40

Despierta, Elena.

Elena frunció el ceño, molesta por el ruido. Cada vez que intentaba dormir, él le exigía que despertara. ¿No se daba cuenta de que necesitaba descansar?

Elena, Sara ha ordenado a sus cazadores que me busquen.

Como si aquello fuera motivo de preocupación... Ni siquiera el más fuerte de los cazadores tenía alguna posibilidad contra él.

Amenaza con contarles a los medios informativos que estoy haciendo cosas antinaturales con tu cuerpo.

Una sonrisa en su mente, en su alma. El arcángel tenía sentido del humor. ¿Quién lo habría imaginado?

¿Ellie?

Nunca la había llamado Ellie, pensó al tiempo que bostezaba. Lo primero que vio cuando abrió los ojos fue algo azul. Un azul eterno, insondable y brillante. Los ojos de Rafael. Y de inmediato, lo recordó todo. Recordó la sangre, el dolor, los huesos destrozados.

—Joder, Rafael... Como tenga que beber sangre, voy a dejar tu maravilloso cuerpo seco. —Su voz sonaba ronca. Su furia era absoluta.

El arcángel esbozó una sonrisa tan llena de alegría que Elena deseó abrazarlo y no soltarlo nunca.

—Tienes permiso para chupar cualquier parte de mi cuerpo que desees.

Ella no quería reírse, no quería rendirse al hambre que veía en aquellos ojos inmortales.

—Te dije que no quería Convertirme en vampira.

Rafael le dio unos trocitos de hielo para que aplacara la sequedad de su garganta.

—¿No te alegras de estar viva, aunque solo sea un poquito?

Se alegraba mucho. Estar con Rafael... Bueno, vale... la sangre no podía saber tan mal, ¿no? Pero...

—No pienso hacer ninguna de las tareas serviles de los vampiros.

—Está bien.

—Y solo beberé tu sangre.

Eso hizo que su sonrisa se hiciera aún más amplia.

—Está bien.

—Eso significa que estás atado a mí. —Alzó la barbilla—. Si me dejas por alguna niñita tonta, veremos quién es el inmortal.

—Está bien.

—Espero... —Fue entonces cuando sintió unos extraños bultos en la espalda—. No sé quién ha hecho esta cama, pero la ha hecho fatal. Está toda llena de bultos.

Ojos azules, azulísimos, que se reían de ella.

—¿En serio?

—Oye, no tiene gracia... —Sus palabras acabaron en una exclamación ahogada cuando giró la cabeza y vio sobre qué estaba tendida. Alas. Unas hermosísimas alas. Alas de un color negro, sugerente e intenso, que se extendía hacia fuera con sutiles incrementos de un azul oscuro, casi añil, hasta las plumas principales, las cuales mostraban un resplandeciente tono dorado. Unas alas increíbles. Y ella las estaba aplastando.

—¡Maldita sea! Estoy aplastando a un ángel. ¡Ayúdame a levantarme!

Rafael la ayudó a incorporarse cuando ella le ofreció la mano. El tubo que salía de su brazo le impidió moverse como quería.

—¿Qué es esto?

—Lo que te ha mantenido con vida.

—¿Durante cuánto tiempo? —preguntó ella, que se volvió para echar un vistazo por encima del hombro. Las palabras de Rafael se perdieron entre el aluvión de interferencias que llenaron su cerebro. Porque no estaba aplastando a nadie... salvo a ella misma—. Tengo alas.

—Las alas de una guerrera. —Rafael deslizó los dedos sobre una de ellas y le provocó un escalofrío que recorrió todo su cuerpo—. Alas como hojas de acero.

—Vaya... —dijo Elena en cuanto recuperó el habla—. Entonces, supongo que estoy muerta. —Aquello tenía sentido. Siempre había querido tener alas, y ahora las tenía. Por tanto, estaba muerta y había ido al cielo. Se dio la vuelta—. Tú eres igual que Rafael. —Olía a mar, a limpio, a fresco... aquel aroma que hacía que todo su cuerpo cantara.

El arcángel la besó.

Y su sabor era demasiado real, demasiado terrenal como para ser cosa de su imaginación. Cuando él se apartó, Elena se quedó atónita al ver la emoción que brillaba en sus ojos. Fue lo bastante impactante para hacerle olvidar la magia de las alas que tenía en la espalda.

—¿Rafael?

Los ojos azules adquirieron un brillo febril y la piel de su rostro se tensó sobre los pómulos.

—Estoy furioso contigo, Elena.

—Menuda novedad... —replicó ella, aunque no pudo evitar acariciar el arco de una de sus alas.

—Soy inmortal, pero aun así pusiste tu vida en peligro para intentar salvar la mía.

—Soy una estúpida, ¿eh? —Se inclinó hacia delante para acariciar la nariz de Rafael con la suya. Mimos, pensó como una estúpida; las pequeñas cosas que los amantes hacían para aferrarse el uno al otro, las cosas que formaban su lenguaje secreto, se llamaban mimos. El lenguaje secreto que compartían Rafael y ella acababa de empezar a formarse, pero encerraba una promesa tan intensa y rica que se le encogía el corazón en el pecho a causa de la emoción—. No podía permitir que te hicieran daño. Me perteneces. —Era muy arrogante decirle algo así a un arcángel.

Él cerró los ojos y apoyó la frente contra la de ella.

—Serás mi muerte, Elena.

Ella sonrió.

—Necesitas un poco de diversión en tu larga y tediosa vida.

Rafael abrió los ojos y la cegó con la intensidad de su mirada.

—Sí. Así que no morirás. Me he asegurado de ello.

Estaba casi segura de que había imaginado las alas, pero los hermosos apéndices del color de la medianoche seguían allí cuando echó un vistazo con el rabillo del ojo.

—¿Cómo demonios has conseguido implantarme unas alas prostéticas en la espalda en menos de...? —Se quedó callada un momento—. Vale, no me duelen las heridas, así que, ¿cuánto tiempo ha pasado? ¿Una semana? No, tiene que ser más tiempo. —Frunció el ceño mientras intentaba encajar las piezas sueltas de sus recuerdos—. Tenía bastantes huesos rotos... y la espalda, ¿no?

El arcángel sonrió de nuevo. Aún tenía la frente apoyada sobre la suya, y sus alas formaban un dosel que los cobijaba en un mundo privado.

—Las alas no son prótesis, y has permanecido dormida durante un año.

Elena tragó saliva. Parpadeó. Intentó respirar.

—Los ángeles Convierten a los mortales en vampiros, no Convierten a otros ángeles.

—Hay un... ¿Cómo lo llamarías tú?... Un agujerillo en las normas.

—¿Un agujerillo? Es más bien una caverna enorme, ya que tengo alas. —Se aferró a él, la única cosa sólida en todo aquel universo cambiante.

—No, no es más que un diminuto agujero, casi un mero pinchazo. Eres el primer ángel que ha sido Convertido en todos mis largos años de existencia.

—Qué suerte la mía... —susurró ella, que le acarició la nuca con los dedos y se deleitó con su suspiro de placer. En aquel instante, el tiempo se congeló. Allí no era más que una mujer, y él tan solo un hombre. No obstante, al igual que todos los momentos, pasaría—. ¿Cuáles son las condiciones?

—Ninguna que nosotros podamos cambiar, aunque los ángeles han intentado hacerlo durante milenios. —Aquellos ojos sobrenaturales e increíbles la mantenían prisionera—. La única vez que un arcángel puede Convertir a un ángel es cuando su cuerpo produce una sustancia conocida como ambrosía.

Un recuerdo instantáneo: la pasión dorada y embriagadora de su beso, una delicada dulzura, una sensualidad desenfrenada... Aquel sabor que era una sensación erótica y una caricia susurrada al mismo tiempo.

—¿El mítico alimento de los dioses?

—Todos los mitos tienen su parte de verdad.

Elena lo besó de nuevo. No pudo evitarlo. Y el sabor de Rafael recorrió su cuerpo en una tumultuosa oleada. Fue él quien rompió el beso.

Estabas muy malherida, Elena.

Los dolores que ella sentía en su interior eran una prueba de que decía la verdad. Aun así, aquello no le hizo ninguna gracia.

—En ese caso, háblame sobre la ambrosía. —Fue una orden malhumorada.

—La ambrosía —dijo él contra sus labios— se produce instintivamente en cierto momento de la vida de un arcángel.

Imágenes de sus alas destrozadas, de las llamas del fuego de ángel.

—¿Cuando está a punto de morir? —Lo tocó para examinarlo, para convencerse a sí misma de que estaba vivo.

—Todos hemos estado a punto de morir más de una vez. —Sacudió la cabeza—. Nadie ha sido capaz nunca de averiguar cuál es el desencadenante.

—¿Pero...?

—Pero la leyenda dice que la ambrosía solo se produce cuando...

Elena contuvo el aliento.

—...un arcángel ama de verdad.

El mundo se detuvo. Las partículas del aire se paralizaron sobre ella; las moléculas quedaron suspendidas mientras contemplaba al magnífico ángel que la abrazaba.

—Puede que yo fuera biológicamente compatible y ya está. —El comentario fue un susurro entrecortado.

—Tal vez. —Unos labios posesivos le rozaron el cuello—. Tenemos toda la eternidad para descubrir la verdad. Y durante toda esa eternidad, tú serás mía.

Elena enterró los dedos en el cabello de Rafael y sintió que la pasión se extendía por su cuerpo en una marea sobrecogedora. Sin embargo, no estaba dispuesta a rendirse. No hasta haber aclarado aquel asunto.

—Vale... siempre y cuando no creas que eso te da derecho a dirigir mi vida.

Rafael se inclinó hacia delante cuando ella se tumbó sobre la cama.

—¿Por qué no?

Elena parpadeó al percibir la arrogancia de la pregunta y se dio cuenta de que su vida se había vuelto mucho más interesante. Lo de rastrear a un arcángel era una insignificancia: estaba a punto de descubrir cómo bailar con uno sin perder su personalidad en el proceso. La euforia inundó su torrente sanguíneo.

—Esto va a ser todo un desafío, arcángel.