14
—¿Cómo la perdiste? —Rafael miró impasible a Dmitri.
—Me abrió el cuello.
El arcángel se fijó en la camisa limpia del jefe de seguridad y en su cabello húmedo.
—Debió de ocurrir poco después de que se marchara, ya que parece que te ha dado tiempo a asearte.
—Sí. No quiso que la acompañara a casa.
—¿Provocaste el ataque? —preguntó en tono calmo. La respuesta no le importaba en lo más mínimo, salvo como una prueba de la lealtad de Dmitri.
—Quería saborearla.
Rafael atacó sin previo aviso y mandó a Dmitri al suelo con la mandíbula rota.
—Te dije que estaba fuera de tu alcance. ¿Acaso desafías mi autoridad?
El vampiro se puso en pie y aguardó a que su mandíbula sanara lo bastante para poder hablar.
—Os peleasteis.
—Sí, pero no rescindí la orden.
Dmitri inclinó la cabeza.
—Mis disculpas, sire. No me di cuenta de que su sangre te pertenecía. —Sus ojos estaban cargados de decepción, pero no había ni una pizca de rebeldía en ellos—. Me sorprende que solo me hayas roto la mandíbula.
Con la asombrosa claridad que proporcionaba el estado Silente absoluto, Rafael supo con certeza que Dmitri era sincero.
—Te necesito en buenas condiciones. Tenemos trabajo que hacer.
—Puedo rastrearla.
Ese era un secreto que ningún mortal conocía. Los vampiros como Dmitri, aquellos que habían adquirido la habilidad de hechizar a los cazadores con su seductivo aroma, también podían intercambiar el papel con sus enemigos en ocasiones.
—Eso no será necesario. —Aquella era su búsqueda... Sabía adónde había ido Elena. Y si se equivocaba, sabía a quién debía preguntar. Le responderían.
—¿Qué quieres que haga? —inquirió Dmitri, con una voz ya casi normal. Era lo bastante viejo para que la mayoría de las heridas (sobre todo aquellas que no implicaban una gran pérdida de sangre) sanaran con relativa rapidez.
—Consígueme la dirección de la directora del Gremio, y también la de Ransom Winterwolf.