Capítulo 11

—No tendrás nada —dijo—. Pues nada es lo que has ganado. Tu tiempo ha terminado, y el mío comienza. Es hora de atacar.

—Ninguna mujer me habla de esa manera. —Owen llevó su mano hacia atrás. Y la espada de Thane estuvo presta en su garganta.

—Si la tocas, te rebanaré la mano de la muñeca. —Con su mano libre Thane se quitó la máscara—. No interfieras —dijo a Aurora—. No soy un hombre si no me juego la vida por mí mismo y por mi dama cuando al fin llegó el momento.

—Tu dama —escupió Owen.

—Mi dama, y mi reina. —Thane dio un rápido paso atrás—. Toma tu espada.

Ya reinaba el caos en tanto los guardias luchaban contra los rebeldes que embestían en el salón. Señores y cortesanos apartaban de la pelea a las mujeres que gritaban, o sencillamente las dejaban y se mezclaban en el tumulto para cubrirse. Aurora se quitó su propia máscara y pidió una espada. No tendría otra opción ahora más que abrirse paso hasta Lorcan y cortar toda posibilidad de escape.

Owen sacó su espada.

—Mozo de los establos, te cortaré en pedazos, y uno por uno los daré de alimento a mis perros.

Con una delgada sonrisa, Thane hizo un saludo burlón con la espada.

—¿Lucharás, tedioso pelmazo, o sólo me matarás de aburrimiento?

Owen se adelantó con agilidad, atacando, dando estocadas, y Thane sintió que su sangre cantaba. Sus espadas se cruzaron, deslizándose hasta las respectivas empuñaduras, y él sonrió a través de la V letal.

—He soñado con esto.

—Soñaste con tu propia muerte.

Se apartaron, y el acero sacó chispas al acero.

Empuñando una espada propia, Aurora se abría camino a fuerza de estocadas, empujó a una mujer desvanecida en los brazos de un cortesano, y luego como un remolino volvió a luchar junto a Gwayne.

—¿Cómo está todo afuera? —gritó—. Las murallas, los túneles.

—Está hecho. Esto es todo lo que queda. Las hadas los mantienen a raya, y los calabozos están vacíos.

—Entonces terminemos con esto. —Miró hacia Lorcan y vio que la espada de éste brillaba con sangre—. Ocupémonos de él.

Junto con Gwayne, ella luchó hasta abrirse camino hacia el rey. Batallaron a través de los invitados aterrados, saltando por encima de los caídos y desmayados para reunirse con otros mientras ella llamaba a las armas. Presionaron a los guardias superados en número contra las paredes, y Aurora trabó su espada con la de Lorcan.

—Puedes tomarme —dijo con calma—. No creo que lo hagas, pero puedes. Si lo haces, estos hombres te cortarán en pedazos. No vivirás más allá de esta noche a menos que bajes tu espada.

—Serás colgada. —Sus ojos ardían con un fulgor negro. Había sangre en sus manos, notó Aurora, y también en las propias—. Serás apresada, confinada y ahorcada.

—Baja tu espada, Lorcan el usurpador, o finalmente terminaré esto con muerte.

—Habrá muerte. —Pero él arrojó su espada—. Será la tuya.

—Dile a tus guardias que bajen sus armas. Estás superado en número aquí. Diles que bajen sus armas para que puedas escuchar mis condiciones.

—¡Suficiente! —gritó con la espada de Aurora en la garganta—. Bajad vuestras armas. El rey os lo ordena.

Los sonidos de aceros que entrechocaban se fueron pausando hasta que sólo quedó la hoja de Thane contra la de Owen.

—Déjalo terminar —dijo ella a Gwayne—. Todavía no ha dado la hora. Ésta es su hora, no la mía, y debe vivirla. Pon a Lorcan en el trono que tanto aprecia, y mantenlo allí.

A lo largo del salón los dos hombres luchaban como demonios. Sin aliento, Owen tajaba y rompía, y maldijo cuando la espada de Thane le hizo volar la suya. Enfurecido, manoteó un candelabro y lo levantó, trazando violentos arcos que Thane esquivaba para volver luego al ataque.

—Estás demasiado acostumbrado a entrenarte con soldados que son azotados o encarcelados si se atreven a ganar —lo provocó Thane—. Ahora, que se trata de la vida real… —Thane dio una estocada, y cortó nítidamente la manga de seda de Owen hasta marcarle la carne—. Eres torpe.

—¡Y tú no eres nada! Cobarde.

—Llevo tus cicatrices. —Thane pasó la punta de su espada por el cuello de Owen—. Ahora tú llevarás las mías. Y con eso es suficiente.

Con dos ágiles movimientos quitó la espada de manos de Owen y luego presionó la suya contra el estómago de su enemigo.

—No te mataré, pues te deseo muchos años de vida. Años de miseria y humillación. De rodillas ante su Majestad.

—No me arrodillaré ante ti.

—No es ante mí que debes arrodillarte. Sino ante ella. —Dio un paso al costado, moviendo la punta de su espada hacia la nuca de Owen para que el hombre pudiera ver a Aurora de pie entre los caídos y temerosos.

—Tú eres lo que siempre he deseado —dijo a Thane—. Lo que siempre valoré. En medio de la batalla, cuando la venganza era tu derecho, has elegido el honor.

—¡Puta! —gritó Owen—. Se ha abierto de piernas para mí. Ella…

Thane manipuló su espada por la hoja y golpeó a Owen en la cabeza con su empuñadura. Al caer Owen inconsciente, Thane lo apartó rudamente a un lado.

—No soy perfecto —dijo con una deslumbrante sonrisa, y Aurora se rió.

—Creo que puedes serlo. La hora se acerca. —Podía sentir el poder que se elevaba dentro de ella—. Casi quisiera que no fuera así. Que pudiéramos irnos caminando, y vivir en una cabañita en el bosque o recorrer el mundo en una carreta. Casi lo deseo, pero llega la hora y no tengo elección.

—Una cabaña, un mundo, una corona. Para mí es todo lo mismo si estoy contigo.

—Entonces apóyame. —Ella se dio la vuelta y enfrentó a Lorcan mientras éste se mantenía despatarrado en el trono bajo las espadas de los hombres de Aurora—. Bajad las espadas y haceos a un lado. Abrid las puertas, las ventanas. Dejad entrar a la gente, dejad que sepan lo que ocurrió aquí en la hora encantada, en mi hora. Lorcan, ponte de pie y enfréntame como no lo hiciste con mi padre o mi madre. Soy Aurora. Soy la Dama de la Luz. Soy la Verdadera.

Se acercaba a él mientras hablaba y extendía los brazos.

—¿Hay alguien aquí, en esta compañía, y en esta Ciudad de las Estrellas, y en el mundo, que no jure lealtad al Verdadero? Pues sois libres para abandonar este lugar, e iros en paz. No habrá sangre ni muerte.

—No eres más que una mujer, una puta, como dijo mi hijo. Yo soy el rey. El Verdadero es un mito del que parlotean los dementes.

—¡Observad al dragón! —Ella señaló en dirección a la ventana, y al fuego que encendía el cielo con la forma de un dragón.

—Un truco de bruja. —Lorcan se levantó y, empujando con las manos, produjo un salvaje viento en el salón. El pelo de Aurora voló hacia atrás, y su vestido se hinchó. La violencia del viento le cortó la mano y produjo sangre. Pero ella resistía frente a él.

—¿Piensas equiparar tu poder con el mío? —Arqueó las cejas—. He aquí el mundo, manchado por mi sangre, y la sangre de mi pueblo. —Extrajo la esfera de cristal de su bolso, y la arrojó tan alto que casi rozó el techo. Ésta arrojaba luz y esparcía voces que se elevaron en una canción—. Tómala si te atreves. Y aquí está la corona, la Corona de las Estrellas.

Volvió a revisar su bolso y extrajo la estrella, que voló en círculos mareantes y estalló en una luz.

Envuelta en el vestido blanco que la rodeaba con sus ondas, permaneció desarmada y aguardó mientras las campanas comenzaban a dar la medianoche.

—Y ésta es mi hora, la hora de mi nacimiento y mi comienzo. La hora de la vida y de la muerte, del poder y del portento. El tiempo en medio del tiempo cuando el día se encuentra con el día y la noche se encuentra con la noche.

La corona giraba, resplandeciente de luz, y descendió sobre su cabeza.

Elevando los brazos, ella aceptó su destino.

—Y en esta hora, el reino de la oscuridad termina y el reino de la luz comienza. Soy la Verdadera, y éste es mi mundo, que debo proteger.

La corona ciñó su cabeza, y cada hombre y mujer, cada soldado y sirviente, cayó de rodillas.

Afuera, la gente que se agolpaba podía escucharse pronunciando su nombre como una plegaria.

—Soy Aurora, descendiente de Draco, hija de Gwynn y Rhys. Soy reina de Twylia.

Con un rugido, Lorcan empuñó la espada de un rebelde deslumbrado y, levantándola bien alto, la dirigió hacia Aurora. Su grito proclamaba el crimen, su mirada revelaba locura.

Saltando como un lobo, Thane se arrojó hacia adelante, girando para protegerla, y atropelló a Lorcan.

Lorcan cayó a sus pies con su sangre empapando el ruedo blanco del vestido de Aurora. Con las estrellas todavía titilando sobre su cabeza, ella lo miró con una lástima que era fría como el invierno.

—Entonces… entonces termina en muerte después de todo. Él hizo su elección. La deuda está saldada con mi padre y el tuyo. —Se volvió hacia Thane, sostuvo su mano—. Con mi madre y la tuya.

Sonó la última campanada, y el viento se detuvo. Su corona rutilaba como las estrellas.

—Lo que fue tomado por la sangre ha sido devuelto. Con sangre. Ahora que haya paz. Abrid las alacenas —ordenó—. Alimentad a la gente de la ciudad. Esta noche nadie pasará hambre.

—Mi señora. —Gwayne se arrodilló frente a ella—. El pueblo os llama. Reclama a su reina. ¿Saldréis para que pueda veros?

—Lo haré. Pero antes necesito un momento. Sólo un momento —repitió y se volvió hacia Thane—. Será duro. Después de la alegría, será duro. Habrá que trabajar y sudar y dedicar tiempo para devolver la fe, instaurar el orden, renovar la confianza. Habrá tanto que hacer… Te necesito a mi lado.

—Soy el hombre de la reina, mi señora. —Se llevó la mano de Aurora a los labios. Luego con una risa nacida de la libertad, la levantó del piso, por encima de su cabeza—. Amada. Mujer de mis visiones, madre de mi hijo. Mi luz. Mi vida.

Ella lo envolvió con los brazos y unió los labios a los suyos para sentir el calor y el poder de su beso mientras giraban en círculos.

—Entonces no hay nada que no pueda hacer. Nada que no pueda ser.

—Seremos felices.

—Sí. Hasta el fin de nuestros días.

Con la mano aferrada a la suya, ella salió a recibir los saludos de la gente del mundo.

Y proclamaron reina a Aurora, la Luz.