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Esa frase… ¿dónde he visto yo esa frase?

Gehn dejó la pluma de ganso en el tintero de mármol, se inclinó hacia delante y cogió el segundo de los grandes libros encuadernados en piel, apilados en un montón. Apartó el libro en el que había estado escribiendo y colocó el antiguo tomo ante sí, lo abrió y lo hojeó con rapidez hasta llegar al fragmento que había marcado con una delgada tira de papel azul.

—Ah… eso es. Esto debería servir.

Alzó la vista, la mirada perdida por un instante, mientras reflexionaba acerca de qué más necesitaría. Apenas era mediodía, pero en el estudio de Gehn siempre era de noche y las sombras de la cavernosa habitación eran mantenidas a raya por una pequeña lámpara de piedra colgada en la esquina de su enorme mesa de madera.

Gehn leyó la línea una vez más, siguiéndola con el dedo índice; luego miró de reojo la página.

—Quizás es demasiado elaborada… si quito esas dos palabras descriptivas… un adorno, no son más que eso.

Asintió satisfecho consigo mismo, movió el libro en el que había estado trabajando hasta que quedó al lado del texto antiguo y comenzó a copiar la frase D´ni, poniendo cuidado en omitir las dos palabras que creía no tenían propósito alguno.

—Ya está —dijo en voz baja, y alzó de nuevo la mirada, observando lo que le rodeaba por primera vez en más de tres horas.

Cada superficie de aquel cuarto enorme y con aspecto de cueva estaba atestada de libros. Las estanterías cubrían las paredes del suelo al techo, dejando espacio para poco más. Frente a Gehn había una antigua chimenea. Y luego estaba la puerta, claro está. Por lo demás, no había otra cosa que estanterías; ni siquiera había una ventana. Incluso el suelo estaba cubierto por montones de libros —unos nuevos, otros viejos—, algunos de los cuales se habían desmoronado, quedando tal cual, con espesas capas de polvo que cubrían sus mohosas encuadernaciones de piel, como la ceniza en la ladera de un volcán.

Frente a Gehn, entre dos estanterías que contenían los diarios de Gehn, había un escritorio más pequeño, dispuesto con plumas, tinta y un montón de libros en blanco para copiar, igual que aquellos en los que escribía su hijo.

Al fijar la vista en ellos, Gehn pareció despertar con un sobresalto y miró el reloj que estaba sobre la mesa, a su izquierda.

—¡Qué Kerath me proteja! —musitó, al tiempo que se levantaba y guardaba el reloj en el bolsillo.

Estaba llegando tarde.

Cruzó deprisa la habitación, sacó la larga llave de plata del manojo que colgaba de su cinto, abrió la puerta y salió, cerrándola de nuevo antes de bajar corriendo los estrechos escalones.

Al final de la escalera se hallaba la biblioteca. Gehn, al salir, vio a Atrus sentado ante su pupitre en la esquina más alejada, con los brazos cruzados, el cuaderno abierto, listo.

—¿Padre?

Sin excusarse por su retraso, Gehn entró en la habitación, cogió una tiza blanca del pote, se dirigió a la gran pizarra y comenzó a dibujar una palabra D´ni, poniendo gran cuidado mientras lo hacía en mostrar el discurrir de cada trazo.

Se volvió y observó con qué atención le miraba su hijo. Al verle así, Gehn sintió una momentánea frustración provocada por el sosiego innato del chico. Oh, era una buena cualidad en un criado o en una especie dominada, pero en un D´ni resultaba absurdo. Por unos instantes, sintió algo parecido a la futilidad ante la tarea que se había impuesto.

Sin darse cuenta, Atrus seguía trabajando, copiando el dibujo de la pizarra, con la lengua asomando entre los labios, mientras imitaba concienzudamente las formas que la mano de su padre había hecho para conformar los trazos y curvas de la palabra D´ni.

—¡Atrus!

El chico alzó la vista.

—¿Sí, padre?

—Debes aprender a concentrarte. No es fácil, lo sé. Yo he tardado casi treinta años en aprender el Arte. Pero debes esforzarte, Atrus. No conseguirás nada a menos que estés dispuesto a uncirte al yugo del aprendizaje.

Atrus asintió, con la cabeza baja, la vista fija en su pupitre.

—Sí, padre.

—Bien —dijo Gehn, aplacado por la humildad del chico, por su voluntad en escuchar las instrucciones de su padre; por su innata rapidez mental.

Entonces se le ocurrió una forma de mejorar las cosas. Se alejó de la pizarra y cogió un volumen extremadamente grueso de una de las estanterías.

—Mira —dijo mientras depositaba el volumen en el pupitre, junto al cuaderno abierto de Atrus—. Como está claro que necesitas más aprendizaje, y como mi tiempo está ahora ocupado en una serie de experimentos, creo que debemos intentar algo distinto.

Atrus le miró, con una repentina expresión de interés.

—Si, Atrus. Este libro es un libro muy especial. Se llama el Rehevkor. Hubo un tiempo en que en cada escuela de D´ni habían varios ejemplares de este libro. Con él, los alumnos aprendían a escribir las palabras esenciales D´ni que conforman el vocabulario básico de nuestra raza. Supongo que la comparación más próxima que podrías encontrar sería un diccionario, pero esto es bastante más complicado.

Gehn cogió el borde de la enorme tapa y abrió el libro, luego señaló los detallados diagramas que llenaban ambas páginas.

—Como puedes ver, cada doble página se ocupa de una única palabra D´ni, y muestra con claridad qué trazos deben usarse con la pluma y en qué preciso orden. Lo que quiero que hagas, Atrus, es que estudies el Rehevkor desde la primera página hasta la última, concentrándote en veinte palabras por noche para empezar. Te daré un montón de cuadernos para que trabajes, pero debes prometerme que practicarás estos dibujos hasta que te salgan sin pensar. Hasta que seas capaz de dibujarlos dormido. ¿Me entiendes, Atrus?

—Entiendo.

—Bien.

Gehn cerró el libro e hizo ademán de marcharse.

—¿Padre?

—¿Sí, Atrus?

—¿Qué antigüedad tiene este texto?

—¿El Rehevkor?— Gehn se volvió— Diez mil años. Quizá más.

Vio el asombro en los ojos de su hijo al escuchar aquello y sonrió para sí. El interés de Atrus, su clara apreciación de la grandeza de los D´ni eran algo a lo que él, Gehn, podía sacar partido.

—¿Padre?

Gehn suspiró, tentado por un breve instante en gritarle al chico y decirle que dejara de hacer preguntas una tras otra. Pero se dio cuenta de que debía ser paciente si quería remediar todo el daño que Anna le había hecho al chico, por lo que respondió:

—¿Sí, Atrus?

—Me preguntaba por qué el mar es menos brillante ahora que hace un rato, nada más.

Gehn se relajó.

—Es fácil de explicar. El plancton tiene un ciclo de treinta horas que se corresponde con el de los D´ni. Duerme cuando nosotros dormimos y está más activo cuando nosotros estamos más activos. De esa manera, aquí abajo tenemos noche y día. De una clase muy negra y muy naranja.

Si era un chiste, o era muy malo o se refería a algo que Atrus no comprendía, pero Gehn pareció encontrarlo divertido, porque su risa resonó durante un rato y Atrus, contento al descubrir que su padre, al fin y al cabo, tenía sentido del humor, se rió con él.

Más tarde, cuando Atrus había regresado a su dormitorio, Gehn se acercó al estrado central, subió hasta el suelo de mármol y miró a su alrededor, a los grandes libros que descansaban en sus pedestales.

Al hablarle a Atrus de diversos asuntos, se había dado cuenta de repente de lo mucho que había echado de menos la mera oportunidad de hablar en los últimos catorce años.

Solo. Había estado tan solo… No desde un punto de vista emocional, porque se consideraba tan autosuficiente emocionalmente como el que más, sino desde el punto de vista intelectual. Había echado de menos la oportunidad de extenderse en el debate, sí, y de demostrar lo enorme de sus conocimientos. Y aunque el chico, por el momento, no era más que una tabla de resonancia para sus ideas, seguía teniendo un inmenso potencial.

Sí, pero ¿cómo podía haber estado él seguro de que el chico siquiera existía? Todo apuntaba a que hubiera muerto. Al fin y al cabo, ¡resultaba difícil imaginar que alguien pudiera sobrevivir en aquella desolada grieta!

«Paciencia, debo tener paciencia con el chico; luego, a su debido tiempo…»

Pero ahora tenía una seria carencia. Durante las últimas semanas, no uno, sino varios de sus experimentos habían salido muy mal, y se había visto obligado a pasar más y más tiempo resolviendo los problemas que iban surgiendo. Intentar dedicar a Atrus toda la atención que necesitaba era… bueno, era imposible.

De todas formas, Atrus era un chico obediente. Se daba cuenta de que el chico se esforzaba al máximo. Y quizás unas cuantas sesiones con el Rehevkor le pondrían a la altura de las circunstancias. El tiempo lo diría.

Ahora mismo, sin embargo, otros asuntos reclamaban su atención. Gehn cruzó el estrado y se paró ante uno de los libros abiertos, contemplando la caja descriptiva. Luego colocó su mano sobre ella. Al cabo de un instante, había desaparecido.