Capítulo 17

—Se lo he explicado todo a Kobori —dijo Josui.

Aunque su padre no volvió hasta medianoche, ella le había estado esperando. Su madre se hallaba informada de todo. Las dos guardaron los atavíos nupciales, que no serían necesarios jamás. Josui no acertaba a desentrañar los sentimientos de su madre. Hariko dobló las ropas cuidadosamente, sin permitir a Josui que las tocara. Las valiosas telas fueron guardadas, con alcanfor, en un ropero. Ambas mujeres invirtieron la velada en esa tarea. La señora Sakai no preguntó nada, ni la contestación de Kobori, ni otra cosa alguna.

Cuando Josui pidió a su padre que le escuchase unas palabras, él respondió.

—Es muy tarde.

—No me acostaré hasta contarte lo que he hecho —declaró Josui.

Él, procurando ocultar su fatiga y su desesperación, se sentó, y la joven le explicó su resolución de casarse con el americano.

—No sé qué podré decir a mi amigo Takashi Matsui ni lo que él dirá a su hijo Kobori.

Josui respondió que Kobori estaba enterado de todo, porque ella había ido a decírselo.

—¡Que fuiste a decírselo! —exclamó el doctor, atónito—. ¿Es posible tanto atrevimiento? ¡Oh, cómo has cambiado!

La joven bajó la cabeza.

—Como Kobori es tan bueno, no tuve inconveniente en hablarle con franqueza.

—¡Tan bueno, tan bueno! —burlóse su padre—. Mas no lo bastante bueno, al parecer, para que le tomes por esposo.

—Repito que es bueno —dijo resueltamente Josui—. Pero yo amo a otro hombre y Kobori se hace cargo de ello.

—No por eso queda menos en ridículo —observó el doctor.

Frunció, sombrío, el ceño. Se hallaba agotado. Ello era indudable para Josui. La hermosa faz de su padre estaba pálida como la cera y los ojos se le hundían profundamente en las órbitas. Tres veces seguidas crispó fuertemente las manos.

—Ese americano no se casará contigo —vaticinó.

—¡Sí lo hará! —replicó Josui.

—¿Cómo quieres que se case? —insistió su padre—. En América los matrimonios se celebran siempre en una iglesia. El matrimonio civil no les basta a los americanos. ¿Cómo va a haber, además, festín e invitados? ¿Y quiénes serán los testigos? Desde el punto de vista americano, los testigos son imprescindibles.

—No me interesan el festín ni los invitados —dijo Josui—. Además, padre, ¿cuál es nuestra religión? Nosotros no tenemos templos.

—Yo soy budista —respondió el doctor—. Los americanos tienes sus sacerdotes y nosotros los nuestros. La ceremonia de tu casamiento habría de celebrarse en un templo budista con sacerdotes.

—Creo… me parece… que no tendremos inconveniente en ello —balbució Josui—. Allen está dispuesto a obedecerte en cuanto mandes.

—Excepto dejarte en mi casa —dijo Sakai con amargura—. Esto no lo hará, no… Se ha introducido en mi hogar, me ha robado mi tesoro y no me lo devolverá nunca. ¿Qué otro mal me puede inferir?

Josui bajó todavía más la cabeza. Pero el doctor, examinando la faz de su hija, no advirtió en ella el menor signo de enternecimiento. No estaba dispuesta a ceder. Su gordezuelo labio inferior no temblaba. Sakai, no pudiendo resistir más, se incorporó de un salto. Asió el brazo de su hija con un movimiento al que le faltaba muy poco para ser un golpe.

—¡Haz lo que quieras! —dijo rudamente—. Vete a América. Pero cuando te expulsen, como nos han expulsado a todos, no vuelvas a mí.

Ella alzó la cabeza. Se sentía tan enojada y tan orgullosa como su padre.

—No volveré nunca a ti, padre. Te lo prometo.