En alguna parte en los confines del imperio…
Por los intersticios de la yurta, Ai Xue divisa la cresta de la Gran Muralla que serpentea en la línea del horizonte. El viento sopla continuamente. Su silbido envuelve la tienda con amenazadoras inflexiones. Como un torrente furioso, parece dispuesto a arrastrarlo todo con él. Pero, aquí, todos están muy acostumbrados a él, aunque el médico chino sienta que una dolorosa jaqueca le ciñe el cráneo. Esta vez, tendrá el honor de ver al propio Kaidu, el primo de Kublai y su enemigo jurado, que ha terminado accediendo a la petición del Loto Blanco. El príncipe Nayan ha hecho maravillas para convencer a su tío. Sin embargo, Ai Xue adivina por la cara adusta del príncipe que éste duda de lo sensato del encuentro. Nayan sabe que si la entrevista resultara estéril, peligrosa incluso, él sería el único responsable. Y la ley de las estepas es implacable. El destino de ambos está ahora en manos de Ai Xue. Debe a toda costa lograr que el conciliábulo tenga éxito. Una singular complicidad une a los dos hombres.
Ai Xue es recibido bajo la tienda del jefe, pero a su izquierda, en el lugar de las mujeres, lo que es un modo muy claro de indicar el desprecio que Kaidu siente por él. Todos los capitanes del príncipe mongol se mantienen a su diestra, en traje de gala. No obstante, Kaidu se ha plegado a todos los ritos de la hospitalidad y ha servido un bol lleno de kumis a su huésped. Pese al olor a moho que brotaba del recipiente, Ai Xue se ha forzado a beberlo todo. Ha aceptado incluso prosternarse ante Kaidu como lo habría hecho ante el Hijo del Cielo.
—Nunca lanzaremos una ofensiva dictada por una sociedad secreta china —afirma Kaidu.
—Evidentemente, señor —asiente Ai Xue—. Nuestra sociedad actúa en el interior del imperio y vos desde el exterior. Uniendo nuestras fuerzas, podremos hacer que el gigante se tambalee. Tal vez temáis que una vez obtenida la victoria, nos disputemos los granos de arroz.
Kaidu suelta un gruñido que Ai Xue interpreta como una aprobación. Prosigue:
—Estamos dispuestos a negociar desde ahora mismo un reparto justo.
El príncipe mongol rechaza la oferta de Ai Xue con un amplio gesto del brazo.
—Comenzad atacando a Kublai, entonces intervendremos nosotros para asfixiar su ejército.
—Nunca hemos dejado de actuar contra el Gran Kan.
Kaidu se inclina hacia delante. Su fétido aliento hace fruncir la nariz a Ai Xue.
—Compréndeme bien, extranjero: tus picaduras de mosquito son insignificantes, Kublai tiene la piel demasiado gruesa. Lo que yo quiero es su ejecución…