16
La madre de la Luna

La sala en Port Bowen era excesivamente grande para dos personas, pero Dagny Beynac apreció la cortesía de encontrarse allí en lugar de hacerlo en una oficina. Suavizaba un poco el hecho de que la hubiesen convocado. Como lo hacía también todo aquel espacio, lo grande que era la alfombra. A un lado había una mesa de conferencias, con una consola para datos y comunicaciones en la pared adyacente. De las varias sillas libres, en las dos que estaban siendo usadas una mesita lateral sostenía una taza y una tetera.

El gobernador general de la Autoridad Lunar también le había dado a la cámara un toque personal. Una enorme pantalla mostraba una escena grabada, casas sobre altas montañas verdes, con el Chiangjing fluyendo majestuosamente. En la pared opuesta colgaba un pergamino. La imagen en blanco y negro era la de un anciano vestido con una toga, sentado, probablemente un sabio. ¿La caligrafía representaba un poema?

El asistente que trajo el té se inclinó y se retiró. Era joven, muy bien preparado, y la ropa civil parecía un uniforme. Dagny sospechaba que pertenecía al servicio secreto. La puerta se cerró a su espalda. Durante un momento sólo escuchó el silencio.

—Por favor, siéntese —dijo Zhao Haifeng. Hablaba un inglés fluido, con un acento entrecortado y voz aguda. Era alto, demacrado, tenía el pelo blanco y vestía con austeridad—. ¿Le molesta el tabaco?

—No, adelante —contestó Dagny. Se resistía a manifestar la esperanza de que su vacunación anticáncer estuviese al día. Si Selene debía tener un procónsul, podría ser alguien peor que su antiguo profesor de sociodinámica. O eso suponía. Ese día podría cambiar de opinión. Se sentaron. Zhao sacó un cigarrillo, lo tocó con el encendedor, inhaló y expulsó el humo por la nariz. Dagny se preguntó si Zhao se encontraba tan tenso como ella. Le llegó un ligero olor acre. Los sensores de ventilación se percataron y lanzaron una ligera brisa.

—Ha sido muy amable viniendo en persona —dijo Zhao—. Sé lo ocupada que está.

—La petición de Su Excelencia… fue algo apremiante —contestó Dagny.

—Dejando a un lado la seguridad de las líneas de comunicación —le explicó el gobernador—, soy tan arcaico como para considerar a una imagen holográfica un pobre sustituto de la presencia física cuando hay que discutir cuestiones de gran importancia.

Además, pensó Dagny, que ella fuese a él era un símbolo, un acto de sumisión. ¿Esperaba que ella se aplacara, aunque fuese ligeramente? Cuando llamó a Anson Guthrie para comentarle la petición, el boss sonrió.

—El cordero pide al lobo que le visite —dijo.

Pero eso no fue más que una chanza. Tras la fachada confuciana no se encontraba una oveja.

—¿Podemos hacer tal cosa? —preguntó ella—. Comprenderá que ya no ocupo ninguna posición oficial.

Zhao levantó una mano.

—Por favor, madame Beynac. Estamos en privado. Sabe muy bien que, en algunos aspectos, tiene usted más poder en Selene que yo. Que hable.

—¿Cómo es eso? Fui la delegada de la Región Tycho en el Comité de Coordinación. Eso es todo.

—Se la eligió como presidenta de ese comité. —Zhao inclinó la cabeza—. Lo que de por sí ya era un honor. —Chupó el cigarrillo—. Dejemos a un lado la charada pública. El tiempo tiene tanto valor para usted como para mí. El Comité vive en los corazones de los colonos. Es lo que cuidó de ellos durante los años de anarquía. La mayoría de su antiguos miembros tienen estrechas relaciones con Fireball Enterprises, que se ha convertido en enfermizamente dominante en el espacio. —Dagny se encabritó, pero lo dejó pasar—. La Autoridad Lunar es nueva, no es bien recibida por todos, y se la percibe como irrelevante para sus verdaderas preocupaciones, o como una carga. Mi deber es mejorar esa situación.

—Su Excelencia es muy sincero —murmuró Dagny sorprendida a pesar de sí misma.

Zhao sonrió.

Entre nous, madame.

Desde que había oído su petición, había preparado sus ideas y sus palabras todo lo bien que pudo.

—Pero ¿puedo decir que exagera? El Comité nunca fue nada más que un sistema ad hoc, formado porque no sufríamos sino una emergencia tras otra y alguien tenía que tomar el mando. —Su mente terminó la frase: tomar el mando cuando la Gran Jihad estalló por toda la Tierra, una economía interrelacionada se desplomaba en un país tras otro, las revoluciones y el desorden fragmentaban sociedades enteras, la quebradiza Naciones Unidas se hizo astillas, y nadie en el planeta tenía tiempo para preocuparse por unas pocas decenas de miles de personas en la Luna—: Fireball ayudó, sí. Bien podría decir que nos salvó. Pero no asumió el gobierno. No podría haberlo hecho.

—En cualquier caso —dijo Zhao con voz seca—, decidió no hacerlo. Quizá porque el señor Guthrie previó que ustedes, los selenitas, acabarían dejando a un lado los fragmentos en conflicto de la autoridad nacional y establecerían su propio gobierno.

—Sir, sabe perfectamente que nunca pretendimos que el Comité fuese permanente. ¿No cooperamos completamente con usted y su gente cuando llegaron?

—No se resistieron.

—Nos alegramos de tener aquí una ley única, tanto como de tener una Federación Mundial y una Autoridad de Paz en la Tierra. —En principio, pensó Dagny. En la práctica, dependía del contenido de esa ley—. En todo caso, volviendo al tema, ustedes disolvieron el Comité. —No estoy seguro de que fuese sabio hacerlo tan pronto—. Zhao levantó la taza. —Sin embargo, ésa fue la decisión en Hiroshima. Dagny también bebió. Sentía el fluido caliente y dulce sobre la lengua.

—Puedo comprender sus razones. Ya es bastante problema establecer en qué va a consistir la autonomía nacional sin además añadir el germen de una nueva nación.

—Y así llegamos a la exigencia actual —dijo Zhao—. Los selenitas no están en posición de amenazar a nadie más… ni tampoco les acuso de querer hacerlo. Pero si sientan un ejemplo de desafío, un ejemplo con éxito, que los nacionalistas virulentos de la Tierra puedan convertir en un precedente, eso podría abrir la puerta a nuevos horrores. Considere, por ejemplo, cuánta gente moriría en condiciones miserable si cae el Protectorado de África. —Suspiró—. La Federación necesita tiempo para ganar fuerza, para afianzarse, antes de que pueda ponerse a prueba.

La tentación la atrajo.

—Mientras tanto —contestó Dagny—, Selene es un buen laboratorio cómodamente distante para probar esta o aquella teoría sobre el gobierno internacional.

Inmediatamente lamentó su respuesta. El alivio le trajo calor al oír su respuesta.

—Por favor, no exprese tanta amargura.

—Oh, no es así —se apresuró a replicar—. Algunos de nosotros se sienten amargados, cierto, pero yo creo…, y sí me alegra que quisiese que nos viésemos en persona…, que tiene usted buenas intenciones, sir. —Hablaba con sinceridad, dentro de unos límites. Las buenas intenciones de él no coincidían necesariamente con las de ella—. Gracias. Thank you. —Zhao dejó caer el cigarrillo por el cenicero de la mesa y tomó otro—. Entonces, por favor, ayúdeme.

—¿Cómo? Estos ciclodías no soy más que una ciudadana corriente.

Él midió sus frases.

—Su influencia es global. Los colonos la respetan, la escuchan, como no lo hacen con mis agentes o conmigo. Más aún, usted sabe lo que desean y, más importante, lo que necesitan. Después de tres años, sigo siendo un extraño. Aconséjeme. Apóyeme… —Inhaló dos veces— en la medida en que se lo permita su conciencia. Por mi parte, prometo que cuando esté en desacuerdo conmigo, yo la escucharé.

—¿Aconsejar? —preguntó Dagny asombrada—. Sir, lo que yo pudiese decirle ya lo ha oído mil veces.

Se le vino a la mente. Estaba allí por sus hijos. Si él le ofrecía una salida, ¡había que pasar por él!

—¿Qué quieren y necesitan los selenitas? —dijo—. Vaya, pues es muy simple. Para empezar, derogar muchas de las reglas y restricciones que quedan del antiguo régimen. Pensamos que nos habíamos librado de ellas, pero luego llegó la Autoridad Lunar y las declaró casi todas de nuevo.

—Tienen su justificación.

La audacia, en el límite de la insolencia, podría ser el mejor camino.

—¿Cómo cuáles?

—Impuestos a pagar a los respectivos gobiernos en la Tierra. Sí, ustedes los selenitas se quejan de no recibir servicios a cambio. Quizá se podrían hacer algunos ajustes. Sin embargo, sigue siendo un hecho que sin naciones viables en la Tierra no tendrían mercados y no vivirían mucho. Considérenlo un servicio.

—Ahora somos autosuficientes en aire, agua, comida y energía. Nos las arreglamos durante la Jihad. Miramos al espacio.

Zhao apuntaló su argumento.

—Más aún, tienen una obligación para con la humanidad en general, la civilización de la que han nacido y que sigue siendo su hogar espiritual.

—Eso yo no lo niego —dijo Dagny con cuidado.

—Ciertas personas lo hacen. Sobre todo, y perdóneme, pero no intento ofenderla, entre la generación más joven, los metamorfos. Dagny asintió.

—Se sentirían menos alienados si los requerimientos educativos que se les imponen se ajustasen mejor a… su naturaleza.

—Una vez más, pueden realizarse algunos ajustes —dijo Zhao.

Repentinamente, añadió:

—Es más, se han hecho. Mi oficina no ignora lo que sucede en las casas coloniales. Es más y más común que allí sea donde los niños aprenden sus lecciones más importantes, por medio de programas escritos en casa o de la boca de sus mayores y compañeros.

—Sí. Es correcto y natural.

Zhao frunció el ceño, chupó del cigarrillo e hizo un gesto punzante con él.

—Hasta cierto punto, madame. Esa alienación que admite no debe desarrollarse mucho más. Se está volviendo desagradable y, sí, peligrosa.

Dagny sabía que la conversación llegaría a ese punto. Pero mejor sería ganar tiempo, mantenerla en temas generales unos minutos más mientras reforzaba su ingenio y su voluntad.

—No sólo protestan los jóvenes —dijo—. Muchos de nosotros lo hicimos durante los años anteriores a la Jihad. Las quejas son reales, Su Excelencia.

Zhao siguió esa táctica. Dagny se preguntó si era porque se ajustaba a la suya propia.

—Asumo que se refiere principalmente a la regulación de la industria lunar.

—Bien, una de ellas. La industria se siente sofocada. Enaarcó las cejas.

—Sus colonos no son unánimes al afirmar que este ambiente, único científica y culturalmente, no merece protección.

—Claro que no. —Pensó en la furia de Edmond ante lo que podía pasar en diversos yacimientos geológicos. Pensó en lo que su hijo Temerir tenía que decir sobre la astronomía en la que se estaba iniciando; aquellas pocas palabras glaciales habían penetrado con mayor profundidad que la pirotecnia verbal de su padre—. Es igual, es hora de hacer algunas concesiones.

—No estamos discutiendo una ligera contaminación en un vacío casi perfecto, ni el daño que la minería produciría en lugares de interés, ni cualquier otra cosa inevitable. Lo que tratamos es si es preciso mantenerlo entre límites. —La mirada de Zhao la atravesó. Ella se obligó a sostenerla—. Más allá de eso, se encuentra el principio fundamental de que el Sistema Solar es herencia común de la humanidad.

Fue una respuesta gastada, pero no encontró nada mejor.

—Y por tanto, nadie fuera de la Tierra puede poseer ninguna parte del espacio.

—Al contrario, las concesiones son generosas. Quizá demasiado generosas. Fireball ha crecido monstruosamente de poco más que el transporte espacial. Muchos otros individuos y compañías lo han hecho.

—Sí. —Durante su renuente carrera política, Dagny a menudo había tenido que hablar con más sonoridad que sinceridad. La habilidad regresó—. Pero nadie entre los nuestros puede situarse sobre un trozo de tierra, ni siquiera una roca en órbita, y decir: «Esto es mío. Yo lo he hecho lo que es. Se lo cedo a mis hijos y a los hijos de mis hijos».

—Es extraño —murmuró él— que un deseo tan primitivo haya renacido en el espacio.

—¿Primitivo o humano? Todavía somos los viejos cromañones. —De pronto, la imagen de Edmond apareció frente a ella, esperándola en casa, cazador de lo desconocido, cuya gente había dejado sus huesos en las cuevas, valles y desfiladeros de su Dordoña desde que los acantilados de hielo cerraran el norte y los mamuts recorrieran la tundra. Fue como si él hablase por su garganta—. Nosotros seguimos teniendo el instinto de poseer nuestros territorios.

—¿Nosotros, madame? —respondió Zhao con voz suave, tranquilamente sentado—. ¿Es el deseo de la nueva generación, la generación creada para Selene, tan simple y directo? ¿Puede decirme lo que desean en su interior? ¿Podrían decírmelo ellos?

Volvió a hacerse el silencio durante un centenar de latidos. La vista de Dagny se perdió en la pantalla. En la imagen, un pájaro pasaba volando, una nube rodeaba un pico redondeado. Era hermosa. Deseaba que la imagen fuese de mar, arena y madera flotante.

—Very well —dijo, prestando nuevamente atención a Zhao—. Pongámonos serios. No me ha llamado porque sea una rana relativamente grande en este estanque seco de la Luna. No, soy la madre de Brandir y Kaino.

—Técnicamente, de Anson y Sigurd Beynac —contestó él con la misma moderación—. Y de Gabrielle Beynac, a quien quizá haya que temer más. He examinado los escritos de Verdea. —Sí, pensó Dagny, había hecho sus deberes—. No son abiertamente subversivos. Nada tan fácil de contrarrestar. Lo que alientan es un espíritu nuevo y extraño.

—¿Eso es malo?

¿Lo era? ¿No crecían todas las personas pequeñas y queridas para acabar convirtiéndose en extraños? Y sin embargo, era Lars Rydberg, cuando venía de visita, quien se quitaba la máscara de frialdad con la que se enfrentaba al mundo, para darle a ella y, sí, a ’Mond, algo de él mismo, el calor de sentir que te quieren. No sus hijos selenitas. —Bien, pero no es ésta la ocasión para reflexiones filosóficas— dijo Zhao—. El asunto que tenemos entre manos es que sus dos hijos mayores y sus compañeros están violando la ley. Mi esperanza es que pueda hacerles recuperar el sentido común antes de que suceda nada irrevocable. Usted y su marido, claro. No le invité hoy porque ha evitado la política, y porque, mmm, un hombre de su temperamento podría haber sido incómodo.

Podría haber estallado, entendió Dagny. «Invitar» era una bonita palabra.

—¿Qué han hecho exactamente? —exigió saber—. Madame, ya lo sabe. Todo el mundo lo sabe.

—Hemos tenido con ellos contactos esporádicos. No discutimos sobre lo que está bien y lo que está mal. —Ya no lo hacían—. Y hemos seguido las noticias. —No debía ponerse pasiva, debía conservar la iniciativa, hacer que Zhao le respondiese—. Pero, please, dígame cuáles son esas actividades. No podemos hablar con sentido antes de que sepamos de qué habla cada uno.

Él asintió.

—Como desee. Estoy deseoso de establecer la paz. —No se ha roto la paz, ¿verdad?

—Todavía no, al menos, abiertamente, no del todo. No puedo sino hacer cábalas sobre si lo que pretenden es forzar a la Autoridad a dar el primer paso. —Zhao se detuvo dramáticamente a beber más té—. Deje que le muestre una grabación. Hasta ahora no he permitido su divulgación, porque podría resultar provocativa.

—Buena decisión, Su Excelencia. Mire, yo tampoco quiero problemas. Nadie cuerdo los desea.

La mirada del hombre dio a entender que no incluía en ese grupo a los jóvenes, a los verdaderos selenitas.

—Según lo estipulado —dijo—, esta secuencia se debía transmitir al cuartel general de la Autoridad de Paz en la Tierra, como un documento tridimensional de lo sucedido. La preparó el jefe de Policía Le vine, bajo la dirección del agente a cargo de la misión. Anticipando las dificultades, realizó un registro continuo. Para que sea más claro, se ha editado y se le han añadido comentarios, pero sigue siendo objetivo e imparcial.

—¿Existe tal cosa cuando se trata de personas? Sonrió con ironía.

—Cierto. En Hiroshima no lo interpretarían de la misma forma en que lo harían los selenitas. Por esa razón lo he secuestrado. Todavía no he decidido si divulgarlo. Por favor, ayúdeme a resolver mi dilema.

Se puso en pie y se dirigió a la consola. Dagny se puso en pie y dio un salto de baja gravedad por la sala. Ésta se oscureció. La escena de China desapareció. Movieron las sillas para ponerse frente a la pantalla y volvieron a sentarse. Dagny respiró profundamente y relajó los músculos, como deshaciendo una serie de nudos.

Apareció la imagen de un hombre, uniformado, de pie en un estudio espartanamente funcional. El movimiento de los labios indicaba que no hablaba el inglés que ofrecía el programa de traducción.

—Mohandas V Sundaram, coronel, Autoridad de Paz de la Federación Mundial, informando sobre un incidente… —Siguió dando fecha, hora, posición exacta y luego, con la misma voz, información adicional.

—Durante la Gran Jihad y el período caótico posterior, el gobierno efectivo de Selene era un autocreado Comité de Coordinación. —Injusto, pensó Dagny. Los agentes coloniales habían estado de acuerdo en la necesidad, pero los delegados habían sido elegidos. Vale, varios gobiernos terrestres habían denunciado la acción, aunque no se encontraban en posición de hacer nada en contra—. Se limitó a cuestiones de seguridad pública y servicios esenciales. —¿Qué más podría o debía haber hecho?—. Muchos colonos y asociaciones de colonos se aprovecharon de la ocasión para iniciar operaciones antes ilegales, especialmente en la industrias extractivas y de manufactura. Es más, el Comité les cedió cierto número de instalaciones. —Alguien tenía que operar las plantas—. Las emplearon no sólo para producir bienes necesarios, sino para crear nuevas posibilidades para sí mismos. —El efecto multiplicador, tres veces más potente cuando empezabas con la tecnología robótica y molecular.

Una reflexión pasó por la mente de Dagny: la Renovación había sido simplemente una facción extremista en una Tierra que se había vuelto, en general, hacia las ideologías. Era probable que la gente considerase la productividad de la misma forma en que la Iglesia medieval consideraba el sexo, como algo inherentemente pecaminoso, destructivo, algo a realizar no más de lo requerido para la supervivencia de la especie. En todo caso, ése era el ideal, y los ideales también podían limitar el pensamiento de la mayoría, que realmente no vivía según sus preceptos. Por tanto, la gente en la Luna debía avenirse. Y la gente de Fireball, que no lo aceptaba, se sentía cada vez más unida, leales hacia ellos mismos más que hacia la sociedad hostil que les rodeaba… ¿Como los judíos medievales?

Había perdido la concentración. Volvió a recuperarla.

—… el Comité extendía de forma rutinaria derechos en franquicia para «administrar» grandes extensiones. Esas franquicias incluían derechos exclusivos de explotación, prohibían el paso y podían comprarse y venderse. En intención y propósito, eran los derechos de propiedad extraterrestres que las Naciones Unidas había prohibido. La Federación Mundial ha reafirmado la prohibición. La Autoridad Lunar debe hacerla cumplir.

Una vez más Dagny perdió la concentración. Sus hijos selenitas no se mantenían del todo alejados de ella. Anson/Brandir hablaba de grandes obras a realizar, y en el caso Sigurd/Kaino los astilleros estaban entre ellas, naves espaciales para él y los que eran como él.

—… caso más notorio, en la Cordillera. Buscando establecer la política declarada por el gobernador general, se realizaron intentos por llegar a un acuerdo. —Al menos Sundaram no mencionaba las idas y venidas, las múltiples llamadas y faxes, el andar con cuidado, las fanfarronadas, las indagaciones, las evasivas, los retrasos, las atronadoras nubes tormentosas que se concentraban en sus cavernas, pero no, ésa no era la metáfora correcta en aquella tierra que nunca había conocido el viento…—. Al final se ordenó una misión al área en disputa.

De pronto, apareció la escena, colinas desnudas y agujereadas que se levantaban hacia montañas moteadas y acuchilladas por las sombras. La cámara, en el interior de uno de los dos grandes camiones, giró hasta enfocar hacia el este. La Tierra se encontraba en un cuarto menguante justo sobre el horizonte. El sol resplandecía en el mediodía. La carretera, poco más que regolita alisada y no muy bien nivelada, subía durante kilómetros hasta el lugar donde habían parado. La cámara giró medio círculo y se detuvo, mirando al frente del vehículo. La carretera seguía hasta perderse entre el paisaje pedregoso. Pero allí, se alzaba un arco realizado con roca nativa, donde había una puerta de barras de metal, una puerta cerrada. Dagny recordaba bien ese portal. Ella y Edmond lo habían tenido que atravesar cuando fueron a ver los dominios de Brandir y lo que construían allí.

Hacía cuatro años de eso. Desde entonces, los noticiarios habían emitido de vez en cuando imágenes tomadas por satélite. Como otros en Selene, el complejo crecía mucho y con rapidez. Sus habitantes y obreros decían muy poco de lo que hacían en su interior. Los padres de Brandir habían aprendido a no preguntar.

En el exterior de la puerta había cuatro trajes espaciales. Colgados de los hombros, sobresaliendo sobre los equipos de soporte vital, había cosas con tubos. Tras las barras aguardaba el coche que les había traído, un evasor lunar, rápido y ágil.

La cámara hizo un zoom hacia las escafandras. Dagny no reconoció a tres de ellos. Uno era un hombre de su especie, calvo, fornido, fuerte. Dos eran jóvenes, hombre y mujer, evidentemente metamorfos… selenitas. El cuarto, el líder, era su Kaino. Su indisciplinado pelo rojo destacaba sobre el pardo paisaje pedregoso.

—Saludos —dijo la voz de Sundaram, convertida al inglés por una máquina. Se identificó—. Estoy al mando de este equipo de investigación, cuya llegada les ha sido notificada.

—Se les detectó desde lejos. —El inglés de Kaino normalmente no tenía tan marcada aquella entonación propia del lenguaje que su especie usaba entre ellos—. Saludo, y que su regreso a casa sea placentero.

Desde la cabina de control del vehículo se había apuntado otra cámara a Sundaram. La presentación se dividió en dos, él al lado izquierdo de la pantalla, los selenitas a la derecha. En general, en el centro de éste estaba Kaino, pero en ocasiones se trasladaba por entre sus compañeros, como para pillarles en algún acto indecoroso. Los dos selenitas permanecían inmóviles como panteras, el humano terrestre cambiaba de un pie a otro y fruncía el ceño. El mismo Kaino hacía gestos al hablar, como era su costumbre.

—Gracias —dijo con rigidez el coronel—. Asumo que nos llevarán al asentamiento. ¿Podemos empezar?

—No, sólo hemos venido a advertirles que no continúen. —¿Qué?

Dagny sospechaba que Sundaram manifestaba más sorpresa de la que sentía.

—Como sabrán por la visión desde lo alto, a partir de este punto, esta carretera se convierte en un túnel, dividiéndose en varios antes de que cualquiera de ellos salga a la superficie. Pronto perderían la ruta correcta.

—No si les seguimos. Kaino sonrió.

—Ah, pero no lo harán. Dije que habíamos venido a advertirles. Ahora nos iremos. —Se encogió de hombros al estilo de la Tierra—. Puede atravesar la puerta, sí. No sirve más que para marcar el límite. Pero no pueden igualar nuestra velocidad.

—Así que se niegan a guiarnos.

—Sí, ya sea a Zamok Vysoki o por él. —El castillo que se levantaba más allá ya era espectacular, pero Dagny sabía que debía de ser la punta del iceberg de una inmensidad subterránea, y lo habían apantallado contra cualquier instrumento.

—Soy agente de la Autoridad Lunar.

—Y éste es el dominio de lord Brandir y la dama Ivala, y yo soy su hermano que habla en su nombre.

—Dominio —dijo Sundaram en voz baja—. Esa palabra indica muchas cosas sobre su actitud.

—No tenemos intenciones hostiles, coronel. No, déjeme aconsejarle que no proceda sin guía. No conoce los caminos seguros para transitar. Los mapas de satélite y la navegación inercial no indican ninguno de los peligros: pozos de grava, grietas, rocas partidas que cualquier trastorno podría hacer caer provocando un desprendimiento de tierra. Por su seguridad, le ruego que dé la vuelta.

—Esos peligros son exageraciones del… folclore.

—Parece usted conocer mejor este mundo antiguo que nosotros, sus habitantes.

—Si nos sucediese algo, ¿nos ayudarían?

—Respetamos la ley que convierte el abandono en un crimen de primera clase, pero no podemos prometer saber de sus problemas o poder ayudar si los conociésemos.

Sundaram hizo una pausa.

—Violan la ley ya mismo —dijo—. Lo que llevan son armas, ¿no? Kaino movió una mano.

—Dispositivos deportivos —contestó despreocupadamente—. No se parecen a ningún otro dispositivo deportivo que haya visto nunca.

—No. —Kaino puso cara de seriedad—. Se supone que en el espacio no debe haber armas, cierto, salvo pequeñas para propósitos policiales. Durante los años problemáticos pensamos que sería conveniente desarrollar mejores modelos. Todavía no estamos seguros de haber dejado esos años atrás. Parece adecuado seguir teniendo práctica con las armas. Pero nunca dispararíamos sin más contra un objetivo vivo.

—Eso dicen. —El agente permaneció sentado durante un tiempo. El amplio frontal enmarcaba su cabeza en la oscuridad.

—Déjeme hablar con su hermano —dijo—. Él… lord Brandir podría ser… más realista. Kaino sonrió.

—Puede llamar, claro. Si no responde nadie, le daré el código de sus habitaciones privadas. No sé si se encuentra en el castillo y está dispuesto a conversar.

—Sabe muy bien que estamos aquí —dijo Sundaram con dureza—. ¿Cuántos monitores ocultos tiene distribuidos por esta zona?

La presentación saltó los siguientes minutos. La conexión se había realizado por medio de un cable de transmisión bajo tierra. Apareció una cara en la pantalla de comunicación frente a Sundaram. En la pantalla que veía Dagny, reemplazó a la imagen de su hijo.

Ivala, que había sido bautizada como Stephana Tarnowski, era una belleza selenita, de cara tan blanca como Brandir pero con un pelo ámbar que le caía hasta los hombros, grandes ojos oblicuos de color avellana, rasgos delicados y finamente trazados. La iridiscencia jugaba sobre la ropa que cubría su esbeltez. A su espalda, una gigantesca orquídea florecía frente a una cortina carmesí. Dagny contuvo el aliento. Era la madre de su nieto y del de Edmond.

—Saludo. —La voz casi cantaba—. Lord Brandir está ausente… —¿Lo estaba?— pero él y yo somos uno.

Dagny admiró cómo Sundaram recuperaba con rapidez el control. —¿Es usted la dama Ivala? El placer es mío, madame—. Se identificó—. Estoy seguro de que comprende la naturaleza de nuestra misión. La mujer asintió.

—Inspeccionar todas las instalaciones y operaciones en Zamok Vysoki.

—Sí, exactamente. Hay personas en la puerta que obstruyen el paso. Por favor, indíqueles que nos ayuden.

Los labios de Ivala se curvaron hacia arriba.

—En nuestra conversación inicial, no juramos explícitamente colaborar.

Sundaram se puso tenso.

—Ahora la requerimos, por orden de la Autoridad Lunar.

—¿Trae una orden de registro?— La risa se elevó. —¿La Autoridad ha reconocido estas tierras como nuestras por derecho? Estoy encantada.

—No juegue con nosotros, madame. El timbre se hizo más frío.

—¿Entonces no debería, más que usar la palabra «inspeccionar», decir «invadir, interferir, amenazar»? Afirmamos nuestro derecho a negarnos a colaborar.

—Los tribunales no reconocerán esa reivindicación.

—¿Es usted abogado? —Le pinchó ella.

—Soy agente de la ley, al que se le ha encomendado una labor que tiene toda la intención de cumplir. —Sundaram se detuvo de nuevo. Cuando volvió a hablar, fue con más calma—. Si no tiene nada ilegal que ocultar, ¿por qué se colocan en una situación como ésta? Permita que mi grupo realice su inspección y bien podríamos recomendar que recibiesen una concesión para regularizar su situación.

Los rasgos fluidos se solidificaron.

—Violar la intimidad es una transgresión.

Sundaram frunció el ceño.

—No entiendo.

—No, claro que no, ¿verdad?

—¿Se niega, su gente, a cooperar? ¿Se resistirían?

—Hay algunas preguntas que es mejor dejar sin respuesta, coronel —dijo Ivala.

La voz de Kaino se metió por medio.

—Antes de continuar, reclamo su atención. Hace un momento se interesó por nuestro equipo. ¿Le gustaría ver una demostración? Sundaram se sobresaltó allí donde estaba.

—¿De qué se trata?

—Una demostración. Quizá le interese, tratándose de un militar. Sundaram convirtió su rostro en una máscara.

—Sí —dijo sin tono—. Me interesará, mucho.

La vista cambió al exterior. Con saltos de canguro, Kaino y sus seguidores se situaron en posición. Descolgaron las cosas que llevaban y abrieron fuego sobre la colina. En silencio, en silencio, un rifle automático cosió agujeros sobre el acantilado. Otro hizo saltar fragmentos de una roca, la hizo rodar, acelerándola con disparo tras disparo. Un cohete en miniatura salió volando, se produjo una erupción de luz, el polvo saltó como una fuente de un cráter recién creado de un metro de ancho. El cuarto instrumento se despertó y la escena se disolvió en centelleos y zumbidos, distorsionando los sistemas electrónicos.

Una vez aclarada y firme la imagen, Kaino se colocó de pie frente al cielo, con el arma en la mano, con la cabeza flamígera hacia atrás, riendo jovial.

La imagen regresó a Sundaram e Ivala. El oficial se mantenía sin expresión.

—Gracias —dijo—. Ha sido muy interesante.

—No creo que sus servicios posean nada similar —ronroneó ella.

—No. No anticipamos la necesidad de desarrollar armas de infantería para el espacio. Hasta ahora.

—¿Ahora? Pero si lo que han visto no era nada más que deporte. Sundaram miró directamente a la encantadora imagen.

—¿No nos amenaza?

—Por supuesto que no. —Su amabilidad se volvió seria—. Les advertimos.

—¿Contra qué?

—Contra lo imprevisible. Los acontecimientos se escapan con facilidad a todo control. ¿No es así? Le sugiero, coronel, que consulte con sus superiores. Hasta entonces, buen viaje. —El rostro desapareció.

Zhao se puso en pie y se dirigió a apagar la pantalla. No volvió a colocar la imagen de su hogar.

—No es necesario ver el resto —le dijo a Dagny—. Ya sabe usted lo que sucedió. Después de algún debate, el equipo recibió la orden de retirarse.

Ella asintió.

Él la miraba desde lo alto.

—Fue una orden mía directa —dijo—. No quiero provocar a los que tienen la cabeza caliente.

Ella le miró.

—Me pregunto si ésas no serán cabezas inhumanamente frías —contestó—. Pero gracias, Su Excelencia. Es usted un hombre sabio. Una sonrisa apareció y desapareció.

—Le agradezco el detalle. Es más, voy por la vida a tientas, como todo el mundo. —Más sombrío—: Debe admitir conmigo que no puedo permitir que este desafío sea pasado por alto.

—¿Qué puede usted hacer?

—Empiezo apelando a usted, madame. Ésos son sus hijos. Se la tiene en muy buena consideración en toda la Luna. Si les hace entrar en razón, me ocuparé de que no se presenten cargos.

Dagny sopesó las palabras.

—Le pregunté qué puede usted hacer. —¿Disculpe?

—No me prestarán atención a mí, o a mi marido, más de lo que cualquier hombre adulto con la cabeza en su sitio ha prestado jamás atención a sus padres. Probablemente menos.

Zhao volvió a sentarse frente a ella.

—No estoy convencido de ello. Usted es usted.

—Thank you. Pero tampoco esté convencido de lo que podría decirles. Todo esto implica un principio básico. —Dagny suspiró—. Sí, podría desear que fuesen más… diplomáticos, políticos. Pero son lo que son. Debe entender el fondo del conflicto. Está intentando convertirlos en lo que no son, en lo que no pueden ser.

—Una misma ley para el león y el buey es opresión —recitó Zhao. Dagny lo miro inquisitiva.

—Eso escribió el poeta William Blake hace algunos siglos —le explicó. El respeto de Dagny por aquel hombre aumentó aún más—. Pero soy legislador para los bueyes —siguió diciendo—. Para la pobre y herida Tierra. ¿No siente compasión por nosotros?

Dagny sacudió la cabeza.

—La Tierra no es tan dependiente… Bien, no importa. No, no quiero ningún enfrentamiento, y menos un choque armado. Es de lunáticos. —No pretendía hacer un chiste—. Sólo le digo que para evitarlo tendrá que dar más de lo que reciba. Pero no más de lo que puede dar.

—Temo que ceder provocaría más abusos. ¿Qué sucederá en el futuro?

—No podemos controlarlo. Es una gran ilusión el que los seres humanos hayamos podido hacerlo alguna vez.

Él volvió a sonreír, un poco.

—Ahora es usted la que cita. Anson Guthrie.

—¿Por qué no? Fireball también es un factor vital. —Se inclinó hacia delante—. Escúcheme, por favor. Quiere que use mis buenos oficios para que Brandir ceda. Bien, no valen mucho para eso, y si valiesen, podría no emplearlos. Sin embargo, puedo y usaré cualquier influencia que tenga con Guthrie. Sin duda sabe que somos amigos íntimos. Él a su vez… pensará en algo. Una Selene estable también interesa a Fireball. Además, no dejaría que el fuego quemase a la gente cuando se puede apagar.

Zhao se sentó derecho de pronto.

—¿Puede él persuadirles para que obedezcan la ley?

—Creo que entre él y yo podemos hacerles llegar a un compromiso, si usted puede hacer que los políticos de la Federación lo acepten —contestó Dagny—. Tengo en mente algo como que los selenitas admitan al equipo de Sundaram. Luego, quizá acepten detener dos o tres proyectos no aprobados. —No mencionó que quizá los inspectores no encontrasen todo lo que había para encontrar y que una actividad interrumpida siempre podía iniciarse de nuevo—. Ustedes, la Federación, tendrían que hacer de antemano una promesa creíble, una concesión que les diese a ellos y a otros como ellos control sobre su territorio.

Zhao se mordió el labio.

—«Su» territorio. Propiedad privada, de facto si no de jure. No, algo peor. Un dominio feudal. Esos cuatro en la puerta formaban un destacamento de lo que puede considerarse un ejército privado. ¿Y qué hay de los otros selenitas? Una vez que se establezca el precedente, ¿qué querrán?

Dagny se resistió a la tentación de acercarse y tocarle la mano.

—No se preocupe. Nunca tendrá matones selenitas uniformados manifestándose por ahí para intimidar a los votantes. No están más interesados en la política tal y como nosotros la entendemos que mis gatos. Es decir, si les afecta reaccionan, pero no es un juego que quieran jugar.

—Gatos. —Esta vez, Zhao sonrió con mayor facilidad—. Yo tengo periquitos.

Dagny le devolvió la sonrisa.

—Me gustaría verlos.

—Será bien recibida. —Borró su sonrisa—. Pero usted tiene gatos. Decidió probar suerte.

—Well, ¿qué hay de mi propuesta?

—¿Qué consulte a Guthrie? Sí, me parece bien. En todo caso, no podría evitarlo. Más allá de ese punto, habrá que verlo. En el mejor de los casos, acordar los detalles será interminable y duro.

—Ajá. Y aparecerán sorpresas durante todo el proceso. Aun así, tenemos la esperanza de poder construir la torre de lanzamiento del esfuerzo de paz, ¿no?

—Debo reflexionar.

Era un hombre inteligente y amable, pensó. Casi con seguridad admitiría la necesidad de ceder terreno aunque preservando las formas. Probablemente podría persuadir a los de la Tierra. Claro, mantendría profundas dudas. Ella misma las tenía. ¿Qué había de las consecuencias a largo plazo?

Imposibles de prever. El futuro sólo podía tratarse a medida que se acercaba.