Capítulo 2

Despatarrado en la cama, acosado por la madre de todas las resacas, el hombre que se llamaba Doyle dejó escapar un gruñido de sorpresa y dolor cuando una mujer semidesnuda cayó sobre él.

Vio un par de ojos de un verde intenso y ardiente. Ojos, pensó medio dormido, con los que había estado soñado momentos antes de despertar sintiendo que su cabeza tenía el tamaño de Nebraska.

Hubo un instante de reconocimiento, un extraño e íntimo conocimiento, y con él, un deseo que le llegaba hasta los huesos. Y después no hubo nada salvo la sorpresa.

Tuvo tiempo de parpadear un segundo para admirar lo que estaba seguro, era una alucinación de lo más creativa, antes de que una muy filosa y muy real daga hiciera presión sobre su arteria carótida.

—Soy Kadra —anunció la alucinación casi desnuda y bien armada con una voz ronca y extrañamente familiar, como sus ojos—. Cazadora de Demonios.

—Okay, esto es muy interesante. —Si había estado lo suficientemente borracho y estúpido como para llevarse a una mujer loca a su apartamento y ni siquiera podía recordar calentar con ella las sábanas, entonces merecía que le cortaran la garganta.

Pero en verdad no era la manera en la que quería dar comienzo al día.

—¿Te importaría retirar ese cuchillo de mi yugular? Me estás arruinando una resaca perfecta.

Frunciendo el ceño, ella lo olió y luego usó su mano libre para alzarle el labio superior y examinarle los dientes. Satisfecha retiró la daga y la guardó con destreza en la funda en su antebrazo.

—No eres un demonio. Puedes vivir.

—Muchas gracias. —Obedeciendo a su instinto antes que a su cordura Harper la empujó y le arrebató la daga. Lo siguiente que advirtió fue que ella había ejecutado un preciso salto mortal hacia atrás y aterrizado a los pies de la cama, con una enorme espada alzada sobre su cabeza.

—Tú ganas. —Dejó caer la daga a un costado alzando ambas manos.

—¿Te rindes?

—Mierda que sí. ¿Por qué no dejas eso antes de que alguien, particularmente yo, termine lastimado? Después podemos llamar a la buena gente del manicomio. Vendrán a buscarte y te llevarán a dar una vuelta.

Asqueada por haber aterrizado sobre un cobarde, sacudió la cabeza. Pero bajó la espada.

—¿Eres el músico de arpa que llaman Doyle?

—Soy Harper Doyle.

—Tenemos que salir de caza.

—Seguro. No hay problema. —Sonriéndole se acercó al extremo de la cama. Cualquiera fuera el sentimiento que había experimentado cuando la miró a los ojos por primera vez, ahora estaba seguro de que no había estado lo suficientemente borracho, que no había sido lo suficientemente estúpido para llevarla a su casa con él—. Sólo déjame tomar mi equipo de caza y podremos salir.

Usando su cuerpo para bloquearle la visión abrió el cajón en la mesa de luz y tomó su Glock.

—Ahora, deja esa maldita espada, Xena.

—Soy Kadra —lo corrigió, mientras estudiaba el objeto que él tenía en su mano—. Esto es una pistola. —El nombre y su propósito era algo que flotaba en su cabeza, en el laberinto de información que Rhee le había dado. Su fascinación por eso, por la nueva arma, le provocó desearla—. Me gustaría tener una.

Ella lo miró estudiando su rostro por primera vez, y se sorprendió porque le provocó otro tipo de deseo.

—Fui enviada por ti —le dijo.

—Bueno, ya hablaremos de eso. Pero ahora deja tu espada —repitió—. La verdad es que detestaría arruinar mi récord y dispararle a una mujer.

Era más cómodo el estudiar la pistola y sus sentimientos por un arma tan interesante.

—El misil atraviesa la carne y el hueso. Puede ser muy eficiente.

Ella asintió, y envainó la espada.

—Tal vez seas un guerrero. Hablaremos.

—Ah, sí —replicó Harper—. Vamos a tener una agradable conversación.

Sentía su cabeza como si alguien hubiera pasado la noche intentando una lobotomía con un cuchillo de filo romo. Eso era algo que podía aceptar. En una desconcertante celebración de su trigésimo cumpleaños ¿cómo podía tener treinta cuando hacía apenas dos minutos tenía dieciocho?, había consumido un tanque de gasolina lleno de alcohol. Tenía derecho a emborracharse con un par de amigos. Tenía derecho a la resaca.

Pero el que una mujer —una espectacular amazona de ojos verdes cuyo cuerpo se ajustaba a su bikini de cuero negro de manera que gratificaba todas las fantasías de un adolescente lector de cómics— saltara sobre él de la nada, era un extra verdaderamente agradable. El tipo de regalo de cumpleaños sorpresa que un hombre que había llegado al punto sin retorno en su camino a la adultez podía apreciar.

Pero que semejante desborde erótico sostuviera un puñal contra su garganta no era parte aceptable del paquete.

¿Y de dónde demonios había llegado? Se preguntó mientras ella, de pie, miraba su arma. No había nada, salvo curiosidad y un ávido interés en el rostro anguloso de la sirena.

¿Había estado tan borracho que se había olvidado de cerrar con llave la puerta? Era una posibilidad, remota, pero una posibilidad. Pero ella lo había llamado por su nombre. Tampoco era posible que fuera del vecindario. Él era un observador cuidadoso, e incluso si hubiera sido un contable miope en vez de un investigador privado, habría notado a una espectacular morena de uno ochenta de altura, con piernas que se extendían hasta el infinito.

—Jake. —La solución se abrió paso por su dolorido cerebro. Aunque se relajó un poco mantuvo el arma alzada—. Jake fue quien te envió, ¿no es verdad? Una delirante sorpresa de cumpleaños. Jake fue quien te envió.

—Me ha enviado Rhee, la hechicera. ¿Cómo es que un arpista tiene semejante arma? ¿Has matado a muchos demonios?

—Mira, es demasiado temprano en la mañana para jugar a Mazmorras y Dragones. Se acabó la función, hermana.

—No soy tu hermana —dijo bajando de la cama. Después enarcó las cejas. Estaba desnudo, pero eso ni la sorprendió ni la alteró. Sí lo hizo su instantánea y elemental atracción.

Él era más alto que ella, casi un palmo, más ancho de pecho y hombros, de músculos delgados y bruñidos.

Reconsiderando la situación frunció los labios. Su cabello era castaño oscuro como corteza de roble y aunque enmarañado por el sueño, daba un buen marco a un rostro masculino. Sus ojos eran del azul vibrante de los heliotropos de la marisma, su nariz levemente torcida, lo que le daba a entender que se la habían roto. Su boca era firme, al igual que su mandíbula. Y aunque su piel era pálida como la de un estudioso que se rodeara de pergaminos, ella comenzaba a apreciar las posibilidades.

—Tienes un buen físico para ser arpista —le dijo.

—¿Ah, sí? —Divertido pero cauto buscó los jeans que se había quitado la noche anterior—. ¿Cuánto te pagó Jake por este trabajito?

—No conozco Jake alguno. No recibo pago por cazar demonios. Es mi destino. ¿Tú recibes pago?

—Depende. —¿Cómo demonios iba a colocarse los jeans y sostener el arma al mismo tiempo?

—Me fue dado el conocimiento de que esto es valioso en tu mundo. —Se quitó la bolsa de piedras de su cinto y la dejó caer sobre el lecho—. Toma las que necesites, luego vístete. Tenemos que comenzar la cacería.

—Mira, aprecio una broma tanto como el mejor. Pero estoy desnudo y con resaca y me irrita despertarme con un cuchillo en la garganta. Quiero café, un barril de aspirinas, y una ducha.

—Muy bien. Si no has de ir de cacería muéstrame cómo usar tu arma.

—Eres todo un caso. —Hizo un gesto hacia la puerta del dormitorio con su Glock—. Fuera. Regresa a la oficina de contrataciones para espectáculos, o Amazonas, o a donde demonios…

Ella se movió con tanta velocidad que lo único que percibió fue una imagen borrosa de miembros y cuero y cabello ensortijado. Ella saltó, dio una voltereta sobre la cama y una parte de su cuerpo —bota, codo, puño— conectó con su mandíbula.

Una galaxia de estrellas explotó en su cabeza. Para cuando se extinguieron, se encontró de espaldas y a ella de pie sobre él con la Glock en sus manos.

—Tiene un buen peso —dijo en forma casual—. ¿Cómo es que el misil…? —Su voz se apagó cuando con un movimiento de su dedo apretó el gatillo. Sus ojos se abrieron desmesurados con algo como la lujuria cuando por la puerta entreabierta del baño ella vio la esquina destrozada de su lavabo.

—Es más rápida que una flecha —comentó, agradablemente sorprendida.

No fue Jake, se corrigió. Jake podía tener un peculiar sentido de lo ridículo, pero su viejo compañero de universidad no le enviaría a una lunática a la que le gustara jugar con armas.

—¿Quién demonios eres?

—Soy Kadra. —Casi suspiró al repetir su nombre, tal vez el arpista estuviera mal de la cabeza. Con algo de simpatía le ofreció una mano para ayudarlo a ponerse en pie—. Cazadora de Demonios. He venido a cazarlos, a cumplir mi destino. Aunque no nos complazca a ninguno de los dos estás obligado a asistirme.

—Dame el arma, Kadra.

—Es una buena arma.

—Sí, es una buena arma. Me pertenece.

Sus labios se fruncieron, pero de inmediato su rostro se iluminó.

—Lucharé contigo por ella.

—En este momento estoy en desventaja. —Se puso de pie muy lentamente, manteniendo su voz baja y tranquila—. Tú sabes, desnudo, con resaca.

—¿Qué te sacas?

—Tal vez podamos luchar más adelante, después de que aclaremos algunas cuestiones.

—Muy bien. Te daré tu arma y tú me darás tu palabra que me ayudarás a cazar al Bok.

—Ayudar a la gente es mi profesión. —Tal vez ella estuviera en problemas, pensó. No consideraba involucrarse, pero podía por lo menos escucharla hasta que llegaran los muchachos de uniforme blanco—. ¿Es por eso que estás aquí? —Gentilmente, hizo el arma a un lado para no terminar con una bala en el vientre—. ¿Necesitas ayuda?

—Soy una extranjera en este lugar, y necesito un guía. —Ella extendió sus manos, apretándole los bíceps—. Eres fuerte. Pero lento. —Sin sentimiento de culpa alguno le entregó la Glock—. ¿Puedes conseguir más armas como ésa?

—Tal vez.

Ella lo había amenazado con un puñal, con una espada. Ella lo había derribado y lo había desarmado.

Maldita fuera si no la respetaba por ello.

En todo caso, ella había vuelto la primera mañana de un treintañero en algo interesante. No se había convertido en IP porque le gustara aburrirse.

Además de ello, había algo… algo sobre ella que lo atraía. Su aspecto era suficiente para noquear a un hombre. Pero no era eso o no sólo eso. Uno no podía encontrar las respuestas se dijo a sí mismo, hasta no hacer las preguntas.

—Me voy a poner los pantalones —le dijo—. Quiero que retrocedas y mantengas tus manos apartadas de tu espada.

Ella retrocedió.

—No tengo deseo alguno de hacerte daño a ti o a ninguno de los tuyos. Tienes mi palabra de cazadora.

—Es bueno saberlo. —Cuando ella estuvo a una distancia prudencial, él se puso los jeans y luego acomodó su arma en la cintura—. Ahora voy a preparar café y conversaremos sobre este tema.

—Café. Es un estimulante que se consume en forma líquida.

—Eso es. En la cocina —agregó, haciendo un gesto en dirección a la puerta.

Ella avanzó frente a él. No importaba el estado en el que podía encontrarse pensó Harper, pero más allá de cuán desconcertado se encontrara un hombre que no admirara y apreciara semejante panorama era un patético ejemplar.

Así y todo, lanzó una mirada a la puerta de entrada de su apartamento al pasar frente a ella. Estaba cerrada, trabada, con pasacadenas.

Entonces ella la había cerrado después de entrar, decidió. Volvió la vista y la vio detenerse boquiabierta frente a la ventana del living, como lo haría una criatura, musitó, al ver Disneylandia por primera vez.

Tan alto, pensó ella, maravillada. Ella nunca había estado en una choza en donde el suelo estuviera tan abajo y donde tantas gentes circularan por debajo. Sus ropas le resultaban extrañas, extrañas y fascinantes. Pero la fascinación se volvió asombro cuando observó un taxi detenerse junto a la acera y a una mujer bajar de él.

—¡Ella descendió del vientre de la bestia amarilla! ¿Cómo se hace?

—Pagas por el viaje, te dejan bajar. ¿De dónde demonios provienes?

—Soy de A’Dair. En mi mundo no tenemos bestias con patas redondas. Yo no, espera. —Cerró los ojos, examinó el conocimiento que Rhee le había suministrado—. ¡Automóviles! —Sus ojos brillantes volvieron a abrirse sonriendo al mirarlo—. Son maquinarias llamadas automóviles y son para el transporte. Eso es maravilloso.

—Intenta encontrar uno cuando llueve, dulce…

—Sí. Me gustaría algo dulce, y pan. Tengo hambre.

—Claro. —Sacudió la cabeza—. Café. Primero café, después vendrán las preguntas. Ven conmigo, quiero que estés donde pueda verte.

Ella lo siguió hasta su pequeña cocina. Mientras él medía el café ella pasó sus dedos por la superficie de la encimera, por el refrigerador y el horno.

—Tanta magia —dijo suavemente—. Debes tener grandes riquezas.

—Sí, me revuelco en ella. —Vivía razonablemente bien, pensó Harper. Pero al momento estaba en lo que podía definirse como «entre casos activos». Tal vez podía demorar a los hombres de guardapolvo blanco, ver si ella necesitaba un investigador y si tenía lo suficiente para pagarle un anticipo—. Entonces ¿Jake no te envió?

—No sé de ese tal Jake. —Ella miró el costado de la tostadora deleitándose en su propio reflejo distorsionado—. No conozco a nadie en este mundo, salvo a ti.

—¿Cómo llegaste aquí, hasta mí?

—A través del portal. Es… —Se enderezó intentando que él lo entendiera—. Hay muchas dimensiones. La tuya y la mía son dos. Los Bok robaron una llave y entraron en la tuya. Yo tengo otra. —Tomó la esfera transparente de su bolsa—. Los seguí para cazarlos, para matarlos, para que nuestros mundos puedan estar a salvo. Tú tienes que ayudarme en esta tarea.

Pobre muchacha, pensó. Definitivamente le faltaba un hervor.

—En este mundo no puedes matar gente porque sí. Te encierran si lo haces.

—¿No hay aquí cazadores para combatir al mal?

Él se pasó una mano por los cabellos, luego tomó varios Excedrin Extra-Fuertes. ¿No es eso lo que su padre había hecho? ¿Y lo que él quería hacer desde que tenía memoria? ¿Perseguir a los malos según su propio criterio?

—Sí, supongo que sí.

La mujer se encontraba obviamente, en algún tipo de problema, aun cuando éste fuera el resultado de su extraña imaginación. La mantendría tranquila, le haría algunas preguntas para ver si podía averiguar cuál era su problema. Cuando hubiera hecho todo lo posible, haría algunas llamadas para que la llevaran a algún lugar en donde pudiera recibir ayuda.

Sería su primera buena acción de su nueva década.

—Entonces, vienes de otra dimensión, y estás aquí para cazar a unos demonios.

—El rey de los demonios y tres de sus guerreros han entrado a tu mundo. Necesitarán alimentarse. Primero cazarán animales, presas fáciles, para renovar sus fuerzas. ¿En dónde se encuentran tus granjas?

—Andamos escasos de granjas en la Segunda Avenida. ¿A qué es a lo que te dedicas en… dónde era?

—A’Dair.

Podía buscar el nombre en el ordenador, ver si podía averiguar su lugar de origen. Ella no tenía un acento discernible, pero la cadencia, el ritmo de sus expresiones, sin duda alguna no eran de Nueva York.

—¿A qué te dedicas en A’Dair además de eliminar demonios?

—Ése es mi propósito. Nací cazadora, fui entrenada, educada para eso. Eso es lo que hago.

—¿Amigos, familia?

—No tengo familia. La que me crió murió por una tribu de Bok.

La madre asesinada, pensó. Trauma o juegos de rol.

—Lo siento.

—Ella era una buena guerrera. Clud, padre de Sorak, tomó su vida, y yo tomé la suya. Entonces hay un equilibrio, he aprendido que quien me dio a luz fue otra. Rhee, la hechicera. Su sangre está en mí. Yo creo que estoy aquí, que soy capaz de estar aquí, merced a su sangre. —Olió el aire—. ¿Eso es café?

—Así es.

—Tiene un buen aroma.

Sirvió dos jarros y le ofreció uno. Ella volvió a olerlo, tomó un sorbo, luego frunció el ceño.

—Amargo, pero bueno.

Para su sorpresa ella bebió todo el café de un solo trago limpiándose luego con el dorso de la mano.

—Me gusta este café. Ahora vístete, Harper Doyle.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Me lo dijeron. Juntos cazaremos a los Bok.

—Seguro. Pronto nos dedicaremos a eso.

Ella entrecerró los ojos.

—No crees. Piensas que estoy mal de la cabeza. Pierdes mi tiempo con demasiadas preguntas cuando deberíamos actuar.

—Parte de lo que hago en mi pequeño mundo es hacer preguntas. Nadie está diciendo que seas mentirosa. ¿Por qué no tendría que creer que eres una cazadora de demonios de un universo paralelo? Siempre ando recibiendo clientes de otras dimensiones.

Ella caminó de un lado al otro por el pequeño cuarto intentando comprender su lógica. Él se estaba burlando de ella y eso no era correcto. A los guerreros de menor rango no se les permitía faltarles al respeto a los cazadores.

Sin embargo, ella lo admiró por ello, aunque su comportamiento le resultara frustrante.

Éste era su mundo, recordó Kadra, uno de maravillas mucho más allá de su comprensión. Si ella estuviera en su lugar no le creería sin tener alguna prueba.

—Tienes que verlo. No puedo culparte por dudar. Serías débil y tonto si no lo cuestionaras, y los débiles y tontos no me son de utilidad alguna.

—Querida, sigue con ese tono adorable, y me volverás loco.

Ella no tenía que comprender las palabras para reconocer el sarcasmo que fluía de ellas. Un tanto impaciente, un tanto intrigada, ella alzó una mano y luego la otra con la esfera en su palma, extendida.

—Mi sangre es la de la hechicera y la de la guerrera. Mi sangre es la sangre de la cazadora. Yo tengo el poder de la llave.

Ella concentró su mente en la esfera, tomó el poder de la esfera en su mente.

La cocina de Harper se disolvió como si fuera una pintura abandonada bajo la lluvia. A través de ella, él vio no el apartamento lindero sino una selva espesa y verde, un lazo blanco curvándose y un cielo del color de pálida sangre bajo un fiero sol rojo.

—Me cago en Dios —alcanzó a decir antes de ser absorbido por la esfera.