A miles de lis de Khanbaliq…

Sopla el viento en la estepa. El cálido polvo hace presagiar una tormenta. Perdido en la inmensidad, el jinete aguarda junto a una estela, único testimonio del paso de los hombres. Erosionada, medio enterrada en el polvo, su emplazamiento fue olvidado hace ya mucho tiempo. El viento es gélido. Ai Xue se sube el cuello del manto hasta la nariz. Debe apelar a todo su conocimiento de la circulación del qi por los canales sutiles para conseguir caldearse. Por fin, distingue en el horizonte una nube de polvo. Por un instante, se pregunta si no será la tormenta que, como una serpiente, desenrosca sus anillos disponiéndose a devorarlo sin que pueda defenderse. El rugido del trueno se acerca hasta transformarse en un galope. Poco a poco, a lo lejos se perfila un grupo de jinetes. Son unos diez, fuertemente armados, vestidos con pieles de animal al estilo mongol. Sus caballos están enjaezados con cuero, llevan un cuerno en la frente, como los unicornios, al igual que las monturas de los antiguos escitas. Llegan a tanta velocidad que Ai Xue teme que le aplasten bajo sus cascos. Su propio corcel se pone nervioso, percibiendo la inquietud de su dueño. Ai Xue debe tirar de las riendas con sus guantes para calmarlo. Por fin, los jinetes reducen la marcha. Sin una palabra, comienzan a girar en torno a Ai Xue a fin de observarlo y de calibrar su capacidad de defensa. Costumbre de los guerreros. Él permanece inmóvil, dominando su miedo. Los mongoles apenas han visto a un chino, y menos aún a un médico, aunque la reputación del Loto Blanco haya superado las fronteras del imperio. Y deben de atribuirle tantos poderes mágicos como a su chamán. Forman un círculo a su alrededor. El jefe acaba plantándose ante Ai Xue. Es un hombre de unos cuarenta años, que posee cierta nobleza a pesar del aspecto zafio de su equipo. Sobre el puño lleva posada un águila real.

—Soy Nayan, príncipe de la sangre de los kanes —anuncia con un habla entrecortada—. Respondemos a tu llamada.

Ai Xue debe concentrarse para comprender. Nayan no habla el mongol imperial sino el de las estepas, cuyo acento y vocabulario no han sido influidos por el chino. Pues, a pesar del edicto imperial que prohíbe a los mongoles aprender chino y viceversa, las dos lenguas se han influido mutuamente, como dos sedas de colores distintos destiñendo la una en la otra.

Desde hace varios meses, la sociedad secreta del Loto Blanco multiplica sus intentos de desestabilizar el poder mongol. El regreso de un emperador chino al trono es algo prioritario para la sociedad. El Loto Blanco prosigue desde hace tiempo su combate, oculto en el interior del imperio. Ha decidido hacer un juego mucho más peligroso, es decir, aliarse con Kaidu, primo y enemigo del Gran Kan Kublai. Kaidu niega que Kublai tenga derecho legítimo al trono y aspira a ocupar su lugar. Pero no ha permitido que el Loto Blanco se le acerque. No ha respondido a ninguno de los mensajes de la sociedad secreta… hasta que le mencionaron el nombre de Marco Polo.

—Bueno, ¿qué quieres? —pregunta el príncipe Nayan.

Aunque lo haya repetido muchas veces para sí, Ai Xue tarda en dar su respuesta. El jinete mongol clava en él los mismos ojos que su rapaz. El chino sabe que de sus palabras dependerá su suerte y la de su país…