41
La niebla llegó durante la noche. Al amanecer había envuelto la Mansión Guthrie en un manto blanquigrís bajo el que los árboles más cercanos, a dos o tres metros de la ventana, eran sombras y el resto una masa informe. El aire estaba frío, húmedo y muy quieto. Si se prestaba atención, se podía oír el susurro de las olas en la costa y quizá el goteo desde los aleros.
Durante el desayuno, Matthias, Kenmuir y Aleka no intercambiaron más que saludos apagados, porque era evidente que el maestro de la logia deseaba silencio. Pero cuando terminaron la última taza de café, se puso en pie y, con un gruñido, les ordenó que le siguieran.
Los otros así lo hicieron, por el pasillo, subiendo las escaleras, por otro pasillo hasta una puerta que abrió y atravesaron. La cerró. —Creo que es correcto que hablemos aquí— dijo.
Kenmuir y Aleka miraron a su alrededor. Sin más luz que la ofrecida por el sol oculto que atravesaba la niebla, la sala hubiese estado a oscuras si las paredes y los techos no hubiesen sido tan blancos. La decoraban algunas imágenes antiguas, escenas familiares, paisajes, una imagen de la Tierra desde el espacio. De las altas ventanas colgaban cortinas. El suelo era de madera. El mobiliario era escaso y también provenía de una época antigua: cuatro sillas, un vestidor, un armario, una cama. En una esquina había un reloj mecánico de la altura de un hombre. El péndulo se movía lentamente y de forma inexorable; el tictac sonaba ensordecedor en el silencio.
Kenmuir sintió cómo un escalofrío le recorría el cuerpo. Sintió cómo el pelo de los brazos se le ponía de punta. Sabía dónde se encontraba.
—¿Para mantener la intimidad? —preguntó Aleka.
—No —fue la respuesta de Matthias—. Ya os lo he dicho, todo el terreno está protegido contra espionaje y el personal está formado por cofrades que han prestado juramento. Pero aquí es donde falleció el cuerpo mortal de Guthrie.
Aleka abrió los ojos. Hizo un gesto que Kenmuir no reconoció. Luego la mujer miró con mayor atención a Matthias, hombros caídos, las líneas de la cara, sobre la que destacaba una nariz como una cadena montañosa, más marcadas que el día anterior.
—Realmente no durmió mucho anoche, ¿verdad? —murmuró—. Ya habrá tiempo para eso —dijo—. Todo el tiempo del universo. Con movimientos pesados, se sentó y con un gesto les indicó a los visitantes que hiciesen lo mismo. Ocuparon dos sillas adyacentes. La mano de Aleka encontró la de Kenmuir. ¡Él sentía cómo el alivio fluía desde el cuerpo de la mujer!
Matthias levantó la cabeza.
—Pero ahora mismo no tenemos mucho tiempo —les advirtió—. Los cazadores no saben todavía que estáis aquí. Si lo supiesen, ya estaríamos bajo arresto. Pero estarán buscando, examinando y pensando. Pronto volverá Venator o uno de sus escuadrones. Mientras tanto, si salís por algún método convencional os detectarán. Los disfraces no servirían de nada. Detendrán a todos para examinarlos más de cerca.
Kenmuir volvió a sentir el misterio.
—¿Hay algún método que no sea convencional? —¿Nos ayudará, sir?— añadió Aleka. Matthias asintió.
—Lo poco que pueda. O, más bien, espero ayudar a la causa de la libertad.
—¿Lo decidió la pasada noche? —preguntó Kenmuir, y comprendió inmediatamente lo estúpido de la pregunta.
La voz de Matthias siguió hablando, monótona pero con firmeza. —No fue fácil. Romperé una promesa tan antigua como la Hermandad y la más firme que he dado nunca. Y podría ser por nada, podría ser para peor. ¿Por qué están tan decididos a mantener Proserpina oculta? Sería fácil pensar que si los selenitas descubriesen su existencia no se opondrían al Hábitat, o al menos no con la intensidad suficiente como para que tuviese importancia. Y el Hábitat es nuestro camino hacia las estrellas—. Se detuvo a respirar—. ¿O no? No lo sé, no lo sé.
Aleka apreció el dolor de las palabras. Soltó la mano de Kenmuir y se adelantó para tomar la de Matthias.
Éste cerró la gran mano nudosa sobre la de Aleka y la sostuvo durante un par de latidos antes de soltarla. Una sonrisa asomó brevemente a sus labios.
—Thank you, dear —suspiró—. También pensé en ti y en tu gente.
El tono se hizo más intenso.
—Y pensé una y otra vez en cuán autoritario e ilegal está siendo el bando de Venator. Si el gobierno de la Federación puede hacernos esto, ocultar un hecho que podría cambiar miles de vidas, quizá cambiar el curso de la historia, ¿qué más está haciendo? ¿Qué hará a continuación? Guthrie solía citar un proverbio relativo a no permitir que la nariz del camello entrase en tu tienda. Creo que ha metido algo más que la nariz. Casi todo el camello. O pronto será así, si nos quedamos sin hacer nada.
—¿Podrían tener una razón justificada para el secreto? —preguntó Aleka en voz baja.
Kenmuir habló. Él también había sentido cómo la furia cristalizaba en su interior, afilada y fría.
—En el mejor de los casos, la excusa no es muy buena. Nos están tratando como niños.
—Niños al cuidado del cibercosmos —concordó Matthias—. O pupilos, o animales de compañía.
El rostro y las palabras de Aleka denotaban inquietud.
—La mayoría de la gente se siente feliz y libre.
—Así también se siente la mayoría de los gatos —dijo Matthias—. No estoy en su contra, sir. Es que no puedo evitar pensarlo… un bien mayor, también para mi gente…
—O actuamos o no —dijo Kenmuir.
—Sí. —Aleka se enderezó—. Well, entonces actuemos, y aceptemos la responsabilidad de lo que sucede, como… como personas adultas. Kenmuir decidió que debía plantear otra pregunta, de cuya respuesta estaba casi por completo seguro, sólo para eliminar la posibilidad. —¿No podríamos limitarnos a difundir lo que sabemos? Supongo que la Mansión Guthrie dispone del equipo. Dispone de otras muchas cosas.
—Lo consideré —admitió Matthias—. No. Realmente no serviría de nada. He vivido en la Tierra y he tratado con los poderes de hecho el tiempo suficiente como para aprender lo que vale y lo que no. Una afirmación como ésa es fácil de negar y de llevar al fondo del olvido público. Para entonces, Venator y sus alegres compadres nos habrían capturado. Bien podrían descubrir el secreto de Fireball e ir a eliminarlo.
Kenmuir cerró los puños. Aleka casi se puso en pie pero volvió a sentarse.
—Ian me habló de eso… —susurró—. ¿Las Palabras del Fundador? —Sí—. La voz del Rydberg era fuerte. —Al final de la noche descubrí lo que debíamos hacer. Entonces pude dormir un poco. Es correcto que lo hagamos aquí.
El santuario, la capilla, pensó Kenmuir.
Las manecillas del reloj marcaron XII y VII. Resonó la hora. Una brisa exterior hizo que la niebla se agitase en la ventana como si fuese humo.
—No es que el conocimiento sirva necesariamente para salvaros —siguió diciendo Matthias—. Lo más probable es que no sea así. Si la posibilidad os parece una locura, os pido que juréis no volver a repetir lo que os diga, ni siquiera para discutirlo entre vosotros, nunca más. —Lo juro— dijo Aleka como si fuese una oración. —Por mi Hermandad —declaró Kenmuir.
—Y sin embargo, la historia es la historia de una promesa rota —dijo Matthias.
Esperaron.
Después de que hubiese pasado un minuto, siguió hablando.
—Lars Rydberg le prometió a su madre Dagny Beynac que si era emulada, cuando el trabajo de la emulación estuviese completado, borraría el programa. La emulación volvió a pedírselo, y él volvió a prometerlo.
—¿Pero no lo hizo? —dijo Aleka mientras a Kenmuir le fallaba el pulso.
—No. Cuando al final desconectó la red neuronal y estuvo a solas con ella, allí donde se iban a decir adiós, él besó la caja entre los pedúnculos ópticos y pensó en lo que Dagny había logrado. Cómo había pilotado a Sellen y, sí, a la Tierra por el camino de la revolución, cómo sin ella se hubiese convertido con facilidad en una catástrofe, lo precaria que era todavía la situación y cómo podrían necesitarla de nuevo. Para ella, estar desconectada era lo mismo que estar borrada, a menos que se la reactivase. Le contó al mundo que había hecho lo que había dicho que haría, y la llevó a la tumba de Dagny para descansar junto a las cenizas de Dagny, y con todo su ser deseó que fuese para siempre. Pero llevó la carga de lo que había hecho hasta la tumba.
—La compartió con un hijo suyo —dijo Aleka.
—Sí. Por si acaso, sólo por si acaso. Y así desde entonces a lo largo del tiempo.
—Nunca se la despertó —fue la conclusión de Aleka—. El secreto se convirtió en una tradición de Fireball, nada más. Ir a Selene y cumplir la promesa de Lars debió de parecer a los siguientes Rydbergs como romper la suya propia.
—Hasta ahora.
—Despertarla… —dijo Kenmuir con la garganta seca.
—Ella, en vida, claramente conocía la existencia de Proserpina —dijo Matthias—. Debió de oír o ver los elementos orbitales. Probablemente los recordaba, las biografías cuentan que siempre tuvo una gran memoria, y por tanto su emulación también los conocía. En todo caso, con la suficiente precisión para que cualquier astrónomo o astronauta pudiese encontrarlo. Una vez que se revele esa información, el secreto está acabado.
Para lo que valiese a Lilisaire, pensó Kenmuir. Pero no importaba. Estaba comprometido, tanto con Aleka y su causa como con todo lo demás, incluyendo el final de su ilegalidad.
—¿Enviará a un agente? —preguntó. Matthias no pareció escucharle.
—Comprended que podría ser inútil —dijo—. La emulación lleva allí siglos. La tumba no habrá apantallado toda la radiación cósmica, y también hay que contar con la radiación inherente de fondo. Chips mutilados, elementos electrónicos alterados, daños acumulados que nunca se repararon. A estas alturas, es posible que no quede nada que funcione.
—O quizá sea una demente… —Aleka expresó su horror—. ¡Oh, no!
—Quizá no —le aseguró Kenmuir—. Es más, por lo que sé de esos dispositivos, tenemos buenas posibilidades de que el sistema todavía funcione. —Lo expresó con mayor confianza de la que sentía. Aleka hizo una mueca.
—No la llames sistema.
—Estoy dispuesto a que lo intentéis y a asumir mi parte de culpa por lo que suceda después —dijo Matthias—. ¿Lo estáis vosotros? —Sí— dijo Kenmuir emocionado.
—Sí —dijo Aleka parpadeando para contener las lágrimas—. Pero la idea de enviar un agente… No, me temo que no —dijo Matthias.
—¿Por qué? —preguntó Kenmuir.
—Piénsalo. —Matthias había tenido toda la noche, a solas, para hacerlo—. Ningún miembro del personal está cualificado para hacerlo. Tendría que llamar a alguien, e informarle no sólo de la misión sino también de los detalles técnicos. No olvides que se trata de una máquina antigua. Hoy no hay nada así. Y necesitaría equipo. Podemos estar seguros de que la Mansión Guthrie está bajo vigilancia robótica remota pero de alta resolución, eso como mínimo. ¿Te imaginas que alguien podría salir de aquí con un montón de equipo, pedir pasaje para Selene e ir a la tumba de Dagny Beynac (aislada y el lugar más sagrado de la Luna) sin que Venator lo supiese? ¿Y sin que Venator actuase?
—Y… borrar el programa —dijo Aleka.
—Y venir aquí a por nosotros —añadió Kenmuir—. Pero, mm, ¿no podríamos simplemente decírselo a Lilisaire en su castillo? Ella podría hacer algo. Si no entrar en la tumba, al menos iniciar una búsqueda de Proserpina.
—En su momento, si lo demás falla, podemos probar —dijo Matthias sin entusiasmo—. Entregaré un mensaje encriptado a un hombre de confianza, con instrucciones para desencriptarlo y entregarlo pasado cierto período de tiempo, quizá cuando Venator no vigile tanto.
Pero no tengo esperanzas. Si no han encontrado un pretexto para arrestarla, cosa que supongo harán, al menos la vigilarán de cerca. Recordad que saben que sabemos que el asteroide existe. ¿Podría ella o cualquiera de su especie iniciar una búsqueda, astronómica o con naves espaciales, incluso por parte de los selenitas en el Sistema exterior, sin que Venator conociese el propósito y los detuviese? Lo dudo.
—Y mientras tanto, nosotros habríamos fallado y estaríamos acabados. —Una vez más, Kenmuir sintió como si una mano se cerrase sobre su persona.
Aleka rompió esa impresión.
—Pero usted conoce una forma, sir. Debe conocerla, o no habría hablado.
—Sí —contestó Matthias, y de pronto la voz sonó casi juvenil—. Una locura, un método desesperado, pero podría salir bien. Kenmuir comprendió de pronto.
¡Kestrel! —gritó. Aleka lo miró—. ¿Qué?
Kenmuir no podía quedarse sentado, se puso en pie de un salto y recorrió la habitación, de un lado a otro, sintiendo la excitación en oleadas como las del mar que se oía más allá de la niebla.
—La nave, la reliquia, la nave de Kyra Davis. La mantenemos siempre dispuesta para despegar…
Aleka se quedó boquiabierta.
El tono de Matthias se hizo más presuroso.
—Incluyendo trajes espaciales, trajes modernos y autoajustables, equipos de salida extravehicular y todo lo demás.
De lo contrario, el simbolismo hubiese carecido de sentido. De pronto Kenmuir comprendió, en su totalidad, por qué la Hermandad había luchado, y pagado un alto precio en cesiones durante la negociación, por el derecho a mantener una nave propulsada por antimateria en la superficie de la Tierra. Kestrel no era el primer objeto sagrado en la historia humana. Evidentemente, estaba prohibido despegar.
Por entre el sonido de su sangre, Kenmuir oyó a Matthias.
—Un vuelo corto, si puedes pilotarla, capitán Kenmuir.
—Puedo examinarla —dijo, ligeramente asombrado del tono sereno de su voz—. Disponemos de material vivifero sobre el modelo, así que no tendremos que entrar en las bases de datos públicas, ¿no es así?
—¡Pero el mundo entero será testigo! —exclamó Aleka. Matthias sonrió.
—Exacto. Algo tan espectacular no puede ocultarse del todo, y la propia Teramente pasaría un mal rato intentando explicarlo.
La sobriedad calmó la pasión de Kenmuir.
—A menos que el servicio de Venator me alcance a tiempo. —Cierto, tienen naves más potentes, y reaccionan con rapidez— dijo Matthias. —Pero los pillarás por sorpresa, y no sabrán a dónde te diriges hasta que hayas aterrizado. Entonces, sí, tendrás que ser rápido.
Puestos a ello, más valía ir a por todas. Kenmuir rió en voz alta. —Planearemos la operación. Podemos obtener datos sobre qué unidades de la Autoridad están ahora mismo estacionadas y en qué órbita, ¿no? Eso es información pública. Y tengo una idea para evitar que me silencien una vez que me hayan atrapado. ¡Vamos, a movernos!— Auwé no hó’i é —murmuró Aleka—. La verdad, me sorprendes. No esperaba llegar a verte en este estado.
—Tengo trabajo que hacer —fue todo lo que Kenmuir pudo decir. Ella se puso en pie y lo miró con atención.
—Una cosa, friend. ¿Qué es ese «tengo»? No vas a ir solo. Kenmuir dejó de caminar.
—¿Qué? ¿Tú? Sin preparación y… y vulnerable… No, es ridículo. —Aprendo rápido —dijo Aleka—. Puedo estudiar lo necesario para ser de ayuda. —Se dirigió a Matthias—: ¿No es así, sir?
El Rydberg sonrió.
—Creo que es mejor que tengas un acompañante, capitán Kenmuir. Yo estoy muy viejo. Esta muchacha me parece potencialmente la persona más competente que tenemos a mano.
—Además —le dijo Aleka—, también es mi misión. Y, por los dientes de Pele, Ian, ¡no te dejaría ir sin mí!