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Cuando llego a Alemania estoy de un humor pésimo.

Mi mujer me ha engañado, se ha liado con otro, y cada segundo que pasa y pienso en ello me pongo más y más enfermo.

No ha hecho falta que la drogaran. No ha hecho falta que la engañaran. Ella lo ha buscado. ¡Me ha traicionado!

Rabia. Siento muchísima rabia y, por los mismos motivos que lo hizo Judith, ahora yo tendría que ir en busca de una mujer para liarme con ella. Para engañarla. Esa sería mi venganza. Pero no. Yo no quiero eso. Lo último que necesito con lo mal que me encuentro es una mujer. Solo pensarlo me repugna.

Una vez en casa, envío a Flyn a la cama. Es tardísimo y, cuando Susto y Calamar vienen a mí, sin ganas de tenerlos a mi lado porque me recuerdan a ella, los llevo al garaje. Quiero estar solo.

En mi despacho me preparo un whisky. Me lo bebo y luego me preparo otro.

Odio beber, pero sin duda es un buen método para olvidar.

Mis ojos se encuentran con las fotos que Judith puso sobre la chimenea. Las miro y veo a la mujer que adoro, pero que me acaba de destrozar. Su sonrisa, esa sonrisa por la que soy capaz de matar, de pronto me mata a mí. Y, tirando todas las fotos al suelo, grito de frustración.

¡Maldita sea!

¡Maldita mi vida!

¿Por qué? ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?

No debería haberme enamorado. No debería haberle dado una oportunidad al puto amor.

Yo, que vivía tranquilo y sosegado, haciendo lo que me daba la gana sin tener que dar explicaciones a nadie, de pronto tuve que enamorarme de una mujer, de una española loca e irracional que me tiene totalmente descentrado.

Enfadado, cojo una bola del mundo que tengo de cristal, un regalo antiguo de Dexter, y, sin pensar en lo que hago, la lanzo contra la pared. La bola se hace añicos. Mi furia va en aumento y, tirando de un cuadro, lo descuelgo y lo rompo contra el suelo.

Ya no tengo freno. Rompo también la botella de whisky, los vasos. Tiro todo lo que hay sobre mi mesa, pero no noto que me calme. Al revés, me caliento cada vez más. Tiro los CD de música, otros cuadros, libros, el portátil, hasta que de pronto la puerta de mi despacho se abre y aparece Björn.

Mi amigo y yo nos miramos. Son las siete menos veinte de la madrugada, no sé qué hace aquí, pero dice:

—Flyn me ha llamado asustado.

Esas palabras me hacen darme cuenta de lo que estoy haciendo, del susto que debe de tener mi hijo; entonces mi amigo cierra la puerta e indica:

—Flyn está en la cama. Tranquilo. He hecho que se calmara.

Maldigo.

Maldigo mi puta inconsciencia y, sentándome en mi butaca, farfullo:

—No quiero hablar.

Björn levanta la silla que yo he volcado antes y, sentándose ante mí, pregunta:

—¿Esto significa que ahora quieres ser decorador de interiores?

Sus palabras me hacen sonreír y, mirando a mi alrededor y ver la que he montado, murmuro:

—Me ha engañado, Björn. Por venganza, se ha liado con otro.

Mi amigo no esperaba mi revelación. Me mira. No sabe qué decir, hasta que, pasado un rato, pregunta:

—¿Y ahora qué quieres hacer tú?

Sacudo la cabeza. Todavía no me lo creo. Lo único que quiero es perderme y, confundido, respondo:

—No lo sé, Björn. No lo sé.

Hablamos. Él me tranquiliza. Yo grito desesperado, insulto, soy un irracional, y él me escucha y me calma. Es un buen amigo.

Entonces se oyen unos golpes en la puerta de mi despacho. Miro el reloj, son las nueve y media de la mañana, y segundos después aparece Simona. Trae una bandeja con café y algo de desayunar y, tras entrar y mirar alrededor con cara de susto, deja sobre la mesa la bandeja y pregunta:

—¿Está usted bien, señor?

La miro, lo estoy haciendo todo mal, e indico:

—Tranquila, Simona, estoy bien. Y, por favor, no recojas nada. Yo me ocuparé.

—Pero, señor…

—Simona —la corto al ver que mira los cristales y los papeles del suelo—. He dicho que lo haré yo.

Con gesto compungido, y sin preguntarme por Jud y los niños, sale del despacho. Yo me levanto entonces y digo:

—Voy a ducharme. He de ir a Müller.

Björn se levanta a su vez, me mira y pregunta:

—¿Estás seguro? ¿No prefieres tomarte el día libre?

Niego con la cabeza. Lo último que necesito es quedarme en esta casa pensando en mis problemas, y él añade:

—De acuerdo. Me llevaré a Flyn a casa. Estar con Peter le vendrá bien.

Asiento, me parece buena idea, y me encamino hacia mi habitación. Me ducharé e iré a trabajar. He de retomar mi vida, aunque Judith no esté.