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La boda de mi hermana es emotiva y divertida.

Ver a mi madre disfrutar junto a Marta, Jud y mis hijos es una de las cosas más bonitas que he presenciado en mi vida. Ellos son mi familia, mi rumbo, la razón por la que trabajo duro. Nunca permitiré que a ninguno le falte nada. Nunca.

Por ello y, queriendo hacerles ver a mi hermana y a Jud que no soy el jodido amargado que en ocasiones demuestro ser, contrato sin decirles nada a unos jóvenes que llegan a la fiesta con guitarras, bongós, timbales y maracas. Cuando se enteran de que he sido yo, ¡no se lo creen!, y me comen a besos mientras mi niña, mirándome, dice:

—Tú sí que sabes, mi amol.

¡«Mi amol»! ¡Tú sí que eres mi amol!

Me río. Lo que ella no consiga de mí no lo consigue nadie.

Encantados, los amigos del Guantanamera empiezan a mover las caderas al ritmo de la banda que comienza a tocar. Jud está a mi lado y yo, consciente de que quiero ver a mi pequeña pasarlo bien, recuerdo lo que hablé con ella y las palabras de Björn la noche que nos fuimos a tomar algo; la abrazo y le digo:

—Quiero que bailes, rías y grites eso de «¡Azúcar!», y que lo pases fenomenal con tus amigos. Y, tranquila, prometo no encelarme ni pensar tonterías.

Mi niña sonríe de felicidad y, sin dudarlo, cuando comienzan a tocar 537 C.U.B.A., se vuelve loca y grita «¡Azúcar!».

¡Qué escandalosa es!

Durante horas, la veo bailar, reír, cantar, dar palmas, e intento tenerla hidratada. Le ofrezco Coca-Cola, su bebida preferida, y ella acepta encantada.

Mientras disfruto de la fiesta, estoy hablando con Drew cuando me suena el móvil; veo que es el teléfono de casa y me alarmo. Sé que Norbert y Simona nunca interrumpirían, y menos en la boda de Marta, y pregunto:

—¿Qué ocurre?

—Señor…, escuche…, siento llamarlo, pero… pero ha ocurrido un accidente.

En cuanto oigo la palabra accidente, mi cuerpo se contrae y, consciente de lo nervioso que está Norbert, pues se lo noto en la voz, pregunto:

—¿Simona está bien?

—Sí…, sí…, ella sí…, pero…, pero es Susto

Según oigo el nombre del animalillo al que tanto queremos, mis ojos buscan a Jud. Está bailando en la pista y, volviéndome para que no me vea, susurro:

¡¿Susto?! ¿Qué ha ocurrido?

El hombre masculla, está nervioso, y finalmente indica:

—He salido a tirar la basura, he dejado la cancela abierta, él ha salido tras de mí como un loco y un coche que pasaba por la calle lo ha atropellado.

Cierro los ojos.

Susto… Mi Susto arrollado por un vehículo.

El vello de todo el cuerpo se me eriza. Quiero a Susto, amo a ese animal, y, volviéndome para mirar a Judith, susurro con miedo a oír la respuesta:

—¿Está bien?

Jud me mira. Deja de bailar y se acerca hacia mí. Su gesto ha cambiado al ver el mío y, dejando de mirarla, oigo que Norbert dice:

—Señor…, no lo sé. Estoy…, estoy en urgencias con él.

Suspiro, solo quiero que Susto esté bien y, tras preguntarle la dirección donde se encuentra, cuelgo el teléfono y maldigo.

¡Joder! ¿Por qué ha tenido que pasar esto?

Me toco el pelo. No sé cómo contárselo a Jud. Conociéndola, se lo tomará a la tremenda. Y, cuando me vuelvo, mis ojos chocan con los de ella, que, sin hablar, ya sabe que pasa algo.

¡Qué mal actor soy!

Como puedo, me acerco a ella, que está junto a Björn y Mel. Soy el jodido portador de las malas noticias y, antes de que yo abra la boca, ella pregunta y, sin mentirle para no empeorar las cosas, como puedo se lo explico.

El gesto feliz de mi pequeña desaparece.

El miedo se apodera de su mirada, de su boca, y se desmorona. Mi niña se desmorona.

Como puedo, manejo la situación. No es fácil. Todos se preocupan por el animal, todos lo quieren y, tras dejar a mi madre junto a Björn y Mel al cuidado de los niños, Jud y yo nos dirigimos hacia el coche. De pronto, recuerdo que Félix es veterinario; lo busco y le pido ayuda, y él me la brinda de inmediato.

Ginebra y él se vienen en mi coche, junto a Flyn, que se ha empeñado en acompañarnos, y llegamos a la clínica veterinaria. Al vernos, Norbert, que tiene la ropa manchada de sangre del animalillo, mira a Jud y murmura con un hilo de voz:

—Judith, lo siento. No me he dado cuenta de que la verja se quedaba abierta y…

Pero mi mujer no oye, no ve, solo quiere saber dónde está Susto, y yo, mirando al hombre, que está descolocado, indico:

—Tranquilo, Norbert. Tú no tienes la culpa de nada.

Él niega con la cabeza. Pobre, se siente fatal.

Instantes después, el veterinario sale y nos informa de su estado, que no es muy bueno, pero, aun así, nos anima. El animal es fuerte y puede superar la operación.

Jud tiembla, está asustada. Tiene miedo de que algo terrible ocurra, y Flyn, mirándola, murmura:

—Mamá…, Susto se va a poner bien.

Mi pequeña, que ya tiene el cuello en carne viva, no puede ni hablar. Está en shock, y yo, sin saber por qué, digo:

—Todo saldrá bien, cariño. Te lo prometo.

En el acto, me regaño a mí mismo. ¿Cómo he podido prometerle algo así? ¡Yo no soy Dios!

Félix se presenta, habla con el veterinario y le pide permiso para ayudarlo en la operación. Y él acepta encantado.

Desconcertada pero ya más templada, Judith se acerca a Norbert y lo abraza. Le hace saber que él no tiene la culpa de nada y, aunque él sigue preocupado, sé que al menos el abrazo y las palabras de Jud lo han reconfortado. Lo necesitaba.

Por suerte, la operación va bien y tanto Félix como el veterinario salen contentos y hablan con positividad. Eso me gusta, nos gusta a todos, y más cuando veo que mi pequeña sonríe por primera vez desde hace horas.