35
Elena no pudo evitar mirar fijamente al ángel recién llegado. Su rostro... Nunca había visto nada parecido. Todo el lado izquierdo estaba cubierto por un exótico tatuaje formado por finas curvas y pequeños puntitos de tinta negra que resaltaba contra la resplandeciente piel marrón. Tanto la piel como el tatuaje tenían cierto aire de la Polinesia, pero la severidad de sus rasgos faciales indicaba también que aquel ángel tenía ancestros del mismo origen que los suyos. La vieja Europa mezclada con los vientos exóticos del Pacífico... en una combinación increíblemente atractiva.
—Jason —dijo Rafael a modo de saludo.
—Estás herido. —El ángel recién llegado se fijó en el ala de Rafael—. Esto puede esperar.
Cambió de posición, y el susurro de sus alas hizo que Elena se diera cuenta de que aún no había visto sus plumas. Frunció el ceño y entrecerró los ojos en un intento por atisbar algo en la penumbra del vestíbulo (la vidriera permanecía a oscuras sin la luz del sol), pero no consiguió ver nada más que una sombra.
Tenía que preguntar.
—¿Dónde están tus alas?
Jason la miró con expresión indescifrable antes de extender una de sus alas en silencio. Era negra como el hollín. Y no reflejaba la luz, sino que parecía absorberla. Sus límites se desvanecían en la penumbra reinante.
—Vaya... —dijo ella—. Seguro que eres un explorador nocturno de primera.
Jason apartó la mirada de ella para fijarla en Rafael.
—El informe puede esperar, pero es importante que lo escuches.
—Me reuniré contigo dentro de una hora.
—Si no te importa que sea a primera hora de la tarde, sire, me gustaría volar para inspeccionar una cosa.
—Ponte en contacto conmigo cuando regreses.
Tras una breve inclinación de cabeza, Jason se marchó. Elena no dijo nada hasta que Rafael y ella terminaron de lavarse y empezaron a comer el almuerzo que les había llevado «Ambrosio».
Lo primero era lo primero.
—Tu mayordomo me ha hecho la colada —dijo, sentada en la cama con las piernas cruzadas. Al llegar había descubierto que los pantalones y la camiseta que había llevado el día anterior estaban limpios y planchados.
Rafael alzó una ceja. También se había sentado en la cama; tenía una pierna apoyada en el colchón y el pie de la otra en el suelo. El ala herida descansaba sobre las sábanas para que su curación fuera óptima. Para su enorme placer (y estaba demasiado dolorida y frustrada para mentirse sobre lo que sentía por él), Rafael le había pedido que le aplicara un bálsamo especial en la zona de la herida. Ella sabía a la perfección que el hecho de que él permitiera que estuviera a su lado mientras estaba herido era un indicio de lo mucho que había cambiado su relación. Aquella vez, Dmitri no la había atado a un sillón.
—Lo dudo mucho —dijo él—. Montgomery dirige la casa... Jamás se dignaría lavar la ropa con sus propias manos.
—Ya sabes lo que quiero decir, Arcángel. Es como un duendecillo doméstico... ¡solo que aún mejor!
—Por alguna razón, imaginarme a Montgomery como un duendecillo no tiene el mismo efecto en mí que el que parece tener en ti.
—Espera y verás. —Le dio un enorme mordisco a su sándwich, que llevaba de todo—. Así que Jason es tu espía. ¿O debería decir el jefe de tus espías?
—Muy bien, cazadora del Gremio. —Rafael se comió la otra mitad del sándwich en tres bocados—. Algunos dirían que su rostro hace que resalte demasiado.
—Ese tatuaje... debió de doler. —Se estremeció. A ella le daba demasiado miedo meterse tinta bajo la piel. Ransom había intentado convencerla de que se hiciera uno cuando él se tatuó una banda alrededor del brazo. Ver la sangre que rezumaba su piel no la había animado a imitarlo—. ¿Cuánto tiempo crees que llevaría terminarlo?
—Diez años exactamente —dijo Rafael, que la miró con aquellos ojos que parecían ver hasta su alma.
Ella sacudió la cabeza mientras se terminaba el sándwich.
—Hay muchos tipos de locura, supongo.
Rafael le ofreció una manzana.
—¿Quieres darle un mordisco?
—¿Me estás tentando, Arcángel?
—Siento decírtelo, pero tú ya has caído, cazadora. —Utilizó un cuchillo afilado para partir la fruta y le colocó una rodaja entre los labios antes de observar cómo la masticaba con absorto interés—. Tu boca me fascina.
El calor lánguido que la invadía, presente cuando estaba cerca de Rafael, pareció intensificarse, extenderse hasta llenar cada parte de su cuerpo como un latido vivo y exigente. Tragó el trozo de manzana y apartó la comida para arrodillarse delante de él. Cuando el arcángel situó el resto de la rodaja de fruta junto a sus labios, ella lo mordió y le sujetó la muñeca.
Se miraron a los ojos. Sentir su calidez en las yemas de los dedos era mucho más erótico que el beso de cualquier hombre. Le rozó los dedos con los labios.
Algo salvaje y varonil atravesó su rostro, una expresión que le decía dónde deseaba él que pusiera sus labios. Sin embargo, lo único que dijo fue:
—¿Quieres otra rodaja?
Elena sacudió la cabeza con pesar.
—Tienes que curarte, y yo debo empezar a seguir el rastro de nuevo. —Uram no podía haber ido muy lejos. Lo más probable era que se hubiera visto obligado a regresar a uno de sus escondites previos. Lo que significaba que había altas probabilidades de que se encontrara dentro del circuito que ya habían cartografiado.
—Esta puede ser nuestra mejor oportunidad.
Rafael dejó el cuchillo y el resto de la manzana para recorrer sus labios con los dedos.
—¿Oíste lo que dijo Michaela?
—¿Lo de que ya es un monstruo por completo? —Se encogió de hombros. La lujuria empezaba a envolverla como un perfume intenso—. No me extraña en absoluto después de lo que vimos en el almacén.
—Si me convirtiera en un nacido a la sangre, ¿me cazarías, Elena?
La cazadora sintió que el corazón se paralizaba en el interior de su pecho.
—Sí —respondió—. Pero tú nunca te convertirás en un monstruo. —No obstante, recordó el cuchillo que le había cortado la mano, y también al vampiro de Times Square.
Esbozó una sonrisa desprovista de humor.
—Eso es esperanza, no certeza. —Rafael sacudió la cabeza—. Todos somos susceptibles a la tentación del poder. La sangre lo ha hecho más fuerte, más difícil de derrotar.
Elena le cubrió la cara con las manos y observó aquellos ojos que habían visto miles de amaneceres antes de que ella fuese siquiera un pensamiento en el esquema general del universo.
—Pero tú tienes una ventaja —susurró—. Ahora eres un poquito humano.