Ángel de sangre
Creían que estaba vencido.
Aquel era su error.
La agonía se apoderó de su ala y de su pecho cuando los vestigios del fuego azul de Rafael intentaron penetrar a más profundidad. Apretando los dientes, él abandonó su escondite y voló una corta distancia hasta una zona pública de la ciudad, por lo general acogedora, que se había vuelto lúgubre a causa del clima húmedo. Estaba llena de rincones oscuros que la convertían en el lugar perfecto para cazar. El glamour lo ayudaba mucho, y ya había desgarrado la garganta a dos vagabundos antes de que ellos se percataran siquiera de que alguien los acechaba.
La sangre humana recorrió sus venas a la velocidad del rayo y obligó al fuego azul a retirarse hasta que se disipó en el aire, inofensivo. Puesto que ya no debía concentrarse en repeler un ataque, su cuerpo se dedicó a reparar los músculos y cartílagos desgarrados. Para el momento en que inclinó la cabeza sobre la quinta garganta (la piel suave y delicada de una joven, su alimento favorito), estaba listo para volar de nuevo... al menos para sacar a la cazadora mortal de la ecuación. Una vez que ella estuviera muerta, nadie sería capaz de localizarlo.
Sonrió y se limpió la sangre de la boca con un pañuelo blanco limpio. Sí, la sangre caliente era la mejor. Durante un instante se planteó la posibilidad de matar a alguien más, pero decidió que no tenía tiempo. Tenía que atacar antes de lo esperado, mientras las defensas de Rafael estaban bajas y la cazadora se creía a salvo.
Después de aquello, podría hundir los colmillos en el corazón de Michaela, beber su sangre directamente de la fuente. Y se quedaría con ella, decidió. El impulso de descuartizarla era abrumador, pero lo resistiría. ¿Por qué matar a alguien que podía proporcionar un poder tan exquisito? Los mortales eran demasiado débiles, pero una arcángel... Ah, podría beber de Michaela durante toda la eternidad. Porque ella se curaría siempre.
Se preguntó si Michaela le habría contado a Rafael que ya se había alimentado con su sangre en una ocasión. Se lamió los labios. Tenía un sabor dulce. Poderoso. Estimulante. Y ahora llevaba parte de él en su interior. Sí, una arcángel sería el más perfecto de los aperitivos. Le construiría una hermosa jaula para que ella pudiera ver cómo jugaba con el resto de sus mascotas... para que supiera que era la afortunada, la mujer a la que había elegido para alimentarse durante el resto de la eternidad.
Pero primero tenía que romperle el cuello a la cazadora.