Capítulo 46

A la sazón la doctora Steiner preguntaba por teléfono:

—Bien. ¿Qué me dice?

—He estado pensando en el caso —repuso con voz apagada la señorita Bray—. Creo que tendremos que mandar al niño al orfanato de la zona oeste.

—¿Cómo? —dijo a voces la doctora Steiner—. ¡Si no les quedan ni tres pies cuadrados para acomodar a otro asilado!

—¿Y qué quiere que haga?

—Eso es asunto suyo, amiga Bray —repuso, siempre a grandes gritos, la doctora Steiner—. Yo pondré al niño en el mundo vivo y sano. Mi tarea termina ahí.

Y, dejando el auricular, la doctora se secó con la manga la sudorosa frente. Siempre sudaba mucho cuando se enojaba, y solía enojarse muy a menudo. No podía permitirse aquel lujo, por lo gorda que estaba. En América sobraban buenas cosas para comer y ella tenía un gran apetito después del hambre pasada en los campos de concentración de Alemania. Su línea no le interesaba a nadie. Tampoco deseaba vivir muchos años, ni siquiera en América…

Dio una voz a su tímida enfermera.

—¡La primera paciente! ¡Qué pase!