Capítulo 6

Temerosos de moverlo, habían dejado al chico cubierto por una sábana en la parte baja de las escaleras. A primera vista, el niño, pues no era más que un niño —pensó Kylar— parecía estar muerto ya. Había visto bastantes muertes como para reconocer su rostro.

Le pareció que el muchacho, con el pelo claro y las mejillas aún redondas de la infancia, tendría unos diez años. Pero aquellas mejillas estaban grises y el pelo estaba manchado de sangre.

Los que habían formado un círculo y se habían arrodillado en torno al muchacho abrieron un hueco cuando Deirdre llegó a toda prisa.

—Apartaos —ordenó—, dejadle espacio libre.

Antes de que Deirdre se pudiera arrodillar, una mujer llorosa dejó el grupo, se postró a sus pies y le agarró las faldas con las manos ensangrentadas.

—Mi niño. Oh, por favor, mi señora.

Sabiendo que el tiempo era precioso, Deirdre se inclinó y se soltó con firmeza de las manos de la mujer.

—Tienes que ser fuerte por él y confiar. Ahora dejad que lo vea.

—Se resbaló, mi señora.

Otro joven se acercó con paso inseguro. Tenía los ojos secos, pero muy dilatados y había hileras de lágrimas secándose en sus mejillas.

—Estábamos jugando al caballo y el jinete en las escaleras y se resbaló.

—De acuerdo. —Demasiado dolor, pensó, mientras sentía oleadas de dolor cayendo sobre ella. Demasiado miedo—. Está bien. Me ocuparé de él.

—Deirdre —Kylar habló en voz baja para que sólo ella pudiera oírle por encima de los llantos de la madre—, no hay nada que podáis hacer aquí ahora. Puedo oler la muerte en él.

También podía olerla ella, y por eso sabía que tenía muy poco tiempo.

—¿Qué es el olor de la muerte sino el olor del miedo?

Movió las manos suavemente sobre el cuerpo desplomado, sintiendo los dolores, encontrando tantas cosas rotas en el muchachito que le dolía el corazón. Las medicinas no podrían ayudar, pero su cara aún se mostraba decidida cuando alzó la vista.

—Cordelia, trae mi bolso de curas. Date prisa. El resto, por favor, dejadnos ahora; dejadme con él. Ailish, márchate.

—Oh, no, por favor, mi señora. Por favor, tengo que quedarme con mi niño.

—¿Confías en mí?

—Mi señora. —Agarró la mano de Deirdre y lloró sobre ella—. Sí.

—Entonces, haz como te digo: vete y llora.

—El cuello —empezó a decir Kylar, para después callarse cuando Deirdre agitó la cabeza y le miró.

—Silencio. Ayudadme o marchaos, pero no cuestionéis lo que hago.

Cuando se llevaron a Ailish y se quedaron solos con el muchacho que sangraba, Deirdre cerró los ojos.

—Esto le va a doler y lo siento por él. Sujetadlo, que esté tan quieto como sea posible y no hagáis nada para interferir. Nada, ¿entendéis?

—No —pero Kylar sujetó los brazos del muchacho.

—Apartad todo pensamiento de muerte de vuestra mente —le ordenó— o de miedo, o de duda. Alejadlos de vos como lo haríais durante la contienda. Ya hay demasiada oscuridad aquí. ¿Podéis hacerlo?

—Puedo.

Y puesto que se lo pedía, Kylar dejó entrar en él el frío, el frío que volvía de acero la mente para hacer frente a la lucha.

—Phelan —dijo ella—. Joven Phelan, el bardo. —Su voz era suave, casi un canto, mientras recorría de nuevo su cuerpo con las manos—. Sé fuerte por mí.

Le conocía, le había visto crecer, y aprender y convertirse en lo que era. Conocía el sonido de su voz, el rápido destello de sus gestos, los animados cambios de su mente. Había sido suyo, como todos en el Castillo de la Rosa eran suyos, desde el primer respiro, así que pudo fundirse fácilmente con él.

Mientras las manos trabajaban, apretando y masajeando, se deslizó dentro de su mente. Sintió su risa dentro de ella mientras saltaba y corría con sus amigos recorriendo de arriba abajo los estrechos escalones. Sintió el corazón de él saltar dentro del suyo cuando los pies del chico resbalaron. Entonces el miedo, oh, el terror, sólo un instante antes del dolor terrible. El chasquido del hueso le hizo gritar suavemente y mover la cabeza hacia atrás. Algo dentro de ella se rompió como fino yeso bajo un martillo de piedra, con una sensación que iba más allá del tormento.

Tenía los ojos abiertos ahora, observó Kylar, eran de un verde profundo y demasiado brillante. Su aliento se volvió rápido y pesado y el sudor perlaba su frente. El muchacho gritó suavemente, tenso bajo su sujeción.

El chico y Deirdre hicieron un sonido agónico mientras ella deslizaba una mano debajo de él para sujetarle el cuello, y le puso la otra sobre el corazón. Ambos temblaron y ambos adquirieron una palidez mortal.

Kylar empezó a llamarla y se estiró hacia ella mientras basculaba. Pero sintió el calor, un puño feroz de calor que parecía salir a borbotones de ella para entrar en el muchacho hasta que los brazos que él sostenía se convirtieron en palos de fuego.

En ese momento, los ojos del chico se abrieron y se quedó mirando al vacío.

—Toma, joven Phelan. —Su voz, que sonaba espesa, retumbó en la piedra—. Coge lo que necesites del fuego de la curación. —Se inclinó hacia abajo y puso los labios suavemente sobre los suyos—. Vive. Quédate con nosotros. Tu madre te necesita.

La cara del muchacho recuperó el color ante los ojos atónitos de Kylar. Juraría que había sentido cómo la muerte volvía a las sombras dando un salto.

—Mi señora —dijo el chico, entre sueños—, me caí.

—Sí, lo sé. Ahora duerme. —Le frotó los ojos con la mano y se cerraron con un suspiro—. Y cúrate. Dejad que entre la madre, si os parece —le dijo a Kylar— y también Cordelia.

—Deirdre.

—Por favor. —La debilidad amenazaba con vencerla y ella quería estar lejos, en su propia habitación, antes de dejarse ir—. Hacedles pasar para que les diga lo que hay que hacer con él.

Seguía de rodillas cuando Kylar se incorporó. El sonido de su pueblo era como el rumor amortiguado del mar en su cabeza. Sin embargo, cuando Ailish se dejó caer cerca de su hijo para acercárselo y besar la mano de Deirdre, ahora temblorosa, ésta dio instrucciones claras y detalladas para cuidarle.

—¡Basta! —Alarmado por su palidez, Kylar la alzó en sus brazos desde el suelo—. Ocúpate del niño.

—No he terminado —consiguió decir Deirdre.

—Sí, por supuesto que lo habéis hecho.

La sola mirada con la que recorrió a los que se habían congregado desafió a cualquiera a contradecirle.

—¿Dónde está vuestra habitación?

—Por aquí, mi príncipe señor.

Orna le dirigió a través de un zaguán, después otro pasillo y otra escalera.

—Sé qué hacer por ella, mi señor.

—Entonces, hazlo. —Miró en dirección a Deirdre mientras la subía por las escaleras. Se había desvanecido, finalmente: la piel como el cristal y los ojos cerrados. La sangre del chico estaba en sus manos—. ¿Por qué se arriesgó tratando de arrebatarle el muchacho a la muerte?

—No sé decirle, mi señor. —Abrió una puerta, atravesó a toda prisa la habitación hasta llegar a la cama—. Me ocuparé de ella ahora.

—Me quedo.

Orna apretó los labios cuando él dejó a Deirdre sobre la cama.

—Tengo que desvestirla y lavarla.

Tratando de contener su ira, se giró para mirar por la ventana.

—Entonces hazlo. ¿Es esto lo que ella hizo conmigo?

—No sabría decir. —Al darse la vuelta Orna se encontró con sus ojos—. No habló conmigo de ello; en realidad no habla de ello con nadie. Príncipe Kylar, os ruego que os deis la vuelta hasta que mi señora esté convenientemente vestida.

—Mujer, su pudor no es un problema para mí.

Sin embargo, se giró y miró por la ventana.

Había oído hablar de personas que podían curar con la mente, pero hasta esa noche no lo había creído realmente. Ni tampoco había reparado en el precio que tenía que pagar el curandero para sanar.

—Dormirá —dijo Orna pasado un rato.

—No la molestaré. —Se acercó hasta la cama y miró hacia abajo. Todavía no había color en sus mejillas, pero le pareció que respiraba de forma más regular—. Ni la dejaré sola.

—Mi señora es fuerte y tan valiente como diez guerreros.

—Si yo hubiera tenido diez tan valientes como ella, se habrían acabado las batallas.

Complacida con su contestación, Orna inclinó la cabeza.

—Y mi señora, a pesar de lo que ella cree, tiene un corazón tierno. —Orna colocó una botella y una copa en la mesa cerca de la cama—. Así que tened cuidado para no hacerle daño. Cuando se despierte, dadle un poco de este tónico. No estaré lejos por si me necesitáis.

Una vez solo, Kylar acercó una silla a la cama y miró dormir a Deirdre, durante una hora y después durante dos. Estaba inmóvil y pálida a la luz del fuego y temió que nunca despertara, sino que como la bella de otra leyenda durmiera por cien años.

Sólo días antes habría considerado que esas cosas eran una tontería, cuentos para niños. Pero ahora, después de lo que había sentido, cualquier cosa parecía posible.

Aunque la preocupación estuviera muy presente, el enfado estalló. Ella había arriesgado su vida. Había visto a la muerte deslizar sus fríos dedos sobre ella. Había arriesgado su vida a cambio de la del chico.

Y, ahora estaba seguro, también había arriesgado la vida por él.

Cuando se revolvió, el más mínimo parpadeo de sus pestañas, vertió en la copa el tónico que había dejado Orna.

—Bebed esto. —Le levantó la cabeza de la almohada—. No habléis, sólo bebed.

Bebió a sorbos y luego gimió. Levantó una mano hacia la muñeca de él pero enseguida la dejó caer por efecto de la debilidad.

—¿Y Phelan? —susurró.

—No sé. —Le puso la copa en los labios por segunda vez—. Bebed más.

Obedeció y después giró la cabeza.

—Preguntad cómo sigue el joven Phelan, por favor. Tengo que estar segura.

—Bebed primero. Bebedlo todo.

Hizo como se le decía y dejó los ojos abiertos mirando los suyos. Si hubiera tenido la fuerza suficiente, habría ido a verlo por sí misma, pero la debilidad todavía tiraba de ella y sólo podía confiarle la tarea a Kylar.

—Por favor. No descansaré hasta que sepa cómo está.

Kylar dejó a un lado la copa y cruzó la habitación hasta la puerta. Orna estaba sentada en una silla en el corredor, cosiendo a la luz de una vela. Elevó la vista al verle.

—Decidle a mi señora que no se preocupe: el joven Phelan está descansando y curándose. —Se puso en pie—. Si deseáis retiraros, mi señor, me quedaré con mi señora.

—Vete a la cama —dijo con rapidez—. Me quedaré con ella esta noche.

Orna hizo una reverencia con la cabeza y ocultó una sonrisa.

—Como deseéis.

Volvió a la habitación y cerró la puerta. Al girarse vio que Deirdre estaba incorporada en la cama, con el pelo derramándose como miel sobre la tela blanca de su camisón.

—Vuestro muchacho se encuentra bien y descansando.

Tras sus palabras, vio el color volver a su cara y la mirada turbia fue sustituida por una clara. Fue hasta el pie de la cama que estaba cubierto en terciopelo de un rojo intenso.

—Os recuperáis con rapidez, señora.

—El tónico es potente. —Realmente sentía su mente despejada ahora e incluso los ecos del dolor parecían estar abandonando su cuerpo—. Gracias por vuestra ayuda. La madre y el padre habrían estado demasiado afectados para ayudarme. Su preocupación podría haberme distraído. Además, el miedo alimenta a la muerte.

Dio un vistazo alrededor de la habitación, de forma algo cautelosa. Orna no había dejado tendido su camisón.

—Si me disculpáis, iré a verlo por mí misma.

—Esta noche no.

Para su sobresalto se sentó a un lado de la cama cerca de ella. Sólo el orgullo le impidió deslizarse hacia el lado contrario o taparse con las sábanas.

—Tengo preguntas.

—He contestado ya varias de vuestras preguntas.

Levantó las cejas.

—Tengo más. El muchacho estaba muriendo: tenía el cráneo quebrado, el cuello dañado si no roto y el brazo izquierdo destrozado.

—Sí —dijo con calma—, y dentro de su cuerpo había más daños, pues sangraba por dentro; cuánta sangre para un muchacho tan pequeño. Pero tiene un corazón fuerte, nuestro Phelan. Le tengo un cariño especial.

—Habría muerto en minutos.

—No está muerto.

—¿Por qué?

—No sé contestar. —Se tocó el pelo con inquietud—. No os lo puedo explicar.

—No queréis.

—No sé hacerlo.

Cuando apartó la cara, él le cogió la mejilla y la sostuvo con firmeza.

—Intentadlo.

—Os excedéis —dijo con frialdad—, todo el tiempo.

—Entonces ya deberíais haberos acostumbrado. Sostuve al muchacho —le recordó— y vi y sentí cómo la vida volvía a él. Decidme lo que hicisteis.

Quería ignorarle, pero la había ayudado cuando lo necesitaba, así que debía intentar contestar.

—Es una especie de búsqueda, una fusión y al mismo tiempo una apertura de los dos. —Levantó una mano y la dejó caer—. Una especie de fe, podría decirse.

—Os causó dolor.

—¿Pensáis que luchar contra la muerte no es doloroso? Sabéis que no es así. Para curar, tengo que sentir lo que él siente, y alzarlo… —Sacudió la cabeza, frustrada ante la dificultad de encontrar las palabras—. Llevarle de nuevo al dolor. Después, cabalgar sobre él juntos, para que yo pueda ver, sentir y saber.

—Cabalgasteis sobre algo más que dolor. Montasteis sobre la muerte, os vi.

—Éramos más fuertes que ella.

—¿Y si no lo hubierais sido?

—Entonces la muerte hubiera vencido —se limitó a decir—. Y una madre estaría llorando a su primogénito esta noche.

—¿Y vos, Deirdre del Hielo, estaría vuestra gente llorándoos?

—Existe ese riesgo. ¿Abandonasteis la batalla, Kylar, o le hicisteis frente sabiendo que vuestra vida podía ser el precio a pagar al final del día? ¿No habríais defendido a cualquiera de los vuestros si lo hubieran necesitado? ¿Esperaríais que yo hiciera menos por uno de los míos?

—No era uno de los vuestros. —Le cogió la mano antes de que pudiera apartar la mirada—. Cabalgasteis sobre la muerte conmigo, Deirdre. Lo recuerdo. Pensé que era un sueño, pero ahora lo recuerdo, aquel dolor como si la espada entrara en mí de nuevo. Ese mismo dolor se reflejó en vuestros ojos mientras mirabais hacia mí. El calor de vuestro cuerpo, el calor de vuestra vida derramándose dentro de mí. Yo no era nada vuestro.

—Erais un hombre y estabais herido. —Se separó de él y dejó la mano sobre su mejilla—. ¿Por qué estáis enfadado? ¿Debería haberos dejado morir sólo porque mis medicinas no eran suficientes para sanaros? ¿Debería haber retrocedido ante vos y ante mi propio don porque salvaros me iba a causar un momento de dolor? ¿Sangra ahora vuestro orgullo porque una mujer luchó por vuestra vida?

—Quizá lo hace. —Cerró la mano alrededor de la muñeca de ella—. Cuando os traje aquí creí que moriríais, y me sentí impotente.

—Os quedasteis conmigo y eso fue un acto bondadoso. Él hizo un sonido, y después se levantó de la cama para caminar.

—Cuando un hombre entra en batalla, es espada contra espada, lanza contra lanza, puño contra puño. Son cosas tangibles. Lo que habéis hecho, magia o milagro, es mucho más. Y teníais razón, no lo puedo entender.

—¿Cambia esto lo que pensáis sobre mí?

—Sí.

Pestañeó, escondiendo este nuevo dolor.

—No hay nada vergonzoso en ello. La mayor parte de los hombres no se hubieran quedado a ayudar, ni ciertamente se hubieran quedado para hablar conmigo. Estoy agradecida. Ahora, si me disculpáis, me gustaría estar sola.

Lentamente volvió a acercarse a ella.

—Me habéis malinterpretado. Antes pensaba en vos como en una mujer bella, fuerte e inteligente, pero triste. Ahora pienso en vos como en todo eso y mucho más. Me humilláis. Esperáis que me aparte de vos a causa de todo lo que sois. No puedo. Quiero estar con vos, y no soy digno de ello.

Le miró de nuevo con el corazón encogido.

—¿Es gratitud lo que os atrae hacia mí?

—Estoy agradecido, ya que os debo cada respiración, pero no es gratitud lo que siento cuando os miro.

Se deslizó fuera de la cama para ponerse en pie.

—¿Es deseo?

—Os deseo.

—Nunca he tenido los brazos de un hombre rodeándome con amor. Quiero que sean los vuestros.

—¿Qué derecho tengo cuando no puedo quedarme con vos? Ya debería haberme ido. Mi familia y mi pueblo esperan.

—Me ofrecéis la verdad, y la verdad significa más para mí que las palabras bonitas y las promesas vacías. Me preguntaba sobre esto y ahora lo sé. Cuando os curé sentí algo que nunca antes había sentido. Mezclada con el dolor y el frío que vinieron sobre mí de forma tan encarnizada, había… luz.

Mientras le miraba, extendió las manos.

—He dicho que no hice nada para ataros a mí, y es cierto, pero algo ocurrió en mí cuando formaba parte de vos, algo que me enfadó y me asustó. Sin embargo, ahora, justo ahora… —Soltó una exhalación y habló sin rubor—. Me excita. He sido tan fría. Dadme una noche de calor. Dijisteis que me queríais deseosa. —Se incorporó y soltó las cintas del corpiño de su camisón—. Y lo estoy —dijo mientras la prenda blanca se deslizaba hasta sus pies.