32
La madre de la Luna
El teléfono despertó a Dagny a las 6.00. El programa reconoció que la cuestión debía de ser importante. Se sentó en la cama.
—Luz —dijo, y parpadeó ante la habitación súbitamente iluminada.
Durante un momento, aquel lugar tan familiar le resultó extraño. La fotografía de ’Mond, la de los niños cuando eran pequeños, los retratos recientes de ellos con sus compañeros y muchos de sus descendientes incluido un bebé en brazos —una postura muy poco selenita adoptada sólo para agradarla a ella—, que era su más reciente tataranieto, las llamativas cortinas púrpuras y doradas que había elegido hacía poco para alegrar en algo la estancia… Era como si hubiese estado fuera mucho tiempo.
Se volvió hacia la pantalla de la cama, finalmente despierta. —Recibir— pidió.
Apareció el rostro de Rita Urribe de Wahl. También debían de haberla despertado, porque llevaba el pelo revuelto y se había echado un albornoz sobre el camisón. Sobre las mejillas relucían lágrimas que le corrían hasta la comisura de la boca.
—Señora, se… ñora Beynac —dijo tartamudeando—, él está muerto. Sintió la noticia como una puñalada. Dagny hizo uso de su español, aunque el inglés de la otra mujer era mejor.
—¿Jaime? ¡Oh, dios mío! ¿Qué ha sucedido? —¿Era realmente una puñalada?
—En la piscina… lo ha encontrado… Nadie sabe cómo. Los médicos están con él. —Rita tragó, cuadró los hombros y dio un tono neutro a su voz—. La he llamado a usted primero, después de llamarlos a ellos, por lo que puede implicar para todos. Usted sabrá mejor a quién consultar, qué hacer. Creo que él lo hubiese querido así. —Su resolución se desmoronó—. Y usted siempre fue buena con nosotros.
Una humildad que rompía el corazón, pensó Dagny. Y no era merecida. Había cultivado la amistad del gobernador general durante los últimos cinco años como había hecho con sus predecesores, porque en caso contrario ¿cómo podría poner su grano de arena para evitar el fuego de la confrontación…? Pero sí, había acabado apreciando y respetando a Jaime Wahl y Medina, y se había ganado la simpatía y el respeto de su esposa, como quedaba claro en esos momentos.
—Iré ahora mismo. —No, no será necesario.
—Claro que lo es —dijo Dagny en inglés—. Contrólese, dear. Lo siento tanto. Pero tenemos trabajo por delante, trabajo difícil, y dudo de que lo podamos hacer a través de las líneas de comunicaciones. Déme un par de horas. Mientras tanto, ¿puede ocultarlo? Pídaselo a los médicos. Notifíqueselo a Haugen pero pídale que no lo divulgue por el momento. Recoja toda la información que pueda, pero no revele nada. ¿Vale?
Una vez más Rita reunió sus fuerzas.
—Sí. Espero ser capaz… de convencer al señor Haugen y a los otros, y de mantener al personal controlado y… Quizá durante tres horas.
—Valiente chica. —Dagny sonrió ante la adversidad—. Voy de camino. Más tarde lloraremos a Jaime. Ahora mismo tenemos cosas que hacer por él. See you.
Desconectó y llamó al alcalde de Tychopolis. El programa de teléfono del hombre la reconoció y le dio paso inmediato hasta su dormitorio.
—Hola. ¿Todavía no estás levantado? Bien, muévete. Escucha, necesito transporte inmediato a Tsultimachi. Inmediato. Un suborbital si me lo puedes conseguir. Sí, estos viejos huesos todavía pueden soportar la aceleración. En caso contrario, el jet más rápido que tenga disponible la policía local, y no hablo de un Meteoro o un Estrella. No aceptaré nada menos que un Sleipnir…
»…No importa el porqué. Muchas vidas podrían estar en juego. Por ahora eso basta, y por favor, lo mantendrás en secreto. Usa el cargo, abusa de mi nombre si es necesario, pero consígueme la nave…
»Me reuniré contigo en el puerto, en la oficina de Control de Tráfico, en caso de que tengamos que pelearnos con ellos, exactamente dentro de una hora. Estaría bien si la nave tuviese a bordo un desayuno para mí, pero en todo caso debe estar dispuesta para volar. ¿Vale? Hasta luego.
Cortó y salió de la cama. Inalante lo conseguiría. Era poderoso, capaz y era hijo de Kaino.
En el baño, echándose agua fría a la cara, empezó a sentir los dolores y tirones del cansancio. Durante los últimos ciclodías el sueño había sido escaso. Había esperado tener paz hasta las 9.00 o 10.00 de ese turno de mañana, porque después el infierno al completo podría salir al recreo (y ya lo había hecho, pero de una forma inesperada). A su edad, no te recuperabas con sólo una siestecita. ¿Había sido alguna vez tan joven? Parecía imposible.
El espejo le mostró ojos que parecían sobrenaturalmente grandes y brillantes entre la palidez cadavérica que les rodeaba. Anson Guthrie le había comentado hacía poco que cada vez que la veía le parecía más etérea. Pero no podía permitirse serlo, todavía no, quizá en ningún momento mientras no fuese cenizas. Después de sopesar lo que el médico le había dicho, lo que le sugería su experiencia y la naturaleza de la situación, se tomó un diergético medio. Eso, junto con café, comida y fuerza de voluntad, debería bastarle para superar las próximas horas sin tener que pagar después un gran precio.
Ya con algo de energía, aunque con un poco de frío, se puso presentable con un mono y botas de media caña. Una capa con capucha debería evitar que la viesen; habría poca gente fuera tan temprano.
Grabó un mensaje anodino para la gente que llamase, agarró la bolsa con sus cosas que guardaba para casos de emergencia y salió. Hudson Way estaba tranquila. El techo simulaba el cielo azul, las pocas nubes todavía rosadas por la salida del sol, reforzando la luz que hacía relucir el rocío que cubría el duramusgo en el turno de amanecer. El aire soplaba y olía como una brisa de verdad. El ambiente era ligeramente demasiado bonito para su gusto, pero la mayoría de los residentes en aquel vecindario eran terranos y habían votado tenerlo así. Había otros lugares donde podía ir para pretender, con todo detalle, caminar al lado de un mar gris y sus olas.
En la esquina de Graham subió al fahrweg y fue hasta el espaciopuerto, cambiando de línea en dos ocasiones. Había muy pocos pasajeros y no le prestaron atención. Tenía libertad para pensar.
Pobre Rita. Pobres niños, aunque Leandro se encontraba en la universidad y no se hablaba demasiado con su padre, mientras que Pilar llevaba dos o tres años en una escuela de la Tierra. Sobre todo, pobre Jaime. Vivía con tal gusto que su trabajo ni le agotaba ni le enfurecía. En la mayoría de las ocasiones había sido su oponente, pero justo, haciendo lo que creía correcto, correcto no sólo para la Tierra sino también para la Luna.
Y estaba muerto. Qué conveniente para algunos. Qué potencialmente desastroso para el resto.
¿Asesinato? Era difícil imaginarlo, allí en su casa. Por otro lado, nadie lo había intentado cuando aparecía en público, aunque no llevaba guardaespaldas. Además, era un hombre formidable, un hombre vigoroso con músculos terrestres, experiencia en combate y cinturón negro de kárate. Eso hacía que su muerte en la piscina fuese aún más incomprensible. Especialmente en un momento tan oportuno.
No debería haber sido así, pensó Dagny… no para nadie, ni para los fríos y calculadores magnates selenitas ni para los más radicales manifestantes terranos con sus borracheras y eslóganes. Hasta hace muy poco no hubiese sido así. Dado el clima político actual en la Tierra —donde los líderes y el público eran cada día más conscientes de lo mucho que los asuntos de la Luna contradecían y desafiaban su orden mundial—, cualquier gobernador iba a acabar considerando la rectificación como la meta de la política. La presión paciente de Zhao y las concesiones de Gambetta habían fallado. Una y otra vez, una crisis se corregía mientras la sociedad seguía su marcha. La misión de Wahl era devolver aquel mundo a la ley de la Federación y asegurarse de que allí se quedase. Sin compromisos.
Pero, por necesidad, el gobernador tenía mucha libertad de actuación y debía cooperar con el cuerpo legislativo, a menos que las cosas llegasen al punto de la insurrección directa y las tropas fuesen la única opción. Muy pocos líderes hubiesen sido más cuidadosos y, sí, considerados que Wahl: paso a paso, siempre dispuesto a recompensar, renuente al castigo, preocupado por la dignidad del adversario, dispuesto a dejar de lado los planes de retiro y dedicar una década o más a preparar los cimientos para el cumplimiento total de las leyes importantes, incluso admitiendo que, en el proceso, esas mismas leyes podrían modificarse. ¿Cómo había llegado a darse la situación en la que un ciudadano lunar pudiese desear su muerte?
Ella misma no tenía una respuesta clara. No la había. Los asuntos humanos eran caóticos. Pero, en retrospectiva, podía seguir el curso de ese atractor en particular.
Fricciones, discusiones, palabras duras, desobediencia, resistencia abierta o disimulada, arrestos, penas, impenitencia por todas partes. Sin embargo, en su opinión, el asunto Uconda del año anterior había sido el motivo clave. Ya en su momento había tenido un mal presentimiento, e intentó advertir al gobernador, cuando prohibió la expansión en aquella mina del lado oculto porque contaminaría apreciablemente el vacío local y el fondo de radio. Los astrónomos, experimentadores cuánticos y otros investigadores de Astrebourg se alegraron, naturalmente, de la medida; pero algunos de ellos, siendo Temerir el más prominente, se enfurecieron de que se impusiese por un decreto como aquél.
El más molesto de todos era Brandir. Por instigación de sus hermanos había estado negociando en secreto con los dueños. Él les compensaría si cerraban por completo y empezaban de nuevo en un territorio bajo su control. El acuerdo hubiese aumentado su prestigio, y por tanto su influencia. Hubiese significado que los dueños y los trabajadores le deberían pleitesía a él, lo que incrementaría su poder. Hubiese pasado por encima de la Autoridad Lunar, tratando el territorio como si fuese propiedad privada, violando así el espíritu aunque quizá no la letra de la ley. Wahl le dijo a Dagny en privado que, con toda seguridad, aquélla era la intención real, y por tanto su razón para evitarlo. Evidentemente, eso alimentó la furia de la oposición.
¿Los señores selenitas habían avivado inteligentemente las emociones o habían influido directamente en los actos? Dagny no estaba segura. Sus hijos le contaban sólo lo que querían contarle, como hacían los hijos de éstos y los hijos de los hijos de éstos. En ocasiones era mucho, en ocasiones le pedían consejo, pero aquélla no había sido una de esas ocasiones, y cuando le preguntó directamente a Brandir, éste permaneció cortésmente impasible como había hecho tantas veces antes.
Las catapultas. Fuese como fuese, las catapultas eran lo que detonaría la revuelta.
Espaciopuerto, entonó el fahrweg mientras encendía una señal. Dagny se bajó. Sintió que el camino por la terminal, en su mayor parte vacía, era muy largo.
Había llegado antes de tiempo. Sin embargo, Inalante ya la esperaba en Control de Tráfico; un hombre de mediana edad, vestido con una túnica negra y pantalones blancos, con algo de su padre en los rasgos y algo de su abuelo, una calma bajo el habla rápida, que resonaba en su voz.
—Ten salud, dama. Hay un Sleipnir aprovisionado y listo para despegar.
—¡Buen chico! —exclamó ella, inapropiadamente encantada—. Seguro que hay pudín a bordo.
El sonrió.
—Por desgracia, las tiendas que lo venden todavía no han abierto. Para no perder tiempo, ordené que trajesen raciones de campo. Como recordaba que te gusta la fruta lunar, te he traído de casa. —Le dio una bolsa.
No tenía razón para sentir ganas de llorar. Sus selenitas podían ser unos encantos cuando querían, completamente humanos. Bien, maldición, después de todo eso es lo que eran.
—Thank you. Gracias. A partir de ahora, cuando pruebe fruta lunar, pensaré en ti.
—¿Necesitas más ayuda?
—En general, que mantengas la ciudad en calma.
—Me he estado preparando durante los últimos ciclodías —dijo con tristeza.
—Pronto recibirás noticias que lo cambiarán todo. No sé cuáles serán los cambios, ni tampoco me atrevo a contártelo ahora por miedo a que nos oigan, pero espera una gran sorpresa.
—Mientras tú viajas sola a tratar con ella. —Los ojos oblicuos la examinaron con cuidado—. ¿Tienes energía suficiente?
—Mejor será que la tenga.
—Entonces, que tu viaje sea victorioso, madre de todos nosotros. —Inalante le tomó la mano y se inclinó ante ella.
Sabía que él no era un revolucionario. Ni tampoco un lacayo. Le preocupaba poco o nada cuál podría ser la estructura constitucional, siempre y cuando a él y a los suyos se les dejase en paz para seguir su propio camino. Como eso exigía paz, había aceptado ser el alcalde, en unas elecciones ganadas por mayoría, para ayudar a mantenerla. Desde ese puesto podía maniobrar para cambiar las leyes que le disgustaban, mientras ayudaba a evadirlas lo justo para no provocar la intervención de la Autoridad.
Sin duda, una mayoría de los ciudadanos lunares sentían lo mismo. Pero sus ambiciones rara vez eran del tipo que se viesen muy afectadas por la ley de la Federación. Eran los poderosos y los radicales los que luchaban contra las limitaciones, y eran ellos los que romperían el sistema, o el sistema les rompería a ellos. O las dos cosas simultáneamente, pensó Dagny.
Fue a la puerta, atravesó el tubo y entró en el vehículo.
La tripulación estaba formada por un par de agentes de policía, piloto y reserva, terranos. Saludaron con deferencia a la dama Beynac y le prometieron el desayuno tan pronto como estuviesen en vuelo estable. Ella se ajustó a su asiento y se relajó.
El despegue no tuvo problemas, un poco más de dos gravedades lunares. Al llegar a la altitud de vuelo, el asiento giró a medida que el casco se ponía horizontal. Se oyó el bramido del motor; luego el peso se rebajó y sólo se pudo percibir el casi subliminal zumbido de los motores que mantenía la masa en vuelo. Los años de ingeniería de Dagny volvieron a su mente y pasó varios minutos estimando lo costoso del vuelo en términos de combustible, por la distancia recorrida, en comparación con el suborbital que había pedido, además de ser más lento. Pero la idea era ser capaz de volar con libertad y aterrizar allí donde quisieses. Cuando tenías un poco de antimateria para producir masa de reacción, la eficacia no era una gran preocupación.
El reserva le trajo la bandeja, y viendo que no le apetecía charlar, se retiró. El café no era malo, pero exceptuando el bendito regalo de Inalante, la comida era tan insípida como siempre. Dagny se lo comió todo. Durante la mayor parte del viaje, miró por la ventana las montañas, mares, cráteres, arrugas bajo el Sol y la rodaja de la Tierra. De vez en cuando aparecía una obra humana, un conjunto de cúpulas, un monorraíl, un poste de reemisión, un colector solar, un transmisor de microondas que enviaba energía invisible al mundo madre. El brillo apagaba casi todas las estrellas. En una ocasión vio una chispa atravesar el cielo y perderse en la distancia.
Probablemente una vaina de carga, lanzada por catapulta desde Leyburg, pensó. Estaría cargada con algo: productos químicos o biológicos, nanos o cualquier otra cosa que se produjese mejor en condiciones lunares. No había podido observar lo suficiente como para estimar la trayectoria, por lo que no podía saber de qué tipo de vaina se trataba. Podría estar diseñada para un descenso aerodinámico en la Tierra, un descenso con paracaídas sobre Marte, un encuentro con L5, un asteroide o una base aún más lejana. No importaba. Fuese a donde fuese, portaba grandes logros, y ella era una de las que habían ayudado a hacerlo posible.
Pero las catapultas…
Era fácil lanzar cualquier cosa desde la Luna, gracias a una baja velocidad de escape y al lujo de una energía prácticamente gratis. El problema estaba en el «cualquier cosa». Una masa de cien toneladas, con la forma adecuada para penetrar la atmósfera, podría golpear la Tierra con la potencia de una cabeza nuclear táctica.
Cuando Brandir y los otros tres selenarcas comenzaron a construir lanzadores de catapulta en sus territorios, ¿habían dicho la verdad al afirmar que simplemente deseaban entrar en ese negocio? Desde el punto de vista exclusivamente económico, parecía muy dudoso. Ciertamente, no se les había dado ningún permiso. Wahl ordenó que se detuviesen los proyectos hasta que se llegase a un acuerdo sobre medidas de seguridad. Si eso fallaba (y estaba claro que los señores no querían inspectores permanentemente destinados a sus territorios) las obras debían desmantelarse. Los selenarcas discutieron, retrasaron y obstruyeron. Los satélites observaban cómo hombres, máquinas y robots entraban y salían de las cúpulas construidas sobre los proyectos «para protegerlos de los meteoritos mientras continuaban las negociaciones». Wahl envió inspectores. Fueron detenidos en los límites.
Sus palabras en el turno de tarde del día anterior volvieron a la cabeza de Dagny. Su rostro en la pantalla parecía muy cansado; pero oyó el resonar del acero.
—No sé qué intenciones tienen. Ellos mismos comprenden que no puedo permitirlo. ¿No es así? En ese caso, ¿por qué fuerzan las cosas? Tengo la terrible sospecha de que poseen más armas de las que conocemos, un arsenal que permitiría a su castillo resistirse a cualquier fuerza que yo pudiese enviar. Pueden confiar en que la Tierra no responderá con misiles si pueden amenazar con represalias. Sí, pedirán negociaciones sobre independencia, o algo que a efectos prácticos sea igual. ¿Me equivoco al suponerlo? ¿Puede darme una razón mejor? En caso contrario, en el turno de mañana dentro de un ciclodía ordenaré a la policía ocupar esos territorios y veremos qué pasa. Les concedo ese tiempo con la débil esperanza de que usted, señora Beynac, pueda hacer que recuperen el juicio. De ninguna otra forma veo cómo evitar la lucha, de ninguna otra forma más que por medio de usted, señora.
En lugar de llamar a Brandir, volaba para encontrarse con una viuda.
… Se quedó dormida. ’Mond le habló. No podía entender las palabras, pero le sonreía.
La nave giró, redujo el momento y maniobró para descender. Dagny se despertó ante una panorámica del soporte de anclaje. El pozo que había debajo era una O de oscuridad. Hacía mucho, mucho tiempo, ella misma había colaborado en el diseño: un agujero para recibir la mayor parte de los isótopos de corta duración de los impulsores, una copa por encima cuya estructura esquelética recibía una cantidad despreciable en comparación con la radiación natural de fondo. Los motores actuales producían mucha menos radiactividad en la masa de reacción. Pero tratar el problema en su momento había sido todo un desafío, y algo muy divertido.
La nave se posó con suavidad. Un tubo se estiró por sí mismo, sobre ruedas, desde la puerta más cercana hasta la compuerta. El piloto salió de la cabina de control, que en la posición actual quedaba sobre la cabeza de Dagny.
—Aquí estamos, señora —dijo—. Tenemos órdenes de esperarla durante tres horas. Si quiere que esperemos más, por favor, llame a nuestra base y pídalo.
—Si no tengo que volver a toda velocidad en tres horas, probablemente no me hará falta —contestó—. Siempre puedo pedir que me lleven a casa o tomar el tren. Pero thank you, muchacho. Lo has hecho bien, y que seas guapo tampoco ha estado mal. —Ésa era una de las ventajas de ser una vieja, podía comportarse con un descaro prácticamente ilimitado. Es más, la gente lo consideraba encantador y quedaban a su merced.
Un joven teniente entró por el tubo y dijo que se le había enviado para escoltarla. Ella le dejó que le llevase la bolsa. El viaje en fahrweg hasta la mansión del gobernador fue corto y directo. Lo hicieron en silencio. Los otros pasajeros también estaban bastante callados; casi podías oler su preocupación. Todavía había muy pocos detalles públicos, pero todos sabían que había una crisis a punto de estallar.
En la entrada entregó la capa al hombre para que la guardase junto con la bolsa. Realmente aquélla no era forma de tratar a un oficial de la Autoridad de Paz, pero él parecía considerarlo un honor. Ella avanzó hasta la sala de estar que recordaba tan bien. Dos personas se levantaron de las sillas al entrar ella. El tercero ya estaba de pie, al estilo selenita.
Rita fue directamente hasta ella. Dagny abrazó a la pequeña mujer, le acarició el oscuro pelo y murmuró. Pero, en general, miraba por encima del hombro, que tenía apoyado sobre el pecho, a Erann.
El nieto de Brandir la miró a los ojos, sonrió ligeramente y se inclinó. Era un joven hermoso —¿qué edad tenía ya, dieciocho?— con un pelo rubio platino y los ojos azul plateados que estaban presentes en su rama de la familia. La alta figura llevaba una vestimenta verde y ajustada y unos zapatos rojos.
El segundo visitante era Einar Haugen. A medida que los estremecimientos de la mujer que tenía entre los brazos se redujeron, Dagny le habló.
—Good day. Aunque en realidad no lo es, ¿verdad?
Dejó que Rita se apartase. El vicegobernador —antiguo vicegobernador— se acercó arrastrando los pies para darle la mano. Era un hombre delgado y alto al que Wahl jamás había dado nada importante que hacer.
—Es terrible, terrible —dijo en inglés—. Es usted bienvenida, madame. Ha sido muy amable por su parte al venir. Por favor, siéntese. ¿Café? —Había preparada una cafetera y tazas—. ¿O alguna otra cosa? Dagny rechazó la oferta con un gesto.
—No, este muelle está ya muy tenso. —El hombre parpadeó. Dagny comprendió que aunque entendía la idea, no había pillado el significado exacto. Era una expresión muy antigua. Y él no podría tener más de cincuenta años. Volvió a mirar a Erann—. ¿Qué haces aquí?
—Era un invitado en esta casa —contestó el selenita.
—¿Mm? No sabía que Wahl todavía tuviese contactos contigo. —Era un asunto privado. Con amabilidad, el gobernador Wahl aceptó que yo durmiese aquí. Eso nos hubiese permitido reunirnos cuando tuviese una hora libre de entre sus muchas ocupaciones. Este turno de mañana consideré que era mejor quedarme para relatar lo poco que pueda para arrojar luz sobre esta desgracia. Después de hablar con la policía, me hubiese ido, pero el honorable Haugen me dijo que debería aguardar vuestra llegada.
Y bien había hecho, pensó Dagny. Erann había hablado con tranquilidad, sin manifestar nada en el rostro. También era el estilo selenita, y por tanto no era sospechoso en sí mismo —¡el bisnieto de ella y ’Mond!—, pero ciertamente el viento no olía bien.
Se sentaron, el muchacho vigilante como un gato. Dagny miró a la mujer.
—Rita, querida —dijo—, estás herida y a punto de desmoronarte sobre cubierta. No lo niegues. Ya he visto lo mismo en muchas ocasiones. En unos minutos iré a buscar un sedante y te haré descansar durante un turno o más. Pero primero ¿podéis contarme lo que sabe cada uno? —Quería oírlo directamente, no filtrado por otra mente.
Descubrir qué había sucedido era vital para planear los próximos movimientos.
Rita se miraba fijamente las manos cruzadas sobre el regazo. Habló con voz monótona.
—Juan Aguilar, el mayordomo… el asistente… Juan lo encontró en la piscina al inicio del turno de amanecer. Lo sacó, llamó a Emergencia, me despertó por el intercomunicador e hizo lo posible por darle primeros auxilios. Los médicos llegaron en unos minutos. Lo intentaron durante mucho tiempo, pero no pudieron revivirle. Mientras tanto, la llamé. Siguiendo su consejo, llamé al señor Haugen y le pedí que mantuviese el secreto durante un tiempo, lo mejor que pudiese. Luego hice que Juan despertase a Erann. La policía ha estado aquí, pero sólo durante una hora, porque parece que no ha habido… —La voz se apagó. Apenas se había movido.
—Di instrucciones al jefe de policía y al oficial médico para que mantuviesen silencio —dijo Haugen—. He ordenado la cancelación de todos los compromisos y que el personal no venga hasta que no se le llame. No podremos mantenerlo oculto por mucho tiempo. Además del, eh, interés público, debemos notificárselo a su hijo e hija. Y… continuar con el trabajo del gobierno.
Sonaba más desesperado, o asustado, que pomposo. Un animal político bien intencionado, pensó Dagny, que aceptó el trabajo en Selene porque esperaba un ascenso y confiaba que aquello le sirviese hasta que pudiese volver a un puesto inofensivo en la Tierra. Sus ojos imploraban.
—¿Cómo saben que no ha habido ningún hecho delictivo? —preguntó.
Haugen podía lidiar con los aspectos prácticos de la rutina.
—No hay rastros de violencia. Poco antes de su llegada recibí el informe preliminar del forense del hospital. El caso tiene sus detalles curiosos, pero nada… Mejor seguir con esto más tarde, madame Beynac.
Sí. Rita. Muy decente por su parte. Pero quedaban todavía un par de cosas que preguntar.
—¿Alguna idea del momento de la muerte?
—Hace horas. El momento exacto está por determinar porque… No teníamos posibilidades de revivificación. Estuvo allí demasiado tiempo, el cerebro estaba demasiado deteriorado.
Mm. Eso era interesante, considerando lo fría que mantenía Wahl la piscina.
—¿Cuándo lo vio alguien vivo por última vez? ¿Qué hacía? —Tuvo un día terrible, como puede imaginar —respondió Rita—. Volvió a casa y cenó conmigo. No comió mucho. Terminamos como a las 20.30 y dijo que tenía que trabajar hasta tarde en su estudio y que no debía esperarle despierta. Fue la última vez, hasta que lo vi muerto en el agua. Estaba preparando un discurso, una declaración para el mundo, debido a la posibilidad… debido a la posibilidad de que se produjesen combates reales.
Nadie le escribía los discursos, recordó Dagny. Ése era uno de los aspectos que le gustaban de él.
—¿Alguien lo vio más tarde?
—Aguilar dice que le vio salir de la habitación al final del turno de tarde y caminar durante un rato por el pasillo, para volver a entrar —contestó Haugen—. No era un hecho extraordinario. Siempre necesitaba actividad física cuando se sentía bajo presión. —Miró a Erann—. Aguilar también comenta que le vio a usted pasar por allí un poco antes. Tiene la impresión de que entró en su oficina. No le ha dicho nada de eso a la policía.
—No —admitió el muchacho con calma—. No era relevante y se trataba de algo privado. Se le vio, como usted dice, más tarde. Me retiré a mi habitación, y creo que el asistente se fue a dormir poco después.
Haugen asintió. Debía de sentirse satisfecho con la explicación, porque no había informado a los agentes.
—Aguilar fue a su apartamento —le dijo a Dagny— y estuvo con su mujer hasta el turno de amanecer. Afirma que se retiraron sobre las 23.00 horas.
Rita se agitó.
—Son antiguos y fieles sirvientes —dijo—. Vinieron a la Luna con nosotros. No dude de ellos.
—No creo que nadie dude de ellos —le aseguró Haugen—. Aguilar le dijo al reloj que le despertase temprano, en caso de que el gobernador trabajase hasta el turno de amanecer y precisase de sus servicios.
Encontró el ordenador de su estudio en funcionamiento, con texto en la pantalla. No era lo habitual en Wahl. Dejaba las cosas ordenadas antes de irse a la cama. Por tanto era probable que todavía estuviese despierto. Aguilar lo buscó… y le encontró.
—En su caso, sería natural darse un baño durante el turno de noche, para eliminar parte de la tensión por medio del ejercicio —comentó Dagny—. Evidentemente lo hizo en algún momento alrededor de las 24.00, quizá una hora o dos después. Pero ¿no sería lo normal que se hubiese ido a la cama al estar ya medio relajado? Después de todo, iba a ser un terrible ciclodía. Pero, evidentemente, tenía la intención de salir de la piscina y volver a trabajar. Así que estaba anormalmente nervioso, incluso teniendo en cuenta el lío político en el que nos encontramos. —Volvió a mirar a Erann—. ¿De qué hablasteis vosotros dos?
—Ayomera —respondió suavemente su bisnieto. Ella conocía la expresión selenita. No se podía traducir adecuadamente a ninguna lengua terrestre: era el equivalente amable a no responder.
—Tú y yo hablaremos dentro de un rato —le dijo—. Quédate por aquí. Usted también, gobernador, please. Rita, vamos a ocuparnos de ti. La mujer la acompañó como si fuese un robot. Dagny la llevó a su habitación, la arropó con la manta, le besó la mejilla y esperó hasta que la medicina la hiciese dormir.
Al salir, miró a derecha e izquierda. No había nadie por los alrededores. Por el momento la maquinaria del gobierno estaba parada, y el personal de la casa se acurrucaba en sus habitaciones o realizaba sus tareas diarias bajo un silencio aterrado. Un guardia en la puerta y un monitor en el teléfono sellaban aquella casa contra el mundo exterior. Haugen tenía razón, eso no podía durar, ni tampoco debía durar. Era mejor hacer rápido lo que exigiese la discreción.
¿Qué tal examinar la escena por si acaso? No es que fuese probable que encontrase algo que se les hubiese pasado por alto a los detectives y sus equipos; pero se trataba de hacer algo mientras sus ideas se recomponían en medio de la pesadilla. Recorrió el pasillo a saltos.
Jaime le había mostrado la piscina en una ocasión, y entre risas la invitó a darse una zambullida.
—No tengo que preocuparme por posibles monos entre mis antepasados —le respondió ella—, pero estoy bastante segura de que no tengo ninguna morsa en el árbol genealógico.
La cámara era, como recordaba, austera, y se encontraba en silencio. El agua permanecía serena e incolora en su total pureza.
No, un momento. ¿Dónde estaba la ligera niebla? Allí el aire era cálido, el agua a temperatura ártica… ¿Era así? Se agachó —sintió como si los huesos se le rompiesen— y metió la mano.
Tibia. ¿Qué demonios?
Localizó el termostato y fue a mirar. El ajuste indicaba 35 grados, muy cerca de la temperatura de la sangre. ¿Por qué iba Jaime a hacer tal cosa? ¿Quizá para poder saltar y nadar durante una hora, dejando que las preocupaciones se desvaneciesen? Ése nunca había sido su estilo.
El viejo escalofrío le recorrió la columna y llegó hasta el extremo de sus nervios.
Se sintió mareada. No, please, por favor, que no fuese cierto, no quería pensar eso.
Sólo había una forma de demostrar el error de esa idea. Buscó de nuevo el equilibrio interior.
¡Pero mejor ser rápida! Dejó la cámara y recorrió la mansión, evitando la sala de estar, hasta encontrar a Aguilar. El hombre estaba sentado tristemente ante las facturas. La reconoció, se puso en pie de un salto, se inclinó y esperó, con las manos temblando, a que ella hablase.
—Buenos días —le saludó en español—. Perdóneme la intrusión. Ha sido toda una conmoción y una tragedia, y ya le han hecho muchas preguntas, ¿no? Lamento tener que hacerle algunas más.
—Estoy a su servicio, señora. —Dagny sabía que lo decía en serio—. Encontró al señor en la piscina, lo sacó, pidió ayuda y mientras tanto intentó resucitarle. Muy buena actuación. Lo que debo saber es lo siguiente. ¿Estaba el agua fría como era habitual?
—Yo… no me di cuenta —contestó, asombrado. Después de un momento, durante el que el rostro arrugado se retorció, dijo—: Ahora que lo pienso… sí, quizá no lo estuviese, al menos no helada. Fría, pero no helada. No estoy seguro, señora. No prestaba atención. Y normalmente no tengo nada que hacer en la piscina. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que toqué el agua.
—Entonces, ¿supongo que si hubiese estado tan fría como a él le gustaba usted se hubiese dado cuenta? Después de todo, se empapó por completo.
Un movimiento tembloroso.
—Sí, tiene usted razón, señora, me hubiese dado cuenta. Estaba fría, pero no… no extremadamente fría.
Y en ese momento estaba tibia.
—¿Piensa usted que el señor, en esta ocasión, hubiese querido nadar a una temperatura más agradable?
—Quizá. No sabría decirle. No lo había hecho antes. Recuerdo muy bien cómo hizo que le instalasen la piscina para él solo… —Aguilar le agarró el brazo—. Señora —dijo jadeando—, ¿podría haberle matado el recibir una sorpresa así?
Su mano le hacía daño en el débil brazo, pero Dagny no tuvo corazón para comentárselo.
—Seguro que no. Si alguien, digamos que para gastarle una broma, se metiese allí y ajustase el termostato a una temperatura más alta, puedo imaginármelo lanzando un juramento y saliendo para despertar a todo el mundo y encontrar al culpable. ¿No?
—Sí. —Aguilar la soltó—. Sí, creo que eso es lo que hubiese hecho. No sufría demasiado bien los insultos.
—Un macho. Estoy de acuerdo. Bien, gracias, y por favor, no relate esta conversación a nadie más. Todavía tenemos que descubrir la verdad.
Descubrir el horror. Temía y temía.
Seguir a toda velocidad, y mantener los radares en alerta. La pena era para luego. Regresó a la sala de estar. Haugen y Erann permanecían sentados en medio de un silencio tan denso que podría cortarse con un láser. La cabeza del terrestre se movió inmediatamente en su dirección. El selenita se puso en pie, le dedicó el saludo de honor de su pueblo y volvió a sentarse en cuanto ella lo hizo.
—Vale, Rita ya no sufre y podemos hablar con libertad —dijo—. Gobernador, va a contarme lo que descubrieron los médicos. Haugen frunció el ceño.
—Con respeto, señora Beynac, ¿no es asunto de la policía? No hay pruebas de nada malo. El agua no estaba envenenada, no murió por un electrodoméstico arrojado a la piscina, nada así.
—Me pregunto cuán peligrosa es la electricidad en agua químicamente pura. Por sí misma ya es un mal conductor. —Dagny mantenía a Erann en la visión periférica, sin mirarle directamente. Ella sabía la forma de hacerlo. Él era como una estatua que respirase—. Señor —le dijo a Haugen—, soy vieja y estoy cansada. Comentó que había elementos extraños en este caso. Please, no me obligue a llamar a los agentes médicos y seguir los procedimientos.
—Como desee. —Haugen suspiró. Reunió las palabras—. Primero y ante todo, el chequeo médico habitual mostraba que tenía una excelente salud. ¿Qué salió mal? ¿Cómo pudo ahogarse? Comprenda que esos resultados son preliminares, muchos detalles esperan los análisis de laboratorio, pero no parece que sufriese un ataque al corazón, una embolia, un espasmo arterial o cualquier otra posibilidad evidente que le hiciese perder la conciencia y ahogarse.
—¿Se ahogó? —Observa, observa y no reveles que estás observando.
—¿Qué otra cosa podría ser? —preguntó Haugen sorprendido—. Los datos, el aspecto del cuerpo… Ah, los esfuerzos de Aguilar y del equipo de emergencia hacen imposible saber con precisión cuánta agua tenía en los pulmones, pero la sangre muestra falta de oxígeno. —Le dedicó una sonrisa agresiva—. ¿No supondrá, verdad, que alguien lo asfixió y luego arrojó el cuerpo a la piscina?
Dagny fingió tomarle en serio.
—No, no. ¿Quién hubiese podido entrar aquí sin ser detectado, y menos aún asaltarle sin que el alboroto hubiese despertado hasta a un burócrata dormido? Wahl era un hombre fuerte, muy capaz de defenderse por sí solo. En todo caso, habría señales de golpes. —Con gravedad—: Pero dio a entender que había, mm, anomalías. ¿Cuáles? —Son muy vagas. El jefe del equipo médico me hizo un comentario sobre decoloración general. Podría deberse a haber estado en el agua fría durante horas.
El rostro de Erann no se movió en ningún momento.
—¿Tiene ese doctor alguna teoría? —siguió diciendo Dagny. Se le aceleró el pulso.
—Doctora. —Haugen la corrigió como si el detalle importase. Bien, el pobre bastardo tenía que reafirmar su ego; y su estabilidad era una preocupación pública, cuando toda Selene precisaba de una persona competente al mando—. En este momento, ¿quién lo sabe? Probablemente podremos descartar el suicidio. Pero ¿algún tipo de fallo cerebral, disparos erráticos de las células nerviosas, inconsciencia súbita? —El tono de Haugen se volvió chillón—. Quizá no sabemos todo lo que las condiciones espaciales, las condiciones lunares, pueden hacerle a un ser humano.
Aunque muy discretamente, Erann sonrió. Él era selenita. ¡Y también era humano!
Dagny se volvió directamente hacia él. —¿Tienes alguna idea?— le preguntó. La cabeza rubia negó.
—No. No puedo más que limitarme a compartir la tristeza. Haugen perdió el control.
—¿La compartes? —dijo crispado—. Perteneces a la casa de tu abuelo Brandir. Sabes lo mucho que se alegrará al saberlo. —La Autoridad confundida y consternada, pensó Dagny; el nuevo jefe no está bien informado y carece de decisión; el resultado, parálisis, mientras los barones reforzaban sus posiciones; muy probablemente, después la Autoridad se retiraría, y a la Federación le quedarían pocas posibilidades excepto aceptar la tremenda reivindicación de los selenarcas—. Exactamente, ¿qué haces aquí ahora? ¿Qué hiciste?
Erann levantó una mano.
—Si mi señor no estuviese tan nervioso, le exigiría satisfacciones por esos insultos gratuitos —dijo, con toda la rigidez que permitía el acento selenita—. Me abstengo, y señalo que hace años que soy amigo de la familia Wahl.
—Es cierto —le recordó Dagny a Haugen—. Cuando Leandro y Pilar vivían aquí, recibían a menudo a sus compañeros, y a selenitas entre ellos. —A Erann : Hasta hoy, precisamente ésa fue la última vez que te vi. Resulta que vine por asuntos de negocios mientras uno de esos grupos salía de aquí. ¿Cuánto hace de eso? ¿Tres años? ¿Qué has hecho desde entonces?
—Seguí con mis estudios y, como ha dicho el honorable Haugen, tengo el orgullo de atender al lord Brandir en Zamok Vysoki. —Dagny comprendió que eso debía haber quedado claro durante el interrogatorio policial. El vicegobernador no había estado en la Luna en esos primeros ciclodías.
—¿Cuándo fue la última vez que estuviste aquí? Antes de ayer. —Más o menos cuando vos decís. Mi dama, esto es cansado y no tiene sentido.
Dagny ignoró la queja.
—Sí, eso supongo. Después de que los chicos, tus amigos, se trasladasen, no tenías razones para venir de visita. —¿Amigos? Recordaba que el joven Leandro despreciaba a la mayoría de los selenitas, desprecio que no siempre podía ocultar. La chica, Pilar, tenía otros sentimientos, pero Pilar fue enviada a la Tierra… —¿Cuál era la razón de este viaje? —He explicado que se trataba de un asunto privado. El señor Wahl así lo deseaba, y mantengo su petición—. Erann se puso en pie para elevarse por encima de Dagny. —Mi dama, vuestra grandeza os da derecho a muchas cosas, y no digo nada más porque ya he dicho demasiado, he cumplido mis obligaciones en esta luctuosa ocasión y ahora me iré.
—Todavía no —dijo Dagny—. Tenemos que hablar, tú y yo. Señor Haugen, ¿podría excusarnos? Mientras tanto, le estaría agradecida si pudiese ponerme en contacto con el selenarca Brandir. Emplee mi nombre y explíquele que es crucial. Encriptación cuántica, por supuesto.
El terrestre se quedó boquiabierto.
—Madame, yo… ¿qué es esto?
Dagny soportó su mirada.
—Me preguntó si podía ayudar. Creo que puedo. Por favor, permítame hacerlo a mi modo.
—Debo señalarle que no tiene ninguna posición oficial.
—Tengo un currículo endiabladamente largo, señor. Haugen bajó la mirada.
—Bien, veré qué puedo hacer —murmuró.
—Thank you. —Dagny se puso en pie—. Ven conmigo, Erann. El joven se puso tenso.
—No. Parto.
Dagny mantuvo un tono ligero.
—Hay un guardia en la puerta. No deja pasar a nadie sin el beneplácito del señor Haugen. ¿Por qué vas a negarle a una vieja dama unos minutos de charla? Ven conmigo, cariño.
Ella salió. Después de unos segundos, Erann la siguió. La mirada del terrestre los acompañó hasta que desaparecieron.
Dagny guió la procesión silenciosa hasta la oficina personal de Wahl. Estaría asegurada contra espías. Cuando estuvieron dentro y después de cerrar la puerta, miró a su alrededor. El silencio estaba lleno de él, de sus imágenes, recuerdos, arcos y trofeos, el icono plateado de Cristo crucificado. Sus palabras todavía se encontraban en la pantalla del ordenador:
—… no puedo ni consentiré tal cosa. Es algo más que un motín, que una rebelión, es traición contra la humanidad. Que nos veamos abocados a la violencia unos contra los otros, cuando en el exterior de nuestros frágiles refugios se encuentra el espacio inhumano…
—Siéntate, please —dijo Dagny.
—Ya he pasado demasiado tiempo sentado —contestó Erann—. Me duele el cuello cuando lo levanto. Siéntate.
Obedeció, situándose en la silla de Wahl y girándola para mirarla con el ceño fruncido. Ella permaneció de pie frente a él, con los brazos cruzados. Oh, Dios, tenía la sangre de ’Mond y la suya propia, ¡y se parecía tanto a Brandir a la misma edad! De alguna forma, consiguió que su voz fuese fría.
—Vale. ¿Qué era ese asunto entre Wahl y tú?
Bajo la piel de alabastro, una vena del cuello palpitó.
Juré secreto. Pero ya os he dicho que no tenía importancia para nadie más.
—Si me lo dices, probablemente no tendremos que ir más allá. Soy buena manteniendo la boca cerrada. Pero si no cooperas ahora, todo el maldito Sistema Solar acabará con toda probabilidad descubriéndolo.
Hay forma de reunir pistas y deducir a partir de ellas. Mientras tanto, estarás metido en un pozo de mierda, ¿y qué valdrá entonces tu dignidad?, y tu señor y su causa metidos en uno aún mayor. Habla, hijo.
Los labios se mantenían cerrados. Dagny suspiró.
—Después de todo, puedo suponerlo muy bien. No puedes ser un emisario especial, por lo que debía de afectar personalmente a Wahl, y lo suficiente como para que sacase tiempo en medio de esta situación de vida o muerte.
»La joven Pilar. Te tenía cariño. Se le notaba a un año luz de distancia la última vez que os vi en la misma habitación. Dudo de que tú compartieses los mismos sentimientos. No sólo por la raza; unos pocos años de diferencia de edad son muy importantes cuando se es joven. Pero te haría gracia, y tendrías la sensación de ganar algo, tirando de ella. Tampoco supongo que sucediese nada desafortunado, pero eso bien puede ser porque su padre la apartó a tiempo.
Rara vez se veía enrojecer a un selenita.
—Ésa… es… una… conclusión extremadamente atrevida…, mi dama.
—Oh, tengo algo más que impresiones. Recuerda que conocía a los padres razonablemente bien. Cuando me contaron que la mandaban al colegio en la Tierra, naturalmente les pregunté la razón. Jaime fue muy evasivo, lo que no era habitual en él. Más tarde, Rita se me confió un poco. El resto era evidente. No le presté demasiada atención, limitándome a lamentarlo por ellos y por la chica, y confiando en que olvidase y fuese feliz. Pero ahora…
»Evidentemente, Pilar te escribiría, una y otra vez, y te llamaría para hablar cuando se le presentase la oportunidad. Te fue fácil mantenerla enganchada sin tener que comprometerte a nada. Fácil, divertido como ya he dicho, y cruel. —Dagny agitó la cabeza—. Desearía poder tener mejor concepto de ti.
Erann agarró los brazos de la silla.
—¿Os atrevéis a creer tal cosa de mí?
—¿Lo niegas? Déjame recordarte que si la policía encuentra alguna razón para realizar el esfuerzo, pueden descubrir esas cosas. Bases de datos de registros que indiquen desde dónde, a dónde y cuándo se realizaron las llamadas interplanetarias. Pero en mi caso, empezaría con la chica. Su padre ha muerto, Erann. Es una buena niña. No es que vaya a sospechar de ti, no de inmediato, pero estará muy dispuesta a contestar preguntas.
Él volvió a hundirse en el asiento.
—Por mí no hubiese seguido —murmuró—, pero se me dijo que algún día la amistad podría resultar valiosa.
—Quieres decir explotable —dijo Dagny con gravedad—. ¿Idea de tu abuelo? No es que piense que tuviese nada definitivo en mente. Era simplemente una posibilidad a mantener en reserva. Hasta que de pronto… —Señaló al corazón de Erann. Le fustigó con la voz—. ¿Quién tuvo la idea de asesinar a Jaime Wahl? ¿Él, tú o los dos?
Erann empezó a ponerse en pie. Quizá comprendió que destrozar a la mujer le destruiría a él y a los suyos, porque volvió a sentarse. —No habláis en sueños— susurró—. Sabéis lo que decís. Pero ¿por qué lo hacéis, mi dama? ¿Por qué?
Dagny volvió a suspirar. Sentía la pena dura en su garganta.
—Estoy segura de que consideras que tu acto ha sido patriótico… si posees algún concepto de lo que la Tierra llama patriotismo. ¿Es así? Supongo que no importa. Eres joven, idealista a tu modo, nacido y criado en un mundo duro en el que a veces, por desgracia, la vida vale poco.
»Es fácil reconstruir el plan. Le enviaste a Wahl un mensaje confidencial pidiéndole audiencia en su casa, no iría a otro sitio durante la crisis a menos que el deber le obligase, para hablarle sobre su hija. Admitiste haber mantenido contacto con ella. ¿Hiciste que ella también le enviase un mensaje? Prefiero pensar que no fue así. En todo caso, no hubiese sido necesario. Él es su padre, la ama, te recibió, con la esperanza de quitarte de la cabeza la idea de matrimonio o cualquier otra cosa con que le amenazaste. Sabías que tenía la costumbre de nadar a solas; toda Selene lo sabe. Sabías que las palabras adecuadas, calculadas para enfurecerle y frustrarle, le harían ir directamente a la piscina, para deshacerse de la furia lo suficiente para continuar con su trabajo. —¿Y eso qué importa?— exigió saber Erann.
—Sólo esto. Entraste furtivamente en la estancia y ajustaste el termostato del agua a una temperatura muy baja, bien por debajo de cero. Después, claro está, volviste y lo ajustaste a una temperatura más alta, porque era preciso derretir el hielo lo antes posible. Una vez que se hubo derretido, si hubieses tenido la oportunidad, lo hubieses ajustado a la temperatura habitual, pero no fue así, y dudo que pensases que tuviera importancia. Una piscina tibia parecería algo extraño, pero aun así la muerte seguiría pareciendo… accidental, o natural, aunque médicamente curiosa. En la confusión general, y con los selenarcas desatando el infierno que hayan planeado, nadie prestaría demasiada atención a los detalles extraños. Para cuando alguien comprendiese la verdad, si eso llegaba a suceder, ya estarías muy lejos. Y nosotros tendríamos entre manos un problema mucho mayor.
Erann no mostraba ninguna expresión. Dagny sonrió con un lado de la boca.
—¿Quieres que te lo explique con detalle? Vale. Superenfriamiento. Sino se la mueve, el agua pura puede enfriarse bien por debajo del punto de congelación y permanecer en estado líquido. Entonces, si metes cualquier cosa dentro, se solidifica en un instante. Wahl saltó y de pronto se encontró atrapado en hielo. No podía moverse, no podía respirar. La conciencia hubiese durado un minuto o dos. Es una mala muerte. Merecía algo mejor.
Erann se puso en pie y se alzó por encima de su cabeza.
—Selene merecía algo mejor que él —dijo con el orgullo de un tigre. Dagny no permitió que su altura la dominase. En cualquier caso, no quería mirarle a la cara.
—Supón que el plan hubiese fallado —siguió diciendo—. Era fácil que la cristalización se produjese prematuramente.
—En ese caso, si se me hubiese acusado, habría dicho que era una chanza, con la simple intención de vengar la humillación. Si dudasen de mí, no podrían juzgarme antes de que terminase la lucha por la libertad. Zamok Vysoki no estaría en peor posición que antes.
—Ya nadie creería semejante excusa.
Erann agitó la cabeza. La luz se desplazó por los mechones plateados.
—No, está claro que no, cuando él está muerto y vos habéis descubierto el modo. La investigación probablemente podría encontrar mi rastro en la habitación. Negarlo sólo podría degradarme, y no lo haré.
Se elevó sobre el suelo y permaneció en la pared, como para permitir que ella lo viese con mayor facilidad.
—Además —dijo—, ahora sois vos la que estáis en total control. No os retrasaré ni os obstruiré. Es posible que encontréis una salida para todos nosotros.
La imagen del muchacho se nubló. Dagny se frotó los ojos. No iba a llorar. Maldición, todavía tenía trabajo que hacer. Pero él tenía honor, lo que desde su perspectiva era honor, y habiendo hecho lo que podía hacer, estaba dispuesto a sufrir las consecuencias.
Sintió emoción. Había dicho que si el plan fallaba su causa no estaría peor. No podía perder tiempo en seguir interrogándole, ni para preguntarse si se le había escapado o lo había dicho a propósito, como una señal y una petición de ayuda. Pero encajaba con el resto de lo que había descubierto.
—Quédate aquí hasta que tengas noticias mías —le ordenó—. Busca en tu interior y piensa. Comprende que eres el primer Beynac que comete asesinato. Luego haz las paces con tu espíritu, si puedes.
Lo dejó allí y recorrió con rapidez los pasillos. Le dolía la rodilla izquierda y el hombro derecho, se le aceleró el pulso y buscó aire. Mais vas-tu ma vieille. «Cuando el viaje haya terminado —pensó—, habrá tiempo suficiente para dormir».
Haugen la esperaba.
—Tengo al selenarca Brandir a la espera —anunció como si fuese un logro.
Dagny controló la respiración.
—Supuse que no se alejaría demasiado de un teléfono seguro —dijo con voz seca—. Vale, tengo que hablar con él en privado. Y quiero decir en privado. La sala de comunicaciones, ¿no? Mientras tanto, mire a ver si puede conseguirme a Anson Guthrie de Fireball en una línea similar y pídale que también espere por mí.
No se detuvo para comprobar cómo se tomaba el gobernador general de Selene que una vieja le diese órdenes, se limitó a seguir su camino.
Sin personal, la sala de comunicaciones parecía doblemente grande y vacía. Las pantallas estaban dispuestas en filas. El aire salía silbando de las rejillas, un papel caído se movía en el suelo como si fuese una hoja muerta. Uno de los holocilindros estaba encendido. Dagny se sentó frente a él y pulsó la tecla de Atención.
Aparecieron la cabeza y los hombros de Brandir. Detrás de él, la imagen mostraba un fragmento de un mural de pared. Era una forma de arte medio naturalista, para ella completamente enigmática. El rostro de su hijo era delgado, anguloso, vaciado y tallado por el tiempo. No sentía que fuese del todo real que en su momento aquellos labios hubiesen bebido de sus pechos mientras ella canturreaba una canción sin sentido meciendo la pequeña forma.
Pero…
—Dama madre. —Fue el saludo formal—. ¿En qué puedo servir tus deseos?
Dagny puso voz helada.
—Lo sabes muy bien.
—No. Con deferencia, dama madre, te ruego que no me supliques. Recuerda que he rechazado llamadas de ese Consejo tuyo. Las decisiones ya no dependen de las palabras.
—Pero aceptaste esta llamada porque venía de la mansión del gobernador, y me estás escuchando porque es evidente que estoy aquí y es mejor para ti descubrir por qué. Vale, escucha.
Con unas pocas frases cortas, Dagny le describió las últimas horas. El rostro de Brandir permaneció impasible. Dagny recordó un águila que había visto una vez en el zoo cuando era niña. Así eran los ojos que la miraban.
—No voy a juzgar a nadie —terminó—. Asesinaste a un hombre honrado con el que, en ocasiones, cooperaba y con el que, en ocasiones, me peleaba pero al que respetaba; y lo hiciste aprovechándote de un muchacho que nunca podrá limpiar la corrupción de su alma; pero no tenemos tiempo para trivialidades como ésas, ¿no? Lo que no podemos discutir es tu desesperación.
Brandir sonrió.
—Al contrario, dama madre, Selene está a punto de obtener lo que pertenece a Selene por derecho.
—No me tires cubos de mierda. —Vió que a él no le impresionaba en absoluto oír eso de sus labios—. Si tú y tu pandilla confiaseis realmente, no hubieseis querido cambiar ningún factor de la ecuación. Eres un hijo de puta inteligente, si yo puedo decirlo, y tienes mucha experiencia en la dolorosa historia que has ayudado a crear. Sabes con qué facilidad los asuntos humanos degeneran en el caos. Este asesinato fue la operación más desesperada y precaria que he visto en mi vida. Tiene que haberse realizado con la excusa de «¿qué tenemos que perder?».
»Wahl reaccionó con mayor rapidez y firmeza de lo que habías previsto. Estaba a punto de atacarte con todo lo que tenía, si no claudicabas, y sabías que tenías muy pocas posibilidades. Así que lo mejor era intentar matarle de una forma que no pareciese asesinato. Haugen no es impresionante, se limitaría a vacilar o a contemporizar mientras los preparativos militares de Wahl se desmoronaban y tu facción tenía tiempo para reforzarse como pretendías. Luego, si se produjese la batalla, estarías bien armado y tendrías esperanzas de que la Federación se retiraría.
—Me apena que tú, entre toda la gente, te desmarques de la causa de la liberación —dijo Brandir con calma.
—Hijo mío, hijo mío, no me insultes con eslóganes. —No me apuñales en el corazón—. Sabes que he trabajado por lo que creo que la Luna merece. Hoy eso no es asunto mío. Con franqueza, en este caso creo que «liberación» es un eslogan para el agrandamiento de una camarilla de selenarcas. Pero eso no importa, no importa si la Selenarquía es realmente lo que Selene necesita. Lo que deseo es evitar que muera gente.
—Nunca fue nuestra intención.
—Quizá no, pero te estás acercando demasiado, y ya has enviado a un hombre a las cenizas. —Dagny suspiró—. Brandir, me estoy cansando. No me queda ni más tiempo ni paciencia para malgastar. Escucha mi propuesta.
»Tú y tus camaradas realizaréis una oferta real de negociación de cara a un acuerdo pacífico. Supongo que deberá incluir el desmantelamiento de las catapultas, a menos que los equipos del gobierno las operen para vosotros, y quizá entregar diversas armas pesadas; pero seguro que podréis conseguir concesiones a cambio. Quid pro quo, mañana será otro día y demás. Lo importante es alcanzar la paz. Si lo hacéis, podemos dejar que la muerte de Jaime Wahl pase por natural, enviaremos al joven Erann a casa y, no tan de paso, te dejaremos en libertad para maquinar tu próxima conspiración.
—¿Y en caso contrario, dama?
—En realidad, no hay caso contrario, si no tiene sentimientos suicidas. Después de que tú y yo acabemos aquí, voy a hablar con Anson Guthrie. Sí, Fireball no se mete en política, pero también es cierto que tampoco aprueba el asesinato, y Fireball puede perder tanto como cualquiera si estalla una guerra civil. Nosotros dos deberíamos ser suficientes para reforzar a Haugen. Con sólo uno o dos días de retraso, repetirá el ultimátum de Wahl. Si sigues negándote, haremos pública la causa de la muerte de Wahl. Imagínate la reacción en la Tierra. Imagínatela bien.
Se sintió mareada, unos velos negros le tapaban la visión. Llevaba demasiado tiempo hablando y con demasiada rapidez. Se dejó caer en la silla y tomó aliento.
Después de un minuto, Brandir rió en voz baja.
—Es mi mayor orgullo que mi dama madre seas tú —dijo—. Ven, llegaremos a un acuerdo.
No, ella no iba a condenarle. Era lo que era, por siempre su hijo, sus hijos y los hijos de sus hijos también suyos por siempre; que el futuro a mil años de distancia los juzgase a todos.
Evidentemente, no podían resolver la cuestión allí mismo. Se limitaron a discutir, de forma preliminar lo que él diría a sus confederados y cómo ella podría ayudar a controlar el gobierno. Pero al final, en una pequeña visión de su yo interior, él le dijo:
—Conserva la vida, te lo ruego. En caso contrario, nos irá mal.
Guthrie hizo un comentario similar en la conferencia que tuvieron a continuación. Finalmente, Haugen se extendió con entusiasmo sobre el tema. Pero eso fue después de que se hubiese resuelto la crisis, la última crisis por el momento. Para entonces, en general, los ciudadanos lunares, por mucho o poco que supiesen sobre esos acontecimientos, daban por supuesto que Dagny Beynac era su fuente de sabiduría y liderazgo.