Matt

Nunca había estado en esta parte de la Ciudadela. Es una ciudad en sí misma, donde viven los supervivientes que vigilan la Tierra. Si se destruyera, ¿qué sería de ellos? Su posible destrucción tendría otras consecuencias. ¿Significaría el fin de la transportación como la conocemos?

La escalera es interminable. Cuanto más descendemos, más se oye el fragor de la guerra. Espero que los demás estén resistiendo bien. Acaban de recibir sus armas, pero son maestros en sus artes, y deberían manejarlas bien. Lo que me hace pensar en Dillon. A lo mejor le resulta ajena su arma, creada en principio para Rochelle.

Señalo sus muñecas.

—¿Crees que puedes manejar estas cosas?

Baja la mirada.

—Por supuesto. —Enseña la parte interior de los brazos, mostrando unas muñequeras doradas y puntiagudas con unas puntas de ballesta en miniatura—. Bueno, me resultan un poco extrañas, pero he intentado conectar con ellas a través de mis pensamientos, como me dijiste.

—Son armas muy poderosas. Tu voluntad es su voluntad.

Contempla las delicadas puntas de ballesta, pensativo.

—Me preguntaba por qué lo has hecho. Ya sabes, por qué me las has dado. Me ha sorprendido que confiaras tanto en mí.

—Cuando estabas con la Orden, ¿no eras uno de los soldados de más alto rango de Lathenia?

—Sí.

—Entonces es evidente que has sido entrenado para enfrentarte a la responsabilidad que supone el tener poder y autoridad. Es algo que Lathenia vio en ti. Arkarian tiene fe en ti. Y yo también.

—Pero sin duda sabes lo enfadado que estoy contigo. ¿Cómo puedes seguir confiando en mí? ¿No te preocupa que esta rabia que late en mí me haga volver con Lathenia?

—¿Es eso lo que quieres hacer?

Se queda un momento en silencio, y una puerta se abre de golpe. Una docena de personas de aspecto extraño entra en el hueco de las escaleras y pasa junto a nosotros a toda prisa.

—¿Los has visto?

—Son los supervivientes —le explico a Dillon, que sigue mirando la pinta tan rara de esa gente. Y entonces veo lo que les hace correr tan rápido: cientos de criaturas que vienen hacia nosotros. Casi todas ellas son carrizos, pero también hay pájaros, y otras que flotan como perros a cuatro patas. Los que tienen manos van armados con espadas, dagas, martillos y hachas.

Lord Alexandon y una docena de soldados suben corriendo delante de ellos.

—¡Atrás! —exclama—. ¡Son demasiados! Tenemos que retirarnos y pensar una estrategia.

Los primeros en alcanzarnos son una bandada de pájaros de cara humana y picos afilados. Dillon levanta las manos. De sus muñecas salen disparados unos dardos que parecen motas luminosas de luz. Los seis pájaros que subían las escaleras estallan. Pero, por desgracia, estallan justo encima de nosotros y acabamos bañados en su sangre y cubiertos de trozos de carne y plumas.

Lord Alexandon y sus soldados se vuelven y se quedan mirando a Dillon.

—¡Vaya!

Me limpio la sangre de la cara con el dorso de la manga y murmuro:

—Intenta pensar en la eliminación total, carne y sangre incluidas.

—Entendido —dice, retirando sus armas.

Los carrizos, los pájaros y otras criaturas de cuatro patas han avanzado, y prácticamente los tenemos encima.

—¡Corred! —exclama lord Alexandon.

—¡Esperad! —le grito, llevando la mano instintivamente al hacha que llevo en la cintura—. Poneos detrás de mí, todos.

Cuando lo hacen, decido dejar el arma en su sitio y llevar un pensamiento a mi mente: «Viento.» El viento que se genera es poderoso, y su fuerza atrapa a los carrizos y a otras criaturas sin nombre, incluyendo los pájaros. Soplo suavemente, y las criaturas atrapadas en el remolino son devueltas a las regiones inferiores.

Dillon y los soldados cierran rápidamente las puertas y echan el cerrojo.

—Hay otra salida —explica lord Alexandon, señalando un pasillo que queda a nuestra derecha—. Lady Devine tiene problemas para resistir. Le dije que iríais en cuanto pudierais. Pero ten cuidado, Matt. Marduke está allí.

—Vamos, Dillon.

A mitad del pasillo, nos sale al encuentro uno de los soldados de lady Devine.

—Me envía milady. Dice que os deis prisa. No podrá contener a las fuerzas oscuras mucho más tiempo.

Cuando llegamos, las puertas están a punto de abrirse. Lady Devine se nos acerca corriendo.

—Es inútil.

—¿Alguno de los vuestros está dentro? —pregunto.

—No que yo sepa.

—Bien, entonces todo el mundo atrás. —Mientras los soldados se desperdigan escaleras arriba y a mi espalda, llevo otro pensamiento a mi mente: «Tormenta. No. Tormenta de fuego.»

Las puertas se abren y la tormenta se extiende como una bola de fuego, barriendo las masas de criaturas y expandiéndose por los pasillos de los niveles inferiores. Los chillidos desgarran el aire.

Dillon está de pie a mi lado, mirando cómo la ola de fuego se extiende por los corredores. Dice con calma:

—Esto es impresionante. ¿Lo aprendiste en la «Escuela Inmortal»?

Me hace reír. Pero la risa no dura mucho, pues una ola de calor avanza ahora en nuestra dirección.

Dillon también la siente.

—Oh, oh.

Lady Devine se me acerca por el otro lado justo a tiempo para advertirla.

—Decidle a vuestra gente que se cubra. ¡Que suban las escaleras, ahora!

Cuando ella se marcha, tiro a Dillon al suelo y lo cubro con mi cuerpo. La ola de fuego estalla sobre nosotros dos. Algunos de los soldados de lady Devine no han sido lo bastante rápidos, y tampoco ella. Me atraviesan sus chillidos de dolor. Cuando han pasado las llamas, ayudo a Dillon a levantarse y voy a echar un vistazo a los heridos. Pero Dillon me sujeta del brazo, impidiéndome moverme. Me vuelvo para ver qué ocurre, y lo encuentro cara a cara con Marduke.

Ahora entiendo por qué han vuelto las llamas. Marduke está en la puerta, y levanta sus manos chamuscadas por encima de su cabeza chamuscada y suelta un poderoso rugido. En torno a él aparece una oleada de carrizos y otras criaturas, re-vigorizadas por el sonido de la voz de su amo.

—Utiliza tus armas contra ellos —le digo a Dillon, señalando los carrizos—. Yo me encargo de Marduke.

Dillon apunta a la masa de carrizos que aparecen por la entrada y que se encaminan al hueco de la escalera, y esta vez, cuando los dardos les impactan, las criaturas desaparecen sin salpicar, de hecho sin que quede ni rastro.

Marduke está impresionado. Una expresión burlona llena su ojo rojo e hinchado. Hace aparecer una espada en su mano.

—Interesante. Pero luchemos como lo hacen los mortales.

Su objetivo es retenerme para que sus ejércitos entren en los niveles superiores y destruyan todo lo que puedan. Pasan alrededor de nosotros. Dillon los persigue, junto con lady Devine y sus soldados. Marduke me acomete, y yo saco el hacha de mi cinturón. Marduke es un maestro en este arte, y bueno, yo aún no soy un experto. Pero mi hacha tiene el poder de matar incluso a este monstruo. Todo lo que necesito es una buena estocada.

«¡Ven enseguida! ¡Necesito ayuda urgente! ¡Deprisa, Matt! ¡Deprisa!»

Los pensamientos de Rochelle resuenan en mi cabeza, tan fuertes que por un momento me distraen y Marduke se aprovecha de la situación. Me empuja contra una barandilla y me lanza una estocada a la base del cuello. Su aliento es fétido. De hecho, todo su cuerpo apesta. Me lo quito de encima con fuerza y sale lanzado hacia atrás. Intento contestar a Rochelle, pero Marduke está furioso. Me ataca. Su espada golpea mi hacha hasta que se me cansa el brazo, y por un momento creo que me va a hundir el filo entre las costillas. Le ordeno a mi brazo que se fortalezca, y por suerte me obedece, lo bastante

para que prosiga la batalla. Pero es no es suficiente. Debo desarmarlo para poder ir a ayudar a Rochelle.

La llamo con mis pensamientos, pero no hay respuesta. Nada. De pronto es como si no existiera. Su silencio, la sensación de vacío que ahora me llega, me deja helado. Ya tengo bastante con enviar fuerzas a mis brazos. Ahora, cuando volvemos a intercambiar golpes, todo es frenético y rápido. Marduke debe de estar cansado; pero ya no es humano, aunque se me hace difícil decir qué clase de animal es. Me lanza otra estocada, ahora al pecho. Yo coloco el hacha bajo su brazo y la paro. La espada sale volando de su mano y va a parar al otro lado del vestíbulo. ¡Por fin!

Los dos permanecemos un momento en silencio, recobrando el aliento y estudiándonos el uno al otro. Su ojo mira hacia donde ha aterrizado su espada. Quiere recuperarla. Esta es mi oportunidad de acudir en ayuda de Rochelle. Me necesita, y me preocupa haberla decepcionado. ¡Debo irme ahora!

¡Tendré que acabar con Marduke en otro momento!