Capítulo 5

Aquí estaba su lobo, y ella se estremeció al verlo. Él luchó con un enfoque gélido y fuerza incansable que Aurora admiró, respetó y envidió. El talento, sí, el talento de un guerrero estaba allí, pero se veía reforzado por ese estilo de sangre fría, de mirada distante que a ella le indicaba que él hubiera aceptado la muerte o que la hubiera administrado de manera igualmente expeditiva.

La criatura feérica era vieja, es verdad, pero un elfo a fin de cuentas. Semejantes criaturas no se dejaban vencer fácilmente.

Ella podía ver el sudor del esfuerzo perlado en el rostro de Thane, y cómo empapaba su camisa. Y vio la sangre que empapaba la tela desde las heridas de su espalda, todavía abiertas por los latigazos.

¿Cómo un hombre podía esgrimir una espada con un talento tan grande y a la vez permitir que lo azotaran?

¿Y por qué había espiado la fiesta a través de aquel agujero? Era su mirada lo que ella había sentido sobre el cuerpo. También había sentido su esencia. La suya y la del viejo de barba gris con el que ahora luchaba.

Aun cuando intentaba descubrirlo, dos columnas de humo giraban a cada lado de Thane. Y se convirtieron en guerreros armados. Él trabó la espada de uno a su derecha e hizo saltar la espada de la izquierda, que voló cortando el aire.

Levantando la suya, Aurora dio un brinco. Atravesó con su hoja a uno de los guerreros y así lo disolvió en humo.

—Juego sucio, viejo.

Dio media vuelta y habría atacado también a Kern si Thane no hubiera cruzado su espada con la de ella.

—A tu espalda —exclamó, pero el guerrero volvía a ser humo con un gesto de la mano de Kern.

—Señora —dijo la criatura feérica con una inconfundible risa sofocada— nos confundís. Sólo ayudo a mi joven amigo con su entrenamiento. —Para demostrarlo, Kern bajó su espada e hizo una reverencia.

—¿Por qué estoy soñando? —preguntó Thane. Estaba sin aliento así como lo había estado durante el combate, y el correr de su sangre no tenía nada que ver con juegos—. ¿Qué clase de prueba es ésta?

—No estás soñando —le aseguró Kern.

—Ella no es real. Ya la he visto en carne y hueso. Y ésta es la visión, no la mujer. —Amor, deseo y añoranza se anudaban dentro de él a tal punto que luchó con enojo por congelar sus palabras—. Y además ya no represento ningún interés para ella.

—Soy tan real como tú —replicó Aurora, que envainando luego su espada, torció sus labios en una mueca de desdén—. Peleas bien para ser un mozo de cuadra arrastrado. Y tu espada sería todo lo que me interesa, si creyera que puedes reunir el valor y la astucia para usarla contra algo más que humo.

—Entonces no es una visión, sino una mujercilla afectada y quebradiza. —Levantó la capa que ella arrojara a un lado cuando saltó en su defensa. Con una reverencia burlona, se la ofreció—. Vuelve a la cama, no sea que te resfríes.

—Ya estoy bastante resfriada gracias a ti. —Rechazó su mano con un golpe y luego se volvió hacia Kern—. ¿Por qué no curasteis sus heridas?

—Él no lo quiso.

—Ah, además es estúpido. —Inclinó su cabeza en dirección a Thane nuevamente—. Seas o no seas estúpido, lamento que te hayan azotado por mi culpa.

—No tiene nada que ver contigo. —Como la tunda todavía lo avergonzaba, hincó la espada en su funda—. No es seguro que una mujer ande sola fuera de las murallas. Kern te mostrará el camino de vuelta.

—Si encontré la manera de salir, puedo encontrar la forma de volver. No soy ninguna mujercita desvalida —dijo con impaciencia—. Tú, de entre todos los hombres, deberías saber…

—Yo no te conozco —dijo Thane sin interés.

Ella sintió el impacto en el corazón. Allí estaban salpicados por el claro de luna, donde sólo el grito de una lechuza y el susurro de un arroyo sobre las rocas rompían el silencio que había entre ambos.

A pesar de conocer el peligro de intervenir, Kern dio un paso adelante, apoyando una mano sobre el hombro de Thane, y la otra sobre Aurora.

—Niños —comenzó animado.

—Ya no somos niños. ¿O sí, señora? No somos niños que chapotean en el río, o que corren por el bosque. —Recordarlo le arañó el corazón, recordar el gozo y el placer, el sencillo bienestar de aquellos tiempos junto a ella. Saber que habían terminado para siempre—. O niños que disfrutan del inocente placer de la mutua compañía.

Ella sacudió la cabeza, y pensó en cómo había yacido con él, amándolo, en sus visiones. Él y ningún otro.

—Me pregunto —dijo después de un momento— qué necesidad tenemos de herirnos de esta manera. Por qué nos atacamos cuando en un tiempo siempre estábamos de acuerdo. Y temo que tengas razón. No me conoces, ni yo a ti. Pero sé que eres el hijo de un guerrero, tienes sangre noble. ¿Por qué duermes en los establos?

—¿Por qué le sonríes a Lorcan, danzas con Owen, y luego deambulas por la noche con una espada?

Ella se limitó a sonreír.

—No es seguro que una mujer ande sola fuera de las murallas.

Por apenas un instante, hubo un atisbo de humor en sus ojos.

—Tú me observaste danzar.

Él se maldijo por haberlo mencionado. Ahora ella conocía el agujero para espiar así como los túneles. Y una palabra a Owen…

—Si deseas reparar el episodio de los azotes, no digas que me viste aquí.

—No tengo el menor motivo para hablar de ti —dijo con frialdad—. Tenía entendido que hacía tiempo que las hadas ya no moraban cerca de la ciudad.

Kern se alzó de hombros ante su comentario.

—Moramos donde queremos, señora, incluso bajo los dominios de Lorcan. Éste es mi lugar, y él está a mi cargo.

—No estoy a cargo de nadie. ¿Eres una bruja? —quiso saber Thane.

—Soy bruja entre otras cosas. —Él se manifestaba tan enojado y frustrado… Cuánto anhelaba ella acariciar con su dedo la cicatriz con forma de rayo encima de su ojo—. ¿Le temes a la brujería, Thane de los establos?

Esos ojos centellearon frente al insulto, tal como ella esperaba.

—No te temo.

—¿Cómo habría de temerle a una bruja sola un hombre armado y junto a su protector feérico?

—Déjanos —exigió Thane a Kern, y su mirada quedó fija en el rostro de Aurora.

—Como desees. —Kern hizo una amplia reverencia y luego desapareció.

—¿Por qué estás aquí?

—El príncipe Owen necesita una mujer. ¿Por qué no habría de ser yo?

Él tuvo que reprimir un acceso de negra furia ante la sola idea.

—Seas lo que seas, tú no eres como las demás.

—¿Por qué? ¿Porque camino sola en la noche por el Bosque Negro, donde se dice que vagan bestias salvajes?

—No eres como las demás. Te conozco. En efecto, te conozco, o conozco lo que fuiste alguna vez. —Tuvo que agarrotar su mano en un puño para evitar tocarla—. Te he visto en mis sueños. He probado tu boca. Voy a probarla de nuevo.

—En tus sueños, tal vez. Porque no doy mis besos a cobardes que sólo luchan contra el humo.

Ella se volvió, y sintió a la vez sorpresa y excitación cuando él aferró su brazo y la atrajo hacia sí.

—Volveré a probarla —repitió.

En el momento en que él la acercó más, Aurora le puso la punta de su daga en la garganta.

—Eres lento —dijo ya en un ronroneo—. Suéltame. No tengo ganas de cortar tu garganta por una ofensa tan trivial.

Él se relajó y tan pronto como ella bajó la daga se movió como un rayo. Forcejeó hasta quitarle la daga de la mano, y le pateó los pies antes de que pudiera desenvainar su espada. La fuerza de la caída la dejó sin aliento, y quedó debajo de Thane antes de poder recuperarlo.

—Eres precipitada —le dijo— para confiar en un enemigo.

Ella se tuvo que tragar su alegría, y la risa. Ya habían luchado así anteriormente, cuando sólo había amor e inocencia entre ambos. Aquí estaba su hombre después de todo.

—Tienes razón. La gente como tú no tiene honor.

Con la misma mirada gélida en sus ojos, que ella había visto cuando luchaban, Thane estiró los brazos sobre su cabeza. Ella sintió las primeras caricias de temor, pero aun así se mantuvo firme. Ningún palafrenero arrastrado la haría temer.

—Volveré a probar cómo sabes. Tomaré algo. Tiene que haber algo.

Ella no se resistió. Él hubiera querido que sí lo hiciera, quería que ella lo escupiera y corcoveara y luchara para no tener que pensar. Por un momento sagrado, no pensar sino sólo sentir. Pero Aurora permaneció rígida como una piedra cuando él chocó su boca contra la de ella.

Su gusto era el mismo, el mismo que él imaginaba, recordaba, deseaba. Caliente y fuerte y dulce. De modo que al final no pudo pensar, sino que sencillamente se hundió en el bendito alivio que ella representaba. Y todos los dolores y miserias, la furia y la desesperación, le fueron lavados en el torrente de su ser.

Ella no se resistió, pero comenzó a luchar consigo misma en tanto su boca reaccionaba a sus necesidades, y el cuerpo suyo encima de ella traía retazos de recuerdos.

Nunca había estado realmente con un hombre, sino sólo con él en sus visiones, en sus sueños. No deseaba a ningún hombre más que a él, por el resto de su vida. Pero lo que había hallado no era el lobo que conocía, tampoco el cobarde que creía haber encontrado. Era un hombre amargo y obsesionado.

Con todo, su corazón latía desordenado, su piel temblaba, y bajo la suya, su boca se abría y se ofrecía. Lo oyó hablar, pronunciar una palabra, en la lengua más antigua de Twylia. La desesperación de su voz, el dolor y la añoranza que había en ella hicieron que su corazón se acongojara.

La palabra era «amada».

Él se incorporó para mirarla. Había una lágrima sobre su mejilla, y otras más en sus ojos, iluminados por el claro de luna. Él cerró sus propios ojos y giró sobre su espalda ensangrentada.

—He vivido demasiado tiempo con caballos, y olvidé lo que es ser un hombre.

Ella se sintió sacudida hasta los huesos por sus sentimientos, por sus necesidades, por la pérdida.

—Sí, olvidaste lo que es ser un hombre. —Y ella había olvidado ser una reina—. Pero echaremos la culpa a la noche, a lo extraño de todo esto. —Se puso de pie, y caminó para recoger su daga—. Creo que tal vez esto es alguna clase de prueba, para ambos. Te he amado desde que tengo memoria.

Thane la miró, la atravesó con la mirada, y por un momento eso fue todo lo que hubo, el amor entre ambos, que resplandecía ancho y profundo como el Mar de las Maravillas. Pero en el momento siguiente la pesada mano del deber se impuso.

—Si las cosas fueran distintas… —Su visión se volvió borrosa, no por magia sino por lágrimas de mujer. Fue la reina la que las reprimió, negándose el alivio—. Pero no lo son, y lo nuestro no puede ser, Thane, porque hay más cosas en juego. Aun así es tan grande la añoranza que tengo de ti, como siempre la tuve. Aunque todo cambie, eso no cambiará.

—No somos lo que éramos en las visiones, Aurora. No me busques en ellas, porque no acudiré a ti. Vivimos tal como vivimos en el mundo.

Ella se agachó junto a él, y separó los mechones que le cubrían la frente.

—¿Por qué no luchas? Tienes el talento de un guerrero. Podrías abandonar este lugar, unirte a los rebeldes y hacer algo de tu vida. ¿Por qué levantar una horqueta en los establos cuando puedes levantar una espada contra el enemigo? Eres mucho mejor que aquello en lo que te han convertido.

Y también quiero más de ti, pensó. Quiero tanto más de ti.

—Hablas de traición. —Su voz era incolora en la oscuridad.

—Hablo de esperanza, de lo justo. ¿No crees en el mundo, Thane? ¿No crees en ti?

—Hago lo que el destino me reservó. Ni más, ni menos. —Se apartó de ella y se sentó, escrutando las espesas sombras—. Tú no deberías estar aquí, mi señora. Owen jamás elegiría a una mujer tan atrevida como para vagar sola por el bosque, o una que permita que un mozo de cuadra se tome… libertades con ella.

—¿Y si él me elige tú qué harás?

—¿Me estás provocando? —Se levantó de un salto, y ella vio lo que esperaba ver en su rostro. La fuerza y la furia—. ¿Te divierte que pueda suspirar por una mujer capaz de ofrecerse a otro hombre como un dulce en bandeja?

—Si fueras un hombre, me tomarías… Entonces todo quedaría dicho. —Si me tomaras, pensó, quizás las cosas serían distintas después de todo.

—Es fácil decirlo cuando no tienes nada que perder.

—¿Tu vida es tan valiosa que no la arriesgarías para recuperar lo que te pertenece? ¿Para arriesgarte por ti y por tu mundo?

Él la miró y contempló la belleza de su rostro, encendido por el deseo como si contuviera un centenar de velas en su interior.

—Sí, la vida es preciosa. Tan preciosa que me rebajaría día tras día para preservarla. Tu lugar no es aquí. Vuelve antes de que seas echada de menos.

—Iré, pero esto no está terminado. —Extendió una mano y tocó su mejilla—. No necesitas preocuparte. No diré nada a Owen o a Lorcan acerca de los túneles o la cámara para espiar. No haría nada por quitarte tus pequeños placeres o para causarte daño. Lo juro.

Su rostro se volvió pétreo mientras retrocedía, y ejecutó una breve reverencia burlona.

—Gracias, mi dama, por vuestra indulgencia.

Ella sacudió la cabeza como si acabara de recibir una bofetada.

—Es todo lo que puedo ofrecerte.

Se apresuró a regresar al túnel y lo dejó a solas.

Durmió mal y observó el amanecer envuelto en la neblina. En medio de esa claridad difusa, Aurora sacó la esfera de su caja, y la sostuvo en la palma de la mano.

—Muéstrame —ordenó, y esperó mientras la esfera resplandecía con colores y formas.

Vio el salón de fiestas lleno de gente, oyó la música y la alegría de una mascarada. Lorcan se deslizaba entre los invitados, una serpiente en atavíos reales con su hijo y heredero pisándole los talones. El lobo negro merodeaba entre ellos como un perro domesticado. Aunque sus ojos eran verdes y fieros, mantenía la cabeza baja y en general se mantenía bajo control. Aurora vio el grueso y sangriento collar que apretaba su cuello.

Vio a Brynn encadenada al trono con su hija a los pies, y el fantasma de otra muchacha sollozando detrás de una pared de vidrio.

Y a través de los sonidos de laúdes y arpas oyó los llamados y gritos de la gente que mantenían fuera del castillo. Ruegos por misericordia, por alimento, por salvación.

Ella estaba vestida en rojo real. La espada que levantaba lanzaba una cálida luz blanca desde su punta mortal. Y al girar como un remolino hacia Lorcan, empeñada en la venganza, el mundo erupcionaba. La batalla era encarnizada: entrechocar de acero, gritos de los moribundos. Oía el chillido del halcón cuando una flecha le atravesaba el corazón. El dragón replegaba sus negras alas y se hundía en un charco de sangre.

Las llamas saltaban hasta sus pies, comían su cuerpo hasta convertirla en una columna de fuego.

Y mientras ardía, Lorcan sonreía, y el lobo negro le lamía la mano.

Fracaso y muerte, pensó mientras la esfera se volvió en su mano tan negra como el carbón. ¿Había hecho todo este viaje para que le dijeran que su espada no podía contra Lorcan? Sus amigos morirían, perderían la batalla, y ella sería quemada como una bruja mientras Lorcan continuaba reinando; con el hombre que amaba como poco menos que una mascota sumisa.

Podría abandonar todo aquello, pensó Aurora devolviendo la esfera a su caja. Podía regresar a las colinas y vivir como siempre lo había hecho. Libre, como los Viajeros podían ser libres. Satisfecha, apenas perturbada o acosada por sus sueños.

Pues la vida era valiosa. Se frotó los brazos intentando calentarlos mientras observaba la última estrella titilando sobre la Montaña del Hechicero. Thane tenía razón, la vida era valiosa. Pero ella no podía, no quería dar la espalda. Porque más valiosa que la vida era la esperanza. Y más valioso que ambas era el honor.

Despertó a Cyra y a Rhiann para que la ayudaran a vestirse como una dama. Otro día más que llevaría una máscara.

—¿Por qué no le dices? —Kern estaba sentado sobre un barril comiendo una manzana caída mientras Thane alimentaba a los caballos.

—No hay nada que decir.

—¿No crees que la dama estaría interesada en lo que eres, en lo que haces? ¿O más en lo que no haces?

—Ella busca héroes y guerreros, como todas las mujeres. En mí no los encontrará.

—Ella… —Con una secreta sonrisa, Kern masticaba su manzana—. Ella no se ve como una mujer común. ¿No te lo preguntas?

Thane echó avena en el abrevadero.

—No puedo permitirme esas preguntas. Anoche ya me arriesgué bastante porque se me había subido la sangre. Si ella parlotea sobre los túneles, o sobre lo que pasó entre nosotros…

—¿La dama te impresiona como una parlanchina?

—No. —Thane apoyó la frente sobre el cuello de una yegua—. Ella es gloriosa. Más que en mis sueños. Llena de fuego y de belleza, y más aun, de verdad. No hablará de eso, dijo que no lo haría. Desearía no haberla visto ni tocado nunca. Ahora que lo hice, cada hora del resto de mi vida será dolor. Si Owen la elige…

Apretó los dientes ante la marea de negra ira que lo invadía.

—¿Cómo podré permanecer aquí y observarlos juntos? ¿Cómo podré irme si estoy atrapado con grilletes?

—Llegará el momento en que los rompas.

—Eso dices siempre. —Thane se enderezó, y pasó al siguiente compartimiento—. Pero los años pasan, uno igual a otro.

—El Verdadero está en camino, Thane.

—El Verdadero. —Con una risa sin humor, izó unas cubetas con agua—. Un mito, una sombra, para tapar las llagas del reinado de Lorcan con falsas esperanzas. La única verdad es la espada, y algún día mi mano estará libre para usarla.

—Una espada romperá tus grilletes, Thane, pero no es acero lo que liberará al mundo. Es la estrella de la medianoche. —Kern pegó un saltito del barril y apoyó una mano sobre el brazo de Thane—. Goza antes de ese día, o nunca serás verdaderamente libre.

—Tendré suficiente gozo cuando la sangre de Lorcan cubra mi espada.

Kern sacudió la cabeza.

—Hay una tormenta en camino, y tú la dirigirás. Pero será tu decisión si la diriges solo.

Kern sacudió su muñeca, y una lustrosa manzana roja apareció en su mano. Con una alegre sonrisa, se la lanzó a Thane, y luego desapareció.

Thane dio un mordisco a la manzana, y el sabor que inundó su boca le hizo pensar en Aurora. Ofreció el resto a un ávido caballo castrado.

Solo, se obligó a recordar, era mejor.