22
La madre de la Luna

Desde lo alto, el observatorio de Temerir contemplaba la amplitud del páramo de cráteres que era la cara oculta de la Luna. Un sol bajo llenaba la región de sombras intrincadas y resaltes pardos. Había ajustado la pantalla del salón para mostrar esa escena, no como la hubiese visto el ojo humano sino con el resplandor reducido y aumentando las radiaciones menores… allí el disco solar relucía suavemente entre alas zodiacales y las estrellas eran como gotas de fuego arrojadas fuera de la Vía Láctea. Por lo demás, la sala estaba decorada con austeridad, tan sobria como su dueño. Sobre una mesa, una escultura abstracta de lava parecía un grueso hálito de humo. El aire, algo frío, portaba un ligero olor a ozono y una música callada, compuesta en una escala que jamás se había oído en la Tierra. Cuando Dagny la notó, pensó en fantasmas huyendo con el viento.

Temerir no le había dicho dónde estaban su mujer y sus hijos. Sólo él había recibido a sus huéspedes: Brandir, Kaino, Fia y su madre. Copas de cristal y una licorera llena de vino eran su única concesión a la costumbre. A nadie le importó ni se sirvió. Entraron y permanecieron sin hablar durante quizá un minuto. Tampoco habían hablado demasiado entre ellos en el camino hasta allí en el yate de Brandir; pero claro, la tripulación estaba presente.

Dagny rompió el silencio.

—¿Podemos ahora hablar de negocios? —preguntó con toda la amabilidad posible. Sabía perfectamente cuál era el negocio. La tristeza bordeaba su placer. ’Mond debería haber estado a su lado para escucharlo.

Apartó ese deseo. En seis años no había dejado de echarle de menos, pero ya no era como si cada cosa que había sido suya, cada lugar en el que ella le había visto, le gritase. Tenía buenos amigos, un trabajo cautivador, entretenimientos animados, un sillón de primera fila en las grandes empresas de la humanidad en el universo. De Anson Guthrie había aprendido muy pronto que sentir pena de uno mismo era la emoción más despreciable de todas.

Aun así, sintió nostalgia.

—¿Quizá después podamos charlar un poco? —añadió—: No os veo mucho. —Ni al resto de sus hijos, o sus compañeros e hijos, especialmente desde que Jinann estaba con ese Voris que había sido Reynaldo Fuentes. No es que estuviesen alejados o fuesen indiferentes, era que sus vidas ya no estaban cerca de la suya y, creía ella, rara vez o nunca se les ocurría que ella pudiese desear que fuese de otra forma. Lars, su encantador bastardo, lo comprendía; pero no visitaba Selene muy a menudo.

La voz de Brandir murmuró algo a Temerir. Dagny captó que se trataba de una pregunta.

El astrónomo la miró y contestó en inglés.

—Sí, claro que estamos a salvo de espías. Os lo aseguré antes de llamaros.

El corto manto de color dorado de Brandir se movió sobre sus hombros al inclinarse.

—Perdóname, dama madre —dijo—. Lo olvidé.

El gesto intrascendente trajo lágrimas a los ojos de Dagny.

—Oh, eso, no importa —titubeó—. Puedo entender el selenita bastante bien, ya lo sabes, cuando me concentro en ello.

—Pero no fácilmente, ¿no? —Le soltó Kaino.

No, pensó ella. Era una lengua voluble, fluida, cambiante, también en sus significados, era imposible para ella apreciarla del todo. Había criado esos cerebros en su interior, pero poco de lo que había en ellos había venido de ella o Edmond.

—Lo admito —dijo—. Thank you.

Tras sus oscuros mechones, Fia frunció un poco el ceño ante la impetuosidad de su hermano.

—La cuestión es simple en cualquier lengua —dijo a Temerir—. Has encontrado el planetoide que predijo nuestro padre.

Sí, pensó Dagny, al fin, después de tantos años. Qué largos parecían, mirando atrás. Pero cierto, había tenido que buscar en lo que representaba tiempo robado, inventando pretextos y fabricando justificaciones. Aunque controlaba aquel lugar en su totalidad, su feudo cedido por Brandir, aquellos que trabajaban con él y para él no eran fáciles de engañar.

No había seguido del todo los detalles. Había tenido una existencia demasiado ocupada. Asuntos personales, trabajos y alegrías diarias, los pesares ocasionales, un amigo necesitado o una confidencia juvenil. El crecimiento de la población lunar, industria, responsabilidades, las recompensas que traían y las demandas que exigían. Su trabajo administrativo de ingeniería para Fireball se había entremezclado con toda la sociedad que la rodeaba, recursos a encontrar y asignar, planes y ambiciones en conflicto. La fricción empeorando entre los habitantes de la Luna, ya fuesen selenitas, nacidos en la Tierra o en L-5, o terrícolas de juramento…

—Eso he hecho —oyó decir—, si «planetoide» es la palabra correcta para esa cosa de ahí.

—¿Qué sabes de cierto? —dijo bruscamente Brandir.

Temerir miró a los ojos del hombre más alto y poderoso como si fuese un igual.

—Lo que los instrumentos y cálculos me indican —contestó—. La búsqueda telescópica produjo toda una cosecha a examinar.

Sí, recordó Dagny, podía montar públicamente un programa para investigar las regiones lejanas del Sistema Solar, ejecutando un mapa y un recuento estimativo de los cometas del Cinturón de Kupier más allá de Neptuno y la Nube de Oort, aún más lejos. Lo que se guardaba eran ciertos resultados.

—Algunos parecen ser asteroides, pero pequeños y rocosos, no lo que padre buscaba. Cuando un candidato parecía prometedor, debía obtener el débil espectro que me era posible. Luego, si la promesa no se manifestaba como inmediatamente falsa, debía encontrar la ocasión de enviar una sonda robótica a suficiente distancia para obtener un paralaje. Pero ya conocéis esos procedimientos, porque pasáis aquí ciclodías. Al final, sólo un cuerpo manifestó posibilidades.

—¿Qué aspecto tiene? —dijo Kaino casi gritando. Temerir conservó su calma casi glacial.

—Aparentemente, similar a la predicción de padre. La forma es esférica, con un diámetro aproximado de 2000 kilómetros. La mayor parte de la superficie está cubierta por materiales sin brillo, pero refleja lo suficiente para sugerir que, en su mayoría, está formado por materiales ferrosos, lo que da una densidad media alta. La inclinación orbital está a unos minutos de ser cuarenta y cuatro grados, aproximadamente la misma que el objeto menor que hemos llegado a conocer tan bien. Eso también sugiere una composición similar. El perihelio es de 107 unidades astronómicas y una fracción, la excentricidad está por encima de 99 centésimas. —Increíble, pensó Dagny, eso situaba el afelio como a unas treinta o cuarenta mil u.a. de distancia. Eso también encajaba con el asteroide de ’Mond. Oh, ’Mond, ’Mond—. En este momento, el cuerpo se encuentra a 302 unidades astronómicas en dirección al espacio.

No pudo resistirse.

—¿Qué propones hacer?

—¿Qué harías tú, madre? —preguntó Brandir. Sintió que no era una réplica, sino una respuesta. Los cuatro la miraban con una extraña… ¿ansiedad?

—Fuisteis muy amables al invitarme —dijo vacilante, anonadada—. No teníais que hacerlo.

—Conocías la investigación desde el principio —dijo Fia, quizá la más fríamente práctica del grupo—. Quizá ya habrías supuesto lo que está ahí fuera.

—Y por encima de eso —dijo Brandir—, te honramos.

Dagny se preguntó por la sinceridad de esa afirmación. ¿Cuál era su nivel de franqueza, incluso entre ellos mismos?

Un pensamiento indigno. Lo arrojó fuera de su cabeza y habló lentamente.

—Bien, es… científicamente fascinante, ¿no? Ofrece todo un conjunto de ideas nuevas sobre el origen del Sistema Solar. Un gran memorial para vuestro padre.

—Se erige en nuestros corazones, que sólo a nosotros nos pertenecen —contestó Brandir.

—¿A qué te refieres? —Ya lo sabía. Temerir se lo confirmó.

—Supuse que el objeto podría tener un inmenso potencial, y por tanto requiere del secreto. ¿Vamos a revelárselo a la Tierra? No. —Pero ¿qué podríais hacer con él?

—¡Eso ya lo descubriremos! —dijo Kaino. Temerir asintió.

—Si no parece tener valor, entonces revelaremos lo que sabemos. Y él era el científico del grupo, pensó Dagny. ¿Le era esa generación realmente tan extraña? ¿O tan alienada?

—Precisaremos de una nave llena de robots fuertes y sutiles —dijo Fia.

Brandir movió una mano por el aire, un gesto de negación. Un terrícola hubiese movido la cabeza.

—No. No podríamos reunir y preparar algo así, con semejante coste, sin que se supiese. —Para Dagny estaba claro el hecho de que él ya lo había estado pensando durante mucho tiempo.

—Por tanto, ¿una expedición tripulada? —rugió Kaino—. ¡Sí! —Echó atrás la cabeza y rió contra las estrellas.

Era el que estaba más cerca de Dagny. La visión revoloteó a su lado, el contraste, esos mechones rojos junto al pelo que le colgaba a ella hasta los hombros. Desde la muerte de Edmond lo había dejado crecer blanco. El futuro al lado del pasado…

No, maldición. No estaba lista para ser… ¿qué expresión usaba la gente en su infancia? Un miembro de la tercera edad. Se negaba por completo a ser una llorosa ciudadana de la tercera edad. Era una anciana, pero seguiría adelante hasta que el segador viniese a por ella.

No le habían pedido que estuviese allí por pura bondad. Había algo que podía hacer por ellos.

—Salir en trayectoria precisaría de mucho tiempo y muchos suministros, algo tan evidente como los robots —decía Brandir—. Tendremos que esperar hasta que tengamos una nave antorcha.

Eso no sucedería pronto. Sólo recientemente Dagny y sus aliados habían conseguido que la Federación emitiese un permiso a regañadientes para que los habitantes de la Luna pudiesen comprar, construir y operar naves espaciales con la aceleración y la velocidad requeridas para el servicio interplanetario. Debían hacerlo por pasos, reuniendo lentamente el capital, entrenando tripulaciones, adquiriendo una flota; y los primeros serían navíos de relativo corto alcance, para emplearse en misiones fáciles. Para asegurarse, Brandir poseería una gran participación en la mayoría de las empresas.

Kaino saltó por la habitación.

—Cuando llegue la hora, reclutaré un grupo de confianza —dijo jubiloso.

—¿Cómo ocultarás la partida? —preguntó Fia.

Hablaban como si pudiese hacerse mañana, en lugar de años en el futuro, con un ardor que se combinaba con los fríos cálculos. —Diremos que Temerir ha identificado varios posibles cometas con minerales en las regiones cercanas a Kupier, y que estoy decidido a examinarlos más de cerca— dijo Brandir.

Una excusa razonable, meditó Dagny. A la Luna le iría bien contar con más agua y más materiales orgánicos de los que ya tenía. No abundaban los cometas de órbita y composición adecuadas. Es más, la Federación había decidido que ya se había ocupado lo suficiente de ese asunto y que si los selenitas querían más tendrían que buscarlos por sí mismos, sin subsidio. Aquél sería todo un golpe en sus engreídas narices…

Entendió la sorpresa. Fia, con las cejas elevadas sobre los ojos marrones, habló antes que Dagny.

—¿Tú en persona, Brandir?

—Sí —dijo—. Como la empresa será en gran parte mía, quiero saber todo lo posible antes de que pueda decidir qué haremos a continuación —rió ronroneando—. Más aún, temo que la vida en Selene me vuelva acomodaticio. —Mientras conseguía otras metas, riquezas, poder y deseos más ocultos—. Mis sentimientos no serán secretos, y ayudarán a explicar por qué van hombres, en lugar de robots. Para entonces, hermana mía, deberías ser capaz de ocuparte de los asuntos ciudadanos de Zamok Vysoki en mi ausencia, bajo la dirección de Ivala y Tuori. —Sus esposas. Evidentemente Fia había demostrado su valor en la posición ejecutiva subordinada que ocupaba. Incluía algunos trabajos duros y arriesgados.

Y sólo tenía veintitrés años, pensó Dagny. Pero Brandir, el mayor, apenas tenía cuarenta y uno. Y ella, su madre, ocupó su primer puesto en la Luna a los diecinueve (cuarenta y ocho años atrás, ¿no? El tiempo pasaba, el tiempo volaba). Bien, la era de los pioneros pertenecía alajuventud.

—Nada de esto podrá conseguirse con facilidad y rapidez, no por nuestros propios medios. —Brandir se dirigió a Dagny—: Una vez más, debemos aprovecharnos de tu sabiduría y ayuda.

—¿Yo? —contestó.

—Ninguna otra persona podría hacerlo tan bien —le aseguró Kaino.

—Sabes cómo moverte tanto entre los selenitas como entre los terrícolas —dijo Fia—. Tienes contactos con personas importantes y la habilidad para emplearlos. Por medio de ti, podemos obtener cooperación de Fireball para algo que en caso contrario no les parecería rentable.

—Puedes asegurarte de que nuestra ruta hacia el planetoide permanezca oculta —añadió Temerir.

—La tuya es nuestra sangre —terminó Brandir. Él sonrió. Era hermoso.

¿Se atrevían a dar por supuesto que daría la espalda a la Tierra? No, era la forma incorrecta de pensar. Ayudar a Selene no sería traicionar a su especie. ¿No? ¿Qué daño podría sufrir alguien —más que los políticos enamorados de sí mismos, los burócratas atareados y los magnates enriquecidos por sus concesiones y monopolios— si sus hijos y los de ’Mond obtuviesen mayor libertad?

No era justo, se recordó. Cuando empezabas a tomarte en serio tu propia propaganda, te dirigías hacia el fanatismo. La Tierra había realizado grandes inversiones en Selene. Toda la historia gritaba la razón que tenía la Federación en temer un resurgimiento de los nacionalismos. Los selenitas se enfadaban por leyes escritas con buena intención, cuando no las violaban, en secreto o cada vez más abiertamente. La herencia común tan sólo era el más evidente de los puntos dolorosos. Preocupaciones medioambientales, control de armas, exigencias educativas, impuestos, licencias, regulaciones, la mayor parte de ellas razonables —desde el punto de vista de un terrícola—, pero la civilización que las rechazaba no era de la Tierra, quizá no era del todo humana…

¿No era más sabio quizá intentar ampliar el tamaño de la jaula antes de liberar al animal?

No sabía contestar. Deseaba poder buscar el consejo de Guthrie. Pero había jurado silencio y aquellos eran sus hijos. —Bien— dijo en un susurro—, hablaremos.