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Rafael observó cómo se alejaba el taxi, sorprendido de que ella lo hubiese cogido. Elena estaba demostrando ser la más impredecible de todos cuantos se encontraban bajo su mando. Por supuesto, ella no estaría de acuerdo con aquella descripción, pensó, divertido como solo podía estarlo un inmortal poderoso y letal.

La puerta se abrió tras él.

—¿Sire?

—Dmitri, tienes que mantenerte alejado de la cazadora.

—Si eso es lo que mi sire desea... —Una pausa—. Podría hacer que suplicara. No volvería a desobedecer tus órdenes.

—No quiero que suplique. —Rafael se quedó asombrado al darse cuenta de que aquello era cierto—. Será mucho más eficiente con su espíritu intacto.

—¿Y después? —La voz de Dmitri estaba cargada de expectación sensual—. ¿Puedo tenerla después de la caza? Esa mujer... me atrae.

—No. Después de la caza, será mía. —Cualquier súplica que Elena pudiera hacer sería solo para sus oídos.