor feudal y con los compañeros de armas. Es la lealtad que un hombre de honor debe a su superior y a los de su propia clase. En la extensa literatura nacional japonesa se ensalza el cumplimiento de las obligaciones del giri y se define como la virtud del samurái. En el Japón antiguo, antes de la unificación del país realizada por los Tokugawa, el giri era generalmente considerado una virtud más grande y entrañable incluso que el chu, que entonces era la obligación de lealtad al Shogun. Cuando en el siglo XII un Shogun de la casa Minamoto exigió a un daimio que le entregara a cierto señor enemigo refugiado en su casa, el daimio le escribió una carta, que todavía se conserva, en la cual manifestaba su resentimiento ante esta afrenta a su giri, que se negaba a traicionar aunque fuese en nombre del chu. «Los asuntos públicos —contestó— son una cosa sobre la cual tengo poco control personal, pero el giri entre hombres de honor es una verdad eterna» que trascendía la autoridad del Shogun. Se negó «a cometer un acto de infidelidad contra los amigos que honraba»[17]. Esta trascendente virtud samurái del antiguo Japón ha inspirado gran número de relatos históricos que hoy son conocidos en todo el Japón y que se representan en los dramas noh, en el teatro kabuki y en las danzas kagura.
Uno de los más conocidos de estos relatos se refiere a un ronin (samurái sin amo que vive de su propio ingenio), el gigante invencible Benkei, héroe del siglo XII. Enteramente desprovisto de recursos, pero dotado de una fuerza prodigiosa, aterrorizaba a los monjes cuando se refugiaba en los monasterios y mataba a todos los samuráis que le salían al paso para apoderarse de sus sables y con ellos comprarse un equipo a la moda feudal. Un día reta a un noble de aspecto endeble y afectado, un joven como otro cualquiera, en opinión del propio Benkei. Pero encuentra en este contrincante a un igual y, además, descubre que el joven es el vástago de los Minamoto que está tratando de recobrar el Shogunado para su familia. Se trata, en realidad, del héroe japonés más querido, Yoshitsune Minamoto. Benkei le ofrece apasionadamente su giri y emprende cien hazañas por su causa. Finalmente se ven obligados a escapar, junto con sus seguidores, de una fuerza enemiga abrumadora. Disfrazados de monjes peregrinos, viajan por el Japón fingiendo reunir suscripciones para un templo, y, para evitar ser reconocidos, Yoshitsune se viste como uno más del grupo, mientras que Benkei asume el mando. Se encuentran con la guardia que el enemigo ha apostado a lo largo de su camino, y Benkei se inventa una larga lista de «suscriptores» que finge leerles de unos rollos. El enemigo casi los deja pasar, pero, en el último instante, el aire aristocrático de Yoshitsune, que ni siquiera bajo su disfraz plebeyo logra ocultar, despierta sospechas, y los guardias llaman al grupo para que vuelva. Benkei inmediatamente toma una decisión que deja fuera de sospecha a Yoshitsune: le riñe por una cuestión trivial y le da una bofetada. Los enemigos quedan convencidos; no es posible que si este peregrino es Yoshitsune, uno de sus sirvientes levante la mano contra él. Sería una ruptura inimaginable del giri. El acto impío de Benkei salva las vidas de la pequeña banda. En cuanto llegan a territorio seguro, Benkei se arroja a los pies de Yoshitsune y le pide que le mate, pero su señor, magnánimamente, le perdona.
Estos viejos relatos de los tiempos en que el giri procedía del corazón y no estaba teñido de resentimiento son, para el Japón moderno, el sueño de una edad de oro. En aquellos días, dicen los relatos, el giri no era «involuntario». Si había conflictos con el chu, un hombre podía honorablemente tomar partido por el giri. El giri era entonces una relación cargada de afecto sincero, aderezada con todos los ingredientes de la época feudal. «Saber lo que es el giri» significaba ser leal durante toda la vida al amo, quien, en compensación, cuidaba de sus servidores. «Devolver el giri» significaba entonces ofrecer hasta la propia vida a un amo a quien se le debía todo.
Esto es, por supuesto, una fantasía. La historia del Japón feudal está llena de historias de servidores cuya lealtad la compraban los daimios enemigos del señor. Todavía más importante, como veremos en el próximo capítulo, es que, si el señor ofendía de alguna manera a un servidor, éste tenía pleno derecho —y en ello le apoyaba la tradición— a dejar su servicio e incluso entrar en negociaciones con el enemigo. El Japón celebra el tema de la venganza con tanto entusiasmo como el de la lealtad hasta la muerte, pues ambas eran obligaciones incluidas en el giri. La lealtad era giri hacia el señor, y la venganza de una ofensa era giri al nombre de uno, es decir, dos caras de una misma moneda.
Sin embargo, los antiguos relatos de lealtad le parecen sueños fantásticos al japonés de hoy porque «devolver el giri» ya no significa lealtad al jefe legítimo de uno, sino cumplir toda clase de obligaciones hacia toda clase de personas. Las frases que hoy en día se usan continuamente están llenas de resentimiento, resaltando la presión de la opinión pública que obliga a una persona a cumplir con el giri contra su voluntad. Dicen: «Estoy concertando este matrimonio sólo por el giri»; «solamente debido al giri me vi forzado a darle el empleo»; «tengo que verle nada más que por el giri». Hablan constantemente de «estar enredados en el giri», frase que el diccionario traduce como «estoy obligado a hacerlo». Dicen: «Me forzó con el giri», «me acorraló con el giri», y éstos, como otros usos, significan que alguien ha persuadido a la persona que habla a realizar un acto que ni quiso ni pensó hacer, al insistir en el pago debido por algún on. En las aldeas rurales, en las transacciones de pequeños comerciantes, en los altos círculos de los Zaibatsu y en el Gabinete del Japón, la gente es «forzada con el giri» y «acorralada por el giri». Un pretendiente puede coaccionar a su futuro suegro esgrimiendo una antigua relación o transacción entre las dos familias; también puede utilizarse esta misma arma para apropiarse de las tierras de algún campesino. El hombre acorralado siente que su deber es cumplir y se dice a sí mismo: «Si no apoyo a mi hombre-on (el hombre de quien he recibido el on), mi giri adquirirá mala reputación». Todos estos usos implican un acto involuntario que se hace «simplemente por motivos de dignidad personal», según dice el diccionario japonés.
El reglamento del giri se ciñe estrictamente a la devolución; no es un conjunto de normas morales como los Diez Mandamientos. Cuando un hombre es forzado por el giri, se entiende que debe dejar a un lado su propio sentido de la justicia, y a menudo se oye decir: «No pude actuar correctamente (gi = “lo correcto”) debido al giri». Tampoco tienen nada que ver las reglas del giri con el amor hacia el prójimo; no dicen éstas que un hombre haya de comportarse generosamente por un impulso que le nace del corazón. Un hombre tiene que cumplir el giri, dicen los japoneses, porque «si no lo hace, la gente dirá de él que no sabe lo que es el giri y se avergonzará ante todo el mundo». Es la opinión ajena lo que hace al giri tan obligatorio. De hecho, «el giri hacia el mundo» aparece a menudo traducido como «someterse a la opinión pública», y el diccionario traduce: «No se puede hacer otra cosa porque es giri hacia el mundo», por la frase «La gente no aceptará otra forma de actuar».
La analogía establecida con las normas norteamericanas respecto a la obligación de devolver el dinero de un préstamo nos es especialmente útil para comprender mejor la actitud japonesa en lo que se refiere al «círculo del giri». Nosotros no creemos necesario que un hombre devuelva el favor de una carta recibida, de un regalo o de una palabra dicha oportunamente con el mismo rigor con que exigimos el pago de unos intereses o la devolución de un préstamo bancario. En los asuntos financieros, el fracaso se paga con la bancarrota, un duro castigo. Sin embargo, los japoneses consideran que un hombre está en bancarrota cuando no es capaz de devolver el giri, y en cualquier situación de la vida es fácil incurrir en giri de una manera u otra. Por ello, los japoneses miden muy bien palabras y actos triviales a los que un norteamericano no daría la más mínima importancia, ya que no teme incurrir en idénticas obligaciones. Significa andar con precaución en un mundo complicado.
Existe otro paralelismo entre el concepto japonés del giri hacia el mundo y el norteamericano sobre la devolución de un dinero. La devolución del giri se considera como el pago de un equivalente exacto. En esto, el giri se diferencia bastante del gimu, que nunca se llega a pagar en su totalidad, ni siquiera aproximadamente, por más que uno haga. Pero el giri no es ilimitado. A los ojos de un norteamericano, la devolución es fantásticamente desproporcionada en relación con el favor original, pero los japoneses no lo ven así. Su costumbre de hacer regalos nos parece también desorbitada al comprobar que dos veces al año, en todos los hogares, se empaqueta ceremoniosamente alguna cosa para agradecer un regalo recibido seis meses antes y que la familia de una criada trae regalos a los señores de la casa año tras año para devolver el favor de haberle dado trabajo. Sin embargo, los japoneses consideran tabú agradecer un regalo devolviendo regalos mayores. No entra en el honor personal la obligación de devolver «oro puro». Una de las cosas más denigrantes que se pueden decir acerca de un regalo es que quien lo ha hecho «ha devuelto un pez grande a cambio de un pececillo». Igual ocurre con la devolución del giri.
Cuando es posible, se lleva un registro de toda la red de intercambios, ya sean de trabajos o de mercancías. En las aldeas, algunos de esos registros son custodiados por el jefe de la localidad, otros por un miembro perteneciente al grupo de trabajo, y aun otros se guardan en archivos familiares o personales. Es costumbre llevar «dinero para el incienso» a los funerales. A veces, los parientes llevan también telas de colores para los estandartes funerarios. Los vecinos acuden para prestar ayuda, las mujeres en la cocina y los hombres cavando la fosa y construyendo el féretro. En la aldea de Suye Mura, el jefe disponía de un libro en el que se anotaban todas estas cosas. Era un archivo valioso para las familias de los difuntos porque indicaba las aportaciones de los vecinos, y también era una lista de las personas a las cuales la familia debía una atención recíproca, que se cumpliría al producirse la defunción en alguna de las otras familias. Éstas son reciprocidades a largo plazo, pero también existen intercambios a corto plazo, no sólo con ocasión de un entierro, sino de cualquier celebración. A los que ayudan a hacer el féretro se les da de comer, y como pago parcial por ello traen una medida de arroz a la familia en duelo. Este pago lo anota también el jefe de la aldea en el archivo. En casi todas las fiestas, además, los invitados suelen traer un poco de licor de arroz para pagar, aunque sólo sea en parte, las bebidas de la fiesta. Tanto si se trata de un nacimiento como de una muerte, de la recolección del arroz, la construcción de una casa o una fiesta social, los intercambios de giri son cuidadosamente anotados para su futura devolución.
Hay otro requisito del giri que se puede comparar a las formalidades occidentales sobre la devolución monetaria. Si dicha devolución se retrasa con respecto al término fijado, la deuda se incrementa como si acumulara intereses. A este respecto, el doctor Eckstein cuenta una anécdota ocurrida en sus tratos con el fabricante japonés que le financió su viaje al Japón en busca de datos destinados a una biografía de Noguchi. El doctor Eckstein regresó a Estados Unidos para escribir el libro y, transcurrido cierto tiempo, mandó el manuscrito al Japón; no recibió ningún acuse de recibo ni carta alguna.
Como es natural, empezó a temer que algo del libro hubiera ofendido al japonés, pero siguió sin recibir contestación a sus cartas. Algunos años más tarde, el fabricante le llamó por teléfono. Estaba en Estados Unidos y poco después se presentaba en casa del doctor Eckstein, al que le traía docenas de cerezos japoneses. El regalo era espléndido; tenía que serlo precisamente por haberle tenido tanto tiempo pendiente de su respuesta. «Sin duda —dijo su benefactor al doctor Eckstein—, usted no habría querido que le devolviera su atención en seguida».
Un hombre que está «acorralado por el giri» se ve a menudo forzado a pagar deudas que han aumentado con el tiempo. Un individuo puede pedir ayuda a un pequeño comerciante por ser sobrino de un maestro que el comerciante tuvo cuando niño. De joven, el alumno no había podido devolver el giri al maestro, por lo cual la deuda se fue acumulando con los años, y ahora el comerciante se ve precisado a dar «involuntariamente, para justificarse ante el mundo».